Planteamientos para un debate fuera (o dentro) del ALCA

26/10/2002
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En los albores del siglo XXI y a más de ciento setenta años de la independencia política de la mayoría de las naciones que la conforman, la situación de América Latina colinda con la catástrofe económica y social. Con sus aparatos productivos en proceso de regresión y desarticulación, hipotecados a una deuda externa-interna de dimensiones siderales, aislados de las principales corrientes de inversión productiva, comercio e innovación tecnológica y sometidos al diktat de una potencia victoriosa y arrogante nuestros países parecen tener bloqueadas todas las salidas. Esta "crisis de alta intensidad", conforme la caracterizó Agustín Cueva ya a fines de los 80, no totaliza la realidad continental en este tornasiglo, jalonado también por un resurgimiento de la resistencia a la globalización neoliberal y por posiciones defensivas de corte institucional como la política antiinjerecista de Cuba, la revolución bolivariana en Venezuela, la apoteósica victoria de "Lula" da Silva y el PT en Brasil y el rebrote del nacionalismo y de la resistencia indígena en el Ecuador con el triunfo electoral del ex coronel Lucio Gutiérrez en las primarias presidenciales del pasado 20 de octubre. En estas complejas y contradictorias condiciones, Nuestra América –la martiana, no la monroísta- enfrenta el desafío del Area del Libre Comercio de las Américas (ALCA), es decir, el reto de su integración con la economía más poderosa del planeta, proyecto que ni remotamente tiene relación con un interés de Estados Unidos de compartir con sus vecinos del sur su bienestar material o sus avances tecnológicos, sino, por el contrario, corresponde a una estrategia de Washington para profundizar su dominio hemisférico en un amplio espectro de actividades: comercio de bienes y servicios, movimiento de capitales, compras gubernamentales, recursos naturales y medio ambiente, propiedad intelectual e incluso conductas políticas. De galvanizar tal ofensiva liberal maximalista del capital corporativo –contenida germinalmente en la Iniciativa Bush (l99l)- la región pasaría a desenvolverse dentro de un estatuto más ominoso que el que viviera en los tiempos del coloniaje ibérico. Sería el "fin de América Latina" que pronosticara Alain Rouquié. Indeseable horizonte que impone, particularmente a quienes no militan en ningún determinismo histórico, la tarea urgente de configurar y defender una postura alternativa. ¿Con qué materiales construir la utopía? El desafío mayor implica, sin duda, la reivindicación de la soberanía de nuestros Estados, tan mellada en los últimos tiempos por el desbordamiento del poder estadounidense y de las corporaciones internacionales, correlativo a la sumisión de nuestras dirigencias consulares. Desde que la soberanía no es una entelequia sino un atributo con soportes identificables, el rescate de ese derecho supone reflexiones y acciones (al menos) en los siguientes ámbitos concretos: la deuda, la lucha por la paz y el impulso a una genuina integración regional. En cuanto al primer ámbito, nunca se insistirá demasiado en la posición conforme a la cual, en ausencia de una resolución radical del problema del endeudamiento, el futuro simplemente no existe para América Latina, salvo como hundimiento de un archipiélago de Estados fallidos. Nadie puede sobrevivir con deudas que más crecen mientras se pagan. Si Estados Unidos, la Unión Europea y los restantes acreedores institucionales o comerciales –incluidos, por cierto, los Shyloks nativos- quisieran realmente restañar esa úlcera mayor del mundo moderno, ¿por qué no discutir seriamente, en el ALCA o en el seno de cualquier otro foro, la reimplantación del régimen sabático, o sea, la condonación de los adeudos cada séptimo año? ¿No sería la mejor manera de honrar nuestra condición de civilización cristiana? ¿O se quiere que el genocidio económico llegue a sus últimas consecuencias? El prerrequisito para avanzar a esa meta no puede ser otro que la conformación de un "club" de náufragos de la mundialización del capitalismo. La paz y la autodeterminación son el fundamento de la libertad, la prosperidad y la felicidad de las naciones. Resueltas la práctica totalidad de controversias fronterizas de nuestros países, oprobioso legado del viejo colonialismo preservado por mezquinos intereses, ¿qué sentido puede tener despilfarrar los escasos recursos en carreras armamentistas y guerras internas o regionalizadas por mandato metropolitano? La alusión indirecta al Plan Colombia, uno de los corolarios del ALCA, da pie para otra propuesta concreta contenida en las siguientes interrogaciones: ¿por qué los gobiernos latinoamericanos, sensibles a clamores internos, no buscan desactivar el conflicto civil colombiano requiriendo a Estados Unidos para que levante la prohibición de las drogas psicoactivas, igual que procedió en l933 con la derogatoria de la Ley Seca? ¿Por qué aceptar que se continúe criminalizando a nuestros pueblos con argumentos míticos? ¿Por qué no impulsar un nuevo Proceso de Contadora orientado, esta vez, a respaldar la reanudación de las conversaciones por la paz y la justicia en la atormentada Colombia? Respecto de la necesidad de promover una integración auténtica de América Latina, alternativa a la "anexionista" que representa el ALCA, resulta apropiado recordar tres antecedentes de corte histórico. El primero de ellos se relaciona con el peligro que comportan las integraciones asimétricas. Este peligro ya lo percibió el Liberador Bolívar cuando, al convocar al Congreso Anfictiónico de Panamá (l826), excluyó deliberadamente a Estados Unidos de sus planes de unificación y, más bien, afirmó los principios del proteccionismo y del control soberano de nuestras riquezas naturales. En segundo término, y en referencia a tiempos más recientes, conviene recordar que, cuando hace cuatro décadas los gobiernos latinoamericanos negociaron la vigencia de la Asociación Latinoamérica de Libre Comercio (ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA), a nadie se le ocurrió dudar que una filosofía defensiva debía inspirar a esos tratados como contrapeso a la superioridad productiva, financiera y tecnológica de los monopolios estadounidenses. ¿Por qué no recuperar ese enfoque de abolengo intelectual y político latinoamericano dentro o fuera del ALCA? En tercer lugar, y en referencia crítica a las distintas experiencias subregionales de integración, ¿no habrá llegado la hora de reconocer honestamente que las mismas se extenuaron por la ausencia de reformas económicas democráticas internas y por su sustentación en fines y medios crematísticos alejados de las necesidades e intereses genuinos de los pueblos indoamericanos? ¿Qué impide incorporar a las ríspidas y neocolonialistas agendas del ALCA este tipo de planteamientos iconoclastas? * René Báez Tobar, Facultad de Economía de la PUCE
https://www.alainet.org/es/articulo/106555?language=es
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