El nuevo desorden imperial
09/04/2003
- Opinión
El elefante ya entró en la cristalería, causando todos
los "daños colterales" imaginables y previsibles, salvo
la matanza de periodistas que no figuraba en el libreto
previo. El nuevo orden que se avizora tras la ocupación
de Irak, dibuja un mundo incierto e imprevisible.
La pregunta, ahora que las fuerzas de ocupación están
arrasando la capital iraquí y aniquilando brutalmente los
focos de resistencia, parece obvia: ¿Hacia dónde
dirigirán sus armas ahora los muchachos de Donald
Rumsfeld? ¿Cuál será la próxima parada de la maquinaria
bélica más poderosa y desigual de la historia, en su
carrera casi omnipotente hacia el dominio planetario
absoluto?
Las preguntas se amontonan. Si aceptamos que la guerra
o, mejor dicho, la carrera por el control y el dominio
planetario, apuntan contra el euro, la Unión Europea,
Rusia y China, o sea los verdaderos "desafíos
potenciales" que enfrenta Estados Unidos, los próximos
pasos del Pentágono son imprevisibles. Más aún, cuando
las Naciones Unidas han dejado de jugar papel alguno en
el concierto internacional.
Ciertamente, la invasión a Irak busca el control
petrolero, rediseñar la región a favor de Israel y contra
todos los regímenes islámicos, sean del color que sean.
Pero no es sólo el petróleo lo que está en juego, sino el
conjunto de los recursos naturales del mundo, buscando no
sólo su control sino que los posibles "desafíos
potenciales" no tengan acceso a los mismos sino bajo las
condiciones pautadas por Washington. Entonces, si se
trata de cortarle el paso a la Unión Europea, que en los
noventa hizo notables progresos en América Latina,
¿porqué no Colombia, Venezuela o incluso Cuba? Aunque la
intervención militar masiva en este continente parece
poco probable a corto plazo, no debemos olvidar que los
halcones liderados por George W Bush no piensan con la
misma lógica. Los últimos pasos dados van más allá del
Eje del Mal propagandeado en los últimos meses y la
maquinaria militar tiene en la mira no sólo a Irán y
Corea del Norte, sino a todo aquel país o región que
pueda servir a los objetivos de la superpotencia.
El militarismo crudo desplegado desde que la actual
administración llegó a la Casa Blanca, tiene una lógica
propia, que no se rinde ante las evidencias políticas
sino que persigue una sola y fundamental cuestión: el
dominio no compartido del mundo. Es en este sentido que
todos los pueblos del mundo están en peligro.
Sabor a virreinato
Apenas tomaron el control de Basora, los mandos militares
británicos nombraron a un líder tribal como nuevo jefe de
gobierno. Según los informes de prensa, un jeque se
habría entrevistado con el coronel británico Chris Vernon
y este le pidió que formara un comité local para gobernar
la ciudad. Dato esencial: el mando militar decidió no
filtrar el nombre del jeque que se habría presentado como
la persona más idónea para "gobernar" Basora.
No es la primera vez que esto sucede. Es la historia del
imperio británico; de todos los imperios. Los mandos
militares nombran a los nuevos gobernantes. Estados
Unidos, por su parte, ya decidió que el nuevo gobernador
de Irak será el general retirado Jay Garner, quien dirige
la Oficina de Reconstrucción y Ayuda Humanitaria desde
Kuwait.
Un comportamiento de este tipo es menos sutil incluso que
el clásico imperialismo y remite al comportamiento del
colonialismo del siglo XIX, tanto británico como francés.
Es cierto que en Vietnam, a fines de los cincuenta,
Washington instaló el régimen de Nho Dinh Diem, al que
apoyó en los años siguientes con medio millón de soldados
y abundantes recursos. Pero eran esos los años de oro de
la Guerra Fría, en los que la superpotencia enfrentaba el
desafío de los países socialistas y hacía que toda
insurgencia popular fuera medida con la vara de la
polarización Este-Oeste.
Ahora las cosas son muy diferentes. Estados Unidos no
combate -más allá de la retórica fundamentalista de la
Casa Blanca- contra ningún enemigo capaz de disputarle,
en nombre de una clase social antisistémica, su
supremacía mundial. El combate ahora es entre familias
del mismo sistema. Se trata de desbancar a las economías
europeas y china del importante papel que les aguarda en
el futuro inmediato, como recambio del dominio económico
estadounidense.
