La Soberanía Alimentaria
23/08/2001
- Opinión
La problemática alimentaria del siglo XX
Los años 1930 del Siglo XX son años en los que se desarrollan desde el punto
de vista alimentario varios fenómenos contradictorios. Por una parte, se
presenta una crisis para los agricultores de los países industrializados que
se encuentran con excedentes imposibles de colocar en el mercado. Por otra
parte, los progresos en los conocimientos científicos sobre la biología
humana conducen a concebir y analizar el problema de la desnutrición.
Finalmente, un mejor conocimiento de 1a situación alimentaria en los países
en desarrollo permite una toma de conciencia del fenómeno de la sub-
alimentación y del hambre.
A comienzos de los años 30 los expertos en nutrición humana alertan sobre la
necesidad de incrementar las disponibilidades alimentarias simultáneamente
con el hecho que los economistas recomiendan reducir la producción agrícola
para resolver el problema de los excedentes invendibles. Al mismo tiempo se
observa que el hambre existe para numerosas poblaciones y que hay excedentes
agrícolas imposibles de colocar en el mercado. Esta paradoja es denunciada
por Stanley Bruce ex primer ministro de Australia ante la Sociedad de
Naciones, lo que conduce a la instalación de una Comisión para estudiar las
relaciones entre la agricultura, la nutrición, la salud y la economía. Pero
la segunda guerra mundial pone fin prematuro a los trabajos de esta
Comisión.
Sin embargo, durante la guerra esta reflexión continúa y al fin de la misma,
en 1945, el Presidente Roosevelt convoca a una reunión de las Naciones
Unidas sobre la agricultura y la alimentación en la cual participan los
representantes de 44 gobiernos. De esta reunión surgirá la FAO.
En 1952 por primera vez desde 1939, las disponibilidades alimentarias
mundiales recuperan el nivel de la pre-guerra y la etapa de reconstrucción
queda superada. Al año siguiente reaparecen excedentes en EE.UU. y la
sombra de lo ocurrido en 1930 asusta a los economistas. Al mismo tiempo se
observan hambrunas en los países del Extremo Oriente.
En 1954 la FAO propone eliminar los excedentes mediante la Organización de
Donaciones Alimentarias a los países que tienen déficit de alimentos. De
igual modo, los EE.UU. ese mismo año, 1954, aprueban una ley que establece
condiciones de ayuda alimentaria con sus excedentes (P.L:4 80).
Posteriormente esta ayuda es remplazada por contratos comerciales.
En 1960 se observan hambrunas en el Extremo Oriente y la FAO establece en
1962 su Programa Alimentario Mundial. La comunidad científica internacional
apoya los esfuerzos de producción de semilla de trigo y de arroz de alto
rendimiento y hacia 1965 comienza en Asia el desarrollo de la Revolución
Verde que se extiende más tarde a América Latina. Si bien los resultados de
esta revolución en términos productivos fueron espectaculares, sus
consecuencias sociales fueron mucho menos favorables. Antes de la
Revolución Verde, en la India un 18% del campesinado no tenía tierras. En
1970, este porcentaje había aumentado a 33%.
A pesar de este déficit social se observa que los países Asiáticos en los
decenios siguientes, se aproximan de la autosuficiencia alimentaria al mismo
tiempo que Europa continúa aumentando sus rendimientos agrícolas lo que se
había iniciado hacia 1950 con la modernización de la agricultura después de
la guerra.
En 1972 la caída general de la producción cerealera mundial y las compras
masivas de la URSS agotan los stocks disponibles y producen un aumento
considerable de los precios. El mismo año Bangladesh y Etiopía sufren
hambrunas y entre 1973 y 1975 la sequía produce una grave crisis alimentaria
en el Sahel africano. La FAO convoca entonces a una gran Conferencia
Mundial sobre la Alimentación en 1974 en la cual los países participantes se
comprometen a hacer desaparecer el hambre de la superficie de la tierra en
el curso de los diez años siguientes.
Los años 70 han sido el decenio en el curso del cual la diferenciación entre
los países y regiones en desarrollo, ya evidente en los anos 60, se acentúa.
Las disponibilidades alimentarias por habitante permanecen estancadas y en
muy bajos niveles en Asia del Sur, al mismo tiempo que bajan en el África
Sub-Sahariana. Por el contrario, las disponibilidades promedias mejoran en
el Cercano Oriente, en África del Norte, en América Latina y en el Este de
Asia.
