El bien y el mal
19/09/2001
- Opinión
Luego de la agresión terrorista a los
Estados Unidos, el presidente Bush declaró la guerra del bien
contra el mal. Reintrodujo, así, el maniqueísmo que la cultura
occidental ya comenzaba a sepultar, tras siglos de conflictos
fundados en este equivocado principio. El maniqueísmo fomentó
las Cruzadas Cristianas contra los pueblos islámicos y, más
tarde, el exterminio de judíos por las tropas de Hitler y de
disidentes por la policía de Stalin.
¿Tiene sentido identificar a los Estados Unidos como el bien, y
a sus críticos y enemigos con el mal? La Torá y la Biblia, que
(felizmente) preceden al platonismo, encaran esta cuestión con
sabiduría divina, fieles a la visión no dualista de la cultura
semita. El bien y el mal cohabitan en nuestro corazón. La
libertad consiste, justamente, en saber escoger entre el egoísmo
y el amor. Y no se puede decir que los Estados Unidos, a lo
largo de su historia, haya batallado más por la prosperidad de
los pueblos del mundo que por la hegemonía y por las ganancias
financieras de Tío Sam.
Desde que se creó la Doctrina Monroe, en 1823, Estados Unidos
anexó Puerto Rico a su dominio (1898), invadió Cuba (1902),
ocupó el Canal de Panamá, implantó dictaduras militares en el
Cono Sur, fomentó el terrorismo contra Nicaragua sandinista,
entrenó torturadores en sus escuelas militares y, ahora, propone
el ALCA como forma de control del comercio continental.
La Casa Blanca, que lanzó Napalm sobre el territorio de Vietnam
y, en el gobierno de Clinton, bombardeó a la población civil de
Sudán es, hoy, víctima de su propio poder. La ley del talión,
adoptada por Bush, comprueba que el agredido se compara con el
agresor cuando se venga con los mismos métodos. Así como las
víctimas del World Trade Center y del Pentágono no merecían el
trágico fin que tuvieron, las poblaciones civiles de Hiroshima y
Nagasaki tampoco deberían haber sido exterminadas bajo dos
bombas atómicas.
Saddam Hussein, marioneta de la Casa Blanca lanzada contra la
revolución islámica de Irán, demostró que el hechizo se volvió
contra el hechicero. Desde 1979, Osama Bin Laden se convirtió
en el brazo armado de la CIA contra la ocupación soviética a
Afganistán. La CIA le enseñó a fabricar explosivos y a realizar
ataques terroristas, a engrosar su fortuna a través de empresas
fantasmas y paraísos fiscales, a operar códigos secretos e
infiltrar agentes y comandos. Bin Laden es producto de los
servicios americanos, afirmó, la semana pasada, el escritor
suizo Richard Labévière. Derrumbado el Muro de Berlín, desde
1990 Bin Laden pasó a apuntar su arsenal terrorista hacia el
corazón del Tío Sam.
La postergación indefinida de la paz en el Medio Oriente, con la
efectiva creación del Estado Palestino, es otro factor de
irritamientos y xenofobias. Mientras las resoluciones de la ONU
por aquella región no sean tomadas en serio, y Gaza y
Cisjordania devueltas a los palestinos, las armas continuarán
tratando de poner fin a un conflicto que sólo la política puede
solucionar.
Al conmemorar sus 80 años, el cardenal Arns pidió, el pasado
viernes, que todos presionen al gobierno de Fernando Henrique
Cardoso para que no apoye ninguna actitud de venganza por parte
de los Estados Unidos. Los terroristas deben ser castigados por
el repugnante crimen que cometieron, pero poblaciones inocentes
no pueden ser sacrificadas.
Muchos de nosotros somos pacifistas hasta que un ladrón entra en
nuestra casa y mata un ser querido. Entonces, somos dominados
por los mismos sentimientos del bandido, dejando salir al
asesino que se escondía en los plieges de nuestro corazón. Al
imponer el precepto de amar a los enemigos, Jesús no respaldó al
ingenuo que imagina que habrá paz sin ser fruto de la justicia.
Exigió, justamente, que no hagamos al prójimo lo que no
queremos que él nos haga a nosotros. Por lo tanto, no se trata
de no tener enemigos, pero si de evitar tratarlos con
deshumanidad, alimentando la espiral de violencia.
Así como la paz romana no se edificó en el odio a los
cristianos, ni la nazista en el odio a los judíos, la paz
americana no tendrá futuro si fomenta el odio generalizado a los
pueblos islámicos. Sin ellos, la cultura occidental no sería lo
que es. Los judíos nos legaron a Marx, Freud, Einstein y tantos
otros genios de las ciencias y de las artes, de los árabes
recibimos la matemática de Al-Khwarizmi, la física de Al-Kindi y
Alhazem, la filosofía de Averroes y Avicena.
Es hora de que los Estados Unidos demuestren que son mismo los
paladines de la democracia, no sólo por el respeto a las
diferencias, sin transformarlas en divergencias, sino también
por el fin de su apoyo a los gobiernos autocráticos del mundo
árabe, donde la libertad paga el injusto precio de los barriles
de petróleo.
https://www.alainet.org/es/articulo/105319
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