La guerra y la democracia
06/04/2003
- Opinión
Los acontecimientos de orden planetario que circundan la
presente guerra con el Irak tienen innegablemente múltiplas
facetas. La acción unilateral norteamericana produjo un
stress sobre todos los aspectos de la vida: en lo económico,
en lo social, en lo político, en lo ideológico, en lo ético.
La vasta bibliografía que se expande por toda la prensa
refleja el enorme esfuerzo de los pensadores de todos los
campos por entender los acontecimientos y por buscar caminos
de intervención sobre los hechos, a pesar del sentimiento de
impotencia que produce el avance inexorable de las
confrontaciones militares.
Pero quizás el elemento nuevo y renovador más impresionante en
este contexto son las manifestaciones populares en contra de
la guerra que no se abaten ante la aparente indiferencia de
los detectores del poder mundial. En vez de entregarse a la
frustración, los jóvenes y viejos militantes aumentan sus
energías y su convicción sobre la importancia de manifestarse.
Un fenómeno de esta dimensión y profundidad debe tener razones
muy radicales que lo explican y me gustaría intentar
aproximarme de la formulación de una teoría sobre la coyuntura
actual.
Si observamos el hecho de que estas manifestaciones
impresionantes se han desarrollado durante los últimos años en
oposición a las reuniones de las organizaciones
internacionales, lo que indica existir un sentimiento que
rebasa el acontecimiento específico de la guerra. Si
agregamos el hecho que ellas se extienden por todo el planeta,
a pesar de tener sus mayores expresiones en los países
centrales del sistema mundial. Si vemos que ellas están
asociadas a procesos de discusión, investigación y acción
política cotidiana que suponen un inmenso aparato
institucional que tiene como fenómeno nuevo las organizaciones
no gubernamentales de distintas formas, que incluyen también
los antiguos sectores sindicales y cooperativistas,
organizaciones y partidos políticos y grupos de intelectuales
y militantes de las más distintas orígenes. Si atentamos para
el hecho de que este movimiento buscó encontrar un centro de
expresión en el Foro Social de Puerto Alegre (Rio Grande do
Sul, Brasil) que no agota esta busca de coordinación que se
desdobla en varios foros locales y regionales. Si agregamos
aún los procesos de contestación armada de nuevo tipo y de
antiguas formas que se desarrollaron en los últimos años,
sobretodo a partir del fenómeno del zapatismo en México. Si
notamos aún el aparecimiento de nuevos movimientos étnicos de
expresión continental como el movimiento indígena
latinoamericano, que se asocia al fenómeno del zapatismo, con
los antecedentes de las guerrillas guatemalteca y otras
manifestaciones de explosión indígena, locales y regionales
como el caso reciente de Ecuador y de Bolivia. Cuando
atentamos para la existencia de movimientos de nuevo tipo como
el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, las varias formas
de asociaciones de masa que se produjeron en Argentina a
partir de la crisis final del gobierno De la Rúa. Cuando
finalmente asistimos a procesos electorales hacia los cuales
se desaguan estos vastos movimientos sociales sin que los
gobiernos por ellos generados asuman claramente todas las
consecuencias de representar una rebeldía tan significativa,
vacilan en sus políticas económicas y tienden a conceder a las
presiones de las instituciones internacionales tan combatidas
por este mismo movimiento. Cuando sumamos a todos estos
elementos la presencia creciente de los movimientos
religiosos, fuera y dentro de las jerarquías eclesiásticas,
involucrando las más distintas religiones y las más distintas
formas de articulación entre lo religioso y lo político.
En fin, cuando sumamos todos estos fenómenos bajo el stress de
la acción insana del gobierno Bush hijo, comenzamos a
configurar un proceso revolucionario cuya ideología y
objetivos están aún confusos, pero que claramente desean "un
otro mundo", como la consigna de Porto Alegre lo identificó.
Así como el gobierno Bush es la coronación de una vasta
ofensiva contra revolucionaria que se inicia en los gobiernos
Thatcher y Reagan, en la década del 1980.
Los elementos de esta ofensiva estuvieron articulados en torno
de lo que se pasó a llamar el neoliberalismo. La doctrina de
los ideólogos, economistas y políticos reunidos en torno de
las reuniones de Mont Pellerin desde el final de la II Guerra
Mundial. Los unía la oposición a las tesis entonces
dominantes que ponían en jaque al viejo liberalismo económico
que se ahogara durante la crisis de 1929 y sus terribles
consecuencias sociales y políticas. Trataban de profundizar y
radicalizar el enfoque liberal, asumiendo la crítica del
Estado de Bienestar, del planeamiento económico social, sin
hablar de las experiencias del socialismo soviético y sus
áreas de influencia.
Para estos ideólogos, disfrazados de distintas actividades,
sobre todo de economistas, por la influencia que ganaron sobre
el Premio Nóbel de Economía, que llegaron a otorgar a su
máximo jefe, el señor Friedrick Hayeck, había que retomar los
fundamentos del liberalismo del siglo XVIII que reconocía sin
ningún pudor la legitimidad del homo economicus, como
fundamento de la ética y de la vida pública. Se trataba de
retomar la imagen del llamado libre mercado como una entidad
metafísica capaz de asignar los recursos de acuerdo con la más
mezquina racionalidad
Un proyecto ideológico de esta dimensión que se pretendía de
gran rigor científico, no podría ir muy lejos al absorber
doctrinarios como Milton Friedman, con su monetarismo
desmoralizado por los hechos y por la crítica académica, y
unos muchos economistas que se llamaron como los "nuevos
clásicos", asaltando las escuelas de economía de todo el
mundo;
Muchos considerarán estas palabras muy duras, pero así se
trataban a estos señores hasta la década del 70, cuando el
grupo de la Universidad de Chicago, donde se atrincheraron en
la pos-guerra, fue llamado a poner en práctica sus ideas en el
primero gobierno abiertamente fascista de la pos-guerra: el
del General Pinochet en Chile. La crisis general del
capitalismo que se profundizó en la década del 70 facilitó el
camino para la valorización artificial de la experiencia
chilena.