Pero lo que distingue los años 70 de los decenios que los precedieron y que
los siguieron, es el hecho que una parte del mejoramiento de la
disponibilidad alimentaria por habitante de los países en desarrollo se
aseguró por el rápido incremento de las importaciones alimentarias
provenientes de los países desarrollados. Las importaciones netas de
cereales más que triplicaron entre 1969-71 y 1979-81.
A comienzos de los anos 80 las grandes hambrunas disminuyen y las
inquietudes a este propósito son menores. Las crisis alimentarias como las
del Sahel se resuelven mediante la Organización de: la Ayuda Alimentaria de
Urgencia. Por otra parte los rendimientos de los cultivos continúan
aumentando en las regiones del mundo donde las condiciones son más
favorables. Se producen excedentes en Europa Occidental. La producción
mundial de trigo se multiplica por tres desde 1950. La India deja de
importar trigo a partir de 1985 y se reducen los déficits en la URSS, China,
América Latina y Asia.
Dos nuevas problemáticas comienzan a instalarse. La primera de ellas es la
del desarrollo. La temática del desarrollo agrícola y rural se instala
tanto a nivel de los organismos internacionales como de las ONGs. El hambre
no es tanto la consecuencia de una producción alimentaria insuficiente como
de la marginalización económica de ciertas poblaciones. En consecuencia la
prioridad no es tanto la de aumentar la producción de los que ya producen
mucho, sino que la de dar a todos los medios necesarios para producir.
La segunda problemática concierne la investigación que debe centrarse más
bien en las regiones semi-áridas, menos favorables a la producción agrícola.
La lucha contra la desertificación se impone como una necesidad esencial.
En los anos 80 nuevos hechos influencian la situación alimentaria de las
poblaciones. Por una parte, la aplicación de los programas de ajuste
estructural impuestas por el FMI provocan numerosas rebeliones en diversos
países a causa del incremento de la pobreza y de la exclusión sobre todo en
medio urbano.
Por otra parte, el desarrollo de las "revoluciones democráticas" en América
Latina, en los antiguos países del bloque comunista y en África, retoman el
debate sobre las relaciones entre la democracia y el desarrollo. En 1989 y
1990, la OCDE considera que las políticas de cooperación internacional deben
contribuir a la consolidación de las nuevas democracias.
Desde el punto de vista de la disponibilidad alimentaria, se puede decir que
el mejoramiento de estas disponibilidades en los países en desarrollo
tomados en su conjunto se prosiguió rápidamente hasta mediados de los años
80 y más lentamente con posterioridad. Pero África al Sur del Sahara ha
continuado retrocediendo, América Latina y el Caribe no han hecho
prácticamente nuevos progresos y el Cercano Oriente y África del Norte han
progresado sólo modestamente. En cambio, los progresos se han proseguido en
el Este de Asia y sobre todo al final de los años 80 en Asia del Sur.
Al lado de numerosos países en desarrollo que no han logrado muchos
progresos para aumentar sus disponibilidades de alimentos y que aún han
retrogradado en cifras netas, se encuentran los que han hecho progresos
apreciables. Pero lo que distingue los países desarrollados de los países
en desarrollo es que estos últimos no tienen la capacidad que sería
necesaria para conservar los progresos obtenidos en materia de
disponibilidad alimentaria por habitante cuando tienen que enfrentar
situaciones de guerra o cuando se producen catástrofes económicas más
profundas. Como la proporción del ingreso total consagrado a la
alimentación en dichos países es importante, las eventuales reducciones del
ingreso se traducen en disminución de la demanda de productos alimentarios.
Además las penurias alimentarias y las alzas de precios se traducen por
bajas significativas de los ingresos, lo que encadena un círculo vicioso.
Por su parte, la tendencia de los países en desarrollo a convertirse en
grandes importadores de cereales particularmente desde los años 70, ha
tenido como contraparte la orientación creciente a la exportación de la
producción cerealera de los grandes países desarrollados como América del
Norte y Oceanía. Paralelamente Europa Occidental aplica políticas de
sostenimiento de precios que le han permitido convertirse también en una
región exportadora neta de cereales desde los años 80.
Perspectivas al horizonte del 2010
Para analizar las políticas que permitirían garantizar la seguridad
alimentaria, es necesario previamente considerar cuáles son las perspectivas
para los próximos años. Haremos esto basándonos en las hipótesis para el
horizonte 2010 establecidas por la FAO para la demanda, la oferta, el
comercio y la nutrición.
