Geopolítica de la venganza
25/09/2001
- Opinión
El significado real de los atentados del día 11 de
septiembre sobre la política mundial dependerá de la
evolución de tres grandes cuestiones, con él relacionados.
La primera: la inviolabilidad del territorio nacional,
dogma número uno en la escala de preocupaciones del Estado
americano, fue quebrada. Invulnerable a amenazas de
fuerzas armadas regulares, el país mostró su fragilidad
frente a esa otra modalidad de ataque. Peor: se trata de
una fragilidad estructural, que afecta a todas las
sociedades modernas, urbanizadas, altamente dependientes de
instalaciones fijas de todo tipo, inclusive las de uso
civil, transformadas en posibles blancos.
Será larga, difícil y cara -y de resultados inciertos- la
revisión de procedimientos de seguridad nacional americana.
Mas sus extrapolaciones para el mundo ya se anuncian
tenebrosas. Al calor de los acontecimientos, el presidente
George W. Bush anunció tres conceptos:
(a) El fin del derecho a la neutralidad, que fue
históricamente respetado en todas las guerras ("quien no
está con nosotros está con los terroristas");
(b) La legitimación de la idea de "ataque preventivo" para
responder a las amenazas, sean ellas reales, supuestas o
simplemente inventadas (recordemos que los Estados Unidos
detentan el control de los grandes medios mundiales de
comunicación de masas);
(c) La admisión del uso de "todas las armas", hecha por un
país que posee grandes arsenales de armas biológicas,
químicas y atómicas. En un segundo momento, el sentido de
la expresión fue ampliado, cuando se anunció la
legalización de asesinatos y uso de la tortura como medio
de obtener informaciones, "pero fuera del territorio
americano". Esa última restricción -que va a la par de la
odiosa expresión "vidas americanas", cínicamente banalizada
por los medios que revela los límites de la
"globalización"- merecería una reflexión específica. Sin
embargo, basta imaginar el significado de eso en un mundo
en el que un gran número de servicios secretos o simples
esbirros estarán presionados para entregar información al
Imperio.
Bajo todos esos aspectos, la búsqueda de mayor seguridad en
el territorio americano pasa a realizarse a costa de
violentar abiertamente los valores fundamentales del
proceso civilizatorio, diseminando la inseguridad en el
mundo, en una escala nunca antes vista. Se trata de una
reacción inaceptable. Es fundamental que un punto de
equilibrio sea buscado.
La segunda cuestión no es nueva: se refiere al
abastecimiento de petróleo, una conocida vulnerabilidad
americana. Con reservas, en su territorio, de 28,6
billones de barriles y un consumo diario de 19,5 millones
de barriles, los Estados Unidos tienen petróleo propio para
abastecerse durante apenas cuatro años. La evolución del
escenario en el Medio Oriente ha sido favorable a la
posición americana: la principal potencia regional no
subordinada, Irak, fue destruida y permanece desde hace
diez años bajo un despiadado bloqueo, obligada a una
posición defensiva, y la mayoría de los Estados árabes ya
reconocen (o se disponen a reconocer) a Israel. En los
diez últimos años, desapareció el espectro de una guerra
entre Estados de la región. El conflicto quedó reducido a
una escala local, de baja intensidad, involucrando
helicópteros y grupos de soldados, de un lado, hombres
bomba y lanzadores de piedras, de otro, en escaramuzas
suficientes para alimentar noticieros, pero incapaces de
poner en riesgo la oferta mundial de petróleo. Si, en el
contexto de los desdoblamientos de los acontecimientos
actuales, emerge el espectro de desestabilización "de abajo
para arriba" de regímenes pro americanos instalados en la
región, la respuesta será igualmente violenta. El Medio
Oriente es considerado área de control directo de los
Estados Unidos.
La tercera cuestión se relaciona con el ataque, en marcha,
a Afganistán. Es ingenuo imaginar que una operación de
dicho tamaño obedezca apenas a impulsos emocionales y sea
desencadenada sin que tenga relación con objetivos
estratégicos muy bien definidos. El Estado americano
acumuló extraordinario poder en los dos últimos siglos
justamente por su capacidad de nunca perder de vista
objetivos de largo plazo, articulados entre sí,
subordinando a ellos cada decisión relevante.
Enredo confuso
La ofensiva militar es un aparente non sense. Los Estados
Unidos no presentan ninguna evidencia de que los afganos
tengan relación con los atentados, y la acusación contra
bin Laden fue hecha de manera premeditadamente vaga e
inconsistente, de manera que sea imposible que el Talibán
aceptase extraditarlo. La decisión de atacar, claramente,
fue tomada al margen de esos detalles. Para la opinión
pública y las autoridades americanas, dada la gravedad del
crimen, someter a una persona (o un grupo) a juicio,
siguiendo los procedimientos formales, sería una respuesta
civilizada, pero débil.
