Encuentro Mesoamericano "Verdad, Justicia y Paz". Declaración Final
28/03/2003
- Opinión
Del 26 al 28 de marzo del año en curso nos reunimos en la Ciudad de
San Salvador, El Salvador, representantes de organismos no
gubernamentales internacionales, organizaciones sociales, servidoras
y servidores públicos, víctimas y especialistas en derechos humanos
de México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Colombia, Perú,
Argentina, Inglaterra, Estados Unidos de América, España y El
Salvador.
Nos encontramos en un ambiente fraterno y solidario, no obstante la
actual situación que ofende y afecta profundamente a la humanidad
entera. Este espacio contribuyó a renovar nuestro compromiso con la
verdad, la justicia y la paz; además, propició las condiciones para
construir –mediante un enriquecedor esfuerzo común– el diagnóstico
sobre el estado en que se encuentran aquéllas así como los retos que
del mismo se derivan y las acciones a impulsar para superar los
problemas que impiden su vigencia.
Sabemos que, con muchas dificultades, en la mayor parte de nuestros
países se han hecho intentos por instaurar la democracia y dejar
atrás –de una vez por todas– las guerras, los autoritarismos y las
prácticas sistemáticas e institucionales de violación a los derechos
humanos. Entre los obstáculos más grandes para avanzar en tal
dirección, se encuentran el rechazo de la verdad y el desprecio de
la justicia por parte de sectores poderosos. Por eso, al diseñar los
procesos específicos de transición, en algunas ocasiones se
consideró necesario adoptar medidas en torno a los graves hechos de
violencia ocurridos durante el pasado reciente, considerando que
verdad y justicia son –sin más– los pilares insustituibles de una
paz sólida y duradera.
Sin embargo, los resultados no han sido los esperados y en general
persiste una inaceptable situación de desamparo ante la justicia,
sobre todo en el caso de las mayorías populares. Sin duda, eso pesa
mucho de forma negativa para la restauración de los tejidos sociales
rotos e impide que la democracia y la paz se instalen en la región
con posibilidades de perdurar.
A lo anterior se suman la baja participación ciudadana, la
corrupción, el crimen organizado y la falta de una institucionalidad
estatal creíble y confiable. Las brechas entre lo rural y lo urbano,
entre ricos y pobres, entre indígenas y ladinos, entre mujeres y
hombres, mantienen a esas mayorías en un estado de iniquidad
permanente que sólo se altera –para agravarse– cuando ocurren
fenómenos naturales que se vuelven desastres por la misma
vulnerabilidad de aquéllas.
Es necesario reconocer que durante los últimos veinte años del siglo
pasado, el panorama de América Latina cambió. Países que habían
padecido el rigor de las guerras internas pudieron finalizarlas a
través de negociaciones políticas; otros que fueron escenario de
crueles dictaduras, iniciaron intentos por transitar a la
democracia. Se aprobaron nuevas constituciones o se reformaron las
existentes, para tratar de consolidar los avances en esa dirección.
Pero también fue el tiempo de la implantación del esquema neoliberal
con sus privatizaciones y aperturas, reformas y ajustes
estructurales. En estos veinte años, como nunca antes, ha crecido la
pobreza entre nosotras y nosotros. Son ya más de 200 millones las
personas que sobreviven en esa condición dentro de nuestro
continente, al tiempo que ha aumentado vertiginosamente la
concentración de la riqueza en manos de las multinacionales y sus
socios locales.
Al amparo de un limitado sistema político, empresas que se
construyeron con el ahorro y el esfuerzo de varias generaciones
pasaron a ser propiedad de particulares; importantes sectores de la
industria y el agro se arruinaron en la apertura abrupta a una
competencia para la que no fueron preparados y en la que sus rivales
gozaban de protecciones asimétricas; la deuda externa y eterna
continuó llevándose buena parte de los presupuestos nacionales en
forma de tributo a su servicio; los recursos naturales fueron
entregados a la voracidad del capital transnacional; y la fuerza
laboral siguió siendo agotada –hasta el límite– en las maquilas, en
el trabajo fuera de las fronteras o en todas las otras formas
imaginables de empleo precario. Estas son las razones de la ruina de
nuestras economías y de la miseria creciente de nuestra gente, que
llenan el ambiente de violencia, deterioran la convivencia y
dificultan las relaciones civilizadas en nuestras sociedades.
