EE UU: El control militar del planeta
25/04/2003
- Opinión
1 Desde los años 80, cuando se anuncia el desmoronamiento del
sistema soviético, se diseña una opción hegemónica que se granjea al
conjunto de la clase dirigente estadunidense (a sus establishment
demócrata y republicano). Llevado por el éxito de su potencia
armada, que ya no tiene ningún rival capaz de templar sus fantasmas,
Estados Unidos elige afirmar su dominio, en primer lugar, por medio
del despliegue de una estrategia estrictamente militar de "control
del planeta". Una primera serie de intervenciones ?Golfo,
Yugoslavia, Asia Central, Palestina, Irak? inaugura a partir de los
90 la puesta en marcha de este plan de guerras made in USA, guerras
sin fin, planificadas y decididas unilateralmente.
La estrategia política que acompaña al proyecto prepara sus
pretextos: terrorismo, lucha contra el narcotráfico o la acusación
de producción de armas de destrucción masiva. Pretextos evidentes
cuando se conocen las complicidades que permitieron a la CIA
fabricar un adversario "terrorista" a medida (los talibanes, Bin
Laden, aunque los hechos del 11 de septiembre nunca han sido
clarificados) o desarrollar el Plan Colombia dirigido contra Brasil.
Respecto a las acusaciones de posible producción de armas peligrosas
lanzada contra Irak, Corea del Norte, y en el futuro contra
cualquier país, no son nada comparadas con el uso efectivo de estas
armas por parte de Estados Unidos (las bombas de Hiroshima y
Nagasaky, el empleo de armas químicas en Vietnam, la amenaza
reconocida de utilización de armas nucleares en futuros conflictos).
Así pues, se trata sólo de medios que son muestra de la propaganda
en el sentido que Goebbels daba al término, eficaces quizá para
convencer a la ingenua opinión pública estadunidense, pero cada vez
menos creíbles en otros lugares.
La guerra preventiva formulada desde ahora como un "derecho" que
Washington se reserva de invocar, supone de entrada la abolición de
todo derecho internacional. La Carta de Naciones Unidas prohíbe
recurrir a la guerra, excepto en caso de legítima defensa, y somete
esta posible intervención militar propia a condiciones severas,
además de establecer que la respuesta debe ser mesurada y
provisional. Todos los juristas saben que las guerras emprendidas
desde 1990 son absolutamente ilegítimas y que, por lo tanto, sus
responsables son, en principio, criminales de guerra. Naciones
Unidas ya es tratada por Estados Unidos, aunque con la complicidad
de terceros, como antaño lo fuera la Sociedad de Naciones por los
estados fascistas.
2 La abolición del derecho de los pueblos, ya consumada, sustituye
el principio de su igualdad por el de la distinción entre un
Herrenvolk (el pueblo de Estados Unidos, accesoriamente el de
Israel) que tiene el derecho de conquistar el "espacio vital" que
considere necesario y los demás, cuya existencia misma sólo es
tolerable si no constituye una "amenaza" para el despliegue de los
proyectos de aquellos que están llamados a ser los "amos del mundo".
¿Cuáles son, por lo tanto, estos intereses "nacionales" que la clase
dirigente de Estados Unidos se reserva el derecho de invocar como le
viene en gana?
A decir verdad, esta clase se reconoce sólo en un objetivo -"hacer
dinero"- y el Estado estadunidense se ha puesto abiertamente al
servicio prioritario de la satisfacción de las exigencias del
segmento dominante del capital constituido por las multinacionales
de Estados Unidos.
Así pues, a los ojos del establishmentde Washington todos nos hemos
convertido en pieles rojas, es decir, pueblos que sólo tienen
derecho a existir en la medida en que no interfieran en la expansión
del capital multinacional de Estados Unidos. Cualquier resistencia
será reducida por todos los medios, incluso hasta el exterminio si
fuera necesario, como nos asegura Estados Unidos. Quince millones
de dólares de beneficios suplementarios para las multinacionales
estadunidenses y, en contrapartida, 300 millones de víctimas, sin
duda alguna. Estados Unidos es el Estado canalla por excelencia,
por retomar la terminología de los presidentes Bush padre, Clinton y
Bush hijo.
