El petróleo

14/11/2001
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Un país devastado por 20 años de guerra, sin recursos, Afganistán tiene la desdicha de estar en el cruce de dos mundos: la zona de influencia rusa y los intereses de las potencias occidentales. A su destino trágico une el hambre de su pueblo, junto a la posibilidad de ser, además, objeto de la ambición de las grandes trasnacionales petroleras. En los subsecuentes reportajes, corresponsales y enviados de Proceso presentan una dramática radiografía del país que, según todo indica, será objeto de la venganza de Estados Unidos. París.- "Dos elementos me llevaron a estudiar profundamente el tema de Afganistán: la extrema complejidad de la situación de ese país que se encuentra en pleno corazón de Asia Central y la estrategia de las compañías petroleras en esa región", explica François Lafargue, catedrático de la muy selecta Ecole Centrale de París y de la Facultad de Derecho de Saint Quentin en Yvelines, Lafargue creó y dirige la revista geopolítica Cyrene, que dedicó su edición de marzo de 1999 a Afganistán, y que pasó totalmente inadvertida en ese momento. Después de los atentados en Nueva York y Washington el 11 de septiembre, Afganistán volvió a ocupar las primeras planas de toda la prensa. La revista se agotó y Lafargue tuvo que reeditarla. El académico fue, además, literalmente asediado por los medios de comunicación, ya que en Francia escasean expertos en temas afganos. En ese ensayo de un centenar de páginas, el investigador relata en forma detallada la tormentosa historia de ese país devastado por 20 años de violencia, con escasos recursos, que tiene la desdicha de encontrarse justo en el cruce entre dos mundos: primero entre el imperio ruso y el británico; luego entre la URSS y el bloque Occidental, y ahora en una zona de influencia que se disputan la Federación de Rusia y Estados Unidos. "Por si eso fuera poco, Asia Central se está convirtiendo en El Dorado petrolero. No se necesitaba ser profeta para advertir que tarde o temprano algo grave podía ocurrir en ese país", dice Lafargue. Explica con una frialdad casi científica el "pragmatismo" de las compañías petroleras: "Para ellas todo se vale con tal de implantarse en una zona y apoderarse de pozos y mercados. Ya no es un secreto para nadie que en África las grandes trasnacionales petroleras contratan a mercenarios para abrirse paso y afianzar su supremacía. En el mundo actual uno asiste a la privatización de la política exterior de los Estados. Las grandes empresas tienen su propia política exterior, ejercen una gran influencia sobre los gobiernos y modifican el curso de la historia. En ese sentido, lo que sucedió en Afganistán, donde la empresa petrolera norteamericana Unocal jugó un papel preponderante hasta marzo de 1998, es bastante revelador. Pero antes de Unocal intervino la empresa argentina Bridas. —¿Una empresa argentina? —Por supuesto. Relata que todo empezó en 1991 con la desaparición de la URSS, la independencia de las cinco repúblicas soviéticas de Asia Central — Kazakstán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán— y el deseo de la mayoría de ellas de distanciarse de Moscú. El más decidido era Turkmenistán, cuyo presidente, Saparmurad Niazov, buscaba la manera de exportar sus inmensas riquezas de gas y petróleo sin pasar por Rusia. La construcción de gasoductos y oleoductos en Irán fue vetada por Washington. Surgió entonces la idea de atravesar Afganistán. A finales de 1994, los talibanes irrumpieron en el escenario político afgano, que acabaron por dominar casi por completo en 1998. "A finales de 1994 y principios de 1995 —cuenta Lafargue—, la empresa argentina Bridas empezó a aparecer en el panorama. Contactó al presidente Niazov y negoció con él un jugoso contrato para la futura explotación y exportación del gas de Turkmenistán. Eso puso