Las lecciones de Génova
06/08/2001
- Opinión
Son cuatro las lecciones principales de lo que pasó en Génova durante la reunión del G-8. Tengámoslas presentes con vista al Segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre en febrero de 2002. La primera lección: Esta globalización es insostenible. El informe más importante de la reunión del G-8 fue elaborado por quienes no estuvieron allí, por los ministros de finanzas de los siete países más ricos. Ese informe, titulado "El alivio de la deuda y más allá de ella," revela la contradicción insaneable entre la economía neoliberal y el bienestar de la mayoría de la población mundial. Al reconocer que ese bienestar depende hoy del alivio de la deuda externa de los países más pobres, el informe proclama el éxito de la iniciativa que en ese sentido se ha aplicado a 23 países y asegura que, a mediano plazo, la sostenibilidad de la deuda depende de la mayor integración de esos países en el comercio mundial. Sin embargo, el mismo informe afirma que la participación de los países menos desarrollados en el comercio mundial disminuyó en la última década y por eso dichos países empobrecieron. Ahora bien, dado que no se propone en el documento nada radicalmente nuevo para cambiar ese estado de cosas, la hipocrecía no puede ser mayor: se impone como solución a la mitad de la población mundial lo que se reconoce que ha sido hasta ahora su problema. Y la hipocrecía alcanza el paroxismo cuando se habla de las pandemias (HIV/AIDS, malaria y tuberculosis) que afligen a los países menos desarrollados. Después de reconocer que estas enfermedades matarán a 15 millones de personas cada año, se insiste en que la producción de medicamentos más baratos debe hacerse sin violar los derechos de propiedad intelectual de las multinacionales farmacéuticas. La contradicción de este modelo es insaneable porque la liberalización incondicional del comercio es como una pelea entre un peso pesado y un peso pluma. Si Malí controlara el precio internacional del algodón su deuda no sería, como lo es de nuevo, "insostenible." Si Mozambique hubiera podido resistirse a la imposición del Banco Mundial en el sentido de eliminar los aranceles sobre la exportación de sus acajus, no habría destruido su industria de procesamiento de acaju. Habría menos hambre en el mundo si los países menos desarrollados pudiesen proteger sus actividades económicas de la voracidad de las 200 empresas multinacionales más grandes, que son responsables del 28% del comercio global pero sólo del 1% del empleo global. Si los países que tienen deudas en dólares pudieran resistirse a la desvalorización de sus monedas, no verían aumentar sus deudas por el sólo efecto de la desvalorización. La balanza comercial de los países menos desarrollados no se deterioraría tan drásticamente si sus productos no estuviesen sujetos al proteccionismo de los países ricos -la mayor de las hipocrecías del neoliberalismo- y no tuviesen que competir con productos altamente subsidiados. Segunda lección: Una globalización alternativa está en curso. A medida que el neoliberalismo deja caer su máscara, va emergiendo una opinión pública mundial basada en las siguientes convicciones: los gobiernos nacionales son hoy rehenes de los grandes intereses económicos y la democracia disfraza esa dependencia al ser más o menos efectiva en las áreas que no interfieren con tales intereses; sin formas de control político democrático efectivo a nivel local, nacional y global, la búsqueda incesante de lucro crea disparidades éticamente repugnantes entre ricos y pobres y causa daños irreversibles al medio ambiente; en un modelo económico fundado en el respeto sagrado de la propiedad privada, la magnitud de la falta de control público sobre la riqueza mundial se debe al hecho que de los 100 mayores productos internos brutos, 50 no pertenecen a países sino a empresas multinacionales; este modelo de (in)civilización no es inevitable, tienes pies de barro y su fuerza se basa sobre todo en la apatía y el conformismo que produce en nosotros. Esta opinión pública mundial comienza a dar vida a cientos de millares de organizaciones no gubernamentales y a redes transnacionales que van organizando la resistencia a la globalización hegemónica y formulando alternativas que, en la cacofonía de su diversidad, tienen en común la idea de que la dignidad humana es indivisible y que puede florecer sólo en el equilibrio con la naturaleza y con una organización social que no reduzca los valores a los precios del mercado. La tercera lección: El diálogo entre las dos globalizaciones es indispensable. El capitalismo global -representado por los gobiernos de los países ricos y por las agencias financieras y comerciales multilaterales que aquéllos dominan-, que pensaba tener el camino libre después de la caída del Muro de Berlín, se ve obligado hoy a erigir muros de acero y de cemento para que sus representantes puedan continuar tomando las decisiones que él reclama. La violencia de este sistema se alimenta de la violencia de algunos grupos minoritarios que luchan contra él, pero se alimenta sobre todo de la falta de reconocimiento de la globalización alternativa, protagonizada por los que se sienten solidarios con los intereses de los muchos millones de excluidos de las reuniones y víctimas de sus decisiones. El diálogo, pues, es indispensable para que se pase de una retórica cínica de concesiones vacías a la elaboración de un nuevo contrato social global garantizado por una nueva arquitectura política democrática también global. Será un diálogo difícil y ciertamente confrontacional, pero ineludible. Cuarta lección: De Génova 2001 a Porto Alegre 2002 hay un largo camino por recorrer. A medida que crece la globalización contra-hegemónica, crece la responsabilidad de sus protagonistas. Esa responsabilidad va a ser medida en tres niveles: organización, acción y objetivos. En todos estos niveles las tareas son exigentes. La energía del movimiento por la globalización alternativa reside en su diversidad interna, en las múltiples formas de organización y acción y en los múltiples objetivos que acoge. Esta diversidad va a ser mantenida al menos porque no hay en el movimiento ningún grupo u organización capaz de cooptarla o eliminarla a su favor. Sin embargo, en el nivel organizativo será necesario profundizar los procesos de coordinación y asegurar el carácter global y democrático de estos. En el nivel de las formas de acción, el movimiento debe hacer una distinción fundamental entre la violencia que debe ser rechazada y la ilegalidad que debe ser acogida cuando los medios legales no estén disponibles o no sean suficientes. El capitalismo global, al mismo tiempo que provoca la desregulación de la economía de los países, impone una nueva legalidad que, por ejemplo, hace ilegal proteger los derechos de los trabajadores o el medio ambiente. Todos los grandes movimientos democráticos comienzan con acciones ilegales (declaraciones de huelga no autorizadas, acción directa, desobediencia civil). Es preciso elaborar na teoría democrática de la ilegalidad no violenta. Finalmente, en el nivel de los objetivos hay que distinguir entre los primeros pasos y los horizontes. En este momento, los primeros pasos están razonablemente bien definidos. Son ellos los que integrarán los primeros y más difíciles momentos del diálogo entre las globalizaciones: perdón efectivo de la deuda; impuesto Tobin; democratización de los procesos de decision de las agencias financieras multilaterales; sometimiento a referendo de las iniciativas más importantes de liberalización comercial; inclusión de los derechos humanos -especialmente de los derechos laborales y ambientales- en las nuevas organizaciones comerciales (sobre todo en la Organización Mundial del Comercio). Pero estos primeros pasos deben ser integrados en un horizonte civilizatorio más amplio, en el horizonte de un mundo mejor. Sólo así se garantizará que el sistema actual, que es ya bastante injusto, no vaya a ser sustituido por otro aún peor a causa de la perversión de los objetivos contra-hegemónicos. Estas son tareas urgentes en la agenda para Porto Alegre.
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