Parece evidente que la ocupación de Irak no va a resolver
ninguno de los problemas de fondo de la región y que, por
el contrario, introducirá importantes elementos de
desorden. Los más evidentes son que agrava el conflicto
israelo-palestino dando más vuelo aún a los halcones al
estilo de Ariel Sharón; que crea tensiones difíciles con
el pueblo kurdo, que afectan a uno de sus principales
aliados, Turquía, país que no está dispuesto a tolerar
que en sus fronteras nazca un Estado al que considera
enemigo; crea problemas con la minoría chiíta del sur,
siempre atraída por el régimen iraní, con el que las
tensiones se harán cada vez más fuertes; con Siria, que
ya fue amenzada por Washington y, finalmente, con una
serie de países de la región (Arabia Saudí, Egipto, entre
otros) cuyos regímenes no gozan del apoyo popular.
Por otro lado, la ocupación de un país como Irak puede
provocar una oleada de nacionalismo árabe como ya sucedió
en los años cincuenta, cuando comenzaba la oleada
descolonizadora en la región. La superioridad militar,
por más apabulllante que sea, sólo tiene sentido cuando
se plantea conseguir objetivos políticos. Pero la forma
como Estados Unidos está actuando en el terreno militar,
provoca justamente lo contrario.
Cómo hará la superpotencia para sanear sus relaciones con
la Unión Europea (tanto con algunos gobiernos como con
las ciudadanías enfurecidas por la guerra), no parece
nada claro. Y sin aliados importantes, no podrá gobernar
la región; mucho menos rediseñarla de forma unilateral.
Por el contrario, todo indica que los planes de Rumsfeld
(secretario de Defensa) consisten en hacer valer la
superioridad militar más cruda, a través de la
instalación de un rosario de bases militares con las que
mantener el control de la región.
Menos aliados, más enemigos
La historia del colonialismo europeo puede iluminar
algunos pasos que está dando el actual neocolonialismo,
en el que parecen empeñados los estrategas
estadounidenses que formularon el Proyecto para un Nuevo
Siglo Norteamericano.
El historiador hindú Ranajit Guha, creador de los
"estudios subalternos", sintetizó en el título de uno de
sus libros la historia del poder colonial en la India:
Dominio sin hegemonía. Según Guha, las metrólolis
coloniales edificaron en su país un Estado que no
aspiraba a la hegemonía y se asentaba en el dominio
coercitivo. Para un Estado de ese tipo resultaba
imposible asimilar a la sociedad civil del país
colonizado, que permaneció como un territorio ajeno para
los colonizadores. Pero una de las consecuencias a largo
plazo de ese proyecto, es que el corte entre las elites y
la sociedad civil impidió la consolidación de una
burguesía nacional capaz de integrar a su pueblo en
formas alternativas de hegemonía. De esa forma, los
pueblos de los países colonizados se volcaron hacia
opciones nacionalistas revolucionarias -a menudo
hegemonizadas por partidos comunistas- que fueron las que
emprendieron la lucha anticolonial.
Pero el mundo ha cambiado en los dos últimos siglos.
Aquel dominio que se impuso sobre las colonias fue
posible mantenerlo sin resquebrajar las sociedades de las
metrópolis, que permanecieron impasibles ante las guerras
que se desarrollaban en remotos territorios del Tercer
Mundo. La democratización y el activo papel que hoy
juegan las sociedades civiles en todo el mundo, forman
parte sustancial de esos cambios. Son esas conquistas,
precisamente, las que hoy están peligro; el dominio sin
hegemonía amenaza también a las democracias occidentales.
Cuánto tiempo podrán resistir algunas democracias
europeas la creciente deserción de sus ciudadanos, es aún
una incógnita. Por lo pronto, la tozuda actitud de José
María Aznar está desgastando a su gobierno y a su propio
partido, y amenaza con deslegitimar nada menos que a la
monarquía ante amplios sectores de la ciudadanía.
En los Estados Unidos comienzan a verse las consecuencias
de la carrera guerrerista, en los recortes a las
libertades públicas y la inclusión de miles de ciudadanos
en listas de sospechosos. Esta semana el gobierno
difundió una lista con 13 millones de nombres para ayudar
a "identificar a aquellos extranjeros que son
inadmisibles o deportables" ; las bibliotecas públicas
trasladan a las autoridades encargadas de la vigilancia
"patriótica" los temas y libros que consultan los
lectores. El veterano de guerra, senador y candidato
presidencial demócrata John Kerry, fue duramente tachado
como "antipatriota" por haber criticado a Bush en tiempos
de guerra.
Y esto puede ser apenas el principio. Sin duda, la
guerra por mantener el control y el dominio del mundo
tendrá efectos devastadores. Incrementará la
inestabilidad, la incertidumbre y horrores de todo tipo,
pero a la vez le restará a las elites de la superpotencia
aliados y amigos que engrosarán las filas de los
luchadores por la paz.
https://www.alainet.org/es/articulo/107307
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