Prejuicios sobre la vejez

13/03/2003
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'Fraternidad y personas ancianas' es el tema de la Campaña de la Fraternidad de este año, que la Conferencia de Obispos de Brasil promueve en Cuaresma. El lema es: 'Vida, dignidad y esperanza'. Siempre he buscado, en vano, en las librerías una historia de los prejuicios. Aunque demuestren una resistencia inquebrantable, al menos en el consenso social tienden a desaparecer. Sobre todo en sociedades que los criminalizan. Por eso, hoy en Brasil es un delito irresponsable el prejuicio racial. Pero ¿cómo reacciona una familia de blancos cuando el hijo les presenta a su novia negra? ¿o cuando les dice que es homosexual? Cual ave fénix, los prejuicios renacen de las cenizas. Son como la gripe: aunque son sutiles, pueden ser combatidos, pero es difícil erradicarlos. De ahí nuestra perplejidad cuando tenemos noticias de que jóvenes blancos queman indios, o católicos que desprecian a judíos, o judíos que discriminan a árabes, o árabes que discriminan a judíos, o evangélicos que demonizan a los seguidores del candomblé, etc. El prejuicio se insinúa incluso en el lenguaje, sin que la conciencia lo perciba: judiar, renegrar... El origen del prejuicio nunca es directo. Se da por catálogo. Es lo que sucede con los viejos. Hoy día cuesta asumir la vejez. La mercantilización de la apariencia humana descubrió el elixir de la eterna juventud. Se gastan fortunas con el fin de prolongar la juventud o, al menos, de que se alargue: cirugías plásticas, gimnasios, píldoras energéticas, bebidas revitalizadoras, alimentos dietéticos, etc. De ese modo la vejez adquiere poco a poco el estigma de vergonzoso, como si las arrugas fueran cicatrices socialmente inadmisibles, o las canas fueran señales de degradación, o la jubilación una ociosidad vergonzosa, o las limitaciones propias de la edad incompetencia. Quedé sorprendido cuando en Estocolmo una amiga , asistente social, me contó que trabajaba en un asilo, una especie de apart-hospital donde las familias depositaban a sus ancianos. No hay exageración en la expresión. La función de mi amiga era visitar a los que cumplían años, pues en general sus familias jamás aparecían y ni siquiera telefoneaban. La Campaña de la Fraternidad viene a alertarnos respecto a la dignidad de los ancianos y propone que los ayudemos a tener esperanza. Desde el punto de vista político eso significa multiplicar los recursos sociales que les faciliten movilidad y derechos, como ya está sucediendo en ciudades donde no pagan transporte colectivo, en bancos que les aseguran atención preferencial, en supermercados que no los retienen en filas interminables. Pero todavía es poco. Todavía no disponemos, como sucede en Cuba, de espacios públicos donde puedan encontrarse y ocuparse con lecturas, juegos, artesanías, danzas, deportes y otras actividades estimuladoras de la inteligencia, de la vida espiritual y de los movimientos físicos. La Pastoral del Anciano ha tratado de superar esas carencias y de crear espacios y actividades. Algunas universidades les permiten el libre acceso a sus cursos, sin exigencia de presencia física regular. Algunas empresas han dado preferencia a los ancianos para la ocupación de ciertos cargos. Pero falta mucho para que nuestros ancianos se sientan de hecho valorados, respetados y, sobre todo, venerados, como ocurre en las aldeas indígenas. Allí cuando muere un anciano es toda una biblioteca la que desaparece; pues es a través de la memoria como es registrada y transmitida la historia, envuelta en una sabiduría que a nuestro academicismo cartesiano le cuesta aprender. Qué hermosos tiempos aquellos de mi niñez, cuando pedíamos la bendición de los más viejos. Y teníamos todo el tiempo del mundo para escuchar sus experiencias y enseñanzas. Como mi abuela Zina que, a sus 90 años, narraba su juventud en Ouro Preto con un brillo adolescente en los ojos. Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/es/articulo/107116
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