La economía se desplomó antes que las Torres Gemelas

24/02/2002
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El modelo idealizado de una economía que crea un flujo de libres mercancías, de intercambios perfectos que encuentran un mercado otro tanto perfecto, con un equilibro beneficioso para todos indistintamente, está siendo fuertemente cuestionado por la realidad. La idea que la riqueza sólo debe ser producida, y que no es importante sí se concentra en pocas manos, por cuanto ella esparciría automáticamente sus beneficios a toda la sociedad, hoy deja dudas.

La repetición infinita de mantras macroeconómicos, más allá de la reiteración apodíptica, se encuentra con una realidad que no se corresponde, que no puede ser moldeada con esos esquematismos de la ideología económica. Un caso inocultable que contribuye a desmentir eso, proviene directamente de la economía periférica Argentina y, sobretodo, de los dos polos de irradiación planetaria del modelo hasta ahora en auge: Japón y Estados Unidos.

La “guerra al terrorismo”, escudo semántico para expresar el estado de emergencia que atraviesan los grandes bloques económicos, ha disipado los acontecimientos y mostrado la aguda crisis de la economía mundial. Después del 11 de septiembre se han podido finalmente abandonar los eufemismos que abundaban en los discursos oficiales (desaceleración, aflojamiento, etc.) y admitir que la economía se rehusa a crecer más.

Los más sinceros se atreven a pronunciar libremente la palabra prohibida: recesión. Ya no es posible disfrazar la realidad, no se pueden desechar las evidencias tras el colapso casi anunciado de la economía Argentina, los consecutivos e inédita serie de once recortes de la tasa de interés de la Federal Reserve y la alarmante situación de Japón, cuya economía está parada desde varios años.

El caso argentino

Un alumno diligente de las teorías de moda, se esmeró en la aplicación radical de todas las ”recomendaciones” del Fondo Monetario Internacional, y muy atrevido dio el gran paso de establecer la paridad de la moneda nacional con el dólar. Este Ministro de economía -otrora celebrado gurú que trasformaba en oro todo lo que tocaba- como desempolvando un viejo instrumento (“currency board”) que usaban los ingleses en los tiempos de las colonias, decretó la paridad cambiaria, simplificando así los intercambios. Esta medida funcionó en tiempos remotos porque todas las exportaciones iban hacia el Imperio de Su Majestad. Pero no precisó el alumno aventajado un detalle: que el comercio argentino se destina mayoritariamente a los países colindantes o hacia aquellos que no están dolarizados. Por lo tanto, en los puertos argentinos eran más las mercancías que llegaban que las que salían, porque sus productos resultaban caros e inaccesibles. Esto acentuó la sangría de divisas, que ya la libre convertibilidad había hecho permanente.

La renuncia a la soberanía monetaria había detenido la inflación astronómica, pero asentaba un corte dramático en la arteria yugular del sistema económico. La escasez de liquidez se agigantaba y ya no había a la mano algunas privatizaciones residuales porque todo había sido ejemplarmente privatizado. Entonces el espiral vertiginoso de consecuencias provocó una escasez de liquidez, a la que siguió nuevos prestamos y más deudas, así sucesivamente urgía cada vez más requerimientos de financiamientos, que crearon una cadena perversa e indetenible de demanda de dinero al Fondo Monetario, quien llegaría a socorrerla con 8000 millones de dólares. Esto en nada detuvo los procesos erráticos de la economía Argentina y se mantendría la debilidad del intercambio, acusando más importaciones y un gran déficit comercial.

La crisis de liquidez permanecía firme. Las intervenciones gubernamentales se reducían a maniobras distractivas, hasta que tuvieron que llegar a las medidas desesperadas de recortar el 13% los sueldos de los empleados públicos , contriñir el gasto público y el drástico anuncio del cero déficit, que fue el epílogo no sólo para el inepto De La Rúa, sino de una política que llevaría a la crisis terminal: la total bancarrota. Mientras, las grandes familias (3% de la población) y las transnacionales habían ya transformado todos sus pesos en dólares. En los bancos quedaban sólo los ahorros devaluados de la clase media.

Desconciertan aquellos opinadores que aseveran que este llegadero no es atribuible a la doctrina económica de moda, sino a aquellos que no quisieron aplicarla integralmente. Tal vez añoran la época de Pinochet, cuando los “Chicago Boys” pudieron estrenar con éxito tal modelo, acallando la disidencia y sometiendo a los renuentes, a los más feroces atropellos y torturas. Quienes así opinan cometen una injusticia con Cavallo, porque lo único que le faltó, entre todos sus malabarismos, fue buscar recursos financieros vendiendo la Patagonia en parcelas.