Al horizonte considerado del año 2010 la población mundial podría alcanzar
la cifra de 7.000 millones de habitantes. Del aumento de 1.000 millones con
relación al año 2000, el 94% se encontraría en los países en desarrollo.
Las tasas de crecimiento demográfico para las diferentes regiones son muy
diversas, desde un máximo de 2,9% durante cada año para el África al Sur del
Sahara al 1,2% para el Asia del Este.
Las tendencias demográficas de los países en desarrollo donde los niveles de
consumo por habitante son aún reducidos exigirían un crecimiento
considerable y continuo de las disponibilidades alimentarias.
Las evaluaciones detalladas concernientes a la producción indican que el
crecimiento de la producción agrícola mundial va a disminuir de aquí al año
2010 y podría ser de 1,8% por año (0,25% por año si consideramos la
producción por habitante). Se trata en gran parte de la continuación de las
actuales tendencias a largo plazo. La producción mundial progresó al ritmo
de 3% por año durante los años 60, de 2,3% por año durante los años 70 y 2%
por año en el transcurso del periodo 1980-1992.
El aspecto negativo de este menor crecimiento está ligado al hecho que tiene
lugar y que continuará teniendo lugar, al mismo tiempo que numerosos países
y una gran parte de la población mundial tienen todavía niveles de consumo y
condiciones de acceso a los alimentos totalmente insuficientes, lo que
explica la persistencia de una considerable sub-alimentación. En resumen,
el lento aumento del crecimiento agrícola mundial se explica también por el
hecho que las personas que podrían consumir más no disponen de ingresos
suficientes para demandar un suplemento de productos alimentarios y suscitar
así una mayor producción. La producción mundial podría progresar más
rápidamente si la demanda solvente aumentara con mayor velocidad.
Revelan las perspectivas demográficas y de desarrollo global, de igual modo
que: las evaluaciones de los estudios de la FAO concernientes la producción,
el consumo y los intercambios, que las disponibilidades alimentarias por
habitante destinadas al consumo humano directo, continuarán aumentando en el
conjunto de los países en desarrollo y pasarán de 2.500 calorías en los años
90-92 a poco más de 2.700 calorías en el año 2010. Es probable que para
entonces las regiones Cercano Oriente, África del Norte, Asia del Este y
América Latina, alcancen o sobrepasen el umbral de las 3.000 calorías lo que
constituiría un mejoramiento considerable, especialmente para Asia del Este.
Asia del Sur en cambio, podría igualmente registrar progresos importantes,
pero en el 2010 la situación no será todavía demasiado favorable. En
cambio, en el África al Sur del Sahara, las disponibilidades alimentarias
por habitante permanecerían sumamente reducidas.
En estas condiciones la incidencia de la sub-alimentación crónica podría
disminuir en las tres regiones en que las perspectivas se ven mejores. La
situación también podría mejorar en Asia del Sur, pero se corre el riesgo de
tener todavía 240 millones de personas en dicha región subalimentadas en el
2010. La subalimentacion crónica continuaría subsistiendo en África al sur
del Sahara donde afectaría al 35% de la población o sea unos 300 millones de
personas. En cifras absolutas la malnutrición tendería a desplazarse de
Asia del Sur hacia el África al Sur del Sahara. A nivel global, las
estimaciones de la FAO consideran que podría afectar a 730 millones de
personas en el horizonte del año 2010 contra 800 millones actualmente.
Los principales países desarrollados exportadores de cereales tienen
perspectivas de crecimiento de sus exportaciones hacia los países en
desarrollo que les ofrecen todavía posibilidades de expansión de la
producción y de las exportaciones, pero la progresión de sus exportaciones
netas hacia el resto del mundo se anuncian mucho más modestas. Esto se
explica por el hecho que el grupo de los antiguos países socialistas
europeos, dejará de ser un gran importador y podría aún convertirse en
exportador neto de cantidades modestas de cereales.
El crecimiento de la producción animal debería permanecer bastante
importante en los países en desarrollo. Una parte creciente de las
importaciones cerealeras de estos países servirán para aumentar la
producción y el consumo de productos animales. Este crecimiento de las
disponibilidades cerealeras utilizados para alimentación animal podría crear
problemas dado la persistencia de la sub-alimentación de los pobres. Un
alza en los precios de los cereales a causa de esta demanda para la
producción animal, hace correr el riesgo de excluir del mercado a un mayor
numero de pobres en su consumo directo de cereales.
