¿Entre la Guerra Santa y la Cruzada?
17/10/2001
- Opinión
En todo terrorismo hay una combinación de crueldad, de perversidad y de
vesanía. Es lo que caracteriza, por ejemplo, el que practican las mafias en
Estados Unidos. La especificidad del terrorismo político es que, además, es
necesariamente antidemocrático. Sea que se intente como represalia o como
demostración de fuerza, lo que hace, y se propone hacer en realidad, es cerrar
todo lo que sea posible los espacios democráticos de pensamiento, de expresión
y, sobre todo, de acción social deliberada y organizada, conquistados por las
víctimas y los críticos de las relaciones de dominación/explotación/conflicto
en que consiste todo poder. La idea que subyace a ese propósito es que así se
producirá, de todos modos, una polarización política que obligue a las
víctimas y críticos del poder, o incluso a los simplemente descontentos con
una dada situación social y política, a no tener más remedio que seguir a los
que dirigen el terrorismo y, finalmente, someterse a ellos que, así, podrían
aspirar a la victoria.
Esa idea no es solamente antidemocrática y sectaria. Para las necesidades y
propósitos de los dominados es enteramente contraproducente. Cuando tiene
éxito, lo que el terrorismo político hace es sustituir la acción consciente,
deliberada y organizada de los explotados y los dominados contra sus
dominadores y dirigida, por lo tanto, a la producción de una sociedad más
democrática. La respuesta de los dominadores es, casi siempre, un terrorismo
de estado. En esas condiciones las organizaciones y los dirigentes de las
masas son obligados a replegarse u ocultarse. El temor y la inseguridad
secuentes para el resto de la población terminan llevando a importantes
sectores de ésta a justificar la represión. Así se facilita la acción
represiva de los dominadores y de ese modo, sin excepción hasta hoy conocida,
se abre una trampa en la cual son atrapados y triturados los mejores miembros
de las agrupaciones sociales que combaten contra la explotación y la
dominación. ¿Cómo podría ser, de esa manera, victoriosa la causa de la
liberación de los oprimidos?
Es necesario, en consecuencia, diferenciar: el terrorismo es antagónico a las
acciones directas de las masas de explotados y dominados, porque dichas
acciones expresan debates y decisiones democráticas sobre los fines y sobre el
carácter de las luchas, así como sobre sus modalidades de acción, y son
llevadas a cabo por las propias organizaciones democráticas de los dominados.
Como toda la experiencia histórica señala, en particular la del siglo XX, la
producción de una sociedad democrática está implicada, tiene que estarlo
necesariamente, en el carácter de las organizaciones y de las acciones de los
explotados y oprimidos.
Se ha dicho muchas veces que el terrorismo político es la forma normal que
asume la guerra de los pobres y los dominados, porque ellos no tienen otras
armas contra los poderosos. No es exacto. Por regla general el terrorismo de
los dominados es una reacción desesperada al de los dominantes: a la violencia
masiva y salvaje de sus conquistas, a las torturas y a las masacres
represivas, a las violaciones continuas de los derechos humanos, a la
humillación racista-etnicista y cultural incesante, a las extremas explotación
y degradación social de los dominados. En otros términos, el terrorismo de
los dominados es una reacción al terrorismo de estado de los dominantes. Eso,
desde luego, no lo hace menos antidemocrático, ni, en consecuencia, menos
inconducente a los fines de la liberación social.
Dos formas de acción contra el terrorismo
Por la naturaleza del terrorismo político no puede haber sólo una manera de
enfrentarlo. De una parte, todo terrorismo es siempre un crimen contra los
derechos humanos. Y cuando mata indiscriminadamente a mucha gente, es un
crimen de genocidio. Pero, de otra parte, el terrorismo político, sea de
grupos o individuos privados o del estado, tiene su propia especificidad: no
es sólo una acción criminal, es también antagónico de los proyectos de
producción democrática de una sociedad sin dominación/explotación/conflicto.
Dos caminos de acción se abren, en consecuencia, frente al terrorismo
político, sea privado, individual, de grupo, o estatal:
1) En tanto que es una acción criminal contra los derechos humanos y puede
tomar la forma de un genocidio, como en el reciente ataque a las Torres del
Centro Mundial de Comercio y al Pentágono, el terrorismo político debe ser
juzgado y castigado como todos los actos criminales. Para eso es necesario
identificar, capturar y llevar a los responsables, directos e indirectos, ante
los tribunales de justicia.
El juicio de esa clase de criminalidad en los tribunales de justicia es y debe
ser siempre público. Entraña también un debate político público. De esa
manera, el juicio contra los terroristas políticos debe ser parte del debate
político de la sociedad y permitir el desarrollo de la conciencia democrática
y del horizonte histórico de la democracia como un modo de vida cotidiano
liberado de poder, de dominación, de explotación, de discriminación.
De todas formas, en este nivel y en esta dimensión se trata del ejercicio de
la justicia según las leyes de las sociedades modernas y donde las relaciones
sociales, políticas y culturales implican un espacio democrático básico como
su elemento constitutivo. Y lo que está en juego en este ámbito es,
principalmente, la seguridad de la población de cada país y del mundo en su
conjunto.
2) Pero el terrorismo no sólo pone en riesgo los derechos humanos, la
seguridad y la vida de individuos y conjuntos de población. Implica además
problemas y riesgos igualmente graves para el horizonte de desarrollo y
profundización de la democracia en la sociedad humana. Por todo eso, el
terrorismo no sólo debe ser juzgado y castigado como toda acción criminal,
sino también evitado, prevenido e impedido. Para eso, no bastan los
tribunales de justicia. Es necesario cegar sus fuentes y erradicarlo,
eliminar sus raíces.
En el largo plazo, esto es a escala histórica, esta segunda vía de acción es
aún más importante y decisiva que la primera y la que en el largo plazo
asegura o puede asegurar el control de esa forma de criminalidad política. Y
las cuestiones decisivas en este terreno son, sin duda, la identificación y la
ubicación de las raíces del fenómeno.
Carácter histórico del terrorismo político
Por eso mismo, en este campo es indispensable llegar a explicar con la máxima
claridad el carácter del problema, sus fuentes, sus formas, sus caminos. Sin
duda muchas explicaciones pueden y deben concurrir con plena legitimidad
teórica, desde las que se apoyan en alguna corriente psicoanalítica para
colocar en la discusión los problemas de personalidad de los terroristas
políticos. O, como en el caso presente, las que buscan en la ideología
religiosa las fuentes de los impulsos terroristas, en particular de la
autoinmolación de los terroristas.
