Dominio del miedo

11/02/2013
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Crece el síndrome del miedo. En São Páulo, Belo Horizonte y en cualquier otra gran ciudad. El miedo, como un virus, agarrota los nervios y las mentes de las personas. Miedo a los asaltos, lo que lleva al ciudadano a convertirse en prisionero de su propia casa, cerrada con mil llaves, dotada de alarmas de seguridad y desfigurada visualmente por las verjas que cubren las ventanas. Hoy el miedo es provocado por lo desconocido. El portero de la entrada debe exigir la identificación, el nombre se anuncia por interfono, el visitante es espiado por el ojo mágico y finalmente las cerraduras, de llaves dentadas especiales, abiertas una por una. La enfermedad de moda es la agorafobia: el miedo a los lugares públicos. Se teme que en la plaza haya ladrones escondidos detrás de los árboles y que los niños mendigos se transformen en peligrosos asaltantes al aproximarse al vehículo. Aumenta el número de personas que prefieren no salir de noche, que nunca usan joyas y que sienten pánico si alguien se acerca a ellas para preguntar dónde queda tal avenida. El hombre, en fin, sigue siendo el lobo del hombre. ¿De dónde procede tanto miedo? De la sociedad en que vivimos, marcada por una abismal desigualdad. Si no somos iguales en derechos y en las mínimas condiciones de vida, ¿por qué asustarse ante semejantes reacciones?¿Cómo exigir cortesía a una persona que siente en la piel la discriminación racial, y en la pobreza la discriminación social?¿Cómo esperar una sonrisa de un niño que, en el tugurio en que vive, ve a su padre desempleado descargar el efecto de la borrachera pegándole a su mujer? La discriminación humilla y la humillación genera resentimiento, amargura y sublevación. Lo contrario del miedo no es el valor sino la fe. No sólo religiosa, sino cívica, política, utópica. Creer que el futuro puede ser mejor y diferente. Sin miedo a ser feliz. * Traducción de José Luis Burguet
https://www.alainet.org/es/articulo/107556
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