Este proyecto es claramente imperialista en el sentido más brutal,
pero no es "imperial" en el sentido que Negri da a este término,
porque no se trata de controlar al conjunto de las sociedades del
planeta para integrarlas en un sistema capitalista coherente, sino
sólo de apoderarse de sus recursos. La reducción del pensamiento
social a los axiomas de base de la economía vulgar, la atención
unilateral dada a la maximización de la rentabilidad financiera a
corto plazo del capital dominante, reforzada por la puesta a
disposición de éste de medios militares conocidos por todos, son los
responsables de esta bárbara deriva que el capitalismo lleva
consigo, puesto que se ha desecho de cualquier sistema de valores
humanos que ha sido sustituido por las exigencias exclusivas de la
sumisión a las supuestas leyes del mercado. Por la historia de su
formación, el capitalismo estadunidense se prestaba a esta reducción
mejor aún que el de las sociedades europeas, porque el Estado
estadunidense y su visión política han sido formados para servir
exclusivamente a la economía, aboliendo con ello la relación
contradictoria y dialéctica economía-política. El genocidio de los
indios, la esclavitud de los negros, la sucesión de oleadas de
emigraciones que sustituían la maduración de la conciencia de clase
por la confrontación de los grupos que compartían supuestas
identidades comunitarias (manipuladas por la clase dirigente), han
producido una gestión política de la sociedad por parte de un
partido único del capital, cuyos dos segmentos comparten las mismas
visiones estratégicas globales, ya que se comparten la tarea por
medio de sus retóricas aptas para controlar cada una de las
constituencies, circunscripciones electorales, de la mitad escasa de
la sociedad que cree lo bastante en el sistema como para tomarse la
molestia de ir a votar. Privada de la tradición por medio de la
cual los partidos obreros socialdemócratas y comunistas marcaron la
formación de la cultura política europea moderna, la sociedad
estadunidense no dispone de los instrumentos ideológicos que le
permitirían resistir a la dictadura sin contrapeso del capital. Por
el contrario, es éste el que labra unilateralmente el modo de pensar
de la sociedad en todas sus dimensiones y, en especial, produce,
reforzándolo, su fundamental racismo que le permite verse como
Herrenfolk. El eslogan Play boy Clinton, Cow boy Bush same policy
(play boy Clinton, cow boy Bush: misma política), expresado en
"lenguaje indio", pone con toda justicia el énfasis en la naturaleza
del partido único que gobierna la supuesta democracia estadunidense.
Debido a ello el proyecto estadunidense no es un proyecto hegemónico
banal que compartiría con otros que se han ido sucediendo a lo largo
de la historia moderna y antigua las virtudes de una visión de
conjunto de los problemas que permite darles respuestas coherentes
estabilizadoras, aunque estén fundadas en la explotación económica y
en la desigualdad política. Es infinitamente más brutal por su
concepción unilateral, extremadamente simple, y desde ese punto de
vista se acerca más al proyecto nazi, fundado también en el
principio exclusivo del Herrenfolk. Este proyecto no tiene nada que
ver con lo que afirman los universitarios liberales estadunidenses,
que califican a esta hegemonía de "benigna" ("indolora").
Si este proyecto se sigue desarrollando durante cierto tiempo, sólo
traerá un caos cada vez mayor que apele a una gestión cada vez más
brutal por medio de acciones puntuales, sin una visión estratégica a
largo plazo. En última instancia, Washington ya no tratará de
reforzar verdaderos aliados, lo que siempre impone saber hacer
concesiones. Unos gobiernos títere, como el de Karzai en
Afganistán, son más útiles mientras el delirio del poderío militar
permite creer la "invencibilidad" de Estados Unidos. Lo mismo que
pensaba Hitler.
3 El examen de las relaciones de este proyecto criminal con las
realidades del capitalismo dominante constituido por el conjunto de
países de la tríada (Estados Unidos, Europa, Japón) permitirá medir
sus fuerzas y debilidades.
La opinión general más extendida, dirigida por aquellos media que no
llaman a la reflexión, es que el poderío militar estadunidense no
constituye más que la punta del iceberg, que prolonga la
superioridad de este país en todos los dominios, especialmente
económicos, pero también políticos y culturales. Debido a ello la
sumisión a la hegemonía que pretende sería inevitable.
El examen de las realidades económicas invalida esta opinión. El
sistema productivo de Estados Unidos está lejos de ser el "más
eficaz del mundo". Por el contrario, casi ninguno de sus segmentos
estaría seguro de superar a sus competidores en un mercado
verdaderamente abierto como imaginan los economistas liberales.
