Apostillas universitarias
26/06/2003
- Opinión
El reconocimiento que ha decidido a mi favor el Consejo Directivo de
la Facultad de Economía de la Universidad Central por mi reciente
incorporación a la nómina de la Asociación Internacional de
Escritores y Artistas (IWA), con sede en los Estados Unidos, a la
par que me honra y congratula, me impone redoblar esfuerzos en mis
oficios de investigador y docente a través de los cuales he buscado
dar sentido a mi vida.
Con la ocasión, he reflexionado sobre mi impagable deuda con una
Facultad a cuya sombra adelanté mis primeros pasos en la lúgubre y a
la vez esperanzadora Economía; donde, ya como graduado, inicié una
labor magisterial que aún no ha concluido, y donde –como analista de
su Instituto de Investigaciones Económicas- ensayé mis primeros
vuelos exploratorios del torturado devenir del Ecuador y de la
Patria Grande.
Efervescentes y queridos tiempos aquellos de mi inmersión en la vida
de esta Facultad y en un nunca abandonado compromiso con las
víctimas de la historia. Tiempos sin fronteras entre la realidad
abstracta de la teoría y la realidad concreta de la lucha social.
Tiempos en que a nadie se le ocurría poner precio a los frutos del
intelecto. Tiempos de renovadas percepciones éticas y estéticas.
Tiempos de furor y de equivocaciones, mas también de renacimientos.
Todo esto, bajo la mirada amplia y estimuladora de maestros como
Alfredo Pérez Guerrero, Manuel Agustín Aguirre, Julio Enrique
Paredes, Germánico Salgado, René Benalcázar...
En circunstancias menos apremiantes, la oportunidad habría sido
propicia para compartir con vosotros, dilectos amigos, algunos
episodios que habrían configurado mi ser emocional, intelectual y
moral. Pienso, sin embargo, que el desolado cuadro que nos envuelve
a los ecuatorianos y latinoamericanos nos presiona a un ejercicio de
instrospección como condición sine qua non para desbrozar los
caminos del porvenir.
Permítaseme un breve diagnóstico de la situación nacional.
Después del auge petrolero de los 70 y su correlativo espejismo de
modernización refleja, el Ecuador ha venido reencontrándose con la
dura realidad de un "subdesarrollo" y una subalternidad
estructuralmente más profundos. Su patología comprende ahora
problemas de enorme complejidad y hondura: atrofia de sus fuerzas
productivas, crisis de las formas de propiedad,
desindustrialización, terciarización hipertrófica,
institucionalización de un modelo de acumulación rentista,
crecimiento exponencial de la deuda externa-interna, desequilibrios
comerciales y de pagos, renuncia a su signo monetario, vaciamiento
económico, frenesí consumista de los estratos privilegiados,
inmiseración masiva, desempleo y subempleo galopantes, éxodo de la
mano de obra, amenaza de esclavizamiento a través del ALCA...
Las consecuencias del hundimiento de nuestra economía no pueden ser
más patéticos: relativización de la soberanía, degradación de la
democracia formal hasta niveles caricaturescos, desmantelamiento del
pequeño Estado social que proyectara la Revolución Juliana,
frivolización de la vida social, desprestigio de las instituciones,
rampante corrupción de cuello blanco, inseguridad, educación
epidérmica y acrítica, anomia social, fuga de los adolescentes a las
contraculturas, eutanasia de los pobres, creciente involucramiento
en la guerra civil colombiana… Percibo que caminamos sin brújula, al
menos sin nuestra propia brújula.
Ningún ecuatoriano con una postura ética correcta podrá creer que
ésta es la patria por la que vivieron y murieron Rumiñahui, Espejo,
Montalvo y tantas otras figuras cimeras de nuestra nacionalidad.
¿Qué hacer frente a esta situación abismática?
"La historia es la maestra de la vida", nos enseñó Cicerón hace más
de dos milenios. Hace ya varios años, un ilustre uruguayo, don
Carlos Quijano, me confío un terrible descubrimiento. "El problema
con el fascismo –me dijo- es que lo llevamos dentro".
Verdades inmensas y verdades terribles se entrecruzan en el devenir
de los hombres y los pueblos. ¿Qué hacer?
En esta singular ocasión, querría compartir con ustedes –
especialmente con vosotros, jóvenes universitarios- algunas ideas
alrededor de las cuales he venido cavilando en la tarde de mi vida.
