Declaración de Monterrey
Convocados por la Comisión Episcopal de Pastoral Social y el Secretariado
de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Monterrey, nos reunimos en la
casa de la Iglesia de la Arquidiócesis de Monterrey, académicos,
empresarios, miembros de organizaciones civiles y agentes de pastoral
social de la Iglesia, para participar en el Diálogo sobre Derecho al
Desarrollo Sustentable y Justo. A continuación sintetizamos las ideas y
compromisos que compartimos en este espacio plural en torno al tema del
Desarrollo motivo por el cual están próximos a realizarse, en esta ciudad,
el Foro Global de la Sociedad Civil sobre Financiación para el Desarrollo
Sustentable con equidad y la Conferencia Internacional sobre la
Financiación para el Desarrollo de la ONU:
El criterio verdadero del desarrollo: una vida digna para todos
1. El desarrollo es un concepto al que cada grupo humano da un contenido
diferente según su cultura, condición social e intereses subyacentes
a las personas o comunidades que elaboran y aplican programas en pro
del desarrollo. Actualmente, en el modelo económico predominante,
existe la tendencia a sobrevalorar el aspecto económico en detrimento
del respeto a la dignidad de la vida humana, a la custodia de los
derechos humanos universalmente reconocidos -que deberían ser el
parámetro fundamental del desarrollo sustentable- y a la salvaguarda
de los recursos naturales.
2. Es urgente tomar conciencia de que, mientras los gobiernos de los
países no tengan como un principio fundamental de su gestión política
el respeto a los derechos fundamentales de la persona, su quehacer
político está condenado al fracaso y a la frustración. Esto se
traduce en la ingobernabilidad y el aumento creciente de la
violencia, tal como lo constatamos hoy día en distintas áreas del
planeta. Entre los derechos fundamentales de la persona está el
derecho al desarrollo, al que no sólo debe acceder plenamente cada
persona de manera individual, sino cada pueblo en su integridad.
3. En este momento nos encontramos frente a una macroeconomía que
condiciona casi todos los ámbitos de la sociedad y cuyo objetivo
principal no es el servicio al ser humano sino la ganancia y la
acumulación del dinero. Es contradictorio que los salarios y el gasto
social tengan que restringirse para mantener índices macroeconómicos
estables. Como lo afirma la enseñanza social de la Iglesia: un
desarrollo que sólo enfatice el aspecto económico en detrimento de
los otros aspectos de la vida humana, atenta contra la dignidad de la
persona y conduce a mayores niveles de injusticia. Asimismo, un
modelo de desarrollo que, explícita o implícitamente, sostenga que el
dinamismo central es el mercado, es irreal, inestable e inmoral (1).
4. Los planteamientos y postulados del libre mercado por sí solos no
favorecen el verdadero desarrollo integral, esto se debe a que sus
instrumentos colocan recursos y responden sólo a necesidades
"solventables" con poder adquisitivo y para aquellos recursos que son
"vendibles a un precio conveniente". Existen numerosas necesidades
que el ser humano tiene por el hecho de serlo, ligadas a su eminente
dignidad, como es la vida que posee y que debe desarrollar
plenamente, en toda su integridad, en un medio ambiente sano,
participando activamente en la construcción del patrimonio común de
la humanidad, que implica no sólo bienes materiales, sino toda una
riqueza espiritual que responde a las aspiraciones genuinas de la
humanidad; aspiraciones que una economía de libre mercado, que lo
quiere controlar todo, no solamente no alcanza a cubrir sino que
obstaculiza su realización. (2)
5. Los beneficios innegables que el progreso debería ofrecer a amplios
sectores de la humanidad quedan opacados, e incluso negados, cuando
por situar al mercado en el corazón del desarrollo, se convierte en
una máquina ciega que institucionaliza la desigualdad y exclusión,
destruye a su paso los recursos naturales y elimina progresivamente
las diferencias locales y temporales significativas del ámbito
cultural.
6. Pertenece a la lógica del progreso tener como centro la dignidad de
la persona humana; sin embargo, el aumentar la producción de bienes
sin reducir el número de personas que carecen de los medios para
satisfacer sus necesidades básicas, es ir en contra de su dignidad.
No es inherente a los actuales sistemas económicos el respeto a los
recursos naturales que sirven de base a nuestra vida y a las
economías que dependen de ellos, ya que proceden conforme al
principio de que "si se vende, hay que producirlo" (3). Tal vez no se
llegue a la eliminación absoluta de la diversidad cultural a través
de la homogeneización impuesta por los medios de comunicación, pero
sí se logra convertir los valores del pueblo en productos folclóricos
a la medida del consumidor: la "industria cultural".