Quedan 145 mil millones de dólares de deuda, o sea un país que ha vuelto a los años treinta, y para recuperarse tiene por delante lo menos una década de ásperos sacrificios. A la escala del sistema financiero internacional, todo esto equivale a la quiebra de una sucursal periférica en comparación con la magnitud de la parálisis de la economía nipona.

Japón el motor apagado

Todos recuerdan las odas, con las cuales se comentaban el empuje de esa economía, que crecía a ritmos exponenciales. Al punto que Japón era motor principal del desarrollo mundial, gran inversionista en todos los mercados y prestamista de emergencia que podía solventar cualquier “default”. Sin embargo pudimos observar como los defensores del libre mercado denunciarían el ritmo demasiado elevado del crecimiento japonés, tanto que el G7 impuso una sensible revaluación del yen, con la finalidad de reactivar las exportaciones estadounidenses. En el lapso de pocos años, la Bolsa de Tokio asiste a la caída de su título más valioso, el Nikkei, seguido por la explosión del sector inmobiliario. La deuda japonesa hoy ronda los 152 trillones de yen (el 30% de su Producto Bruto), y sólo 70 trillones son resguardados con garantías.

El gobierno se decidió por una política de musculosos recortes de las tasas de interés, que ahora rondan el cero por ciento, descuentos fiscales a las empresas, y además no dudó en endeudarse para alcanzar la reactivación, financiando la demanda de bienes y créditos a las empresas. Estos instrumentos clásicos de política fiscal y monetaria no obtuvieron éxitos apreciables. El consumo de bienes disminuye a pesar del continuo declive de los precios. Es una situación donde es poco atractivo el riesgo de invertir y producir, aún con tasas de intereses bajas. Quedando la liquidez en manos del público sin mayor preocupación por el mercado de consumo.

En síntesis, Japón define una situación de grave recesión. No deja espacio al optimismo la forma como Standard and Poor pinta el sombrío panorama nipón en sus previsiones para este año: “el estancamiento se trasforma en una preocupante recesión deflacionística sin síntomas de reactivación para el futuro”. Es más, amenaza de bajar el rating de la deuda soberana si el gobierno se obstina en postergar las consabidas “reformas estructurales”. En el curso del próximo semestre asistiremos al impacto tremendo de la reestructuración de los mayores bancos y sus efectos negativos llegarán al mercado.

¿Todo en la cuenta del 11 de Septiembre?

Once recortes consecutivos de las tasas de interés no han logrado reactivar la economía norteamericana. El intento de la Reserva Federal de estimular la circulación de capitales no ha logrado incrementar significativamente las inversiones productivas, el consumo y el flujo bursátil. Aunque el costo del dinero es muy bajo, persiste la convicción que es preferible quedarse con la disponibilidad de la liquidez monetaria, porque se corren menos riesgos que ir a inversiones poco remunerativas, en todo caso, crea una expectativa más segura que la actual incertidumbre del mercado bursátil.

Todo esto tiene un fundamento lógico basado en el dogma oficial: inflación fija y controlada. Estamos en presencia de la “liquidity tramp” -la trampa de la liquidez- que es la antesala de la deflación. Las mercancías tienen trabado el camino hacia los compradores a pesar de su costo descendente.

La pujante energía de la “new economy” parece haber transitado del vigor juvenil directamente al declive de la senilidad. Los títulos tecnológicos que eran el orgullo de Wall Street han parado su marcha triunfal, y representan la causa principal de la parálisis de esta institución. Nextbank, banco telemático perteneciente a Nextcard, con 1.200.000 clientes, ha sido intervenido después que su título pasó de 40 dólares a 16 céntimos. La bancarrota del coloso energético Enron, la más grande de la historia de Estados Unidos, complementa un cuadro que crea sombras oscuras sobre el panorama. El déficit comercial que es una constante en los últimos tiempos, en el 2000 alcanzó los 430.000 millones de dólares. La Bolsa ha disminuido su captación de capitales y el dólar viene perdiendo su condición de único instrumento del intercambio internacional. Las características comunes con la crisis japonesa son evidentes.

El acento dislocante de las nuevas tecnologías sobre el trabajo, ha optimizado una ecuación de resultados más inciertos, es decir: mientras aumentan espectacularmente los bienes producidos y las ganancias, fruto de inversiones tecnológicas y publicitarias, más disminuye el costo del trabajo. La intensificación de la capacidad de producir encuentra una insuficiencia en el intercambio, porque la capacidad de consumo no sigue el mismo ritmo.