Junto con todas esas posibles explicaciones, en la experiencia histórica de
largo plazo una explicación específica es, de todos modos, plenamente
necesaria, en verdad sine qua non: la cuestión del poder. La historia de las
relaciones de poder - esto es, de las relaciones de dominación, de explotación
y de conflicto entre las gentes, entre sus diversas formas de agrupación y de
identificación sociales y geoculturales - es la que da cuenta de las formas de
violencia social y política entre las gentes.
Para explicar la violencia en la conducta y en las relaciones humanas, algunas
corrientes de estudiosos han apelado a una "naturaleza humana" que no se
habría desprendido de su "animalidad", ni podría hacerlo, no obstante la
civilización. Puede ser así. Pero todos pueden también convenir en que la
nuestra es la única especie animal que delibera, planea y practica el
terrorismo. Y así mismo, que la nuestra es la única de las especies animales
en cuyo comportamiento histórico el poder es una de las motivaciones
fundamentales. Y que ambas conductas, la tendencia al poder y el terrorismo
suelen estar asociados. En otros términos, no es la "naturaleza" la
explicación de la forma específica de violencia que se produce en las
relaciones sociales de la especie. Es la cuestión del poder.
Esa es, precisamente, la cuestión que se hace visible si se estudia la
historia del terrorismo político moderno: se trata, en todos los casos, sin
excepción, de un intercambio entre el terrorismo de estado y el terrorismo de
los dominados, éste normalmente como reacción al primero.
En consecuencia, el problema del control y de la erradicación del terrorismo
remite al tratamiento adecuado de las condiciones que las relaciones de poder
crean para el terrorismo. En otros términos, ese problema no tiene más de una
solución real: la continua expansión, profundización y universalización de la
democracia en cada uno de los ámbitos vitales de la existencia social de la
especie. La dominación, la explotación, la discriminación, no pueden dejar de
engendrar el conflicto y la violencia. En especial, cuando esas formas de
relación están organizadas, como desde hace 500 años, en torno de la
sistemática articulación entre la explotación capitalista del trabajo y la
dominación racista de la subjetividad y de la autoridad colectiva. En otros
términos, articulada en torno de la colonialidad del poder.
En esta perspectiva, por ejemplo, la llamada "globalización" actual produce la
continua aceleración y profundización extrema de las tendencias capitalistas
de polarización de la población mundial entre una minoría, cada vez más
reducida, que controla el trabajo, la autoridad y la riqueza mundiales, y una
mayoría creciente que es despojada de acceso al control de cada una de esas
instancias del poder. La continuación de esas tendencias implica,
necesariamente, la continuación de las tendencias de violencia entre los
grupos sociales y entre las identidades geoculturales colocados en tales
relaciones de poder. Es decir, los poderosos tienden a ejercer su poder como
terrorismo de estado y los otros a reaccionar, entre otras formas, con
terrorismo privado. Y no es por coincidencia o accidente que la abrumadora
mayoría de las víctimas de esas tendencias del poder son, precisamente, los
grupos o sectores que según el criterio de "raza" han sido y son socialmente
clasificados como los dominados, explotados y discriminados dentro del patrón
de poder imperante.
No es difícil mostrar el lugar del terrorismo en la historia de las relaciones
de poder en el mundo moderno. Pero, obviamente, aquí no sería pertinente ir
demasiado lejos, ni demasiado a fondo. Por eso, la más eficaz manera es abrir
de nuevo algunas de las cuestiones centrales que han ingresado al debate que
sigue a la infausta vesanía terrorista que se abatió el 11 de Setiembre último
sobre la ciudad de Nueva York y sobre el Pentágono en Washington. Con motivo
de estos hechos han surgido muchas preguntas sobre la identidad de los autores
y de los responsables, sobre sus propósitos, así como sobre el origen del odio
extremo, con su radical falta de compasión por las gentes, que ha llevado a
estos asaltos contra los símbolos de poder de Estados Unidos asesinando a
miles de personas. La tesis más publicitada para contestar esas cuestiones es
que se trata de una "guerra de civilizaciones".
¿"Guerra de las civilizaciones"?
En primer término, esa tesis implica la típica perspectiva eurocéntrica de
conocimiento, en especial de uno de sus más distorsionantes componentes: su
radical ceguera a la heterogeneidad histórica y estructural de todos los
fenómenos sociales, es decir, de los que tienen lugar en la existencia social
humana. El eurocentrismo es, además, prisionero de un modo de producir
conocimiento que es, entre otras cosas, dualista y, paradójicamente, también
evolucionista. Esa manera de conocer divide el mundo en categorías binarias,
y encima las coloca en una serie evolutiva. Por ejemplo: "primitivo"-
"civilizado"; "tradicional"-"moderno"; "oriente"-"occidente". El racismo-
etnicismo que subyace a esa perspectiva, producto de la colonialidad del
patrón de poder hoy mundialmente hegemónico, propone que hay algo llamable
"civilización occidental" homogéneamente moderna, racional y democrática
opuesta a otra llamable "oriente" (no siempre está presente el término
civilización en esa relación), también homogéneamente pre (o peor) anti-
moderno, irracional y antidemocrático.
Civilización es un término que aunque a muchos les pueda parecer evidente por
sí mismo, es un producto del poder. De allí su insanable equivocidad. Fue
acuñado por las poderes coloniales constituídos en la parte occidental de
Europa, en el proceso originado con la formación de América al final del siglo
XV. En dicho proceso, el Atlántico desplazó al Mediterráneo como la principal
ruta del tráfico mercantil mundial y su control permitió a esos poderes la
continuada colonización del resto del mundo en las siguientes centurias. Así,
aquellos poderes se fueron estableciendo como el "centro" del mundo que iban
colonizando desde entonces. La articulación mercantil entre sus pueblos y
estados, llevó a la formación de una nueva región histórica, la Europa
Occidental, que así se estableció como "centro" de control de un patrón de
poder en que se amalgamaron el capitalismo como sistema mundial de control y
de explotación del trabajo, con la clasificación colonial de la población
mundial en torno de la idea de "raza". Esa colonialidad del nuevo patrón de
poder implicó no sólo la concentración del control de los recursos de todo el
mundo en esa nueva región histórica, sino también de uno de sus más decisivos
elementos: las relaciones capital-salario.
