Palestina: La hora de la verdad

12/04/2002
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Todas las ciudades palestinas están cercadas con tanques, hay el toque de queda, nadie puede salir a la calle sin correr peligro de ser blanco de francotiradores, los hospitales se han quedado sin luz eléctrica, medicamentos y sin alimentos. Las ambulancias son atacadas con armas de fuego, y las pocas que todavía circulan son las que llevan como copilotos los activistas internacionales, que se interponen entre las partes beligerantes. Los pobladores de Naplus, Ramallah, Tulkaren, Jenin, Betlen se encuentran encerrados sin poder asomarse afuera en la búsqueda de agua y alimentos. Los civiles palestinos están en la misma situación de Yasser Arafat, atrincherado en los escombros de su comandancia. Desde hace cinco días, el cerco es total y no excluye siquiera la basílica de la Natividad –el lugar donde nació Cristo- cuya comunidad religiosa está bajo las amenazas de los tanques del ejército israelí. La red de distribución del agua potable ha sido cortada en todas las ciudades. Estas imágenes traen a la memoria la represión a los judíos en el gheto de Varsovia por parte del ejército alemán; ojalá que el epílogo no sea el mismo y no se repita la horrible tragedia, capaz de provocar una “limpieza étnica”. Esta es la tremenda respuesta de Sharon a las acciones de los kamikazes palestinos que llevan su carga de duelo y destrucción en el corazón de los centros israelíes. La cadena de venganzas es interminable, el dolor genera otro dolor, la espiral bestial del “ojo por ojo” dejará solo ciegos y tuertos. Desde la retadora visita de Sharon a la Esplanada de los Templos que desató la presente Intifada, hemos visto reaccionar con balazos a las piedras lanzadas por manifestantes callejeros; sucesivamente se ha pasado a la eliminación selectiva del liderazgo palestino, con misiles disparados desde helicópteros; después la fase de la sistemática destrucción de la infraestructura del gobierno de Arafat, y por último las incursiones militares en los campamentos. Y uno se pregunta, quién es David y quién es Goliath. Todas estas medidas de orden puramente militar no han alcanzado el objetivo de devolver la paz y la seguridad a la población israelí, más bien se ha recrudecido el conflicto. No puede haber convivencia posible cuando en un mismo espacio conviven dos pueblos, y uno de ellos se encuentra en una condición de “apartheid” o de explícita colonización. La fuerza militar de Israel es descomunalmente superior a la de los palestinos y de los demás países árabes del área, sin embargo hasta hoy ésta no ha sido suficiente para garantizar la seguridad. La intepretación de la doctrina antiterrorista de Bush hecha por Sharon, no sólo transforma al premio Nobel de la paz, Arafat, en jefe de los terroristas, sino mantiene como rehenes y castiga indiscriminadamente a la población, negándole los derechos humanos fundamentales. Estos medios han sido utilizados reiteradamente en el pasado, la aniquilación de los campamentos de Sabra e Shatila fue cruel e inútil, y no produjo el fin de las hostilidades. Arafat llegó a ordenar a sus fuerzas policiales reprimir y hasta disparar contra los activistas radicales palestinos, pero todo fue inútil. Sharon siguió pidiendo más y más condiciones, y esta oportunidad fue desperdiciada sin que se lograra algún acuerdo. Esto reforzó a los radicales que están firmemente convencidos que Sharon nunca quiso la paz, sino acelerar la reocupación territorial. Entre los cañones de Sharon y la vida de Arafat hay algo más que unos muros. ¿Cuáles son las razones que impiden a Sharon dar la orden de ejecución? El jefe palestino está físicamente acorralado y muestra cabalmente toda su debilidad militar, pero su figura crece y recupera un consenso que nunca ha gozado entre su pueblo, cosechando también la unanimidad del mundo árabe alrededor de su causa. La trampa de Sharon, es que el poder bélico le garantiza la expansión territorial, pero sin alcanzar la paz interna, ni con los países vecinos. El precio político que paga es el aislamiento internacional de Israel y una sociedad cerrada fuertemente militarizada. No hay soluciones posibles que no sean políticas. Sin embargo la propuesta de Arabia Saudita de paz a cambio de territorio, o sea el reconocimiento de Israel por parte del mundo árabe a partir de la constitución de un Estado Palestino, asentado en las fronteras de 1967, ha tenido como únicas respuesta las bombas de los kamikaze y el ruido de los tanques. La política israelí nunca se ha desarrollado sin sintonía con los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra. Por esto resulta difícil creer que ellos no estaban enterados del plan de invasión de todo el territorio palestino, o que no dieron su consentimiento. A pesar de la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que dicta la retirada de las tropas israelí, ésta no ha tenido mayores consecuencias y se ha quedado a nivel de paterna exhortación. Todo lo contrario de lo que ocurrió hace diez años en Bosnia donde fueron enviadas tropas de la ONU para apaciguar las partes en conflictos. Sharon, tarde o temprano, no podrá eludir la disyuntiva de aceptar la paz a cambio de territorio, porque nunca podrá aniquilar o desaparecer a la población palestina que, entre otras cosas, tiene una alta tasa de crecimiento demográfico. De no ser este el punto de llegada, se estaría apostando a una agudización endémica del conflicto, que tendría todos los riesgos de degenerar en el cuadro apocalíptico del “choque de civilizaciones”. Hay unanimidad en la comunidad internacional para que existan dos Estados para los dos pueblos, pero a las buenas intenciones deben seguir los hechos. Sobre todo por parte del “occidente”, que carga con la responsabilidad histórica de haber originado la persecución de los judíos y la consiguiente fundación del Estado hebreo en 1948. Todos ellos deben asumir un compromiso verdadero para evitar ulteriores dramas. Al fin, los europeos son los que contribuyen con el 60% de la ayuda internacional a los palestinos y los estadounidenses aportan fondos vitales para sustentar el gobierno de Tel Aviv. Esta es una de las llaves para abrir la puerta de la paz. Ya es hora de ir más allá de las hipocresías y de los rituales impotentes de las diplomacias. Ojalá que el precio del petróleo arriba de los treinta dólares pueda cumplir el milagro de sacudir aquellas potencias, que hasta ahora se han lavado las manos.
https://www.alainet.org/es/articulo/105788
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