Entonces, ¿dónde podrá colocarse esta acrecentada producción si la demanda global disminuye? ¿quiénes pueden absorber todas esas mercancías puesto que los países periféricos padecen deudas que se agigantan y los empobrecen? ¿de dónde saldrán los nuevos consumidores sí los tradicionales sufren un menguado poder adquisitivo y los que pueden se han retraído? En el pasado, la respuesta era estimular la demanda agregada con políticas dirigidas a fomentar el consumo social, Keynes dixit. Hoy eso suena como una herejía que infringe un tabú totémico. Sin embargo, nadie se escandalizó cuando Washington aprobó el financiamiento a las compañías de aviación, para evitar su abrupto colapso.

¿Cómo quedan los partidarios del "Estado mínimo"?

Hay que estar claros, Bush apuesta únicamente a los gastos militares como vía de salida a esta crisis. La operación de policía internacional en el paupérrimo Afganistán, ha servido únicamente para evitar el desplome vertical de Wall Street. Las previsiones de crecimiento se vienen aplazando de un trimestre al otro, sin que haya un repunte significativo. Para regresar al ritmo de crecimiento del PIB superior al 3% que caracterizó el período de Clinton, no será suficiente prolongar y extender la aventura bélica, que ahora amenaza a Irak y Corea del Norte. Sería necesario algo de mayor envergadura que se parezca más a una guerra, tal vez contra Iran. Y uno se pregunta, será suficiente la inversión al aparato militar industrial para que vuelva arrancar toda la economía; yo diría que no.

La manera como Bush encara la crisis, es apelando a las reducciones fiscales en las empresas, impulsando un incremento del gasto público para el sector armamentista, que contempla un desembolso para la defensa del 14.5% del presupuesto. Esto último conducirá a la renovación de las tecnologías bélicas y a intensificar la superioridad militar contra todos los demás bloques regionales. El aspecto neurálgico de este esfuerzo ya no serán los excedentes del período de Clinton, en tanto que Bush anuncia para el final de su administración un déficit de 200 mil millones de dólares. Muy alejados de los cálculos presupuestarios, incluso del año 2002, que tenía previsto un excedente de 283 mil millones de dólares.

El regreso del intervencionismo del Estado en la primera economía del mundo, dice que el “arcaico” paradigma es retomado para colorear el infortunio de los nuevos tiempos, pero es un infausto presagio para los sector débiles que padecerán de drásticos recortes en los rubros de la salud y de la educación.

Los cuantiosos recursos destinados al complejo militar industrial responden a la necesidad de recobrar un incuestionable hegemonismo, pero no contribuirán en la reactivación económica que pueda estimular creación de empleo y aumento de la demanda. Se perfila un modelo de sociedad restrictiva en las libertades, que se moldeará a los patrones autoritarios del “maccartismo” en la fase posterior a la segunda guerra mundial. En el campo internacional recobrará vigencia la carrera armamentista, que conlleva automáticamente a un desplazamiento de importantes recursos hacía los gastos militares.

Estados Unidos, en este nuevo contexto, se juega su hegemonía. La disyuntiva es la elección de una supremacía absoluta o una hegemonía compartida, particularmente con el bloque europeo que, con la moneda única, ha dejado de ser una simple zona de libre comercio y está unificando su política exterior.

La construcción de una supremacía absoluta implica medirse –tarde o temprano- con China y su crecimiento inalterable y continuo del 7,5%. ¿Será posible enfrentar militarmente China y sus 1200 millones de habitantes? En los altos círculos del gobierno de Washington no faltan sectores que ponderan seriamente esta posibilidad, como demuestra el episodio del avión-espía abatido en territorio chino y las amenazas de ataque a Corea del Norte.

Las últimas amenazas contra el “eje del mal” ya han producido un distanciamiento oficial de los europeos, y esto evidencia los límites de la recién inaugurada “coalición antiterrorista” que se enmarca en el esquema de la hegemonía compartida, sin duda asimétrica, pero al fin compartida.

La política exterior unilateralista y militarista de Bush apunta a una supremacía absoluta, circunstancialmente admite aliados, caso por caso, conflicto por conflicto; pero esto difícilmente podrá impedir la consolidación de los bloques económicos ya existentes. Es emblemático el caso de Rusia que ha retraído casi todas sus fronteras y hoy se encuentra en su mínima extensión territorial histórica, y éste es un factor que la mueve con decisión hacia el bloque europeo. Bush junior cosechará resultados positivos en las áreas de influencia histórica, particularmente en su patio trasero, donde neutralizará las organizaciones regionales y repelerá la creciente penetración financiera europea, sobretodo española. Pero no estaría de más recordar el destino de Inglaterra que salió como ganadora del último conflicto mundial y una década después perdió todas sus colonias.

https://www.alainet.org/es/articulo/105758
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