Esas condiciones produjeron en la nueva Europa Occidental un proceso de
cambios en todos los ámbitos de la existencia social. Comenzando con la
mercantización de las relaciones sociales, ese proceso produjo la "revolución
industrial", la secularización de las relaciones subjetivas e intersubjetivas
y la "revolución burguesa". Ese proceso que comenzó con América es lo que se
conoce como la modernidad. Al mismo tiempo, en el mundo colonizado ocurrían
también profundos cambios, pero de signo contrario: el despojo a las
poblaciones colonizadas del control de sus recursos, de sus bienes, de sus
conocimientos, de su trabajo; la represión a sus propios modos de conocimiento
y de expresión, empujando a los pueblos a la pérdida o a la distorsión de sus
identidades; la imposición de la idea de "raza" como el eje de una
clasificación social básica para toda la población del mundo, identificado a
los pueblos no-"blancos" como biológica y culturalmente inferiores, y en ese
sentido anteriores, a los de Europa Occidental. Para eso, los pueblos no-
europeos y no-"blancos" fueron sometidos a una dominación política colonial,
brutalmente autoritaria, y represiva. De ese modo, en el mundo colonizado, el
desarrollo productivo fue canalizado casi exclusivamente para Europa
Occidental, y fue bloqueada durante varios siglos la salarización de los
trabajadores, así como la expansión e institucionalización de los mercados
locales. En esas condiciones, fue también bloqueada la secularización de la
cultura y de las relaciones intersubjetivas.
Esas nuevas relaciones de poder, llevaron a nuevas relaciones geoculturales
entre los diversos sectores de la población mundial: Europa Occidental asumió
una nueva identidad geocultural como "civilización occidental y cristiana", y
en su condición de centro colonial dominante, acuñó y distribuyó otras
identidades geoculturales para los demás sectores de la población del planeta.
Originalmente, lo que fue establecido fue la oposición entre "Occidente" y
"Oriente", ya que los "negros", "indios" y otros grupos equivalentes no tenían
categoría suficiente para ser admitidos como el Otro de los europeos en
términos de "civilización". Esas nuevas identidades geoculturales fueron
fundadas sobre las relaciones de dominación colonial respecto de Europa, sobre
la clasificación social y cultural "racial" de sus pueblos y sobre la
peculiarmente eurocéntrica inversión del tiempo histórico: los no-europeos,
puesto que "inferiores", fueron considerados, por definición, "anteriores", ya
que Europa Occidental se autoidentificaba como lo más nuevo, esto es, como lo
más moderno y avanzado, en suma, la culminación de la trayectoria histórica de
la especie.
Lo más notable es que esa perspectiva del mundo, de la especie y de la
historia, elaborada sistemáticamente en Europa desde el siglo XVII, fue
impuesta en la nueva Europa Occidental como la única racionalidad. Esa es la
perspectiva eurocéntrica. Y más notable aún, y más perverso, es que fue
impuesta y admitida como hegemónica en todo el mundo. Esa perspectiva de
conocimiento, con su respectivo imaginario, están hoy día en crisis abierta.
Quizá la más profunda y decisiva de su historia, porque no solamente es
confrontada desde nuevas y viejas racionalidades, sino también desde dentro de
ella misma, una vez reconocida su inmensa capacidad de distorsionar no sólo el
conocimiento de la experiencia histórica, sino también nuestra percepción del
resto del universo. Así lo testimonia hoy el ya vasto debate mundial, de un
lado, sobre la colonialidad del poder y del saber y, de otro lado, sobre las
implicaciones epistemológicas de la investigación más avanzada de los
fenómenos de la naturaleza no humana (en especial Prigoyine y sus asociados).
Ambas vertientes del debate van en la misma dirección, en pos de una nueva
racionalidad no-eurocéntrica.
Lo que, en consecuencia, el término "civilización" mienta ahora, si algo
realmente mienta, no puede sino referirse a las experiencias históricas que
han sido impuestas sobre las gentes en las diversas regiones constituidas por
el colonialismo de Europa Occidental y diferenciadas y especificadas por la
colonialidad del poder en cuyo torno fueron interna y externamente
articuladas. No se trata más, no podría tratarse, de identidades históricas
originarias, ya que incluso los posibles elementos de ese carácter han sido
distorsionados, cambiados y modulados en la historia de los últimos 500 años
del colonialismo y del imperialismo del "occidente cristiano".
Si, no obstante, esa categoría equívoca fuera admitida en lo que se supone que
mienta, ¿de cuál "civilización" se trata en la supuesta "guerra de
civilizaciones"? ¿De las que habitan el territorio de India? ¿O de China?
¿De la Japonesa? ¿De las que habitan el Asia Sudoriental? ¿De las del "Medio
Oriente"? ¿De las de África? ¿De las numerosas agrupaciones llamadas
"indias" y "negras" en América? ¿O hay en esta enumeración experiencias e
historias que no merecen en "occidente" el nombre de "civilización"? ¿Todas
ellas son una misma "civilización" no-occidental y no-cristiana? ¿Y son todas
homogéneamente antimodernas y antidemocráticas sólo porque no son de origen
europeo y "blanco"?
El "Medio Oriente", el Islam y "Occidente"
En el contexto inmediato, esa calificación de "civilización" anti-"occidental"
es impuesta desde Estados Unidos y su mass media, en referencia al mundo que
habita el llamado Medio Oriente y donde la religión mayoritaria es el Islam.
Lo primero que es indispensable a este propósito, es admitir que el mundo
islámico no consiste en el conjunto de los que creen en un dios Alá y siguen
la doctrina del Coran, así como el mundo cristiano no está formado por el
conjunto de los que creen en un dios Jehova, en Cristo y en el Espíritu Santo
y siguen la doctrina de la Biblia. Hay millones tanto de musulmanes como de
cristianos en China, en el Sudeste de Asia, en África, en América, en
Australia, y desde la Segunda Guerra Mundial inclusive en Europa. Pero es
obvio que cuando Bush habla de la "civilización occidental y cristiana" no se
refiere a los cristianos de Asia y de África, ni a los cristianos "indios" y
"negros" de América, de Australia o de Filipinas. Y aunque en la coalición
global de poder también está Japón, es improbable que sea admitido, a fin de
cuentas, como parte de la "civilización occidental y cristiana". En otras
palabras, la idea de "civilización occidental y cristiana" está referida, en
primer término, a un espacio geocultural cuya especificidad no reside tanto en
las creencias religiosas dominantes, como en el dominio mayoritariamente
europeo o de ese origen y "blanco" (básicamente Europa Occidental, América,
Australia). Del mismo modo, lo que llamaremos aquí el "mundo islámico", se
refiere en lo fundamental a un específico espacio geocultural centrado en el
"Medio Oriente" aunque hay probablemente más musulmanes en regiones y
poblaciones ubicadas también en Asia Central y Sudoriental. Veremos
inmediatamente que la especificidad histórica de ambas identidades geo-
culturales y en particular la del "Medio Oriente", corresponde, ceñidamente,
al resultado de sus relaciones de poder.