Rebasado el primer momento, la dinámica de la guerra pasa a
legitimar a sí misma. Lo más intrigante, sin embargo, es
que a primera vista Afganistán parece ser un pésimo blanco.
Llegar a su territorio, lejos del mar, es un enredo.
Combatirla es una traba mucho mayor. Su topografía es
montañosa, sus entradas son pocas y pésimas. Su población
está dispersa en el medio rural. Al contrario de Irak y de
Servia, es un país que no posee infraestructuras fijas,
instalaciones productivas y bases militares que merezcan
ser bombardeadas con misiles que cuestan US$ 200 millones.
En cuanto a las anunciadas operaciones de comando, los
generales americanos no son imbéciles para creer que
jóvenes reclutados en California encuentren a bin Laden en
las grietas de un país hostil donde la mitad de la
población usa barba y turbante, mientras la otra mitad anda
con el rostro cubierto. Cosas así sólo funcionan en el
cine.
La respuesta a este enredo confuso puede ser encontrada por
vía indirecta. Por su potencial y sus dificultades, Asia
es la gran incógnita del sistema mundial en las próximas
décadas. De un lado, tiene la segunda mayor economía
nacional (Japón), y una potencia emergente (China),
potencias regionales importantes (como la India y
Pakistán), gigantescas masas demográficas, elevado
dinamismo tecnológico, experiencias en desarrollo rápido,
empresas y bancos de gran tamaño, Estados nacionales
celosos de su independencia, capacidad militar (y nuclear)
ascendente. Por todo eso, será una jugadora de gran peso
en el siglo que se inicia. Mas también tiene inmensos
problemas: está lejos de crear un área económica o
políticamente integrada, acoge a grandes poblaciones en
estado de pobreza, permanece dividida por un sinnúmero de
conflictos de todos los tipos. El orden mundial americano
no fue -y no será- capaz de encuadrar a ese continente
"exótico", suficientemente grande y fuerte, para ser
engullido (como América Latina), marginado (como África),
dominado (como Oriente Medio) o derrotado (como la ex-Unión
Soviética). Pero, por el manejo de sus contradicciones
internas, puede mantenerlo controlado.
El Pentágono considera que el cuarto objetivo estratégico
de la geopolítica americana es el más difícil de ser
mantenido en el largo plazo. Él es definido como: "Que
ningún poder, o conjunción de poderes, del hemisferio
oriental puede desafiar el dominio norteamericano sobre los
océanos". Se comprende la preocupación: el control
simultáneo de los océanos es, de largo, el elemento central
en la supremacía militar a escala mundial. Teniéndolo
conquistado, los estados Unidos detentan el monopolio de la
capacidad de dislocar y proteger sus fuerzas.
Crear una poderosa marina de guerra exige recursos
inmensos, incompatibles con mantener grandes ejércitos
envueltos en problemas territoriales. De ahí el permanente
esfuerzo americano de hacer que sus competidores
potenciales -especialmente los asiáticos- se mantengan
envueltos con amenazas terrestres, que los propios Estados
Unidos, por su posición geográfica, no enfrentan. Desde
hace mucho tiempo, ese ha sido el juego americano en Asia.
Cuando los soviéticos comenzaban a desarrollar una marina
de guerra de alcance mundial, los americanos, en un lance
de genio, los atrajeron a una prolongada guerra terrestre,
exactamente en Afganistán. El resultado todos conocen.
Una tensión duradera en el corazón de Asia -ampliándose a
guerra civil latente en la región- se ajusta perfectamente
a los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Eh ahí
una pista para entender lo que ha a ocurrir cuando el
Talibán tenga que regresar nuevamente a las montañas.
Afganistán tiene fronteras con Irán, Pakistán, China y ex-
repúblicas soviéticas, además de quedar muy cerca de India
y Rusia. Mientras la turbulencia persista ahí, a todos les
es preciso mantenerse mirando hacia adentro.
Después de la incursión, los Estados Unidos anunciarán la
victoria y se retirarán en sus embarcaciones, habiendo dado
una demostración de poder, saciado su necesidad de venganza
y, principalmente, sembrado una cizaña que Irán, Pakistán,
Rusia, China e India deberán administrar por muchos años.
Mientras tanto, la gran escuadra continuará navegando por
el mundo.
El poderío americano saldrá fortalecido de este proceso,
mas, paradójicamente, su capacidad efectiva de control
sobre un mundo cada vez más caótico tiende a disminuir.
* César Benjamín es editor, integrante de la coordinación
nacional del Movimiento Consulta Popular y autor de A opção
brasileira (Contraponto Editora, 1998)
https://www.alainet.org/es/articulo/105336?language=es
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