Las importaciones netas de los productos agrícolas de los países en
desarrollo progresarán probablemente más rápido que sus exportaciones netas
de productos de base. Estas tendencias anuncian que la balanza comercial
agrícola en los países en desarrollo que hasta ahora ha sido sedentaria
podría hacerse deficitaria, tendencia que se observa desde hace un cierto
tiempo.
Cuando se examinan los recursos para la producción agrícola, la superficie
de las tierras actualmente utilizadas para la producción vegetal en los
países en desarrollo (sin incluir China) llega a 760 millones de hectáreas,
de las cuales 120 millones son regadas. Entre estas últimas 36 millones
están situadas en zonas áridas. Estos 760 millones de hectáreas representan
sólo el 30% de la superficie total de tierras aptas susceptibles en grado
diverso de utilizarse para la producción agrícola.
Pero esta visión más bien optimista debe ser temperada por los hechos
siguientes:
a) Alrededor del 92% de las nuevas tierras aptas para la producción agrícola
que no han sido todavía explotadas están situadas en África al Sur del
Sahara y América Latina. No existen más nuevas tierras posibles de ser
cultivadas en Asia del Sur ni en el Cercano Oriente ni en África del Norte.
b) Los dos tercios de estas nuevas tierras posibles de incorporar se
encuentran solo en un pequeño número de países: Brasil, Zaire, Indonesia,
Sudán, Argelia, Mozambique, Tanzania, Argentina, Bolivia, Colombia, México,
Perú y Venezuela.
c) Una gran parte de esta reserva teórica de tierras está cubierta con
bosques y no está real y fácilmente disponible para la expansión de la
agricultura.
d) Una proporción muy importante de estas tierras se caracteriza por tener
suelos o una topografía poco favorables para la producción agrícola.
e) Finalmente, los establecimientos humanos y las infraestructuras ocupan
una parte de las tierras aptas para la agricultura que se estima que alcanza
aproximadamente a un 3% de ellas y esta proporción podría llegar a ser de un
4% en el año 2010.
La superficie de tierras regadas podría aumentar en los países en desarrollo
de aquí al año 2010 en unas 23 millones de hectáreas, pero una buena parte
de estas nuevas hectáreas servirían solo para sustituir las pérdidas de
tierras actualmente regadas ya sea por escasez de agua o por salinización.
Cuando se examina las posibilidades de aumentar los rendimientos de los
principales cultivos (cereales, soya) la tasa de crecimiento anual media de
estos rendimientos seria sin duda muy inferior a la que se logró en los
últimos 20 años. El crecimiento de la producción de trigo y de arroz se
debilitaría considerablemente durante este período en comparación con los
dos decenios precedentes. Para los cereales secundarios la tasa de
crecimiento si duda se mantendrá a causa de la fuerte expansión de la
demanda por cereales forrajeros.
Dado que el incremento de la producción dependería en gran medida de la
progresión de los rendimientos, uno puede preguntarse si en las posteridades
de la revolución verde es todavía posible acrecentar considerablemente
dichos rendimientos. Esto no parece fácil dado los parámetros agro-
ecológicos de las nuevas tierras disponibles.
Las preocupaciones que suscitan el estado del medio ambiente y la
disminución de los recursos en tierras y en aguas por habitante, así como su
degradación, obligan a plantearse la pregunta siguiente: ?En qué medida las
limitantes ligadas a los recursos y al medio ambiente pueden condicionar las
perspectivas de aumento de las disponibilidades alimentarias y el acceso de
todos a los alimentos que es la esencia misma de la seguridad alimentaria?
Hay que considerar también un cierto numero de factores interdependientes
que son determinantes en el aumento de la disponibilidad alimentaria por
habitante: crecimiento económico que hace retroceder la pobreza, función
múltiple del crecimiento agrícola en la mayoría de los países en desarrollo
(aumento de las disponibilidades alimentarias, creación de empleos y
actividades remuneradoras para los pobres en forma directa o indirecta
gracias a los lazos de la agricultura con otros sectores de la economía),
capacidad de importar alimentos, políticas económicas generales, no
existencia de tensiones políticas que provoquen situaciones de hambruna,
etc.