En efecto, el centro del mundo islámico fue originalmente constituido en torno
del Mediterráneo y tuvo su apogeo entre los siglos VIII y XVI. Durante ese
período fue, a su vez, el centro del tráfico mercantil y cultural mundial
anterior a la colonización de lo que hoy es América. El control de la cuenca
del Mediterráneo permitía el control de los flujos mercantiles de China, de
Asia Sudoriental, India en especial, de El Cairo, de Bagdad, de Persia, de
Basora, de lo que hoy es el Medio Oriente.
Entonces fue también el eje avanzado de la investigación filosófica,
científica y técnica. Heredero del mundo románico, ese Islam no sólo mantuvo,
sino desarrolló la producción textil, la minería, la agricultura y la
artesanía comerciales, el comercio con el mundo entonces conocido y las
finanzas. Con toda probabilidad, fue dentro de ese mundo o en el ámbito de su
hegemonía, que emergió, por primera vez, la relación social fundada en el
salario y que tiempo después será conocida con el nombre de Capital.
En ese contexto se desarrolló el modo urbano de vivir y la atmósfera para
cobijar y estimular las actividades intelectuales, sobre todo la matemática,
la filosofía, la historia. Esas actividades permitieron estudiar y rescatar
el legado intelectual, filosófico y científico greco-romano, especialmente,
pero también el africano, el egipcio, el mesopotámico. Aún se recuerda,
incluso en el mundo no islámico, algunos de sus grandes nombres. Avicena, que
estudiaba la filosofía griega, Aristóteles sobre todo, e innovaba los estudios
de ciencias y de medicina ya en entre los siglos X y XI. En el siglo XII
Averroes discutía Aristóteles y sostenía ideas racionalistas y materialistas -
en pleno mundo musulmán, ya que en el mundo cristiano habría sido, casi
seguramente, reprimido y ajusticiado. La traducción y publicación al Inglés,
relativamente recientes, de la obra de Ibn Khaldun, ha permitido conocer mejor
a un grande historiador y filósofo social que ya proponía, sobre la sociedad y
sobre la historia, muchas ideas que Hegel encontrará sólo 400 años después.
En fin, ese mundo estaba habitado por una sociedad en gran medida urbana,
industrial, comercial y civil, donde convivían y prosperaban musulmanes y
judíos, principalmente, pero también cristianos, mientras el mundo cristiano
vivía en una sociedad rural, feudal, oscurantista, religioso-fundamentalista y
perseguía a los judíos.
Fue sólo después de la conquista de América, que el mundo cristiano se hizo
rico y poderoso. El estado español establecido entonces, expulsó de Iberia a
musulmanes y judíos e impuso la primera "limpieza étnica" conocida en la
historia de la Europa moderna, por medio del infame "certificado de limpieza
de sangre" para ser admitido como habitante de España o de América Colonia.
El mundo islámico fue desplazado del lugar hegemónico del Mediterráneo y sus
relaciones con el mundo cristiano se hicieron más conflictivas. Ya desde las
Cruzadas, los poderes cristianos habían invadido el Medio Oriente y destruido
y saqueado ciudades y poblaciones enteras. Pero después de América, la nueva
Europa Occidental pudo, además, colonizar el mundo musulmán, lo empobreció y
desintegró, y se apropió de sus conquistas civilizatorias. Sólo entonces los
poderes del mundo cristiano, pudieron considerarse a sí mismos y a la
población europea - no a cualquiera de sus poblaciones, como por ejemplo los
"indios" cristianizados de América - una "civilización" y secretaron las
estereotipadas categorías de "Occidente" y "Oriente". ¿Aún hay que recordar
acaso que no es por un accidente de la naturaleza que el Meridiano de
Greenwich pasa por Londres y no por Kabul?
De otro lado, referida al Islam del Medio Oriente, la tesis de la "guerra de
las civilizaciones" omite el hecho de que el desarrollo histórico que hubiera
llevado a las sociedades islámicas a su industrialización, a su modernización,
a su democratización, a controlar los fundamentalismos de todo linaje, a la
secularización de las relaciones subjetivas y a la laicidad cotidiana de la
vida social, ha sido continua y deliberadamente trabado y reprimido por
"Occidente" y después de la Segunda Guerra Mundial en especial por Estados
Unidos. Primero por el despojo realizado durante siglos por el colonialismo
europeo y después por el apoyo dado por el imperialismo euro-estadounidense, a
los regímenes coloniales y antidemocráticos del Medio Oriente, para impedir
procesos de revolución nacional y democrática, laica y en definitiva
eurocéntrica.
De hecho, antes de la victoria de Israel en la guerra de 1967 y de la muerte
de Nasser en 1970, los movimientos democráticos y antimperialistas de toda la
región eran laicos y buscaban explícitamente el desarrollo, la modernización y
la democratización de esas sociedades asfixiadas bajo regímenes coloniales y
dictatoriales. Aunque algunos de dichos movimientos usaban una retórica
"socialista", sus acciones reales muestran que en realidad perseguían el
desarrollo capitalista industrial y la modernización social y cultural de sus
países y el control autónomo del proceso. Era por eso y para eso que
requerían la autonomización política, económica y cultural de la región. Es
decir, eran, necesariamente, anticolonialistas y antimperialistas. Los más
importantes fueron el Nasserismo (sobre todo en Egipto), y el Baathista (sobre
todo en Irak). Y fue su derrota frente a la coalición de los dominantes
locales y los poderes imperialistas como, sobre todo, Estados Unidos e
Inglaterra, y su deformación secuente, precisamente, en Egipto y en Irak, en
regímenes autoritarios, lo que llevó al crecimiento de los movimientos
políticos-religiosos, es decir los que buscan en ideologías religiosas el
sentido de las luchas por la autonomía cultural y política, contra el
colonialismo e imperialismo y la rebelión contra el poder, los privilegios y
la corrupción de las faunas dominantes. Y cuanto más reprimidos, esos últimos
movimientos han tendido a hacerse más autoritarios y retrógrados, política y
culturalmente.
