Paro o golpe de Estado?
13/12/2002
- Opinión
Los días del paro, pasivo o activo, recorrí a pie todo el bulevar de
Sabana Grande desde Chacaíto hasta la Torre Lincoln. Soy un peatón
empedernido que usa los grandes medios colectivos de transporte y
para llegar complementándolos a la oficina o al cafetín, mido
cuadras enteras a pie. No vi paro alguno. Pocos, muy pocos
establecimientos habían cerrado sus puertas. Y vi un detalle
significativo: los negocios cerrados venden todos ellos artículos
como joyas, electrodomésticos, aparatos de sonido; vale decir, cosas
de lujo o bienes durables de consumo. Los negocios abiertos venden
todos ellos bienes más modestos, pero más indispensables para el
subsistir humano. Estaba allí la divisoria de clases de nuestra
sociedad. Cerrados aquellos establecimientos, tales como las joyerías
o las tiendas de la moda; el bienestar o el lujo tienen sus clientes
en la burguesía o la clase media
Abiertos los negocios de la arepa, el blue jean barato, el cafecito
de la mañana o la farmacia donde la gente pobre compra ese remedio
universal que es la aspirina. Caminando aquel bulevar observé que no
había en las esquinas algo que es clave o elemental en un paro: el
agitador u organizador que explica a las gentes las razones del
conflicto o excita a quienes tuvieran sus establecimientos aún
abiertos a cerrarlos. Tonto o atrasado yo, de eso se habían encargado
o estaban encargándose las plantas televisoras que convirtieron sus
transmisiones en un solo programa noticioso dedicado al paro. Creo
que si los marcianos llegaran a invadirnos no conseguirían acaparar
de tal manera la pantalla.
El barrunto de golpe Creía yo, recorriendo aquel bulevar, que se
trataba de un paro cívico de dudosos motivos, pero concebido o
desplegado como factor de presión válido en un conflicto de clase.
Pero varios incidentes en los cuales fue protagonista la Guardia
Nacional, me llevaron a pensar de otra manera. La Guardia Nacional
dispersó mediante gases lacrimógenos a una muchedumbre reunida en la
"plaza de la meritocracia" de Chuao. Los militares arrochelados en
Altamira enviaron a ese teatro –hay que utilizar esta palabra porque
todo este proceso tiene lejanos barruntos de guerra– a un general de
división perteneciente a tal rama de la Fuerza Armada. Y al general
le arrojaron su granada lacrimógena. En aquel momento, viendo yo por
la TV al general arrojado al suelo y cubriéndose la cara con un
pañuelo protector, vino a mi mente un recuerdo de tantas lecturas que
va acumulando la vida. Más de un golpe o insurgencia ha comenzado por
el alzamiento en plena calle de un cuerpo militar enviado a sofocar
un brote de violencia. El general fue a la "plaza de la meritocracia"
a provocar con su presencia la rebelión de aquella unidad militar
allí desplegada, pero encontró tal inusitada sorpresa de hostilidad
que cambió tal vez la arenga por el pañuelo. Después, en un café de
Sabana Grande, un viejo periodista me dijo que el golpe iba a empezar
justo por la Guardia Nacional. Es raro, le contesté, porque aquí los
golpes se inician por el Ejército o la Marina.
El mitin de Altamira Sin embargo, la especie que me daba el
periodista encontró inmediata confirmación. Poco después o al día
siguiente, los recuerdos se atropellan por la misma TV. Los canales
todos, en la tácita cadena que ha existido entre ellos, ponían en la
pantalla la imagen de un oficial de la Guardia Nacional, recién
incorporado al grupo de Altamira, quien, desde aquel lugar que se ha
convertido en remedio de aquella famosísima plaza de Londres, donde
es ilícito decir cualquier cosa, decía que en 1990, cuando Hugo
Chávez le propuso conspirar, transmitió ese dato a los cuerpos de
inteligencia de la Guardia o del Ministerio de Defensa. Un delator
convertido en adalid. Ni Kafka habría concebido un personaje menos
adecuado para atizar una rebelión. Los militares de Altamira han
apuntalado como pocos a Hugo Chávez. Su gracia se ha trocado en
morisqueta desde hace tiempo. ¿Quién paga, a propósito, los servicios
de lencería que presta a esos militares el "apartotel" situado muy
cerca de la plaza Francia y por cuenta de quién corren los "tres
golpes diarios" de toda subsistencia? Por respuesta voy a soltar una
impertinencia. Nosotros, los que conspiramos contra Pérez Jiménez y
Betancourt, ¿cuanto habríamos dado por que alguien nos pagara una
arepa reina pepeada o nos brindara un rancho para alojarnos? A
nosotros nos tocó complotar a la intemperie y no tuvimos plaza de
Altamira, sino penitenciarias de San Juan de los Morros o cuarteles
San Carlos. Y aquí seguimos, montados solos.
¿El rostro del fascismo? Estos episodios del paro, las cadenas
tácitas de TV y las muchedumbres, me han demostrado cuán encarnizada
y feroz puede ser la reacción derechista
En Las Mercedes he visto esos excesos de la canaille dorée, como la
llaman los franceses. Cerca de mi casa hay dos negocios, uno de
ellos, La Crocantina, vende exquisiteces y el otro, Katia, es un
cafetín de comida árabe. A ambos se les obligó cerrar. Vi, desde
pocos metros, cómo una muchedumbre de damas piadosas amenazaba a los
dueños de aquellos negocios con quebrarles las vidrieras. Al día
siguiente de este episodio, no pude tomar el metrobús en Chacaíto
para llegar a mi casa e hice ese recorrido hasta Las Mercedes a pie.
En la avenida principal de Las Mercedes vi, a pocos pasos del
automercado Cada, al dueño de un puesto de periódicos, situado frente
a la bomba Texaco, arrojar lágrimas. Se le había obligado a cerrar el
kiosko. El hombre me dijo, mientras corrían las gotas por sus
mejillas, que a la Casa del Llano, muy cerca de aquel lugar por la
avenida Río de Janeiro, le habían roto dos cristales. Quiero decir
algo que pertenece a mis principios: Venezuela no retrocederá a los
tiempos de Betancourt o de Pérez Jiménez. Nada tengo en común con
Hugo Chávez y lo he combatido desde el día en que triunfó por primera
aquel 6 de diciembre de 1998. Muchos dueños de canales de TV y de
periódicos que hoy le combaten, palmotearon sus espaldas embargados
por el goce. Sigo siendo enemigo político de Hugo Chávez y lo seguiré
siendo. Pero no soy tan cretino para abrirle las puertas de un país,
que a mí me ha costado cárceles y aislamientos, al fascismo más
sanguinario.
Quinto Día, 13-12-02
https://www.alainet.org/es/articulo/106756?language=en
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