Prueba de ello es su déficit comercial que se agrava cada año: de
100 mil millones de dólares en 1989 ha pasado a 450 mil millones en
2000. Además, este déficit concierne a prácticamente todos los
segmentos del sistema productivo. Incluso el excedente del que se
beneficiaba en el terreno de los bienes de la alta tecnología, que
era de 35 mil millones de dólares en 1990, se ha convertido
actualmente en déficit. La competencia entre Ariane y los cohetes
de la NASA, Airbus y Boeing son testimonio de la vulnerabilidad de
la ventaja estadunidense. Frente a Europa y Japón para los
productos de alta tecnología a China, Corea y otros países
industrializados de Asia y de América del Sur para los productos
manufacturados corrientes, a Europa y al Cono Sur para la
agricultura, Estados Unidos probablemente no los superaría sin
recurrir a los medios "extraeconómicos" que violan los principios
del liberalismo impuestos a sus competidores.
De hecho Estados Unidos sólo se beneficia de las ventajas
comparativas establecidas en el sector del armamento, precisamente
porque escapa ampliamente a las reglas del mercado y se beneficia
del apoyo del Estado. Sin duda esta ventaja implica algunas
consecuencias para la vida civil (el ejemplo más conocido es
Internet), pero también está en el origen de las importantes
distorsiones que constituyen desventajas para muchos de los sectores
productivos.
La economía estadunidense es parásita en detrimento de sus socios en
el sistema mundial. "Estados Unidos depende para el 10 por ciento
de su consumo industrial de bienes, cuya importación no está
cubierta por exportaciones de los productos nacionales". (E. Todd,
Après l'empire, p. 80).
El crecimiento en los años de Clinton, alabado por ser producto del
"liberalismo" al que Europa, desgraciadamente, se había resistido
demasiado, es de hecho muy facticio y, en todo caso, no
generalizable, porque descansa en transferencias de capital que
implican el estancamiento de los socios. Para todos los segmentos
del sistema productivo real, el crecimiento de Estados Unidos no ha
sido mejor que el de Europa. El "milagro estadunidense" se ha
alimentado exclusivamente del crecimiento de los gastos producidos
por el agravamiento de las desigualdades sociales (servicios
financieros y personales, legiones de abogados y de policías
privados, etcétera). En ese sentido, el liberalismo de Clinton
preparó claramente las condiciones que permitieron el desarrollo
reaccionario y la ulterior victoria de Bush hijo. Además, como
escribe Todd (p. 84), "inflado por los fraudes, el PNB
estadunidense empieza a parecerse, por la fiabilidad estadística, al
de la Unión Soviética".
El mundo produce, Estados Unidos (cuyo ahorro nacional es
prácticamente nulo) consume. Su "ventaja" es la de un depredador
cuyo déficit está cubierto por el aporte, consentido o forzado, de
terceros. Los medios puestos en marcha por Washington para
compensar sus deficiencias son de distintas naturalezas: repetidas
violaciones unilaterales de los principios del liberalismo,
exportaciones de armamento (60 por ciento del mercado mundial)
ampliamente impuestas a aliados subalternos (que, además, como
ocurre en los países del Golfo, ¡nunca utilizarán ese armamento!),
búsqueda de subrentas petrolíferas (que suponen poner a los
productores bajo su autoridad de forma regulada, motivo real de las
guerras en Asia Central e Irak). En todo caso, lo esencial del
déficit estadunidense se cubre por las aportaciones en capital
procedentes de Europa y de Japón, del sur (países petrolíferos ricos
y clases compradoras 1 de todos los países del tercer mundo,
incluidos los más pobres), al que se añadirá la sangría ejercida a
título del servicio de la deuda impuesta a la casi totalidad de los
países de la periferia del sistema mundial.
Las razones que dan cuenta de la persistencia de los flujos de
capital que alimenta el parasitismo de la economía y de la sociedad
estadunidense, y permiten a esta superpotencia vivir al día son
indudablemente complejas. Pero en absoluto son resultado de las
supuestas "leyes del mercado", que son a la vez racionales e
ineludibles.
La solidaridad de los segmentos dominantes del capital
multinacionalizado de todos los socios de la tríada es real y se
expresa mediante su adhesión al neoliberalismo globalizado. En esta
perspectiva Estados Unidos es visto como el defensor (militar, si es
necesario) de estos "intereses comunes". En todo caso, Washington
no pretende "repartir equitativamente" los beneficios de su
liderazgo. Por el contrario, se esfuerza por avasallar a sus
aliados, y en ese espíritu sólo está dispuesto a consentir
concesiones menores a sus aliados subalternos de la tríada. ¿Acaso
este conflicto de intereses del capital dominante está llamado a
acentuarse hasta el punto de acarrear una ruptura en la alianza
atlántica? No es imposible, aunque sí poco probable.