Aquí bastará mencionar los mayores momentos de esa historia de represión
oligárquico-imperialista y de reacción religiosa extremista en el Medio
Oriente. En 1953, un movimiento básicamente laico y democrático, dirigido por
Mossadegh logró asumir el gobierno de Persia (entonces nombre de Irán actual),
y nacionalizó el petróleo. Este acto antimperialista desató la furia de
Estados Unidos. La CIA organizó y apoyó la represión y derrota de ese
movimiento, a pesar de que Mossadegh era explícitamente adverso al comunismo y
a la URSS. Después de la derrota de Mossadegh, Estados Unidos armó y equipó a
las fuerzas militares y represivas del Sha, apoyó las bestialidades represivas
de su SAVAK, el organismo local de espionaje y represión asociado a la CIA,
como su principal aliado político y militar en la región para enfrentarse a la
marea democrática y antimperialista que la sacudió casi inmediatamente
después, sobre todo el Nasserismo y el Baathismo. La derrota del movimiento
laico, democrático y antimperialista de Mossadegh, y la espeluznante represión
sobre la resistencia y la crítica, permitió el ascenso del islamismo chiita,
bajo la conducción del Ayatollah Khomeini que, finalmente, logró la
desintegración de las fuerzas armadas del Sha sin que la CIA pudiera evitarlo.
Entonces, Estados Unidos apoyó y armó a Saddan Hussein de Irak para hacer la
guerra al naciente régimen revolucionario de Irán, facilitando así que los
sectores más autoritarios y conservadores de ese régimen se impusieran sobre
los sectores laicos y democráticos, hasta instalar y controlar un régimen
teocrático. En esa guerra Saddan Hussein usó armas químicas contra los
iraníes y los kurdos, sin protesta alguna de Estados Unidos. Pero cuando
Hussein invadió Kuwait, seguro de su alianza con Inglaterra y con Estados
Unidos, éstos bombardearon Irak hasta destruir su previo desarrollo industrial
y social, y desde entonces no han cesado esa política, al precio del genocidio
de la población pobre del país, de sus niños en especial. Y la acusación o
pretexto para mantener el embargo y los bombardeos es, precisamente, que se
trata de prevenir la producción de armas químicas!
Desde la victoria de Israel en la guerra de 1967, y sobre todo durante los 70s
y los 80s del siglo XX, Estados Unidos apoyó la ofensiva israelita para
obligar a los palestinos y a sus principales organizaciones de resistencia
contra la ocupación colonial de su territorio, principalmente a la OLP, a
abandonar el Líbano y Jordania. Eso llevó a la invasión y ocupación del Sur
del Líbano, con el resultado de más de 17 mil palestinos muertos, y a la
masacre terrorista de unas 3 mil familias de refugiados palestinos de los
campamentos de Shabra y Shatila. El vacío político dejado por la derrota de
las facciones moderadas de la resistencia palestina en el Líbano, fue ocupado
por los sectores extremistas que capitalizaron la furia y la desesperación de
la población. Así fueron estimuladas las tendencias más extremas del
islamismo entre las fuerzas de resistencia palestina contra la ocupación
colonial de su país, como Hamas y las guerrillas de Hezballa. De allí
proviene el terrible círculo de intercambio terrorista entre Israel, que
después de 1967 es el ocupante colonial de las tierras palestinas, y la
resistencia palestina.
EE.UU. ha sostenido y equipado todas las dictaduras militares de Pakistán,
para reprimir y derrotar a los movimientos democráticos, formados por laicos y
por musulmanes moderados, que buscaban la democratización social y cultural
del país. Los corruptos y brutales grupos dominantes se aliaron a EE.UU.,
como en América Latina, y fueron apoyados porque los demócratas eran, por
supuesto, antimperialistas. Del mismo modo, EE.UU. apoya sin reservas la
dominación teocrática, antidemocrática, y en ese sentido preciso antimoderna,
en Arabia Saudita, donde la vida de la población y de las mujeres en especial
no es, en términos de libertades y derechos democráticos, nada diferente que
en Afganistán actual bajo los Talibanes.
Cuando en los 70s. fue derrocado el rey de Afganistán, su monarquía absoluta
y sus señores terratenientes, y reemplazado por un régimen pro-soviético que
comenzó un proceso de reformas sociales, en especial la distribución de la
tierra, la expansión de la educación, la liberalización de la situación de las
mujeres, Estados Unidos apoyó y armó, a través de Pakistán, la resistencia
contra ese régimen. Cuando Rusia invadió Afganistán para proteger al régimen
de Babrak Kamal, Estados Unidos organizó, a través de la CIA y del ISI
(Servicio Nacional de Inteligencia) de Pakistán, una operación para llevar a
Afganistán, entre 1982 y 1992, decenas de miles de musulmanes extremistas,
llamados talibanes o estudiantes religiosos, reclutados en diversos países, y
educados en Pakistán, para la guerra contra la Unión Soviética.
Los talibanes eran los estudiantes de las más de 2000 escuelas religiosas
(madrassas) que fueron organizadas en Pakistán, con la financiación de Arabia
Saudita, donde niños y adolescentes campesinos y pobres de varios países
musulmanes fueron educados en una versión retrógrada y primitiva del
islamismo, y en el odio a los Chiitas (rama del Islam opuesto a los Sunitas
que dominan Arabia Saudita y los Emiratos del área) y al laicismo o
"materialismo" de los rusos "soviéticos". Fueron formados de ese modo más de
200 mil talibanes. Pocos de ellos son afganos. Son provenientes de muchos
países musulmanes. Pero no sólo recibieron esa retrógrada educación
ideológica, sino que fueron entrenados militarmente y en técnicas terroristas
bajo la dirección de la CIA, y equipados con armamento proveniente de Estados
Unidos. Ussama Bin Laden, heredero de una de las más ricas familias de Arabia
Saudita, ingeniero de construcción, se dice que especializado en demolición de
edificios, y a quien EE.UU. sindica hoy como el principal sospechoso de
dirigir a los terroristas que atacaron Nueva York y Washington, es uno de los
principales jefes entrenados por la CIA en las perversas técnicas del
terrorismo, contra los rusos. Cría cuervos y...
En gran medida, ese trabajo sucio de Estados Unidos fue financiado con el
tráfico de drogas, provenientes del Triángulo Dorado (Tailandia, Birmania,
Laos) a lo largo del Creciente Dorado (Pakistán, Afganistán) y del tráfico de
armas. Y desde que los talibanes tomaron el poder, según el United Nations
Drug Control Program (UNDCP), Afganistán produjo 4,600 TN cúbicas de opio. El
doble que antes. No se podría decir, contra ese trasfondo, que la CIA y las
demás agencias de inteligencia local e internacional, fueran ajenas a tales
fuentes de financiamiento de esa "guerra santa" contra los rusos.
