Soberanía nacional y jerarquía del sistema productivo
14/11/2001
- Opinión
El dilema
Las negociaciones para establecer el Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA) constituyen un acontecimiento mayor para América Latina. Lo que está en
juego es nada menos que la independencia política y la estructura económica de
nuestros países. Nos enfrentamos a la opción de ser naciones soberanas, con un
sistema productivo jerarquizado; o, por el contrario, ser dependientes en lo
político y proveedores internacionales de productos con poco valor agregado.
En el plano político, la opción es clara. Por una parte la declinación de la
soberanía con la adscripción al ALCA; y por la otra su afirmación con la
pertenencia a los sistemas de integración de América Latina y el Caribe (Aladi/
Mercosur/ Comunidad Andina de Naciones/ Mercado Común Centroamericano/ Caricom/
Asociación de Estados del Caribe).
Como en todo sistema colonial, la subordinación se basa en dos procesos
paralelos y complementarios: el ejercicio del poder político y la configuración
de un poder económico, controlados ambos por la metrópoli. Las élites que se
encargan de esas tareas forman un solo conglomerado, que en las economías
subdesarrolladas es comandado por los socios extranjeros.
En los procesos de integración se mezclan, en diferentes medidas, la política y
los negocios. En el caso de la integración latinoamericana han predominado los
aspectos comerciales y se han relegado los políticos. No existen organismos de
integración con potestades y recursos que permitan la ejecución de políticas
fuertes. Uno de los ejes de la política que reemplace al neoliberalismo será el
que privilegie la integración latinoamericana, que además del aspecto comercial
incluya los proyectos de infraestructura regional, los emprendimientos
conjuntos, la institucionalización de la integración y la generación de
soberanía supranacional. Este esquema es contradictorio con el proyecto del
ALCA. Aquí los caminos se bifurcan y la suerte de América Latina se decide en
gran parte con la entrada o el rechazo al ALCA.
La jerarquía del sistema productivo
Uno de los rasgos del desarrollo económico es la jerarquía de su sistema
productivo. No es lo mismo un país que vive de su mano de obra barata y de la
venta de sus materias primas, que otro con altos niveles de productividad, con
un fuerte mercado interno, que exporte más valor agregado que materias primas y
tenga equidad en la distribución de la propiedad y del ingreso. Para llegar a
este objetivo, además de los requisitos políticos indispensables, se debe
consolidar un mercado nacional y regional amplio y una capacidad de oferta
diversificada; implica la provisión nacional y regional de insumos y servicios
necesarios para la producción.
Sabemos que los países latinoamericanos están lejos de esta situación. Se
acercaron algo con el proceso de sustitución de importaciones; pero en general
se alejaron con el neoliberalismo vigente desde mediados de los años 1970.
Ahora, esta perspectiva quedaría cerrada, quién sabe por cuantos años, con la
implantación del ALCA.
Los hechos son simples: los países latinoamericanos por una parte sólo pueden
exportar manufacturas a otros países de la región; y por la otra sus industrias
no resisten el arancel cero con las manufacturas de Estados Unidos. Para
nuestras industrias no habrá ni mercado interno ni externo; simplemente
desaparecerán.
Las consecuencias políticas del debilitamiento extremo del sector industrial
serán devastadoras: desaparecerá el empresariado industrial -privado y público-
y se extinguirán los sindicatos de obreros industriales. La economía quedará en
manos de los sectores rentístico-financiero, agrario y minero, con fuerte
influencia extranjera, los que a poco andar gerenciarán también la política. La
excepción será México, cuya cercanía a Estados Unidos permite a los capitales
estadounidenses aprovechar la mano de obra barata, y ofrece a los empresarios
extranjeros un trampolín hacia Estados Unidos.
El ALCA significa el fin de la industria latinoamericana. En otras palabras,
condena a la región a subordinarse a Estados Unidos en el viejo esquema
productivo colonial: productores de manufacturas por un lado y de materias
primas por el otro.
Las cifras confirman este diagnóstico. Por el lado de las exportaciones
sudamericanas, el 55,4% de las manufacturas "nuevas" de origen industrial (las
de mayor complejidad tecnológica, como bienes de capital, material de transporte
y productos farmacéuticos) se exportan a la misma Sudamérica, el 20,6% a Estados
Unidos y el 11,6% a la Unión Europea.