7. El progreso es bueno, pero cuando el modelo de crecimiento es
excluyente y selectivo, como el que impone la actual economía de
libre mercado, el progreso llega a unos cuantos (4). El derecho al
desarrollo, que debería estar al alcance de todos, se convierte en
instrumento de dominio en manos de unos pocos privilegiados que
tienen acceso a los avances científicos y tecnológicos. Nos
preguntamos: ¿cómo vamos a reordenar la convivencia humana sobre la
base de la justicia para todos, si no situamos a la ética en el alma
de nuestros modelos de vida?
8. Una de las estrategias fundamentales del nuevo capitalismo liberal -
por ello llamado neoliberalismo-, impuesta a los países pobres y que
no se aplican los países desarrollados a sí mismos, es la reducción
del papel del Estado en la conducción de la economía, lo que ha
propiciado, por parte de los gobiernos de los países
subdesarrollados, omisión en su responsabilidad de atender las
necesidades básicas de justicia social de los pueblos. Por lo que
toca a nuestro país, además del problema de una injusta distribución
de la riqueza, prevalecen la corrupción y la impunidad, lo cual lleva
a que el desarrollo con justicia y equidad sea inalcanzable. La
administración pública debe avanzar en hacer efectivo el derecho a la
información de los gobernados y en la construcción de la cultura de
la rendición de cuentas con transparencia; lo anterior es un paso
indispensable para caminar hacia una democratización de nuestras
instituciones y el respeto a los derechos y libertades fundamentales,
entre ellos los derechos económicos, sociales y culturales como
garantía para un desarrollo sustentable y justo.
9. No podemos dejar de mencionar la existencia de la deuda externa, que
asfixia a muchos pueblos y que afecta la vida de un número creciente
de personas. Reiteramos, con el Papa Juan Pablo II, la necesidad de
pensar "en una notable reducción, si no en una total condonación, de
la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas
naciones" (5).
10. El desarrollo sustentable consiste en lograr el justo
equilibrio entre la administración de los recursos naturales y la
búsqueda de una mejor calidad de vida de las personas, tanto en el
ser como en el tener. Para llegar a ello, se ha de prestar especial
atención a los grupos vulnerables, que en México son: campesinos,
obreros, indígenas, mujeres, niños-niñas, subempleados y desempleados
que cada día aumentan, ancianos que viven sin pensión económica ni
atención de salud alguna, trabajadores migrantes, personas con alguna
discapacidad y jóvenes sin esperanza para el futuro, ante los que se
cierra toda oportunidad de educación y de trabajo.
11. En caso de que pudiera medirse la sustentabilidad del
desarrollo, debería hacerse desde su capacidad para favorecer
efectivamente una vida digna para todos, especialmente los
empobrecidos, dentro de una justa relación con el medio ambiente. Por
otra parte, deben buscarse mecanismos para que las actividades
económicas absorban los costos ambientales y los bonifiquen a los
afectados o a aquellas comunidades que apliquen medidas a favor del
medio ambiente. En el mismo sentido, las políticas y mecanismos de
los organismos financieros internacionales deben someterse a normas y
principios éticos fundados en la dignidad humana, en las exigencias
de la justicia social y en el destino universal de los bienes, así
como en el respeto a las riquezas naturales y culturales de los
pueblos (6).
12. Hay que tomar en cuenta que "el trabajo de la mujer constituye
el 60% del trabajo del mundo, pero las mujeres sólo reciben la décima
parte de los ingresos y son propietarias del 1% de las tierras del
mundo" (7). Por lo tanto, consideramos que no se puede definir un
desarrollo equitativo y sustentable sin tomar en cuenta el papel que
tienen las mujeres en la familia mexicana, aproximadamente un 30% (8)
de los hogares mexicanos tienen a una mujer por cabeza de familia; de
modo que la creación de oportunidades para mejorar la calidad de
vida, con mejores salarios y servicios de seguridad social y con una
mejor distribución de la riqueza, debe tener como punto de referencia
la equidad de género.
Papel de la Iglesia
13. La Iglesia tiene que ayudar a sus miembros a unir de manera
coherente la fe con la vida. Los cristianos debemos integrar a
nuestra espiritualidad toda la dimensión social que contiene el
Evangelio, entendida ésta no como una añadidura extraordinaria, para
tranquilizar nuestras conciencias, sino como parte constitutiva de
él. Esencial en la doctrina de Cristo es la caridad, que se expresa
en el servicio, especialmente de los más necesitados, con los que Él
mismo ha querido identificarse (Cfr. Mt 25,35-36).