El problema de la seguridad alimentaria hoy
Sobre la base de los datos anteriores: evolución de la problemática
alimentaria en el siglo XX, existencia de hambrunas fundamentalmente por
motivos políticos, perspectivas del horizonte hacia el 2010, es posible
entonces considerar más objetivamente las condiciones de la seguridad
alimentaria de las poblaciones en los próximos años.
Globalmente, dos grandes tesis se oponen sobre la situación alimentaria en
un próximo futuro. Por una parte, están los que creen que el crecimiento de
la producción no será capaz de hacer frente a las necesidades alimentarias
dado el incremento demográfico previsto, la necesidad de mejorar los
actuales niveles de nutrición de unos 800 millones de personas que están
sub-alimentadas, el cambio en las costumbres alimentarias a medida que las
poblaciones enriquecen, lo que demanda una mayor cantidad de recursos para
asegurar la alimentación (consumo creciente de productos animales, por
ejemplo), las pérdidas de recursos en aguas y en tierras útiles por la
degradación de los suelos, la desertificación, la erosión y la salinización,
la competencia con otros usuarios por la utilización de las aguas (consumo
urbano e industrial), la expansión urbana y de los caminos que devoran cada
vez más tierras útiles para la agricultura, el impacto posible de los
fenómenos ecológicos, etc.
Por otra parte, se encuentran los que piensan que dados los progresos
tecnológicos, particularmente de las biotecnologías, la valorización y la
recuperación de recursos naturales y el progreso hacia modos de producción
más duraderos, etc., permitirá que el crecimiento de la producción se adapte
al crecimiento de las necesidades.
Personalmente no inclinamos más bien hacia esta segunda alternativa sin
olvidar que pueden producirse en ciertos momentos ruptura del equilibrio
entre producción y necesidades, lo que implica la obligación de mantener
constantemente un cierto nivel de reservas que garantice la seguridad
alimentaria de todos.
Pero a pesar de esto, el hambre de millones de seres humanos no podrá ser
sobrepasado mientras se considere que es el funcionamiento de los mercados y
de los intercambios internacionales, los que por si solos pueden resolver
este problema. Nos parece absolutamente esencial, además del buen
funcionamiento de los mercados, la aplicación de políticas complementarias
de desarrollo que disminuyen las incertidumbres y aseguren la satisfacción
de las necesidades alimenticias de todos.
Pero, para lograr esto, será necesario volver a dar a la finalidad de la
seguridad alimentaria la prioridad que tuvo hace algunos años en el contexto
internacional y que aparece hoy día sobrepasada en la visión general sobre
el tercer mundo por otros tipos de problemas más urgentes como la extensión
del SIDA, los conflictos regionales o étnicos, la corrupción, la inmigración
salvaje, la droga y el fundamentalismo religioso. Mientras que estos
últimos fenómenos se presentan como amenazas para el mundo occidental, las
hambrunas actuales se asocian sobre todo a fenómenos de guerras regionales o
étnicas.
Por otra parte, la erosión del rol de los estados en el desarrollado, que es
la consecuencia de la visión neo-liberal dominante, centrada sobre todo en
los mercados, ha disminuido considerablemente la importancia que tenían
anteriormente las políticas públicas, nacionales y las de cooperación
internacional en la solución del problema de la seguridad alimentaria. La
abertura de los mercados y la aparición en un mundo multipolar de numerosos
actores: multinacionales, importadores y exportadores, han hecho perder a la
alimentación el rol estratégico que tenía anteriormente. Esto está también
ligado a la menor consideración que se da hoy día al mundo rural en relación
al urbano, donde parece concentrarse la modernidad, y al mayor interés por
los consumidores urbanos que son privilegiados considerablemente con
respecto a los intereses de los productores campesinos.
Para garantizar la seguridad alimentaria sería necesario retener también las
experiencias contrastadas de los países en desarrollo de Asia y de África
desde los años 1960. En Asia del Sureste, de Japón a Indonesia, los
gobiernos dieron desde hace tiempo la prioridad a la agricultura:
inversiones significativas para mejorar la productividad de la producción
arrocera, su alimento de base y sistemas de distribución e intervención para
asegurar la estabilidad del precio del arroz en los mercados
internacionales. Los mercados internacionales por su parte han servido para
exportar productos manufacturados que requerían una mano de obra importante.
El contraste con las estrategias de desarrollo en los países africanos, es
notorio. En casi todas partes en África, la agricultura y las
infraestructuras rurales, han sido menospreciadas y el sector industrial ha
servido sobretodo para producir bienes de sustitución de importaciones.
