Solidaridad o suicidio colectivo
18/08/2003
- Opinión
En un mundo infestado de intelectuales de parodia
sacralizados por el poder, Franz Hinkelammert pertenece
a una saga de grandes pensadores en vías de extinción
que practica el principio de Diógenes: ser la mala
conciencia de su tiempo, el tábano, el guía que rechaza
el compromiso con los dominadores, que desnuda las
condiciones de producción y reproducción de ese proceso
de acumulación que llaman globalización y que invita a
no claudicar frente a la barbarie, a encontrar lo mejor
que hay en la condición humana.
La celebridad de Hinkelammert se debe a la fuerza de
sus escritos, a una impresionante obra tejida con una
mente lúcida, que es hoy un punto de referencia, con el
que se puede coincidir o disentir, pero de cuya lectura
ningún lector inteligente sale indemne. Ese inventario
del dolor y de la infamia que es la globalización
imperial, que inaugura el siglo XXI con una nueva
estrategia de aniquilación encarnada en el asalto al
poder mundial por parte de los círculos gobernantes de
Estados Unidos, hunde sus raíces en un proceso que
Hinkelammert fue de los primeros en desentrañar y
comprender, cuando el colapso del socialismo histórico y
la euforia del pensamiento único anunciaban el fin de la
historia y despedazaban todo intento de pensamiento
crítico, condenando al infierno a los pocos que osaban
esgrimir las verdades perturbadoras amenazantes del
consenso neoliberal.
Este gigante germanolatino que conoció en su
juventud los horrores del nazismo, que vivió en Chile
para acompañar el sueño emancipador de Salvador Allende,
que tuvo que emprender el camino del exilio, como tantos
hombres y mujeres de nuestra América perseguidos por las
dictaduras pinochetistas de seguridad nacional, y que
por esos azares del destino tuvimos la suerte de que se
radicara en Costa Rica para iniciar una de las aventuras
intelectuales y pedagógicas más apasionantes y fecundas
de nuestro continente: el Departamento Ecuménico de
Investigaciones (Dei), pues bien, este hombre vio con
extraordinaria claridad que con Reagan se iniciaba uno
de los periodos más agresivos y destructores de la
historia del capitalismo. El retorno al capitalismo
salvaje, un capitalismo desnudo, que alcanza el poder
total y lo utiliza con una violencia y una arbitrariedad
ilimitadas.
En el engranaje de ese monstruo que devora los
derechos de las personas opera una lógica del mercado
agresiva y totalizante, que conduce la economía como una
economía de guerra, que se rige compulsivamente por
criterios de eficiencia y competencia que promueven la
catástrofe: exclusión, socavamiento de las relaciones
sociales, destrucción del ambiente. Es el huracán de la
globalización que empuja al suicidio colectivo, al
cortar la rama de la vida sobre la que descansamos. En
1989 Hinkelammert se encontraba en Berlín; mientras el
coro dominante entonaba el himno triunfal del fin de la
historia, nuestro autor ve la materialización de ese
corte entre el capitalismo de reformas y el nuevo
capitalismo extremo que prefigura las señas de identidad
del nuevo imperio global que se está formando.
La estrategia de acumulación llamada globalización
de ese capitalismo salvaje quiere el dominio total,
acelera el automatismo autodestructor del mercado y
transforma paulatinamente la sociedad burguesa en una
sociedad fundamentalista, que busca imponer sus puntos
de vista en todas partes, por la violencia policial y
militar si es necesario. Los derechos del mercado
sustituyen a los derechos humanos y las burocracias
privadas transnacionales que no reconocen ciudadanos,
solo clientes, convierten la democracia en un mercado de
votos que hace imposible la justicia; un gobierno
mundial extraparlamenmtario ejerce el poder, sin asumir
las funciones ni las responsabilidades del gobierno
democrático. El nuevo poder globalitario deja de
reflexionar sobre la ética del bien común, opera con la
ética del cáculo del límite de lo aguantable, que lo
determina lo que puedan aguantar los dominados; se trata
de un genocidio silencioso, de un cáculo suicida puesto
que sus límites solo se pueden conocer después de
haberlos franqueado. Al dejar de reflexionar sobre la
ética del bien común, la sociedad burguesa vive la ética
de la banda de los ladrones, una ética que nos destruye
al transformarse en lógica dominante de nuestra
sociedad, preocupada por la sostenibilidad del sistema y
no de la vida humana. Este curso de la globalización es
totalización. Se globaliza y se totaliza. Es el
totalitarismo del mercado total y de la privatización
total, es una globalización por la exclusión que expulsa
a la mayoría de los seres humanos de manera global: es
terrorismo hijo de la irracionalidad de la estrategia de
acumulación llamada globalización.