14. En este momento de la historia del mundo, para colaborar como
cristianos en la implementación de un desarrollo integral de toda la
persona, se requiere que poseamos una espiritualidad integral,
tomando en cuenta los siguientes aspectos: a) incorporar la realidad
de las mujeres en el análisis social, b) construir y globalizar una
verdadera cultura de la solidaridad a partir de la subjetividad
social, c) formarnos para el diálogo y el respeto a la diversidad, d)
construir la paz a partir de los más vulnerables y de la defensa del
medio ambiente, e) promover una espiritualidad que busque reconciliar
posturas, ensanchar el corazón de amor y mantener nuestra capacidad
celebrativa en las más grandes dificultades. En esta dinámica
podremos orientarnos hacia una vivencia comunitaria, donde podamos
compartir nuestra fe, acrecentar la conciencia de la dignidad de todo
ser humano y apoyar recíprocamente el fortalecimiento de la
subjetividad de todos.
15. Con el fin de ayudar a vivir en verdadera libertad hemos de
propiciar una toma de conciencia tal, que todos nos hagamos sensibles
ante las injusticias, ayudando a las personas y comunidades a
convertirse en sujeto de la historia y actuar y participar en la
construcción de un desarrollo sustentable, equitativo y justo.
16. La Iglesia, por fidelidad a Cristo y a su Evangelio, y basada
en la enseñanza que en materia social ha ido elaborando en diferentes
momentos históricos, tiene que seguir denunciando, de manera
contundente, el pecado estructural, así como los excesos que nos
recuerden que no se pueden promover modelos sociales en el orden
político, económico o de cualquier índole, que atentan contra la vida
humana y ponen en riesgo la supervivencia en el planeta.
17. Los cristianos, en colaboración con todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, debemos trabajar para que la nueva arquitectura
financiera internacional responda plenamente a los planteamientos del
desarrollo sustentable y justo que hemos definido; estamos dispuestos
a contribuir y promover que los responsable de las políticas públicas
orienten sus esfuerzos hacia la promoción urgente de un modelo de
desarrollo que verdaderamente dignifique a las personas y su medio
ambiente. Hoy más que nunca es impostergable el imperativo de afirmar
la vida en su integridad, a partir de los excluidos, volver a la
contemplación de la naturaleza como madre y no como sierva, y apelar
a la globalización de la solidaridad compasiva como matriz para la
civilización del amor.
Monterrey, N. L., 25 de febrero de 2002.
Firman:
Mons. Sergio Obeso Rivera
Arzobispo de Jalapa, Ver.
Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Mons. Gustavo Rodríguez Vega
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey, N. L.
Vocal de la CEPS
Mons. Raúl Vera López
Obispo de Saltillo, Coah.
Vocal de la CEPS
Mons. Juan Guillermo López Soto
Obispo de Cuauhtémoc-Madera, Chih.
Vocal de la CEPS
Conferencia del Episcopado Mexicano
Notas:
1. Cf. CEM, Carta Pastoral Del Encuentro con Jesucristo a la Solidaridad con todos, México 2000, n. 327
2. Cfr. Juan Pablo II, Centesimus Annus, n. 34
3. Ibidem.
4. Cfr. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 50
5. Juan Pablo II, Ecclesia in América, n. 59
6. Cfr. CEM, Carta Pastoral, 312-313.
7. Fondo de Población de las Naciones Unidas, Alimentos para el futuro, 1999.
8. En los resultados preliminares del censo de 2000, el INEGI habla de 4.7 millones de mujeres mexicanas
(20.6% de las familias mexicanas) son jefas de familia. El Conapo señaló en 2001 que: una de cada cinco
mujeres vive sola con sus hijos entre solteras, separadas, divorciadas o viudas. Paloma Bonfil, investigadora y
consultora de Unicef afirmó que 33% de las familias son encabezadas por una mujer (conferencia: La Condición
social de la Mujer en el umbral del siglo XXI, marzo de 1999). La diferencia se debe a factores como los
siguientes: Hay mujeres "jefas de familia" en el sentido de que son el sostén económico, aún cuando hay un
hombre en la casa (discapacitado, desempleado etc.), también hay mujeres legalmente casadas cuyos maridos
han migrado y no mandan dinero.