Esto ha hecho que los países africanos hayan perdido sector por sector su
competitividad en los mercados mundiales.
?Por qué estas divergencias? Una buena parte del fracaso de África y del
éxito de Asia del Sureste se debe a estrategias agrícolas diferentes. Los
Estados del Sureste asiático han mantenido un medio macroeconómico favorable
a la exportación. Enseguida se han esforzado por garantizar la seguridad
alimentaria de sus consumidores tanto de las ciudades como de los campos.
Si lo han logrado, es tanto por razones económicas como políticas. Dado las
diferencias importantes entre la población y los recursos agrícolas por una
parte y el consumo de arroz en relación al ofrecimiento de este producto en
los mercados mundiales, por la otra, estos países se han visto obligados a
desarrollar programas intensivos de intensificación de su producción
arrocera para alimentar a sus habitantes. Las políticas de estabilización
de los precios internos del arroz que han llevado a cabo, han tenido un rol
esencial en su seguridad alimentaria y han sido igualmente un elemento
determinante de la inversión y en consecuencia del despegue económico del
Asia del Sureste.
?Cuáles son las políticas de desarrollo que parecen indispensables para
garantizar la seguridad alimentaria del conjunto de la población mundial en
los próximos años en el contexto de lo que hemos señalado?
La primera, es que en una economía de mercado el hambre y la subalimentación
no pueden ser sobrepasados si el conjunto de los consumidores no disponente
de ingresos suficientes para garantizar la satisfacción de su necesidad
alimentaria, así como otras necesidades esenciales para su vida. Esto nos
conduce al problema de la seguridad del empleo en la medida en que éste
garantiza el ingreso y el nivel de ingresos suficientes para asegurar la
satisfacción del conjunto de las necesidades esenciales.
En el caso del ingreso agrícola, esto implica un sistema de producción que
no concentre la producción y el ingreso entre la minoría de grandes
agricultores que dispone de más tierra, de financiamiento para la producción
y que puede alcanzar los mercados en condiciones favorables. Es por ello,
que todo sistema de intensificación de la producción en el cual la mayor
parte de esta es obtenida por un pequeño número de grandes productores
modernizados y los pequeños productores familiares o sub-familiares quedan
marginalizados así como los trabajadores sin tierra, no puede garantizar y
por el contrario, agrava, la seguridad alimentaria en los campos. Esto es
en gran parte lo que tiende a ocurrir hoy día en muchos países en desarrollo
como lo vemos en el caso de América Latina. Las políticas públicas de
reforma agraria, de crédito, de inversión y de comercialización, deben ir
pues contra esta tendencia a la concentración de la producción.
En el caso del ingreso urbano, el problema de la falta de políticas que
tengan como objetivo lograr el pleno empleo, así como la existencia de
políticas de productividad que buscan reducir el empleo y los ingresos de
los trabajadores y la no existencia de políticas sociales suficientes para
resolver los problemas de la pobreza aumentan la inseguridad alimentaria
urbana. Lo mismo ocurre con la aplicación de políticas de ajuste
estructural basadas en el crecimiento de las exportaciones, la privatización
y la reducción del rol del Estado.
La experiencia de los países asiáticos muestra que el crecimiento de las
exportaciones y la industrialización con toda la importancia que puedan
tener, no bastan por ellas mismas para mejorar la situación alimentaria si
ellas no son acompañadas o presididas por políticas agrícolas voluntaristas
que permitan a los agricultores beneficiarse con el crecimiento.
Dado el hecho que la mayoría de los recursos en tierras útiles y en
capacidad tecnológica para incrementar los rendimientos se encuentran hoy
día concentradas en los países occidentales industrializados, algunos
piensan que en el porvenir se puede resolver el problema del incremento de
las necesidades alimentarias de los países en desarrollo mediante el aumento
de las importaciones provenientes de los países desarrollados. Esta
hipótesis es absolutamente irrealista porque no solamente se tendría que
aumentar la producción en estos últimos en volúmenes enormes, lo que tendría
consecuencias ecológicas negativas para sus recursos, pero además está el
hecho de que nos encontramos en economía de mercado esto plantea el problema
en divisas de estas exportaciones y de poder de compra de las poblaciones
rurales y urbanas implicadas. En el hecho no se puede separar demasiado el
problema de la producción del problema del consumo porque para que las
poblaciones de los países en desarrollo puedan consumir su alimentación es
necesario que su trabajo de producción agrícola, industrial o en otros
sectores, le garantice un nivel de ingreso suficiente para ello. Los
intercambios internacionales no pueden en ningún caso ser sino un
complemento de las producciones alimentarias internas sin lo cual no puede
haber seguridad alimentaria real de las poblaciones. Las importaciones
alimentarias son también un elemento indispensable en el caso de hambrunas
que se originan en conflictos políticos o en catástrofes naturales.