Cuando los talibanes se apoderaban de Afganistán, violando todos los derechos
humanos, Reagan los llamaba "luchadores por la libertad" y les proporcionó el
equipo militar necesario, que entre 1985 y 1987, llegaba a unas 65 mil
toneladas anuales. Y cuando finalmente los talibanes impusieron en el país
una dictadura teocrática ferozmente represiva, Estados Unidos nunca los
criticó, ni recogió las críticas contra sus continuas violaciones de los
derechos de las personas, sus execrables abusos contra las mujeres y contra
todo rastro de libertad de conciencia y de expresión. El empobrecimiento
material de la población afgana, después de más de 20 años de guerra
continuada, hasta hoy tampoco ha sido, por supuesto, una preocupación de
"occidente".
De idéntica manera, Estados Unidos sostuvo durante 16 años la feroz y
retrógrada dictadura de Jaffar Numeiry en Sudan. La reacción popular a la
destrucción del país llevó al poder, por breve tiempo, a un movimiento
democrático al que Estados Unidos ayudó a derrocar por un golpe militar que
reprimió a los nacionalistas democráticos. Finalmente se impuso la actual
dictadura de retrógrados militares islamistas integristas.
En rigor, pues, en el "Medio Oriente" los actuales rasgos no democráticos, el
dominio teocrático, las retrógradas relaciones de género, la extensión del
"fundamentalismo" religioso, hoy son, ante todo, el resultado del colonialismo
europeo y del imperialismo euro-estadounidense, de su alianza con los grupos e
intereses sociales más antidemocráticos y con los regímenes más autoritarios y
represivos, de su continuado terrorismo de estado contra los movimientos de
rebelión y del apoyo militar y político al terrorismo de estado en que se
apoya la ocupación colonial de territorio palestino, conquistado en la guerra
de 1967 y mantenido en contra de todos los acuerdos de las NN.UU. El
autoritarismo político, la imposición de relaciones sociales verticales entre
los géneros y los grupos sociales, con el fundamento y la justificación de
ideologías religiosas extremamente rígidas, han sido todo el tiempo
instrumentos y aliados del imperialismo euro-estadounidense, interesado ante
todo en el control de los ricos recursos petroleros del Golfo Pérsico. El
costo bajísimo del petróleo por el control de una mano de obra casi gratuita,
como en casi todo el mundo dominado, ha sido uno de los pilares de la
industrialización de "occidente".
La amnesia histórica de la "Guerra de las Civilizaciones"
No hay, pues, como dejar de ver que esa tesis se basa en una deliberada
amnesia histórica. Pide el olvido de las cruzadas, del colonialismo europeo,
genocida y feroz como el de los ibéricos en América Latina, como el de los
ingleses en la India o en Irlanda; el de los belgas en el Congo, Ruanda y
Burundi, el de Estados Unidos en Filipinas, la esclavitud y del genocidio de
millones de "negros". Requiere el olvido del vicioso y masivo terrorismo
francés en Argelia y del estadounidense en Viet-Nam; del apoyo de Estados
Unidos al genocidio de más de medio millón de gentes en Indonesia y a la
represiva, sangrienta y corrupta satrapía de Suharto y sus militares por más
de 30 años; del apoyo de Estados Unidos al genocidio racista y a la dictadura
en Guatemala; a la bestialidad de las torturas en Argentina, en Chile y Perú;
el olvido del asalto de Reagan a Granada, y de Bush (padre) a Panamá; de los
bombardeos de Irak, de Sudan, de Kosovo. Demanda el olvido del masivo
terrorismo israelita en la conquista de Palestina; del cotidiano abuso en la
ocupación colonial de territorios y habitantes palestinos desde 1967, con su
espeluznante círculo de desesperado terrorismo palestino y de represión
terrorista del estado de Israel; del apoyo de Estados Unidos a las masacres de
refugiados palestinos en Shabra y Shatila y en el Líbano; de la ferocidad del
colonialismo racista en África del Sur, con su secuela de apartheid en
Sudáfrica. Implica el olvido del imperialismo, en fin, de la "globalización"
dominada por el capital financiero en su versión más predatoria en toda la
historia del capitalismo y que, entre otras cosas, lleva al despojo de
recursos de sobrevivencia al 80% de la población mundial, sobre todo la que
puebla Asia, África, el Medio Oriente, América Latina.
Las tesis de la "guerra de las civilizaciones" no tienen, como puede ser
notado, mucho sustento histórico. Llevan, más bien, a escamotear la
experiencia colonialista e imperialista euro-norteamericana durante 500 años,
como una de las fuentes centrales de donde surte la hostilidad y la
resistencia de sus víctimas, incluso el odio hacia este "occidente cristiano",
al que ven, no sorprendentemente según todas sus experiencias, como el enemigo
real de los pueblos de todo el mundo. En lugar del colonialismo y del
imperialismo capitalistas, procuran instalar en el imaginario de la gente,
incluso de las víctimas, una entidad suficientemente vaga y equívoca como para
que pueda ser asociada a las necesidades concretas del Bloque Imperial Global
y de su Estado Hegemónico, Estados Unidos, en cada coyuntura específica.
La respuesta Bush al terrorismo: ¿La recolonización global del mundo?
Es, precisamente, por su vaguedad y su equivocidad que después de los trágicos
ataques terroristas en Nueva York y en Washington, aquellas tesis han emergido
como un poderoso instrumento ideológico blandido desde el gobierno y los
medios de comunicación masiva de Estados Unidos. En verdad, se han convertido
en las tesis virtualmente oficiales del Estado Hegemónico del Bloque Imperial
Global, para explicar esos hechos y para justificar sus propias decisiones
imperiales.
Sin esa perspectiva no se podría entender el sentido del discurso de Bush, ni
de la sistemática prédica de los publicistas del establishment "occidental y
cristiano". En efecto, en su discurso ante el Congreso de EE.UU., pocos días
después del otro fatídico 11 de Setiembre (el primero fue, como varios lo han
recordado, el del Golpe Militar de Pinochet, en 1973, en Chile), Bush ha
proclamado que esos son actos de guerra y no solamente contra EE.UU., sino
contra el conjunto de la civilización occidental y cristiana. Y que, en
consecuencia, todos los países integrantes de dicha civilización deben
responder juntos, bajo el comando de Estados Unidos, haciendo la guerra a ese
enemigo. Pero, puesto que no se sabe, hasta la fecha, quienes, además de los
atacantes suicidas, son responsables por esa guerra terrorista, la idea
implicada es que todos los demás países y pueblos son esa "otra civilización",
la del terrorismo, enemiga de la modernidad y de la democracia. De allí su
perentoria exigencia: "Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que
tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo". Y su
afirmación fundamentalista de que esta es una guerra entre el bien (ergo,
pues, la civilización occidental y cristiana) y el mal (todas las demás) "y
sabemos que Dios no es neutral". De allí también su reiterada calificación de
cruzada a esa guerra.