El 75% de las exportaciones a Estados Unidos consisten en materias primas,
manufacturas de origen agropecuario e insumos básicos; ese porcentaje se eleva
al 85% en el caso de la Unión Europea. Con respecto a las importaciones desde
Estados Unidos, el 67% son manufacturas; ese porcentaje es del 72% para la Unión
Europea.
Queda demostrado lo obvio: nuestros intercambios con los países centrales se
realizan entre sectores económicos (por ejemplo, Sudamérica exporta productos
primarios e importa manufacturas), mientras que entre los países de nuestra
región el comercio es entre ramas de los mismos sectores. Argentina vende
oleaginosas, carne y cereales a Europa, y Venezuela petróleo a Estados Unidos;
desde los países desarrollados, ambos importan manufacturas. Pero Argentina y
Brasil, por ejemplo, tienen un comercio recíproco de autopartes y vehículos
terminados, que les permite desarrollar una capacidad de exportación hacia fuera
del propio Mercosur. Es otra situación en términos de valor agregado y de
manejo de tecnología.
El problema no son sólo las exportaciones sino también las importaciones: con el
arancel cero del ALCA, las manufacturas estadounidenses barrerán del mercado
sudamericano a los productos nacionales. Se terminarán así nuestras veleidades
industrializadoras y volveremos al redil de los productores de materias primas y
mano de obra barata, a excepción de las actividades que las empresas
transnacionales consideren que cuesta menos desarrollarlas en América Latina.
Creo que este es un tema fundamental y deberá ser materia de discusión entre los
países latinoamericanos y caribeños.
Ahora se replantea el problema, ya que puede existir una diferencia de intereses
según el grado de industrialización al que haya llegado cada país. Para los
menos industrializados, es importante que sus exportaciones con poco valor
agregado entren en el mercado de Estados Unidos. Pero también está el interés
legítimo de los países más desarrollados de la región, para los cuales pasa a
primer plano el desarrollo de su industria, cuya expansión está vinculada al
mercado regional y que no aguanta el arancel cero con Estados Unidos. Aquí
surge otra faceta del "intercambio desigual". Estados Unidos pretende el pleno
acceso a los mercados grandes de la región, a cambio de dejar entrar algunas
materias primas provenientes de países chicos. Brillante negocio el
intercambiar los mercados de Brasil y Argentina -previa eliminación de su
industria- por alguna maquila centroamericana o del Caribe. Se parece a
aquellos tratados que firmaba Gran Bretaña en el siglo XIX, por los cuales la
flota inglesa podía navegar libremente los ríos sudamericanos y la flota de
nuestros países podía hacer lo mismo en los ríos británicos. Lástima que no
teníamos barcos.
En síntesis: para los países latinoamericanos con una cierta industrialización,
el ALCA significará la degradación de su sistema productivo. A su vez, a los
países chicos, les clausurará la posibilidad industrial. Sin embargo no es un
mal necesario. El acceso al mercado de los países desarrollados puede lograrse
por otros medios; recuérdese el ejemplo del sistema generalizado de preferencias
no recíprocas de las Naciones Unidas y la posibilidad de acuerdos no sólo con
Estados Unidos sino con otras áreas, tales como la Unión Europea, China, India y
Rusia.
La negociación
En toda negociación importa qué se discute y el poder de negociación de cada
parte. Veamos qué ocurre con el ALCA.
La agenda estadounidense es elemental y lógica en la defensa de su interés
nacional. Primero propone la eliminación de las restricciones comerciales
(arancelarias y no arancelarias), para que sus productos tengan libre entrada en
América Latina. El segundo punto es el acceso sin restricciones a las
licitaciones y contratos de abastecimiento del sector público. El tercer
requerimiento se refiere al control de la propiedad intelectual; un ejemplo
típico de este punto es la presión constante del gobierno de Estados Unidos para
que se otorgue exclusividad a las patentes de sus empresas, lo cual es
importante sobre todo en la industria farmacéutica.(1) Otra reivindicación es la
remoción de cualquier restricción a la entrada de sus empresas al sector de
servicios (en especial los financieros).
Este es el tratamiento que propone Estados Unidos; pero su conducta al respecto
no se ajusta a su posición teórica y contradice lo que solicita a los demás.
Primero, restringe la transferencia de tecnologías de punta y sólo transfiere la
que le interesa desde el punto de vista comercial. Segundo, protege su
agricultura (los subsidios agrícolas pasaron de 9.300 millones en 1990 a 32.000
millones en 2000)(2). Tercero, tiene un entramado de restricciones y cuotas que
contradice el libre comercio.