Hoy en día, para mantener el estado de cosas que sólo favorece a
unos grupos privilegiados se viene impulsando en la región un sordo
retorno al autoritarismo. Nuestros países se militarizan, crece el
control policial y se sofistican las formas de vigilancia privada.
Ha resurgido la intolerancia social que sanciona con la muerte al
diferente por el solo hecho de serlo, pero que no es otra cosa que
uno de los mecanismos para mantener el control social absoluto.
Frente a ese panorama, pues, decidimos reunirnos para reflexionar y
establecer acuerdos sobre las acciones concretas a impulsar en aras
de lograr –de una vez por todas– una paz justa y verdadera para
nuestros pueblos. Eso pasa, sin duda, por exigir el conocimiento de
la verdad y la realización de la justicia en sus dimensiones más
amplias: de cara a lo que ocurrió en el pasado, a lo que está
ocurriendo en el presente y a lo que puede ocurrir en el futuro si
no trabajamos con la imaginación, la inteligencia, la creatividad y
la ternura de las víctimas que –aun maltratadas– siguen siendo
capaces de amar a sus seres queridos y luchar por devolverles su
dignidad.
Así, en este encuentro de mujeres y hombres comprometidos con las
mayorías, consideramos fundamental conocer la verdad sobre las
violaciones a los derechos humanos ocurridas en nuestros países en
épocas pasadas y en el presente. Sólo así se puede garantizar que el
sufrimiento de centenares de miles de personas no se repita y que se
eleven la conciencia humana, la dignificación de nuestras sociedades
y la autoestima de las víctimas. La recuperación histórica de tantos
hechos dolorosos, también contribuye a construir la verdadera
democracia, la justicia y la paz.
Reconocemos que las comisiones de la verdad –en los países donde se
instalaron– cumplieron un importante papel en este esfuerzo cuando
plantearon el reconocimiento oficial de las prácticas sistemáticas
de violaciones a los derechos humanos ocurridas, cuando le
permitieron a las víctimas expresar sus testimonios y cuando
colocaron el tema en las agendas nacionales. Sin embargo, es
necesario señalar que las recomendaciones hechas por estas entidades
no fueron acogidas debidamente por los gobiernos, sobre todo en lo
concerniente a la depuración y el buen funcionamiento de los
sistemas de justicia, y en el tema de la reparación para las
víctimas.
Entre las limitaciones propias de estas comisiones, destaca el que
no se haya profundizado en la exclusión económica y social de las
grandes mayorías como una situación de grave violación a los
derechos humanos, en sí misma, y como causa de otras graves
violaciones; tampoco se estableció el papel jugado por las
administraciones estadounidenses en estos dramas. Con todo lo
anterior, se plantea la urgencia de superar los múltiples obstáculos
que –a nivel interno e internacional– se alzan como muros que
impiden acercarnos a la verdad.
De igual manera, consideramos que la impunidad y la arbitrariedad de
los sistemas domésticos de justicia no se sustentan únicamente en la
falta de voluntad política de los Estados para brindársela –de
manera pronta y cumplida– a las víctimas de violaciones de derechos
humanos, sino que existe un conjunto de obstáculos de diverso tipo
que impiden el procesamiento de los responsables.
Se plantean, entonces, grandes retos dentro de nuestros países y
fuera de éstos. En lo interno, el fortalecimiento de los sistemas de
justicia empieza por el uso constante de sus mecanismos con el fin
de superar las trabas que impiden su funcionamiento adecuado.
Asimismo, el trabajo por la justicia también precisa de la
utilización de todos los recursos posibles que incluyen tanto la
impugnación de leyes que lesionan los derechos humanos, como la
participación de la sociedad civil en la propuesta, discusión e
incidencia para la aprobación de las normas nacionales e
internacionales que los favorezcan.
De igual forma, se considera fundamental aprovechar el
funcionamiento de los sistemas internacionales de promoción,
protección y defensa de derechos humanos, a fin de influir
directamente sobre los Estados para la corrección de comportamientos
lesivos o para evitar que éstos se produzcan. En este marco,
conscientes de las limitaciones actuales de los importantes
organismos que integran dichos sistemas internacionales, se debe
apoyar su fortalecimiento para beneficio de las víctimas de
violaciones a derechos humanos.