Los países en desarrollo han experimentado hasta hoy día un considerable
aumento de sus importaciones alimentarias. Estas han pasado de unas 20
millones de toneladas a comienzos de los años 60, o sea 2% de su consumo de
cereales, a 120 millones de toneladas a comienzos de los años 90, o sea el
10% de su consumo. Si nada cambia, dado su fuerte crecimiento demográfico,
la urbanización acelerada, la modificación de sus estructuras sociales y el
débil apoyo a sus agriculturas, estas importaciones podrían alcanzar a 160
millones de toneladas hacia el año 2010. Este incremento de su dependencia
alimentaria les crearía sin duda graves problemas financieros y de balanza
comercial que no pueden evitar sino mediante un esfuerzo acrecentado de
autosuficiencia para sus alimentos básicos. Este esfuerzo es también
necesario para asegurar a su población rural un ingreso que les permita
satisfacer sus necesidades alimentarias y de otro tipo.
En el caso de conflictos políticos o de catástrofes naturales cuando
situaciones de hambrunas pueden producirse es indispensable definir una
estrategia de intervención sobre la actitud de las comunidades afectadas a
resolver por sí mismas sus problemas, salvo en situaciones transitorias que
deben ser sobrepasadas lo más rápidamente posible.
Las estrategias de intervención deben descansar sobre los principios
siguientes:
1) Las intervenciones deben dirigirse directamente a los grupos vulnerables.
2) Las poblaciones afectadas deben estar implicadas en la identificación y
la puesta en operación de las respuestas consideradas.
3) Un apoyo debe ser dado a los mecanismos de reacción desarrollados por las
propias poblaciones a fin de permitirles limitar su dependencia de la ayuda
exterior. La ayuda alimentaria debe ser prevista por períodos muy cortos y
debe estar acompañada de acciones que permitan a las poblaciones desarrollar
mecanismos de acceso a los productos alimentarios.
4) Una sensibilización de las poblaciones a la educación para la salud, la
educación nutricional y la calidad del agua debe ser puesta en operación.
Este conjunto de consideraciones nos parecen ser el fundamento para abordar
correctamente los problemas de la lucha contra el hambre y de la seguridad
alimentaria en los próximos años.
La seguridad y la soberanía alimentaria en América Latina
En función de las consideraciones anteriores debemos agregar algunas cosas
más específicas sobre la seguridad y la soberanía alimentaria en América
Latina.
Veamos primero qué ha pasado en los últimos años desde el punto de vista de
la producción agrícola. Como consecuencia de los procesos de reforma y de
ajuste económicos ocurridos en los años 80 y 90 y en el caso de algunos
países como Chile con anterioridad -desregulación de los mercados, apertura
económica, privatizaciones y retracción del Estado- han cambiado de manera
significativa las condiciones de producción del sector agrícola. Dado que
la disponibilidad de crédito se ha reducido y su costo ha subido, que se
intensificó la competencia externa derivada de la apertura comercial, se
sobrevaluó en general la tasa de cambio y ha existido una mayor necesidad de
recursos para financiar funciones que antes cubría el Estado, se elevó la
tasa mínima de ganancia para hacer rentable la actividad agropecuaria.
Esto indujo a su vez cambios en la estructura productiva a favor de los
rubros más demandados en el ámbito mundial (frutas, hortalizas, flores,
semillas, oleaginosas, productos forestales y carnes de aves) y en desmedro
de productos tradicionales de la región como trigo, café, azúcar, algodón y
banana con precios descendentes en los mercados internacionales. (1)
Los rubros que mostraron las mayores tasas de crecimiento en los años 90
fueron sobre todo los efectuados por los productores más modernizados con
mayor acceso a mejorías técnicas, capital y tecnologías, mientras que los
cultivos realizados por los pequeños agricultores familiares o minifundistas
mostraron estancamiento o retroceso.