Nuestros intereses son muy diferentes. Consisten en la protección y ampliación
de los mercados nacionales y regionales latinoamericanos; en el impulso del
proceso de industrialización; en la difusión de las tecnologías de punta; en la
supresión de los subsidios agrícolas de Estados Unidos; en el acceso al mercado
estadounidense.
La conciliación de ambos intereses es imposible. De ahí nuestra oposición al
ALCA.
Examinemos las negociaciones del ALCA. La primera observación se refiere a la
ignorancia en que se mantiene a la opinión pública de los países. Los términos
de la discusión se han conservado en el mayor secreto. Ni la prensa ni las
páginas web concernidas van más allá de generalizaciones difusas (no plantean
las alternativas concretas) y de estadísticas antiguas (no de proyecciones en
diferentes escenarios).
En cuanto a la negociación en sí misma, América Latina ya está acostumbrada a
que gane el más fuerte, que es Estados Unidos. Tal es la experiencia histórica.
Sin embargo, el caso del ALCA es atípico. Estados Unidos podrá ejercer toda su
influencia y alinear a su lado a casi todos los países de la región; pero si
Brasil y Venezuela no entran, no hay ALCA porque entre los dos totalizan el 42%
del producto interno bruto de América Latina; y si se suma la Argentina, se
llega al 56%(3). ¿Qué área de libre comercio puede hacerse con el resto de los
países, que sólo alcanzan a alrededor de la mitad del producto regional? De tal
modo, Brasil y Venezuela tienen un poder implícito de veto.
La política
Todo proyecto de integración regional comprende una dimensión política, que fija
los alcances, objetivos y límites de la integración regional, así como se basa
en una fuerte dimensión económica, donde encontramos la coordinación de
políticas, la esfera industrial y los flujos comerciales y financieros. Esta
faz económica es la dimensión operativa del proyecto político.
La disyuntiva actual es si América Latina y el Caribe van a fortalecer su propia
integración o se disolverán en el ALCA. Si tendrán capacidad política y poder
de decisión o si se limitarán a seguir el camino marcado por Estados Unidos.
En las actuales circunstancias y en esta etapa de las tratativas del ALCA, es
indispensable la ampliación y consolidación del proceso de integración
latinoamericano y del Caribe. Es la mejor forma de crear poder para encarar las
negociaciones.
En primer lugar es necesario que se fortalezcan los esquemas de integración
subregional y que exista un proceso de convergencia entre ellos. Si América
Latina y el Caribe hablan con una sola voz, serán más escuchados.
En segundo término, deberán ampliarse las políticas comunes. Existe un extenso
campo de acción, en todos los ámbitos. No sólo incluye el plano comercial, sino
también los posibles acuerdos sobre infraestructura, industria, comunicaciones,
tecnología, cultura, educación.
Si se constituye en el plano internacional un grupo latinoamericano y del Caribe
coherente, la región adquirirá un poder de negociación del que ahora carece.
Realizará un acto de afirmación de la soberanía nacional a través de la creación
de un grupo estatal multinacional, que se ubica en la línea del Congreso de
Panamá convocado por Bolívar en 1826; y se alejará de la órbita diseñada por la
Primer Conferencia de la Unión Panamericana en 1889, que se mantiene hasta hoy.
En esta disyuntiva se juegan la soberanía nacional y la jerarquía del sistema
productivo de América Latina y el Caribe.
NOTAS
1 Este principio se les exige a los demás países, pero se procura evadir
cuando
afecta al interés de Estados Unidos, como en el caso reciente de los
antibióticos para el ántrax.
2 Véase Marcos Sawaya Jank, "EUA amplía subsidio a agricultura", en Gazeta Mercantil, Rio de Janeiro, 5 de marzo de 2001.
3 Las participaciones en el PIB regional están calculadas sobre la base de dólares constantes de 1995. Fuente: CEPAL, División de Estadísticas y Proyecciones Económicas.
2 Véase Marcos Sawaya Jank, "EUA amplía subsidio a agricultura", en Gazeta Mercantil, Rio de Janeiro, 5 de marzo de 2001.
3 Las participaciones en el PIB regional están calculadas sobre la base de dólares constantes de 1995. Fuente: CEPAL, División de Estadísticas y Proyecciones Económicas.
https://www.alainet.org/es/articulo/105548?language=es
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