bastante nerviosa a la empresa petrolera norteamericana Unocal, también muy interesada en ese mercado." Las poderosas compañías —¿Cómo Bridas y Unocal pudieron adelantarse a las grandes compañías, como Amocco o British Petroleum, miembros del consorcio Azerbaiyán International Operating Company que se propone explotar las reservas petroleras submarinas azerbaiyanas? —Las pequeñas compañías deben multiplicar los riesgos. Les toca ir a donde las grandes compañías no se atreven a invertir para abrirse paso en el mundo muy cerrado y muy codiciado del petróleo. Fue el cálculo de Bridas y luego el de Unocal. La nacionalidad de Bridas la ayudó en un primer momento. Argentina no es ni amigo ni enemigo de nadie en esa tensa región. Inspiró confianza a Niazov y a los talibanes, a quienes Bridas empezó a hablar de la posibilidad de construir un gasoducto en Afganistán. Pero Unocal entró en la batalla durante del segundo semestre de 1995 y paró en seco a los argentinos. —¿Qué hizo? —Como bien lo sabe usted, el sistema político y legislativo estadunidense es bastante especial. Las grandes empresas, que intervienen activamente en la política exterior estadunidense y financian en gran parte las campañas presidenciales, tienen la posibilidad de contratar a antiguos altos funcionarios para defender sus intereses. Es lo que hizo Unocal, que no vaciló en contratar a Henry Kissinger, a quien ya no es necesario presentar; a Alexander Haig, exjefe de la OTAN, efímero secretario de Estado que se dedica a los negocios desde 1981 y conoce muy bien al presidente Niazov; a John Maresca, exrepresentante de Estados Unidos ante la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), quien tuvo a su cargo el explosivo asunto del Alto Karabaj —región que se disputan Armenia y Azerbaiyán— y es también experto en la problemática de Asia Central; y finalmente a Robert Oakley, exembajador norteamericano en Pakistán, quien fue el enlace con la resistencia afgana contra la invasión soviética y Wash —Unocal sacó su artillería pesada... —Así es. No resistió Bridas. Niazov entendió todo el provecho que podía sacar de una empresa que tenía a tan poderosos padrinos, sobre todo para obtener el financiamiento de grandes instituciones internacionales, como el Banco Mundial. En marzo de 1998, cuando Osama Bin Laden estaba ya en la mira de Washington y sólo cinco meses antes de los atentados contra las embajadas estadunidenses en África — atribuidos al mismo Bin Laden—, John Maresca se presentó ante el Congreso. Participó en una sesión de discusión sobre las fuentes de energía con la que podía contar Estados Unidos. Maresca defendió el proyecto de Unocal y abogó con convicción a favor del reconocimiento del régimen de talibán. Tengo grabado ese debate. Es bastante aleccionador... Sin ese reconocimiento oficial estadunidense, Unocal no lograba convencer a los inversionistas asustados por un país que sólo tenía relaciones diplomáticas con Pakistán, los Emiratos Árabes y Arabia Saudita. —En agosto de 1998 fueron los atentado en Kenia y Nairobi... —Sí, y el 22 de octubre Unocal se retiró. —Tenía entendido que la empresa petrolera saudita Delta Oil estaba involucrada también en ese proyecto. —Es cierto. Unocal había incluido, además de Delta Oil, a la empresa rusa Lukoil y a Uzbekistán en su proyecto financiero. —¿Por qué los rusos? —Se les propuso una participación de 1% para neutralizarlos. De no haberlo hecho, los rusos hubieran emprendido todo para hacer fracasar el proyecto: apoyo a grupos hostiles y competidores, sabotajes... Por cierto, Unocal tuvo muchos problemas para hacer aceptar a los talibanes la participación de Lukoil. Los afganos argumentaban que no habían sacado a los rusos del país después de una guerra sangrienta de 10 años para luego dejarlos explotar su patrimonio... Las discusiones fueron tensas. En realidad fueron los exfuncionarios