Fe, don políticamente encarnado

16/11/2002
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"No hay nada más político que decir que la religión no tiene nada que ver con la política", dice el obispo sudafricano Desmond Tutu. En América Latina o se puede separar fe, política e ideología, así como no sería posible hacerlo en la Palestina del siglo 1º. En la tierra de Jesús, quien detentaba el poder político detentaba también el poder religioso. Y viceversa. Quizás sonase extraño hoy a ciertos oídos religiosos introducir la lectura del Evangelio hablando de Bush, de Saddam Hussein y de Fidel Castro. Sin embargo, al introducirnos en los relatos de la práctica de Jesús, Lucas primero nos sitúa en el contexto político, informándonos de que "ya hacía quince años que Tiberio era emperador romano, Poncio Pilatos era gobernador de Judea, Herodes gobernaba la Galilea y su hermano Felipe la región de Iturea y Traconítide, y Lisanias era gobernador de Abilene" (3,1-2). Fue bajo el símbolo de la cruz como la colonización ibérica en América Latina promovió el genocidio indígena y el saqueo de las riquezas naturales. Bajo la silenciosa complicidad de la Iglesia Católica más de 10 millones de negros fueron traídos de África como esclavos a este continente. Y con la connivencia de nuestras Iglesias cristianas se instaló en nuestros países el sistema burgués de dominación capitalista. El hecho de que fe, política e ideología se den siempre unidos en nuestras vidas concretas, como seres sociales que somos –o animales políticos, en expresión de Aristóteles- no debe constituir una novedad sino sólo para quienes se dejan engañar por una lectura fundamentalista de la Biblia, que pretende desencarnar lo que Dios quiso encarnado. La fe es un don del Padre a nosotros que vivimos en este mundo. En el cielo nuestra fe saldrá sobrando, pues veremos a Dios cara a cara. Sin embargo, la fe es un don políticamente encarnado, que tiene razón de ser en esta conflictividad histórica, en la cual somos llamados, por la gracia, a distinguir el proyecto salvífico de Dios. En este sentido ni siquiera en Jesús es posible ignorar la íntima relación entre fe, política e ideología, aunque a algunos cristianos les resulte extraño aplicarle a él ciertas categorías. Que Jesús tenía fe lo sabemos por los textos que nos hablan de los largos momentos que pasaba en oración (Lucas 4,16; 5,16; 6,12). Ahora bien, sólo quien necesita profundizar su fe se entrega al encuentro orante con el Padre. La oración es para él lo que el abono para la tierra o el gesto de cariño para la pareja que se ama. El Evangelio nos habla incluso de las crisis de fe de Jesús, como las tentaciones en el desierto (Mateo 4,1-11; Marcos 1,12-13; Lucas 4,1-13) y el abandono que sintió en la agonía en el huerto de los olivos (Mateo 26,36-46; Marcos 14,32-42; Lucas 22,39-46). Todos nosotros, cristianos, somos ineludiblemente discípulos de un prisionero político. Incluso aunque en la conciencia de Jesús casi sólo hubiera motivaciones religiosas y su alianza con los oprimidos, su proyecto de vida para todos (Juan 10,10) tuvieron objetivas implicaciones políticas. Ya en la introducción de su evangelio, Marcos muestra cómo las curaciones obradas por Jesús desestabilizaban tanto al sistema ideológico y los intereses políticos vigentes, que llevaron a dos partidos enemigos -el de los fariseos y el de los herodianos- a hacer alianza para conspirar en torno a "proyectos para matar a Jesús" (3,6). De ese modo se ve que las implicaciones políticas de la acción salvífica de Jesús se volvieron tan graves y amenazadoras que indujeron a Caifás, en nombre del Sanedrín, a expresar que era "mejor que muriera un solo hombre por el pueblo que dejar que toda la nación sea destruida" (Juan 11,50). (Traducción de José Luis Burguet)
https://www.alainet.org/es/articulo/106655
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