Otro de los rasgos sobresalientes del actual proceso de reestructuración de
la agricultura latinoamericana es la creciente influencia de los grandes
grupos multinacionales de insumos básicos, como agroquímicos y semillas, los
cuales mediante la entrega de paquetes tecnológicos determinaron de modo
cada vez más directo las formas de subcontratación y la distribución
temporal de las tareas productivas -preparación de suelos, siembra, cosecha
y otras- con que operan amplios sectores de agricultores primarios.
Los cambios en las condiciones productivas se manifiestan también en un
aumento de la mecanización y del uso de insumos químicos como fertilizantes
y pesticidas.
La presencia de estos factores ha permitido a muchos países de la región un
aumento notorio de la productividad agrícola especialmente en los rubros más
dinámicos y en las unidades de producción más modernizadas, más
capitalizadas y con mejores tierras.
En lo que se refiere ahora a la población rural, ésta ha crecido lentamente
en valores absolutos pasando de unos 122 millones de personas en 1980 a 127
millones en el año 2000. Ello se debe a la continuación de la migración
campo-ciudad debido a los cambios tecnológicos ahorradores de trabajo y a
las transformaciones de la estructura productiva con una disminución de la
superficie cultivada y una importante expansión de las actividades que hacen
uso poco intensivo de mano de obra como la ganadería, los cultivos
oleoginosos y las plantaciones forestales.
La población activa agrícola de la región en su conjunto quedó en
consecuencia prácticamente estancada en 44 millones de personas en el
período 1980-2000 con una leve disminución hacia los finales del periodo.
Los principales aumentos de la población activa agrícola ocurrieron en la
categoría de los trabajadores por cuenta propia y los familiares no
remunerados, mientras que las mayores reducciones tuvieron lugar entre los
asalariados. Las diferencias entre el leve aumento de la población rural y
la disminución de la población activa agrícola se explica por un incremento
en las áreas rurales de empleos ligados a actividades comerciales, de
transporte y de servicios vinculados a la agricultura.
Los incrementos de las nuevas producciones destinadas al mercado de
exportación y en algunos casos al mercado interno no lograron, dado el tipo
de empresas en que hicieron y sus modos de funcionamiento, compensar la
pérdida de empleos derivadas de la no expansión de la frontera agrícola y
del incremento de la ganadería y de la industria forestal, puesto que estas
últimas fueron actividades de uso poco intensivo de mano de obra.
Algunas de las consecuencias más negativas de los cambios estructurales en
el sector agrícola, de los cuales resultó una mayor heterogeneidad de
situaciones, la mayor diferenciación en las condiciones productivas de los
pequeños y grandes productores y la caída del empleo, han sido el aumento de
la pobreza y la profundización de la desigualdad en el medio rural. En 1980
los pobres rurales en América Latina llegaban a 73 millones de personas y en
1997 sobrepasaban los 78 millones. En cuanto a los indigentes rurales,
incluidos en las cifras anteriores, habían pasado de 40 a 47 millones.(2)
En cuanto a los pobres urbanos, éstos habían aumentado de 63 millones en
1980 a 126 millones en 1997, mientras que los indigentes urbanos pasaron de
22,5 a 42,7 millones.
Vimos anteriormente que en una economía de mercado el hambre y la
subalimentación no pueden ser sobrepasados si el conjunto de los
consumidores no dispone de ingresos suficientes para garantizar la
satisfacción de sus necesidades alimentarias. En el caso del ingreso
agrícola esto implica un sistema de producción que no concentre la
producción y el ingreso entre la minoría de grandes agricultores que dispone
de más tierra, de financiamiento y que pueden llegar a los mercados más
favorables.
Pero esto es justamente lo que está ocurriendo hoy día en América Latina
mientras que los pequeños agricultores familiares y subfamiliares quedan
marginados, así como los trabajadores sin tierra. Y todos ellos constituyen
la gran mayoría de la población rural y por tanto de los consumidores que
necesitan comer.
Mientras estas condiciones persistan y se acentúen más, se afectará la
seguridad alimentaria de la población de las zonas rurales.
Notas:
1. Ver "Desarrollo Rural en América Latina y el Caribe" CEPAL, año 2001
2. "La Brecha de la Equidad", CEPAL, Mayo del 20O0
Una segunda evaluación
* Jacques Chonchol, ingeniero agrónomo chileno, fue Ministro de Agricultura
en el gobierno de Salvador Allende. Esta ponencia fue presentada en el III
Congreso de la CLOC, México, agosto 2001.
https://www.alainet.org/es/articulo/105626
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