Pienso que si queremos un futuro deseable para el Ecuador –deseable
no precisamente por una ostentosa riqueza material- tenemos como
primera tarea que recuperar la dignidad de ecuatorianos. "No hay
patria en que el hombre pueda tener más orgullo que en nuestras
dolorosas repúblicas americanas", dejó escrito Martí. Expresión
que, por cierto, no conlleva ninguna ironía, aunque presupone la
acción. Y desde que pensar es actuar, me he convencido que quienes
hemos tenido el privilegio de desenvolvernos en la Universidad
estamos compelidos a pagar el tributo de lealtad a su consustancial
divisa de Alma Mater, es decir, de madre del alma. A las nuevas
generaciones, enmendando los errores de las anteriores, creo les
corresponde por obligación y derecho preservar la espiritualidad
universitaria como baluarte de las multiformes expresiones
culturales de la nación.
Como cultor de la Economía, quisiera pediros que hurguéis en los
secretos de nuestra disciplina enriqueciéndolos con los principios
de la libertad intelectual y de la tolerancia. Principios que, por
cierto, no se contradicen con la fundamentada exposición de las
propias convicciones. No olvidéis nunca que la ciencia es un campo
a cuyos lados discurre la vida, y que la sabiduría es el
conocimiento y ese "algo más" al que se refiriera Unamuno..
Creo que el escrutinio objetivo de los hechos socioeconómicos es más
urgente hoy que en anteriores épocas apuntaladas por verdades más
seguras. Pienso que en esta vuelta de siglo ningún ámbito del saber
ha sido más cuestionado que el de las teorías económicas. Y no se
trata únicamente que el derrumbe del socialismo histórico europeo ha
devaluado la proyección estatalista del marxismo como referente para
nuestros países, sino que abrumadores acontecimientos recientes,
imputables a la victoria orgiástica del Gran Capital, han devenido
no precisamente en el nacimiento de una refrescante escuela
científica, sino, por el contrario, en una resurrección
fundamentalista del subjetivismo económico, ideología decimonónica
que revestida de abalorios formalistas pretende incorporar la razón
costo/beneficio hasta a las relaciones afectivas de los seres
humanos, al tenor de interpretaciones y sugerencias de inefables
premios Nobel. Amén que su instrumentación macro y microeconómica
viene devastando países y continentes, incluida la naturaleza.
¿A dónde, desde nuestras facultades de Economía, volver la mirada en
esta suerte de intemperie teórica?
Dos planteamientos me parecen promisorios para desbloquear la actual
encrucijada.
El primero se relaciona con la necesidad de recuperar las verdaderas
raíces de nuestra disciplina. Cuando hablo de auténticas raíces,
estoy pensando en autores como Aristóteles, quien –como recordaréis-
discriminaba entre la Economía, propiamente dicha, es decir, los
conocimientos para la administración de la casa, entendiendo por
"casa" a la morada del hombre en su sentido más amplio; y la
Crematística, o sea la práctica del enriquecimiento parasitario. En
el drama actual de una humanidad secuestrada por las Altas Finanzas,
¿no convendría volver los ojos del intelecto a esas primigenias,
humanistas y premonitorias nociones?
La segunda proposición se refiere a la urgencia de retornar a
nosotros mismos, a nuestro propio ser histórico. Me parece
inadmisible y una nueva expresión de la inveterada servidumbre
cultural que padecemos que las facultades de Economía del Ecuador y
América Latina, casi sin excepción, hayan reajustado sus programas
académicos para la enseñanza dogmática del subjetivismo económica,
esa "ciencia psicologista menor" que dijera Celso Furtado. Y al
proceder así hayan descartado, por ejemplo, a la vernácula teoría de
la dependencia, que en circunstancias como las del Ecuador de
pérdida absoluta de los márgenes para la política monetaria y de
hipoteca virtualmente total de su política fiscal tendría
actualmente un valor explicativo mayor que en los tiempos de su
formulación hace 3-4 décadas.
Crear o equivocarse, decía Simón Rodríguez, el maestro del
Libertador Bolívar. En la búsqueda de un saber que desborde al
fundamentalismo reinante, signado por un atosigante economicismo,
incluso como simple reacción instintiva frente a la "explosión" que
se barrunta en el horizonte, nuestras facultades de Economía –me
pregunto- ¿no deberían abordar el análisis saber holístico de los
indios americanos puesto a prueba a lo largo del Reich de los
quinientos años, tanto más que ese saber en gran medida viene
inspirando a los militantes de la verdadera globalización? ¿O
queremos mantener una vocación de cajas de resonancia de discursos
extraños y enemigos?
En fin, creo que la historia no ha terminado y que el pensamiento
universitario ecuatoriano y latinoamericano, resistiendo a las
presiones para su acrítica funcionalización, puede contribuir de un
modo imponderable a que nuestros países escriban su futuro en
páginas más limpias que las que nos vienen imponiendo incluso manu
militari los fatigados dioses de la Modernidad.
* Discurso en la sesión solemne de la Facultad de Economía de la
Universidad Central del Ecuador, realizada el día 27 de junio del
2003.
* René Báez Tobar. Profesor-investigador de la PUCE.
https://www.alainet.org/es/articulo/107841?language=es
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