La Gran Máquina
21/04/2002
- Opinión
Sigmund Freud lo había aprendido de Jean-Martin Charcot: las ideas pueden ser
implantadas, por hipnotismo, en la mente humana. Ha pasado más de un siglo.
Mucho se ha desarrollado, desde entonces, la tecnología de la manipulación. Una
máquina colosal, del tamaño del planeta, nos manda repetir los mensajes que nos
mete adentro. Es la máquina de traicionar palabras.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, había sido electo, y reelecto por
abrumadora mayoría en comicios mucho más transparentes que la elección que
consagró a George W. Bush en Estados Unidos. La máquina dio manija al golpe de
Estado que intentó voltearlo. No por su estilo mesiánico, ni por su tendencia a
la verborragia, sino por las reformas que propuso y las herejías que cometió.
Chávez tocó a los intocables. Los intocables, dueños de los medios de
comunicación y de casi todo lo demás, pusieron el grito en el cielo. Con toda
libertad denunciaron el exterminio de la libertad. Dentro y fuera de fronteras,
la máquina convirtió a Chávez en un "tirano", un "autócrata delirante" y un
"enemigo de la democracia". Contra él estaba "la ciudadanía". Con él, "las
turbas", que no se reunían en locales sino en "guaridas".
La campaña mediática fue decisiva para la avalancha que desembocó en el golpe de
Estado, programado desde lejos contra esta feroz dictadura que no tenía ni un
solo preso político. Entonces, ocupó la presidencia un empresario, votado por
nadie. Democráticamente, como primera medida de gobierno, disolvió el
Parlamento. Al día siguiente, subió la Bolsa; pero una pueblada devolvió a
Chávez a su lugar legítimo. El golpe mediático sólo había podido generar un
poder virtual, como comentó el escritor venezolano Luis Britto García, y poco
duró. La televisión venezolana, baluarte de la libertad de información, no se
enteró de la desagradable noticia.
Mientras tanto, otro votado por nadie, que también llegó al poder por golpe de
Estado, luce con éxito su nuevo look: el general Pervez Musharraf, dictador
militar de Pakistán, transfigurado por el beso mágico de los grandes medios de
comunicación. Musharraf dice y repite que ni se le pasa por la cabeza la idea
de que su pueblo pueda votar, pero él ha hecho voto de obediencia a la llamada
"comunidad internacional", y ése es el único voto que de veras importa, al fin y
al cabo, a la hora de la verdad.
Quién te ha visto y quién te ve: ayer Musharraf era el mejor amigo de sus
vecinos, los talibanes, y hoy se ha convertido en "el líder liberal y valiente
de la modernización de Pakistán".
Y a todo esto, continúa la matanza de palestinos, que las fábricas de la opinión
pública mundial llaman "cacería de terroristas". Palestino es sinónimo de
"terrorista", pero el adjetivo jamás se adjudica al ejército de Israel. Los
territorios usurpados por las continuas invasiones militares se llaman siempre
"territorios en disputa". Y los palestinos, que son semitas, resultan ser
"antisemitas". Desde hace más de un siglo, ellos están condenados a expiar las
culpas del antisemitismo europeo y a pagar, con su tierra y con su sangre, el
holocausto que no cometieron.
Concurso de agachados en la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de
Naciones Unidas, que apunta siempre al sur y nunca al norte. La comisión está
especializada en disparar contra Cuba, y este año le ha tocado al Uruguay el
honor de encabezar el pelotón. Otros gobiernos latinoamericanos lo han
acompañado. Ninguno dijo: "lo hago para que me compren lo que vendo", ni: "lo
hago para que me presten lo que necesito", ni: "lo hago para que aflojen la
cuerda que me aprieta el pescuezo". El arte del buen gobierno permite no pensar
lo que se dice, pero prohíbe decir lo que se piensa. Y los medios han
aprovechado la ocasión para confirmar, una vez más, que la isla bloqueada sigue
siendo la mala de la película.
En el diccionario de la máquina, se llaman "contribuciones" los sobornos que los
políticos reciben, y "pragmatismo" las traiciones que cometen. Las "buenas
acciones" ya no son los nobles gestos del corazón, sino las acciones que cotizan
bien en la Bolsa, y en la Bolsa ocurren las "crisis de valores". Donde dice "la
comunidad internacional exige", debe decir: la dictadura financiera impone.
"Comunidad internacional" es, también, el seudónimo que ampara a las grandes
potencias en sus operaciones militares de exterminio, o "misiones de
pacificación". Los "pacificados" son los muertos. Ya se prepara la tercera
guerra contra Irak. Como en las dos anteriores, los bombardeadores serán
"fuerzas aliadas" y los bombardeados "hordas de fanáticos al servicio del
carnicero de Bagdad". Y los atacantes dejarán en el suelo atacado un reguero de
cadáveres civiles, que se llamarán "daños colaterales".
Para explicar esta próxima guerra, el presidente Bush no dice: "El petróleo y
las armas la están necesitando, y mi gobierno es un oleoducto y un arsenal". Y
tampoco dice, para explicar su multimillonario proyecto de militarización del
espacio: "Vamos a anexar el cielo, como anexamos Texas". Nada de eso: es el
mundo libre el que debe defenderse de la amenaza terrorista, aquí en la tierra y
más allá de las nubes, aunque el terrorismo haya demostrado que prefiere los
cuchillos de cocina a los misiles. Y aunque Estados Unidos se oponga, como
también se opone Irak, al Tribunal Penal Internacional que acaba de nacer para
castigar los crímenes contra la humanidad.
Por regla general, las palabras del poder no expresan sus actos, sino que los
disfrazan; y eso no tiene nada de nuevo. Hace más de un siglo, en la gloriosa
batalla de Omdurman, en Sudán, donde Winston Churchill fue cronista y soldado,
48 británicos ofrendaron sus vidas. Además, murieron 27 mil salvajes. La
corona británica llevaba adelante a sangre y fuego su expansión colonial, y la
justificaba diciendo: "estamos civilizando Africa a través del comercio". No
decía: "estamos comercializando Africa a través de la civilización". Y nadie
preguntaba a los africanos qué opinaban del asunto.
Pero nosotros tenemos la suerte de vivir en la era de la información, y los
gigantes de la comunicación masiva aman la objetividad. Ellos permiten que se
exprese, también, el punto de vista del enemigo. Durante la guerra de Vietnam,
pongamos por caso, el punto de vista enemigo ocupó 3 por ciento de las noticias
difundidas por las cadenas ABC, CBS y NBC.
La propaganda, confiesa el Pentágono, forma parte del gasto bélico. Y la Casa
Blanca ha incorporado al gabinete de gobierno a la experta publicitaria
Charlotte Beers, que había impuesto en el mercado local ciertas marcas de comida
para perros y de arroz para personas. Ella se está ocupando, ahora, de imponer
en el mercado mundial la cruzada terrorista contra el terrorismo. "Estamos
vendiendo un producto", explica Colin Powell.
"Para no ver la realidad, el avestruz hunde la cabeza en el televisor",
comprueba el escritor brasileño Millor Fernandes.
La máquina dicta órdenes, la máquina aturde.
Pero el 11 de septiembre también dictaron órdenes, también aturdieron, los
altavoces de la segunda torre gemela de Nueva York, cuando empezó a crujir.
Mientras huía la gente, volando escaleras abajo, los altavoces mandaban que los
empleados volvieran a sus puestos de trabajo.
Se salvaron los que no obedecieron.
https://www.alainet.org/es/articulo/105802
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