El conflicto prometedor se sitúa en otro terreno: las culturas
políticas. En Europa sigue siendo posible una alternativa de
izquierda que impondría simultáneamente una ruptura tanto con el
neoliberalismo (y el abandono de la vana esperanza de someter a
Estados Unidos a sus exigencias, permitiendo así al capital europeo
librar una batalla sobre el terreno no minado de la competición
económica), como con alineamiento a las estrategias políticas
estadunidenses. El excedente de capitales, que por el momento
Europa se contenta con "situar" en Estados Unidos, podría entonces
destinarse a una recuperación económica y social, sin lo cual ésta
seguiría siendo imposible. Pero cuando Europa eligiera por ese
medio dar prioridad a su desarrollo económico y social, la
artificial salud de la economía estadunidense se desmoronaría y su
clase dirigente se enfrentaría a sus propios problemas económicos y
sociales. Ese es el sentido que doy a mi conclusión: "Europa será
de izquierdas o no será".
Para lograrlo hay que librarse de la ilusión de que la carta del
neoliberalismo debería ?y podría? jugarse "honestamente" por todos y
que, en ese caso, todo iría mejor. Estados Unidos no puede
renunciar a su opción en favor de una práctica asimétrica del
liberalismo, porque es el único medio que tiene de compensar sus
propias deficiencias. El precio de la "prosperidad" estadunidense
es el estancamiento de los demás. ¿Por qué, entonces, a pesar de
estas evidencias, continúa el flujo de capitales en su beneficio?
Sin duda para muchos el motivo radica en que Estados Unidos es "un
Estado para los ricos", el refugio más seguro. Este es el caso de
las inversiones de las burguesías compradoras del tercer mundo.
Pero, ¿en el de los europeos? El virus liberal ?y la creencia
ingenua de que Estados Unidos acabará por aceptar el "juego de los
mercados"? opera aquí con una fuerza evidente entre las grandes
opiniones públicas. En este espíritu el FMI ha consagrado el
principio de la "libre circulación de capitales", de hecho
simplemente para permitirle cubrir su déficit por medio del bombeo
de los excedentes financieros generados en otros lugares por las
políticas neoliberales, a las que Estados Unidos sólo se somete
selectivamente. Sin embargo, para el gran capital dominante la
ventaja del sistema prevalece sobre sus inconvenientes: el tributo
que hay que pagar a Washington para asegurar su permanencia.
Existen países calificados de "países pobres endeudados" que están
obligados a pagar. Pero también existe un "país poderoso
endeudado", del que debería saberse que nunca va a devolver sus
deudas. Debido a este hecho, el verdadero tributo impuesto por el
chantaje político de Estados Unidos sigue siendo frágil.
4 La opción militarista del establishment de Estados Unidos se sitúa
en esta perspectiva. No es otra cosa que el reconocimiento de que
no dispone de otros medios para imponer su hegemonía económica.
Las causas que están en el origen del debilitamiento de su sistema
productivo son complejas, No son, desde luego, coyunturales, y que
por ello se podrían corregir, por ejemplo, por medio de la adopción
de una tasa de cambio correcta, o mediante la construcción de
relaciones más favorables salario-productividad. Son estructurales.
La mediocridad de los sistemas de enseñanza general y de formación,
producto de un prejuicio tenaz que favorece sistemáticamente lo
"privado" en detrimento del servicio público, es una de las
principales razones de la profunda crisis que atraviesa la sociedad
de Estados Unidos.
Así pues, deberíamos sorprendernos de que los europeos, lejos de
sacar las conclusiones que impone la constatación de las
insuficiencias de la economía estadunidense, se apresuren, por el
contrario, a imitarlas. A este respecto tampoco el virus neoliberal
lo explica todo, aunque sí satisfaga algunas funciones útiles para
el sistema, paralizando a la izquierda. La privatización a
ultranza, el desmantelamiento de los servicios públicos sólo podrán
reducir las ventajas comparativas de las que aún se beneficia la
"vieja Europa" (como la llama Bush). Pero sean cuales sean los
daños que ocasionen a largo plazo, estas medidas ofrecen al capital
dominante, que vive en el corto plazo, la ocasión de beneficios
suplementarios.
La opción militarista de Estados Unidos amenaza a todos los pueblos.
Procede de la misma lógica que antaño fue la de Adolfo Hitler:
modificar por medio de la violencia militar las relaciones
económicas y sociales en favor del Herrenfolk del momento. Esta
opción, imponiéndose por delante del escenario mundial,
sobredetermina todas las coyunturas políticas, porque la prosecución
del despliegue de este proyecto debilitaría extremadamente todos los
avances que los pueblos podrían obtener por medio de sus luchas
sociales y democráticas. Por consiguiente, hacer fracasar el
proyecto militarista estadunidense se convierte entonces para todos
en la tarea primordial, en nuestra principal responsabilidad.