Ese es también el sentido de la caracterización que Bush atribuye a esta nueva
guerra. Según él, no sólo será la primera del siglo XXI, sino tendrá un
carácter nuevo, no entre estados como siempre habría sido antes, sino contra
un enemigo cuya ubicación concreta es desconocida, pero que se presume estar
entre los pueblos de las otras "civilizaciones". En ese sentido sería la
primera guerra global.
La primera parte de esa postura puede ser cierta, en el específico sentido de
una profecía autocumplida, en este caso por su principal profeta. La segunda
parte, es cierta sólo parcialmente y sobre todo en referencia a las guerras
inter-europeas o inter-imperialistas. En realidad, el proceso de colonización
del mundo fue una larga y continuada guerra global, literalmente, y es verdad
que sus principales antagonistas no fueron los estados, sino los pueblos "de
color".
Bush acaba de anunciar, además, que está iniciando una guerra "infinita", es
decir, muy prolongada y que sería llevada a cabo en muchas partes del mundo -
notablemente del mismo que antes fue colonizado - no contra los estados, sino
contra "terroristas" que nadie logra aún identificar, ni acusa, ni lleva a los
tribunales nacionales de cada país respectivo, ni a los tribunales inter-
nacionales. Esto es, la guerra se llevaría a cabo en esos países, no contra,
pero independientemente de sus respectivos estados. Para eso será utilizada
"cualquier arma de guerra que sea necesaria". Incluidas, por lo tanto, las
armas nucleares y las químicas.
La guerra "infinita" que Bush anuncia implica, por lo tanto, cuestiones
terriblemente serias: 1) el desconocimiento y el avasallamiento de la
jurisdicción legal de los estados sobre sus respectivos territorios y
poblaciones. O, en otros términos, de la "soberanía" de los estados. 2) en
ese caso, el control directo de tales territorios y poblaciones por Estados
Unidos, solo o con sus asociados y sus agentes locales, 3) si la voluntad de
Estados Unidos y de su Bloque Imperial, no es acatado, la amenaza de fuerza
incluye las armas nucleares y las químicas; 4) puesto que es una guerra entre
el bien y el mal y "dios no es neutral", la libertad de conciencia y de
creencia, la correlativa libertad de expresión y de organización, conquistas
mayores de la modernidad y de la democracia, están bajo inmediata amenaza.
Por donde se le perciba, la respuesta al feroz, pero sofisticado y moderno
terrorismo que se abatió sobre EE.UU., sería un terrorismo de Estado aún más
monstruoso, tecnológicamente más sofisticado, usando "todas las armas de
guerra", y amenazando abatirse sobre muchos pueblos del mundo durante un largo
período. Si esa trayectoria llegara a ser cumplida, la sombra que se cierne
sobre el mundo tiene todos los elementos de un proyecto de re-colonización del
mundo que no constituye el "centro" del actual patrón de poder. Es decir, de
las poblaciones en su abrumadora mayoría no "blancas". Bush parece, pues,
emerger como el heraldo de un nuevo período de colonización del mundo.
En ese caso, se trataría en efecto de una "guerra mundial de nuevo tipo". En
el período anterior de colonización, entre el fin del siglo XV y mediados del
XX, el control colonial del mundo fue dividido entre las "potencias" europeas,
principalmente, y secundaria y tardíamente con Japón. En el nuevo período que
se anuncia se trataría de una colonización global del mundo, es decir,
específicamente, bajo el control global del Bloque Imperial Global (los 8
"grandes"), articulado, si no exactamente unificado, bajo la dirección del
Estado Imperial Hegemónico, Estados Unidos.
El proceso llamado "globalización" ya ha llevado bastante lejos la
configuración de una suerte de gobierno mundial invisible, que opera por medio
de estados locales cuyos administradores han terminado consintiendo la pérdida
real de su capacidad jurisdiccional o "soberanía" (como es, por ejemplo, el
caso del Perú desde 1992) y busca continuamente someter a los demás. La
"guerra mundial de nuevo tipo" permitiría culminar ese ya avanzado proceso.
No se trata, no puede tratarse, sólo o exclusivamente del control de la
autoridad mundial, puesto que la dominación opera sobre todo como eje y punto
de partida del control y de la explotación del trabajo, de sus recursos de
producción y de sus productos. A ese respecto, por ejemplo Ana Esther Ceceña
(El Encanto de Afganistán, en América Latina en Movimiento 340, ALAI, Quito, 2
octubre 2001) ha reclamado atender a lo que implica la ocupación directa o
indirecta de un área tan estratégicamente ubicada en el corazón mismo del Asia
Central, como Afganistán.
La ocupación directa, más probablemente indirecta, de Afganistán, podría
proporcionar a Estados Unidos, sobre todo, pero a todo el Bloque Imperial
Global, el control de una región donde se ubica el 75% de las reservas
petroleras mundiales, grandes yacimientos de uranio, gas natural, y diversos
minerales de gran valor en el mercado mundial. Pero también algo
históricamente quizá más importante, el control del destino de todo el Medio
Oriente, de los territorios y poblaciones de las repúblicas ex-soviéticas, y,
de esa manera, maniobrar contra el desarrollo de China, Rusia e India,
potenciales rivales hegemónicos de Estados Unidos y del actual Bloque Imperial
Global.
En conjunto, si este derrotero trazado por Bush se lleva a cabo, como
probablemente ocurra, se abriría un período en el cual no sólo serán
aceleradas y profundizadas aún más las tendencias actuales del capitalismo, la
creciente reconcentración del control del trabajo y de la riqueza, sino en
particular el control de la autoridad pública mundial. Y en ese caso, la
hegemonía de Estados Unidos en el Bloque Imperial se haría más decisivo que
ahora, casi una verificación de las hoy controversiales tésis de Hart-Negri
(Michael Hart y Tony Negri: Empire, Harvard University Press, 2000). Y un
imperio global es, obviamente, una dictadura global.
Las perspectivas y las opciones
En el corto plazo, las perspectivas son todas sombrías. Para que no lo
fueran, habría que esperar que los dos fundamentalismos que ahora se enfrentan
se persuadieran o fueran persuadidos de sus fundamentales errores de
conocimiento. Pero es obvio que no es el conocimiento, sino el interés y el
poder lo que están en juego. Y este específico juego de la especie, nunca fue
practicado sino con violencia.