El Chile pos-Allende gozaba de ventajas excepcionales: ahí se
había realizado la reforma agraria más radical de los años 60-
70, iniciada por los Demócratas Cristianos, eliminando una
oligarquía latifundista parasitaria que no pudo recomponerse
con el régimen militar fascista. Durante el gobierno Allende,
se había nacionalizado el cobre por voto unánime del Congreso
chileno y puesto a disposición del Estado chileno más de la
mitad de sus recursos cambiarios. Los avances educacionales
del período Frei y Allende profundizaron una vocación
histórica de Chile por la educación en sus más diversas
manifestaciones.
La dictadura militar fascista no pudo detener las fuerzas
sociales que habían impulsado estos cambios revolucionarios.
Lo que ha conseguido ha sido reorientar estos avances hacia un
capitalismo mezquino y utilitarista que transformó el Chile
actual en una nación de individualistas, dejando de lado las
capas sociales más bajas que habían avanzado hacia el poder
durante el período del gobierno de la Unidad Popular.
El caso chileno, a pesar de la crueldad de los datos sociales
y de las mediocres realizaciones económicas del gobierno
militar, que cae en 1986 bajo la influencia de la terrible
crisis económica que enfrentaba el país, fue presentado como
modelo hacia el resto del mundo por la señora Thatcher y por
los ideólogos de Reagan. Estaba abierto el camino para que
los "magos" de la estabilidad económica alcanzasen el poder en
varios países con el apoyo sistemático de los mayores
beneficiados de la política económica del monetarismo
actualizado.
El Fondo Monetario Internacional, otra trinchera del
pensamiento monetarista, fue abriendo espacio a los ideólogos
neoliberales y varias universidades los incorporaron a sus
departamentos que ellos buscaron copar ya que traían toda una
"teoría" económica, cuyas raíces atrasadas (una vuelta al
siglo XVIII, como hemos visto) obligaban a un conjunto de
conocimientos, cristalizados en manuales que los nuevos
economistas de los países del Tercer Mundo traían de las
universidades norteamericanas, donde estudiaban a costa de
nuestros limitados contribuyentes. El espíritu crítico y las
contribuciones del pensamiento económico latinoamericano
fueron puestos de lado, por ejemplo, para abrir camino a
"científicos exactos" que sustituían a los economistas
antiguos que pretendían ser "científicos sociales". La
profesión de economista ya había sido asaltada por ingenieros
con pos-grado en economía, que desconocen totalmente que es
una ciencia social y que representa la complejidad de los
fenómenos históricos.
Una de las características más claras de esta ideología es
considerar la ciencia como una aplicación de leyes generales
de las cuales se deducen las políticas económicas y sociales.
En esta visión positivista arcaica no hay lugar algún para la
democracia. ¿Para qué consultar al pueblo y darle el poder de
voto que define el tipo de gobierno que desea si las políticas
económicas son fenómenos técnicos que se deducen de las
"teorías" económicas?
Creo que ahí está uno de los nudos centrales que ha generado
un odio tan generalizado de los pueblos al llamado "neo
liberalismo" y a las instituciones internacionales que lo
representan. Tratase de una dictadura de los técnicos que se
ponen evidentemente a servicio de los poderes económicos más
fuertes que les abren los recursos privados y dan origen a una
época de corrupción pública y corporativa colosal, como jamás
se conociera.
La forma más común que ha asumido este modelo de gestión
estatal es lo que hemos llamado de "golpes de Estado
electorales". Se permite que se realicen elecciones
relativamente limpias, pero gane quien gane, tienen que
aplicar las políticas económicas del FMI y de los nuevos y
viejos aparatos institucionales internacionales. Casi siempre
los nuevos gobiernos se eligen en contra de estas políticas
económicas para adoptarlas cuando ocupan el poder. Y todavía
hay que aguantar el escarnio de estos ideólogos y de sus
publicistas que afirman siempre: ve, ellos no tienen
alternativas sino aceptar nuestras políticas científicas. Las
campañas electorales son el campo de la demagogia y el
gobierno es el campo del "realismo".
Hemos discutido en varias oportunidades la esencia de estas
tesis pretendidamente científicas y hemos demostrado que lo
que se presenta como un plan coherente y "científicamente"
deducido de un cuerpo teórico cerrado no son más que
manifestaciones del más descarado oportunismo pragmático a
servicio de intereses poco confesables.
La verdad es que la gente percibe lo que está pasando. Han
transformado los procesos electorales y la democracia en un
espectáculo, una farsa para aquietar la gente. Este
sentimiento es extremamente fuerte en el momento actual en el
cual vastas mayorías sociales se manifiestan en contra de la
guerra del Irak y ven los políticos ignorar olímpicamente sus
manifestaciones. Hay algo de podrido en el Reino de
Dinamarca, decía el vate, hay algo de podrido en la democracia
representativa contemporánea. Tenemos que encontrar una forma
de democracia no solo representativa sino también
participativa, donde la voz del pueblo se imponga sobre los
burócratas, los tecnócratas y sus patrones.
* Theotonio dos Santos es profesor titular de la Universidad
Federal Fluminense y Coordinador de la Cátedra y Red UNESCO –
Universidad de las Naciones Unidas sobre Economía Global y
Desarrollo Sostenible. Su libro más reciente es "Teoría de la
Dependencia: Balance y Perspectivas", Editora Plaza & Janés.
https://www.alainet.org/es/articulo/107269
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