La lucha para hacer fracasar el proyecto de Estados Unidos es
ciertamente multiforme. Comporta aspectos diplomáticos (defensa del
derecho internacional), militares (se impone el rearme de todos los
países del mundo para hacer frente a las agresiones planeadas por
Washington ?no hay que olvidar nunca que Estados Unidos ha utilizado
armas nucleares cuando tenía su monopolio y que ha renunciado a ello
cuando no lo tenía) y políticas (especialmente en lo que concierne a
la construcción europea y a la reconstrucción del bloque de los
países no alineados).
El éxito de este combate dependerá de la capacidad de los espíritus
para liberarse de las ilusiones liberales. Porque nunca existirá
una economía globalizada "auténticamente liberal". Y, sin embargo,
se intenta y se seguirá intentando por todos los medios hacerlo
creer. Los discursos del Banco Mundial, que opera como una especie
de ministerio de propaganda de Washington, concernientes a la
"democracia" y al "buen gobierno", o la "reducción de la pobreza",
tienen esta única función, como el ruido mediático organizado en
torno a Joseph Stiglitz, al descubrir algunas verdades elementales,
afirmadas con autoridad arrogante, sin sacar, sin embargo, la menor
conclusión que cuestione los prejuicios tenaces de la economía
vulgar.
La reconstrucción de un frente del sur, capaz de dar a la
solidaridad de los pueblos de Asia y Africa, y a la tricontinental,
una capacidad de actuar en el plano mundial pasa también por la
liberación de las ilusiones de un sistema liberal globalizado "no
asimétrico" que permitiría a las naciones del tercer mundo superar
sus "retrasos". ¿No es acaso ridículo ver a los países del tercer
mundo reclamar la "puesta en marcha de los principios del
neoliberalismo, pero sin discriminación alguna", y beneficiarse
entonces de los nutridos aplausos del Banco Mundial? ¿Desde cuándo
el Banco Mundial ha defendido al tercer mundo frente a Estados
Unidos?
La lucha contra el imperialismo estadunidense y su opción
militarista es la lucha de todos los pueblos, de sus víctimas
principales de Asia, Africa y América del Sur, de los pueblos
europeos y japonés condenados a la subordinación, pero también del
pueblo estadunidense. Saludemos desde aquí el valor de todos
aquellos que en el "corazón de la bestia" se niegan a someterse
igual que sus predecesores se negaron a ceder al macartismo de los
años 50. Igual que quienes osaron resistirse a Hitler han
conquistado cuantos títulos de nobleza puede otorgar la historia.
¿Será capaz la clase dominante de Estados Unidos de volver sobre el
proyecto criminal al que se ha adscrito? Pregunta difícil de
responder. Poco, si no nada, en la formación histórica de la
sociedad estadunidense dispone a ello. El partido único del
capital, cuyo poder no se discute a Estados Unidos, no ha renunciado
hasta el momento a la aventura militar. En este sentido no se puede
atenuar la responsabilidad que esta clase tomó en conjunto. El
poder de Bush hijo no es el de una "camarilla" ?los petroleros y las
industrias de armamento. Como en toda la historia moderna de
Estados Unidos, el poder dominante nunca ha sido otro que el de una
coalición de intereses segmentarios del capital (mal calificados de
lobbies). Pero esta coalición sólo puede gobernar si lo aceptan los
demás segmentos del capital. En su defecto, todo sucede en este
país tanto menos respetuoso de hecho del derecho de lo que parece
serlo en principio. Desde luego, algunos fracasos políticos,
diplomáticos y quizá hasta militares podrían animar a las minorías
que en el seno del establishment aceptarían renunciar a las
aventuras militares en las que su país está embarcado. ¡Esperar más
me parece tan ingenuo como podía serlo la esperanza de que Adolfo
Hitler entrara en razón!
Si los europeos hubieran reaccionado en 1935 o en 1937 habrían
logrado detener el delirio hitleriano. Al reaccionar solamente en
1939, se infligieron decenas de millones de víctimas. Actuemos para
que la respuesta sea más temprana frente al desafío de los neonazis
de Washington.
Traducción: Beatriz Morales, CSCAweb para el Comité de Solidaridad
con la Causa Arabe
* Samir Amin. Economista egipcio, director del Foro del Tercer
Mundo en Dakar, Senegal.
Nota:
1 Clases no productivas que sirven de enlace con el capitalismo
exterior
https://www.alainet.org/es/articulo/107548
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