norteamericanos contratados por Unocal quienes lograron convencer a los talibanes... —¿Después del retiro de Unocal se acabó todo? —Por supuesto que no. Unocal quiso deshacerse de su participación y volvió a aparecer Bridas, que propuso adquirirla. —¿Pero de dónde saca esa empresa argentina tantos fondos para lanzarse a semejante aventura? —Entre 1999 y 2000 se aclaró ese misterio: Bridas crea con BP Amocco una filial común, la empresa Panamerican, cuyas actividades rebasan las fronteras argentinas y se extienden al resto de Sudamérica. Pienso que en 1994 Bridas podía tener ciertos lazos con BP Amocco cuando intervino en Turkmenistán. Por lo menos las grandes compañías petroleras, que no querían correr demasiados riesgos financieros y buscaban preservar su imagen, observaron su hazaña y analizaron la fiabilidad del proyecto. Pensaron: si funciona, intervenimos y compramos participación; si no funciona, pues no nos embarramos. Conscientemente o no, Bridas actuó como un submarino para grandes trasnacionales muy conocidas. Hoy en día todo está congelado, pero nada se canceló. El infierno afgano —Mientras estamos haciendo esta entrevista, los ejércitos estadunidense y británico están cercando a Afganistán y se prevé una intervención militar en ese país. Los expertos se muestran bastante escépticos en cuanto a los resultados, cualquiera que sea la forma que tome esa intervención. ¿Comparte usted ese escepticismo? —Obviamente. Pero creo que es importante preguntarse cuáles son las metas declaradas y no declaradas de Washington en ese asunto. ¿Capturar a Bin Laden? Hay que hablar claro. Lo que le interesa al presidente Bush no es Bin Laden vivo. ¿Qué haría con Bin Laden preso en Estados Unidos? Eso desencadenaría chantajes aterradores de quienes buscarían su liberación... Bush lo quiere muerto. Esa intervención militar tiene como objetivo eliminarlo físicamente. Además, Bin Laden, quien lleva 20 años involucrado en una forma u otra en Afganistán, sabe demasiado sobre demasiada gente. —El problema con el que tropieza Washington es cómo eliminarlo. —Por supuesto. Es probable que Bin Laden y su guardia pretoriana, integrada por 500 o mil combatientes árabes dispuestos a dar su vida para proteger a su líder, se hayan refugiado en escondites excavados en las altísimas montañas afganas. Los satélites no pueden detectar esos escondites. No es seguro que los servicios de inteligencia pakistaníes los conozcan todos. Además, no se sabe si estos servicios entregarán realmente a los estadunidenses toda la información que tienen. Los talibanes fueron creados por los pakistaníes y su régimen sobrevivió esencialmente gracias al apoyo que le dio Pakistán. El papel de Pakistán es clave en esta historia. "Ahora bien, supongamos que se haya ubicado a Bin Laden y a sus hombres en una de las numerosas zonas montañosas del país. Las montañas rocallosas de Afganistán son inexpugnables, los valles son estrechos y encastrados. Los británicos lo saben muy bien: su ejército fue derrotado en Afganistán en 1842 y perdió a 4 mil 500 soldados que fueron literalmente masacrados. Los soviéticos enviaron a 150 mil soldados a Afganistán, perdieron 15 mil y 35 mil resultaron heridos y mutilados. "Bombardear esas montañas con misiles, no sirve para nada. Enviar a comandos de élite británicos y estadunidenses es arriesgado. Habría que transportarlos en helicópteros en áreas a menudo nubladas, donde la visibilidad es reducida. Estamos en víspera del invierno y en estas regiones inhóspitas la temperatura es de 40 grados bajo cero..." François Lafargue saca una ejemplar de la revista Cyrene dedicado al Tíbet, cuya topografía se parece a la de Afganistán, y precisa: "Los chinos entendieron muy bien el provecho que podían sacar de las altas montañas tibetanas hundidas en las nubes, cuyas entrañas no pueden ser detectadas por los satélites: fue