Se acabaron los videojuegos

26/09/2001
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Este es el momento en el juego de la guerra en el que deshumanizamos a nuestros enemigos. Son totalmente incomprensibles, sus actos inimaginables, sus motivaciones irracionales. Son "locos" y sus países son "criminales". Éste no es el momento para un mayor esfuerzo por comprender, sino para un mayor servicio de inteligencia. Esas son las reglas del juego de la guerra. Las personas sensibles sin duda cuestionarán esta caracterización: la guerra no es un juego. Se trata de vidas reales destrozadas, se trata de hijos e hijas, madres y padres perdidos, cada uno de ellos con su historia individual. El acto de terror del martes 11 de septiembre fue despiadadamente real; un acto que, de pronto, hace parecer a todos los demás actos frívolos, como en un juego. Es cierto: la guerra no es en modo alguno un juego. Y quizá, después del martes, no vuelva a ser considerada como tal. Quizás el 11 de septiembre del año 2001 marcará el fin de la vergonzosa era de los videojuegos bélicos. Seguir las noticias del martes 11 fue muy diferente a la última vez que me quedé pegada frente al televisor contemplando una guerra en directo por la CNN. En la Guerra del Golfo, el campo de batalla de los Invasores del Espacio no tenía nada en común con lo que hemos presenciado esta semana. En aquella ocasión, en vez de edificios reales explotando una y otra vez, podíamos mirar a través de cámaras instaladas en las bombas mientras se aproximaban a su objetivo - visto y no visto. ¿Quién estaba dentro de aquellos polígonos abstractos? Nunca lo supimos. Desde la Guerra del Golfo, la política exterior de Estados Unidos se ha basado en una única y brutal ficción: que el ejército de los EE.UU. puede intervenir en conflictos por todo el mundo -Irak, Kosovo, Israel- sin sufrir ninguna baja. Es éste un país que ha acabado creyéndose el oxímoron definitivo: una guerra segura. La lógica de la guerra segura está, por supuesto, basada en la capacidad tecnológica de librar una guerra exclusivamente desde el aire. Pero también se apoya en la profunda convicción de que nadie osará molestar a los EE.UU., la única superpotencia que queda, en su propia casa. Esta convicción había permitido a los estadounidenses, hasta el martes, permanecer alegremente al margen de, incluso desinteresados en, los conflictos internacionales en los que ellos son protagonistas claves. Los estadounidenses no reciben crónicas diarias de la CNN sobre los continuados bombardeos de Irak, ni se les ofrecen historias de interés humano sobre los devastadores efectos que tienen las sanciones económicas sobre los niños de ese país. Después del bombardeo en 1998 de una planta farmacéutica en Sudán (confundida con unas instalaciones de armas químicas) no hubo muchos reportajes en los que se hiciera un seguimiento de las consecuencias que la pérdida de la capacidad para manufacturar vacunas tuvo en la prevención de enfermedades en la región. Y cuando la OTAN bombardeó objetivos civiles en Kosovo -incluyendo mercados, hospitales, convoyes de refugiados, trenes de pasajeros y una emisora de televisión- la NBC no hizo entrevistas "callejeras" a los supervivientes sobre cuán afectados estaban ante tanta destrucción indiscriminada. El despertar de un amnésico Los Estados Unidos se han convertido en expertos en el arte de esterilizar y deshumanizar los actos de guerra cometidos en otros lugares. Internamente, la guerra ya no es una obsesión nacional, sino un negocio que en gran medida se subcontrata a expertos. Ésta es una de las numerosas paradojas del país: aun siendo el motor mundial de la globalización, la nación nunca se ha mostrado más introspectiva ni menos abierta al resto del mundo. No es de extrañar, pues, que el ataque del martes 11, además de superar toda descripción, encerrara el horror añadido de parecer, para muchos estadounidenses, proveniente de ninguna parte. Las guerras rara vez son una auténtica sorpresa para el país atacado, pero se puede afirmar que esta vez lo fue. En la CNN, USA Today mencionó que a Mike Walter se le pidió que sintetizara la reacción en la calle. Lo que dijo fue: "Dios mío, Dios mío, Dios mío, no puedo creerlo." La idea de que alguien pueda estar preparado ante tan inhumano terror es absurda. Sin embargo, visto a través de las cadenas de televisión de EE.UU., el ataque del martes más que haber venido de otro país, parecía haber venido de otro planeta. Los eventos no fueron comentados tanto por periodistas como por esa nueva variedad de presentadores-celebridades que han hecho incontables apariciones en las películas de TimeWarner sobre apocalípticos ataques terroristas contra los Estados Unidos, esta vez informando incongruentemente sobre hechos reales. Por un instante en la noche del martes el gráfico de la CNN "Ataque Contra América" desapareció y en su lugar apareció otro que decía "Lucha Contra la Grasa" -una imagen fantasmal de lo que el día anterior había sido noticia. Los Estados Unidos son un país que se considera a sí mismo no sólo en paz, sino inmune a la guerra, una suposición ésta que sorprendería a la mayoría de los iraquíes, palestinos o colombianos. Como un amnésico, los EE.UU. se han despertado en medio de una guerra para descubrir que ésta lleva años combatiéndose. ¿Merecían los Estados Unidos ser atacados? Por supuesto que no. Ese argumento es inadecuado y peligroso. Pero he aquí una pregunta diferente que sí debemos hacernos: ¿Creó la política exterior de los EE.UU. las condiciones para que tal lógica se desarrollase, promoviendo una guerra no tanto contra el imperialismo estadounidense sino contra la percibida insensibilidad estadounidense? La era de los videojuegos bélicos en la que los EE.UU. siempre han estado a los controles ha producido una ira ciega en muchas partes del mundo, una ira ante la persistente asimetría del sufrimiento. Éste es el contexto en que los retorcidos vengadores no exigen otra cosa sino que los ciudadanos norteamericanos compartan su dolor. Tras el ataque, los políticos y comentadores estadounidenses repiten la letanía de que el país volverá a la normalidad. El "modo de vida americano", insisten, no será interrumpido. Resulta una extraña afirmación cuando toda la evidencia apunta a lo contrario. La guerra, parafraseando un lema de los días de la Guerra del Golfo, es la madre de todas las interrupciones. Tal y como se supone que debe ser. La ilusión de una guerra sin víctimas ha desaparecido para siempre. Un mensaje parpadea ahora en nuestra consola de videojuegos colectiva: Game Over. Traducido por Eneko Sanz y Lidia Gutiérrez/Znet en español.
https://www.alainet.org/es/articulo/105329?language=en
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