Más sociales que naturales

11/02/2003
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Hace un par de años, en los cerros de La Guayra llovió más de lo habitual. Los torrentes se agolparon por las faldas y cañadas que la deforestación ha devastado, y el alud de fango sepultó barrios y edificios, matando a millares de familias venezolanas. Por la misma época, en San Salvador un terremoto partió un enorme tanque de agua ubicado sobre la colina que coronaba una barriada de clase media y el aluvión dejó escasos sobrevivientes. ¿Quién fue el culpable de estas masacres? Decir que la lluvia sacrificó a esos venezolanos, o que un temblor mató a aquellos salvadoreños es apenas un modo de encubrir a sus verdaderos asesinos. Y culpar de ello a la insondable voluntad divina es, además, una reverenda falta de respeto a la más elemental inteligencia. Esos cerros fueron pelados por el hacha humana y aquellos vecindarios de martirio fueron hacinados allí por la más inhumana especulación inmobiliaria. Ciertamente, estos fueron grandes desastres, como tantos otros que a diario se repiten por casi toda América Latina. Lo que pongo en duda es que se trate de desastres naturales. La naturaleza produce eventos de diverso género, pero son la codicia o la imprevisión humana quien los convierte en cataclismos sociales. Con toda seguridad, aquellos no fueron los mayores aguaceros de la historia natural venezolana, y si resultaron los más mortíferos eso no fue por decreto ni natural ni divino, sino por irresponsabilidad de urbanizadores y autoridades. Por otra parte, en lo que toca a eventos telúricos, en la moderna y populosa Seattle por las mismas fechas, un terremoto de igual magnitud que el salvadoreño dejó muy pocas víctimas, aunque mucho mayores costos materiales. No menos cabe decir de la terrible estela que el huracán Mitch dejó a lo largo de Centroamérica. Si los hermosos pinares que antes decoraban Tegucigalpa hubieran sido respetados o resembrados, muchos hondureños se habrían salvado. ¿A quién puede interesar que a dichos acontecimientos se los tilde de "naturales", o que se haga responsable a la divina providencia? Sólo a los verdaderos autores de tales calamidades sociales. Esas tragedias suelen movilizar la masiva abnegación de uno de los mejores recursos humanos: el de la solidaridad. Ya sea la desinteresada solidaridad popular o la que viene de las obligaciones morales y políticas propias de las organizaciones sociales y las instituciones del Estado. Pero exaltar el imponderable valor de la solidaridad humana tampoco debe servir de subterfugio para pasar por alto la mezquindad, la corrupción o la simple imprevisión pública o privada que antes agravaron la tragedia, ni que los prejuicios políticos puedan ser motivo para restringir la solidaridad. El desastre de La Guayra fue la mayor prueba --si es que faltaba otra-- de que el pasado régimen político, cultural y económico venezolano debía ser remplazado. Como, asimismo, la negativa del gobierno salvadoreño a proporcionar a los municipios administrados por la oposición los recursos necesarios para enfrentar las secuelas del terremoto, demuestra que ese gobierno es un desastre adicional para restablecer la seguridad ciudadana en ese país.
https://www.alainet.org/es/articulo/106926
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