allí donde guardaron parte de su arsenal nuclear". Vuelve al tema de Bin Laden: "Bin Laden y sus hombres conocen la topografía de Afganistán. Los comandos de élite estadunidenses y británicos, no." —Los combatientes afganos de la Coalición del Norte, que llevan años luchando contra los talibanes, la conocen muy bien también. Washington y Europa Occidental, que no los tomaron en cuenta hasta el 11 de septiembre, ahora los cortejan. ¿No cree que podrían ser útiles a los comandos de élite? —Quizás. Pero no se sabe hasta dónde están dispuestos a colaborar con Estados Unidos. La Coalición del Norte está integrada por musulmanes convencidos que combatieron contra la Unión Soviética y distan de ser prooccidentales. Su idea es aliarse con Occidente para tomar el poder en Afganistán, no para convertirse en "tontos útiles". Quizás en su búsqueda de Bin Laden la única puerta de salida para los estadunidenses sería que algún clan afgano lo elimine. Pero ésa es una mera extrapolación. —Usted sugirió que Washington perseguía varias metas en su cruzada contra Bin Laden... —La segunda es golpear a Afganistán. Ese objetivo es la simple aplicación de la doctrina estadunidense definida en 1990 y que consiste en castigar a los Rogue States (Estados canallas). Es el término usado para designar a los Estados que pretenden obtener armas nucleares, químicas, bacteriológicas o que utilizan el terrorismo. Conforme a esa doctrina, Estados Unidos desató la Guerra del Golfo contra Irak en 1990; en 1994 casi le tocó el turno a Corea del Norte; en 1998 se golpeó a Sudan y a Afganistán. Cabe recordar también los bombardeos contra Libia en 1986, que fueron las premisas de esa política. —¿Y cuáles serían las metas no declaradas de Washington? —Tener presencia en una forma u otra en Afganistán. Allí también tenemos la aplicación de la doctrina de containment, elaborada durante la Guerra Fría para limitar al máximo el avance y la influencia de los soviéticos. Esa doctrina sigue vigente. Basta ver lo que pasó en los últimos años: la integración de la República Checa, de Hungría y de Polonia a la OTAN en 1999 para cercar a los rusos en Europa Occidental, los acuerdos de cooperación militar firmados con Uzbekistán, que ahora acoge a aviones estadunidenses y que se muestra dispuesto a abrir sus bases militares a las Fuerzas Armadas norteamericanas. Uzbekistán es capital para la estrategia de Washington en Asia Central, es un país clave para contrarrestar la influencia rusa en esa región tan importante. Tener a un gobierno aliado en Afganistán fortalecería la posición estadunidense. —De ahí todos los esfuerzos de Washington y Londres para tratar de juntar a las distintas etnias de Afganistán en una coalición que encabezaría el rey de ese país, Muhamad Zaher, exiliado en Roma desde 1973. —Francamente, la reaparición en el escenario político afgano de ese rey de 86 años, que vivía tranquilamente en Italia, me deja bastante escéptico. Cuando su cuñado, uno de sus primos y su primer ministro lo sacaron del trono, después de un reinado de 40 años, no hubo mayor emoción en Afganistán. En los años noventa, después de la derrota soviética, emisarios afganos le pidieron volver a Afganistán. Insistieron en varias oportunidades. Nunca aceptó. Hoy está bajo presión, quizá sus familiares o su hijo buscan manejarlo... Fue contactado también por el representante de las Naciones Unidas para Afganistán... "De todos modos, antes de poder instalar en Afganistán a un gobierno de unión nacional habrá que derrotar a los talibanes, y nadie, hoy en día —incluido Bush—, puede predecir el futuro de ese caótico país, explosivo, uno de los más pobres del mundo, agobiado por dos décadas de conflictos terribles y en el que se desatan rivalidades regionales e internacionales."
https://www.alainet.org/es/articulo/105399

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