Cuba duele
17/04/2003
- Opinión
Las prisiones y los fusilamientos en Cuba son muy buenas
noticias para el superpoder universal, que está loco de
ganas de sacarse de la garganta esta porfiada espina. Son
muy malas noticias, en cambio, noticias tristes que mucho
duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía
de ese país chiquito y tan capaz de grandeza, pero
también creemos que la libertad y la justicia marchan
juntas o no marchan.
Tiempo de muy malas noticias: por si teníamos poco con la
alevosa impunidad de la carnicería de Irak, el gobierno
cubano comete estos actos que, como diría don Carlos
Quijano, "pecan contra la esperanza".
Rosa Luxemburgo, que dio la vida por la revolución
socialista, discrepaba con Lenin en el proyecto de una
nueva sociedad. Ella escribió palabras proféticas sobre
lo que no quería. Fue asesinada en Alemania, hace 85
años, pero sigue teniendo razón: "La libertad sólo para
los partidarios del gobierno, sólo para lo! s miembros de
un partido, por numerosos que ellos sean, no es libertad.
La libertad es siempre libertad para el que piensa
diferente". Y también: "Sin elecciones generales, sin una
libertad de prensa y una libertad de reunión ilimitadas,
sin una lucha de opiniones libres, la vida vegeta y se
marchita en todas las instituciones públicas, y la
burocracia llega a ser el único elemento activo".
El siglo XX, y lo que va del XXI, han dado testimonio de
una doble traición al socialismo: la claudicación de la
socialdemocracia, que en nuestros días ha llegado al
colmo con el sargento Tony Blair, y el desastre de los
estados comunistas convertidos en estados policiales.
Muchos de esos estados se han desmoronado ya, sin pena ni
gloria, y sus burócratas reciclados sirven al nuevo amo
con patético entusiasmo.
La revolución cubana nació para ser diferente. Sometida a
un acoso imperial incesante, sobrevivió como pudo y no
como quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y!
generoso, para seguir estando de pie en un mundo lleno de
agachados. Pero en el duro camino que recorrió en tantos
años, la revolución ha ido perdiendo el viento de
espontaneidad y de frescura que desde el principio la
empujó. Lo digo con dolor. Cuba duele.
La mala conciencia no me enreda la lengua para repetir lo
que ya he dicho, dentro y fuera de la isla: no creo,
nunca creí, en la democracia del partido único (tampoco
en Estados Unidos, donde hay un partido único disfrazado
de dos), ni creo que la omnipotencia del Estado sea la
respuesta a la omnipotencia del mercado.
Las largas condenas a prisión son, creo, goles en contra.
Convierten en mártires de la libertad de expresión a unos
grupos que abiertamente operaban desde la casa de James
Cason, el representante de los intereses de Bush en La
Habana. Tan lejos había llegado la pasión libertadora de
Cason, que él mismo fundó la Rama Juvenil del Partido
Liberal Cubano, con la delicadeza y el pudor que
caracterizan a su jefe.
Actuando como si esos grupos fueran una grave amenaza,
las autoridades cubanas les han rendido homenaje, y les
han regalado el prestigio que las palabras adquieren
cuando están prohibidas.
Esta "oposición democrática" no tiene nada que ver con
las genuinas expectativas de los cubanos honestos. Si la
revolución no le hubiera hecho el favor de reprimirla, y
si en Cuba hubiera plena libertad de prensa y de opinión,
esta presunta disidencia se descalificaría a sí misma. Y
recibiría el castigo que merece, el castigo de la
soledad, por su notoria nostalgia de los tiempos
coloniales en un país que ha elegido el camino de la
dignidad nacional.
Estados Unidos, incansable fábrica de dictaduras en el
mundo, no tiene autoridad moral para dar lecciones de
democracia a nadie. Sí podría dar lecciones de pena de
muerte el presidente Bush, que siendo gobernador de Texas
se proclamó campeón del crimen de Estado firmando 152
ejecuciones. Pero las revoluciones de verdad, las que se
hacen desde abajo y desde adentro como se hizo la
revolución cubana, ¿necesitan aprender malas costumbres
del enemigo que combaten? No tiene justificación la pena
de muerte, se aplique donde se aplique.
¿Será Cuba la próxima presa en la cacería de países
emprendida por el presidente Bush? Lo anunció su hermano
Jeb, gobernador del estado de Florida, cuando dijo:
"Ahora hay que mirar al vecindario", mientras la exiliada
Zoe Valdés pedía a gritos, desde la televisión española,
"que le metan un bombazo al dictador". El ministro de
Defensa, o más bien de Ataques, Donald Rumsfeld, aclaró:
"Por ahora, no". Parece que el peligrosímetro y el
culpómetro, las maquinitas que eligen víctimas en el tiro
al blanco universal, apuntan, más bien, a Siria. Quién
sabe. Como dice Rumsfeld: por ahora.
Creo en el sagrado derecho a la autodeterminación de los
pueblos, en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Puedo
decirlo, sin que ninguna mosca me atormente la
conciencia, porque también lo dije públicamente cada vez
que ese derecho fue violado en nombre del socialismo, con
aplausos de un vasto sector de la izquierda, como
ocurrió, por ejemplo, cuando los tanques soviéticos
entraron en Praga, en 1968, o cuando las tropas
soviéticas invadieron Afganistán, a fines de 1979.
Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un
modelo de poder centralizado, que convierte en mérito
revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan,
"bajó la orientación", desde las cumbres.
El bloqueo, y otras mil formas de agresión, bloquean el
desarrollo de una democracia a la cubana, alimentan la
militarización del poder y brindan coartadas a la rigidez
burocrática. Los hechos demuestran que hoy es más difícil
que nunca abrir una ciudadela que se ha ido cerrando a
medida que ha sido obligada a defenderse. Pero los hechos
también demuestran que la apertura democrática es, más
que nunca, imprescindible. La revolución, que ha sido
capaz de sobrevivir a las furias de diez presidentes de
Estados Unidos y de veinte directores de la cia, necesita
esa energía, energía de participación y de diversidad,
para hacer frente a los duros tiempos que vienen.
Han de ser los cubanos, y sólo los cubanos, sin que nadie
venga a meter mano desde afuera, quienes abran nuevos
espacios democráticos, y conquisten las libertades que
faltan, dentro de la revolución que ellos hicieron y
desde lo más hondo de su tierra, que es la más solidaria
que conozco.
* Semanario Brecha. Montevideo 18 abril 2003
https://www.alainet.org/es/articulo/107360
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