Lo más sombrío de todo es que ninguno de los contendientes puede realmente
lograr su objetivo formal y sólo conseguirán empeorar las condiciones ya muy
difíciles de existencia que la mayoría de la población mundial confronta cada
día. Estados Unidos y Bush no podrían eliminar, por medio de su "guerra
infinita" y "global", las raíces del otro terrorismo. El terrorismo de estado
produce siempre, inevitablemente, más tarde o más temprano, reacciones
terroristas de las víctimas. Y ni Bush ni sus aliados, van a cambiar
radicalmente el curso de su política, ni sacrificar los intereses que
representan y que defienden, como sería necesario para que el terrorismo
internacional contra los países imperiales fuera erradicado. Y, de su lado,
los terroristas como los que descargaron su furiosa tecnología contra las
Torres Gemelas y el Pentágono, tampoco conseguirían forzar a los poderes
imperiales por esos medios. Lo que han conseguido es que a las víctimas de
Nueva York y de Washington se sumarán, quizá, los cientos de miles entre las
poblaciones de las otras "civilizaciones" que serán aplastados y victimizados
bajo el terrorismo de estado que Bush comienza a desencadenar. Las víctimas
son siempre los pueblos y los más dominados y pobres entre ellos, como en cada
una de las ocasiones recientes en que se descargó el terrorismo de estado, en
Irak, en Sudan, en Kosovo, en Chechenia. Lo que asoma en el horizonte parece
ser una período de conflictos sangrientos en muchas partes del mundo, y de
sufrimientos aún mayores que los de hoy para los pueblos de las regiones
empobrecidas y dominadas.
No es que no hayan opciones más "civilizadas". Los Estados Unidos y el
conjunto del Bloque Imperial Global, tienen en sus manos el control de muy
poderosos instrumentos para cambiar el curso de esta avalancha: la reducción o
condonación de la deuda externa, la distribución mundial del control de
recursos de producción, de productos, de ingresos, de acceso a bienes, al
control de la identidad, de la autoridad pública. O la inversión en la
investigación y control de la contaminación del planeta, de las enfermedades,
por lo menos de las que son absolutamente mortales, como el SIDA, o los virus
como el Ebola, etc. Pero los imperativos del capitalismo son más poderosos.
Y los poderosos nunca han hecho nada en favor de los dominados, en ningún
lugar, en ningún momento de la historia, si no son forzados a ello. El
terrorismo, sin excepción conocida, nunca sirvió para eso.
La movilización mundial para forzar a los dominadores a modificar el curso de
esas tendencias, ya ha comenzado. Pero es aún muy dispersa, aunque muy
activa, y no tiene aún la claridad básica acerca de sus objetivos específicos,
como para convertirse en el corto plazo en una fuerza organizada real, con
capacidad para condicionar, hoy, las acciones de los dominantes. Y las
confusiones y las decepciones han sido muchas y muy fuertes. No será corto el
tiempo en que podamos dejar atrás las marcas de la derrota más profunda y más
global de la historia de nuestras luchas.
Empero, todo eso hace, en cambio, razonablemente claras las finalidades y el
curso de las acciones inmediatas contra los dos terrorismos, porque son los
mismos que contra la dominación y la explotación. Aquí, quiero apuntar
solamente a las dos que me parecen las decisivas:
1) La ofensiva del terrorismo de estado no sólo va a dirigirse militar,
financiera y políticamemte contra los pueblos acusados, con o sin razón, de
ser responsables. Por medio de una campaña insistente de sus medios masivos
de comunicación, ya ha comenzado a socavar el camino recorrido por la crítica
de la racionalidad eurocéntrica y uno de los instrumentos de esa ofensiva
será, con toda seguridad, el control de la subjetividad, del imaginario y del
conocimiento. Este es un terreno central de la batalla que ha comenzado. El
desarrollo de la crítica del eurocentrismo, el apoyo al desarrollo del nuevo
imaginario anticapitalista, la sistematización de una nueva racionalidad no
eurocéntrica, para que el poder y sus fundamentos puedan ser des-ocultados a
los ojos de sus víctimas y de sus aliados, son ahora una finalidad y una tarea
más imperiosas y más urgentes que antes.
El horizonte y el eje de este nuevo recorrido ya no son inexistentes, ni
invisibles. Hay, sin duda alguna, un nuevo imaginario anticapitalista cuyo
núcleo es la idea de que la democracia es la condición de la revolución de la
sociedad, el eje de la trayectoria de producción democrática de otra sociedad.
No su resultado, sino la condición misma de toda alternativa que lleve a la
desintegración del poder. Por lo tanto, el estado se plantea como una de las
arenas de la lucha inmediata de los trabajadores, pero ya no más como su punto
de llegada, mucho menos como eje de control del proceso de producción de una
sociedad libre.
2) También está activo un nuevo imaginario y nuevas prácticas de organización
y de lucha contra este poder. Su rasgo específico es el rechazo a toda forma
de verticalización y burocratización de los movimientos y de las
organizaciones y a toda forma de centralización llamada orgánica, jerarquizada
y burocratizada. Se plantea, por eso, como desarrollo de formas de
coordinación, de intercomunicación, de articulación y movilización conjunta de
núcleos, grupos, colectivos, redes, de todas las gentes víctimas y enemigas
del patrón de poder actual. No se trata de una preferencia, sino de una
práctica en pleno crecimiento por todas partes. El Foro Social Mundial de
Porto Alegre fue uno de sus momentos más eficaces de manifestación mundial de
esas nuevas prácticas y tendencias de articulación y de coordinación de
diversos y heterogéneos movimientos. Y es su desarrollo lo que abre el camino
al control parcial o total de ámbitos concretos de la existencia social, donde
el intercambio de fuerza de trabajo y de trabajo sin pasar por el mercado, la
formación de núcleos de autoridad comunal o tendida hacia ella, ya son
instrumentos indispensables de sobrevivencia. Su desarrollo consciente es la
otra cara de las finalidades y tareas inscritas en el horizonte nuevo que está
en plena constitución.
Más allá de esas trayectorias, todas las acciones colectivas, locales y
globales que expresen el rechazo a los dos terrorismos, del de los estados y
el de sus víctimas, son indispensables. Pero serían posiblemente más
eficaces, incluso en el corto plazo, sin son ya parte de la lucha contra el
poder del capitalismo, en todas partes.
https://www.alainet.org/es/articulo/105357
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