Especial atención merece la necesidad de compartir entre nuestras
organizaciones todos aquellos criterios, argumentos y procedimientos
exitosos en la lucha contra la impunidad. Es este un valioso
patrimonio que debe hacerse común.
Finalmente, en este encuentro se consideró que la "paz alcanzada" y
la "democracia conquistada" hasta ahora en algunos de nuestros
países, están en deuda con las mayorías. Hoy vuelve a ponerse a la
orden del día la construcción de sociedades realmente en paz, al
estar reconciliadas con la verdad y la justicia. Ese esfuerzo supone
el compromiso de todas y todos para asegurar el pleno disfrute de
todos los derechos, la dignidad para nuestros pueblos y la soberanía
de nuestras naciones.
Nuestros anhelos de una paz justa y verdadera son parte de la
corriente universal que hoy se pronuncia contra la guerra. Desde la
especificidad latinoamericana aportaremos a esta causa mundial
nuestro concepto de una paz con justicia, de una paz amasada por los
brazos de nuestros pueblos, de una paz auténtica por la plena
vigencia de todos los derechos humanos.
Hoy la agresión imperialista es la mayor amenaza para la humanidad.
La supremacía militar se ha convertido en argumento para pisotear la
legalidad internacional, arrasar la institucionalidad de las
Naciones Unidas y acabar con la autodeterminación de los pueblos.
Algunos gobiernos de la región, sin consultarle a la gente ni
respetar sus mejores tradiciones, han dado apoyo a la aventura
guerrerista contra mujeres, niños y niñas, ancianos y hombres
inocentes en Irak.
Por todo lo anterior, ACORDAMOS:
1. Impulsar la recuperación de la dignidad de las víctimas, sus
familiares y nuestras sociedades en general, mediante la
participación organizada en la búsqueda de:
a. El rescate de la memoria histórica mediante símbolos permanentes
tales como monumentos, nombres de calles y plazas, eventos,
memoriales, fechas conmemorativas, exhumaciones y otros rituales.
b. El esclarecimiento pleno de la verdad, el reconocimiento sincero
de la misma y su difusión amplia mediante investigaciones e informes
que sean incorporados dentro de los sistemas educativos a todo
nivel.
c. La acción de la justicia sobre los responsables de las graves
violaciones de derechos humanos y crímenes contra la humanidad, que
permita a las víctimas la posibilidad de perdonar por voluntad
propia. Para ello, se debe buscar la activación y el funcionamiento
de los sistemas internos e internacionales de promoción, defensa y
protección de derechos humanos.
d. La reparación moral, jurídica y material de las víctimas y sus
familiares.
2. Demandar a todos los Estados la firma y ratificación del Estatuto
de Roma que creó la Corte Penal Internacional; además, exigir la
anulación de los convenios bilaterales entre gobiernos que
desvirtúan la vigencia de dicho Estatuto.
3. Rechazar la agresión al pueblo irakí, por ser contraria a la
legalidad internacional y absolutamente ilegítima –pues niega la
autodeterminación de los pueblos– además de inmoral e injusta, al
ocultar la verdad de sus mezquinos motivos. Al rechazarla, llamamos
a una reestructuración de la comunidad de las naciones con base en
la plena igualdad y el respeto a la autodeterminación.
4. Trabajar por la construcción de un concepto de paz que consulte
nuestra experiencia en sus aciertos y errores, la agenda de nuestros
pueblos y lo mejor del pensamiento social latinoamericano. Este
esfuerzo conjunto de movimientos y actores sociales y políticos es
un reto fundamental en la coyuntura presente, cuando se agota el
modelo neoliberal y nuestras sociedades están urgidas de una
profunda transformación.
5. Formar una Comisión de Seguimiento encargada de establecer las
condiciones para la creación del Foro de San Salvador "VERDAD,
JUSTICIA Y PAZ", en un plazo de seis meses a partir de esta fecha.
Dicho Foro deberá reunirse como tal, por primera vez, en marzo del
2005 durante la conmemoración del XV aniversario del Martirio de
San Romero de América, patrono de los derechos humanos.
Dada en la Ciudad de San Salvador, El Salvador, a los 28 días del
mes de marzo del año 2003.
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