Afganistán y el proceso de mundialización económica
20/11/2001
- Opinión
Cuando el humo de la campaña militar estadounidense contra Afganistán
se haya despejado, los historiadores tendrán muy difícil separar los
objetivos de esa campaña de los intereses estratégicos de las élites
globalizantes del Norte, entre los cuales destacan:
1. La expansión de oleoductos "políticamente seguros" a través de
territorio afgano para transportar los enormes recursos energéticos del
Mar Caspio hacia puertos "políticamente seguros" del Golfo árabe,
ocupado por EEUU. Las reservas de petróleo crudo en el Caspio se
estiman en 200 mil millones de barriles, frente a los 258 mil millones
de barriles estimados para Arabia Saudí; todo ello, sin mencionar las
reservas de gas natural.
2. El establecimiento de una base estratégica en esta área rodeada por
China, las repúblicas ex-soviéticas de Asia Central, Irán, y Pakistán.
El establecimiento de esta base en Afganistán permitiría [a EEUU]
asentarse en el corazón de una coalición económica que parece destinada
a convertirse en un gran poder mundial.
La Organización de Shanghai para la Cooperación Económica, establecida
en junio del 2000, incluía inicialmente a China, Rusia, y cuatro
repúblicas de la antigua Unión Soviética. Uzbekistán se unió a la
organización en el 2001, mientras que Irán está en el proceso de unirse
a la misma.
Añádase a lo anterior el Tratado Estratégico de Amistad firmado entre
China y Rusia, que estipula una serie de medidas de cooperación durante
los próximos veinte años en las áreas de transporte, energía, comercio,
tecnología, y armamento.
Otro añadido más: la Unión del Transporte Euro-Asiática establecida por
la India, Rusia e Irán el 15 de mayo del 2000 que permitiría abrir un
corredor comercial que permitiría acortar en una tercera parte el
tiempo que se tarda en transportar bienes comerciales de Europa hasta
Asia.
En otras palabras, nos encontramos con que un gigantesco proyecto que
pretende enlazar infraestructuras de energía y transporte a través de
Europa y Asia a través e la antigua 'Ruta de la Seda' se encuentra ya
muy avanzado. Una nueva alianza islámico-asiática-rusa está
fraguándose y, ocasionales, comunicados de prensa dejan entrever que
países como Turquía, Siria, o Iraq podrían unirse a la misma. En el
juego de las relaciones internacionales, las élites gobernantes de
EEUU, Europa Occidental, y Japón miran hacia otro lado ante lo que
supone un reto frente al dominio que ejercen sobre todo el mundo. Y es
entonces cuando Afganistán se convierte en un elemento geopolítico de
importancia.
Irán y Rusia, en la prestación de ayuda para eliminar a los talibán del
poder, están tomando posiciones para instalar a un régimen que les sea
leal en Afganistán. Pero el Pentágono, intenta responder a los
intereses del capital financiero del Norte, no ayudar a un proyecto
global que suponga la emergencia de una alianza islamo-asiático-rusa
que pueda controlar Afganistán.
Haciendo frente a tremenda presiones internas y de una forma bastante
incómoda, los gobiernos de Pakistán y Arabia Saudí se han alineado con
Washington en esta carrera. Es crucial, sin embargo, observar cómo la
emergente alianza islamo-asiático-rusa intenta que Washington lleve el
peso de la guerra en Afganistán para beneficio de la propia alianza, de
manera que el conflicto actual lleva en sí el germen de un conflicto
internacional de mayores proporciones. Si Washington triunfa a la hora
de instalar un régimen de su conveniencia en Afganistán, la alianza
terminará probablemente apoyando a la guerrilla que se le oponga; por
otro lado, si la alianza tiene éxito a la hora de recoger el fruto de
la labor norteamericana, es bastante improbable que Washington se quede
al margen y no haga nada al respecto. En otras palabras: si los
talibán desaparecen del poder y se atrapa a Ben Laden, se desencadenará
un conflicto de mayores proporciones sobre el escenario afgano que
podría extenderse a otras zonas. Si los talibán permanecen en el
poder, este escenario quedaría en la recámara.
Nótese, por otra parte, que el transporte a gran escala de mercancías y
energía a través de Europa y Asia no han de ir necesariamente en contra
de los intereses de la élites que controlan el capital financiero en el
Norte siempre y cuando dichas rutas permanezcan bajo su control.
Hacerse con dicho control requiere, sin embargo, que los estados-nación
de la zona se debiliten y fragmenten. En este contexto, considérese el
siguiente ejemplo: el 24 de julio del 2000, el Congreso de EEUU adoptó
una resolución en la que se criticaba el trato dado a los musulmanes en
China. La población musulmana, de la etnia uighur, residente en la
Región Autónoma Uighur de la República Popular China, región que
comparte una frontera de 76 kilómetros con Afganistán, mantiene
relaciones muy tensas con el gobierno central chino a causa de las
tendencias separatistas de la región. Ocurre que, al mismo tiempo,
esta región musulmana está repleta de minerales que son cruciales para
el desarrollo económico de China.
Añadamos a eso la vehemente defensa que EEUU ha hecho de los
movimientos separatistas en el Tibet, y entonces habría que ser
verdaderamente ingenuo para ignorar los beneficios de la retórica "pro-
derechos humanos" con la que Occidente ha estado machacando a China,
con el objetivo de debilitar y fragmentar el estado-nación chino. El
establecimiento de una base en Afganistán facilitaría sin duda este
objetivo, y colocaría a China en una posición defensiva.
Por lo tanto, y desde un punto de vista histórico, ningún observador
imparcial puede desvincular la actual campaña contra Afganistán de la
secuencia que comenzó en Iraq y tuvo su continuación en Yugoslavia.
Llevar las riendas del Nuevo Orden Mundial, es decir, ejercer un
control hegemónico sobre el capital financiero de todo el globo, exige
la subyugación de los pueblos, culturas y estados que intentan
mantenerse como enclaves independientes o semi-independientes.
Yugoslavia fue fragmentada. Las "zonas exclusión aérea" de Iraq fueron
diseñadas para fomentar la fragmentación del país en base a líneas
étnicas o religiosas. Esto no responde solamente a un "diseño" o a una
"política" concretas, sino que constituye una nueva etapa en el
desarrollo del capitalismo que requiere el debilitamiento y la
fragmentación del estado-nación.
La campaña contra Afganistán tiene claros objetivos económicos y
geopolíticos, pero la primera y más brutal prioridad es el avance del
proceso de globalización. Frente a la terrible amenaza que todo ello
supone para los recursos, culturas y Estados de todos los pueblos del
mundo, es normal que los árabes y los musulmanes se organicen en un
movimiento militante que resista frente a la hegemonía ejercida por las
elites del capital financiero de los países del Norte, hegemonía que
hoy viste el rostro del imperialismo.
Árabes, musulmanes, pueblos del mundo: ¡uníos!
https://www.alainet.org/es/articulo/105560
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