Por eso Hinkelanmmert vio en los acontecimientos del
11 de septiembre de 2001 en Nueva York el comienzo de la
guerra civil global. La irracionalidad del terrorismo
que derrumbó las torres gemelas es hija de la
irracionalidad de la estrategia terrorista de la
globalización. No es un choque de culturas, es un
producto interno de la propia cultura dominante y
global. Tan terrorista es esa estrategia de
globalización como los actos de respuesta que produce en
el mundo de la exclusión, empujado a situaciones
desesperadas de imposibilidad de vivir. Ese día se
cayeron las coordenadas del bien y del mal, sobrevino un
periodo feroz que hoy vivimos y morimos en el Irak
ocupado.
Bush y su camarilla de halcones asaltan el poder
sobre el mundo entero porque están tras la conquista del
todo. Es una doctrina Monroe planetaria, el tránsito del
capitalismo utópico al capitalismo cínico, que ya no
reivindica el potencial de la razón en referencia al
interés general, sino que levanta el interés propio como
ley arbitraria de un nuevo despotismo, el casino global
que determina el cálculo de ulilidad mientras crea el
infierno en la Tierra. El mercado total necesita un
poder político mundial totalitario, acompañado de un
macartismo mundial legitimado por una lucha final del
bien contra el mal. No quieren petróleo, sino todo el
petróleo, todo el agua, todo el trigo, todos los genes,
todas las ganancias. Están dispuestos a asesinar para
lograrlo y necesitan monstruos para legitimar el
funcionamiento de la fábrica de muerte. Se fabrica así
el supermonstruo terrorista, una Hydra con cabezas
interminables que justifica la guerra global y
permanente. El eje del mal se identica con el diablo,
que solo puede ser aplastado por un dios de ciudadanía
norteamericana, el dios uniformado y construido de Bush
que unifica lo sagrado y lo mortífero.
Frente a Nietzsche y a los nuevos reaccionarios que
proclaman "el hombre es un ser para la muerte", el
intelectual tipo Hinkelammert dice "no, el hombre es un
ser para la vida". La cultura de la desesperanza que
penetra hoy toda nuestra cultura, que alienta el crimen,
promueve la anomia y deshace las relaciones humanas,
puede y debe ser vencida por una nueva ética del bien
común para evitar la debacle y la muerte colectiva. Si
el neoliberalismo y el nuevo poder globalitario
pretenden clausurar la historia y encarcelar las
utopías, la esperanza de los oprimidos y de los
excluídos se construye con resistencias y alternativas,
el bien común se hace presente como resistencia, como
experiencia y construcción de los afectados. El sistema
aplasta, pero ese aplastamiento produce reacciones, la
victoria total lleva en sus entrañas la derrota, toda
omnipotencia puede ser impotencia. Ese capitalismo
criminal proclama que no hay alternativa, pero si no hay
alternativa no hay libertad y el ser humano ya no tiene
nada que elegir. Hinkelammert nos urge a construir la
alternativa, pues negarla es negar la dignidad del ser
humano. Alternativas que no son recetas, que tienen que
surgir de la conciencia de que sin ellas estamos
perdidos; el peligro no es la existencia del mercado y
del estado sino su totalización; si en el plano del
estado hay que exigir la democratización, en el plano
del mercado la exigencia es de intervención en función
de la justicia; se trata, en definitiva, de cambiar las
bases estructurales que hacen posible la estrategia de
acumulación de la globalización, sin lo cual no se puede
asegurar el bien común, el derecho a una vida decorosa y
a una sociedad donde quepamos todos y todas, naturaleza
incluida. Frente al nuevo Gran Dictador el discurso de
la paz no es un simple juicio de valor, es la única
respuesta posible; la alternativa pasa por quitarle a
este poder las armas de la legitimidad, desnudarlo. No
podemos reducir la política a una pura táctica ni
rebajar la teoría a un debate académico sin influencia
en la praxis, la alternativa es factible solo si uno la
busca, no como individuo aislado sino como sujeto que
irrumpe precisamente en esa individualidad haciendo
presente la solidaridad y el bien común, proclamando en
la lucha y en el discurso que no se puede vivir sin que
todos vivan.
Todos los textos de afilada brevedad incluidos en
este libro fueron publicados en el período 2000-2003 en
la revista mensual Ambien-tico, de la cual Hinkelammert
es columnista. Escritos de amor y de rabia, de pluma
tranquila pero de fuego. Un clásico en vida de
inquebrantable conciencia moral y dotado de un agudo
sentido de la justicia, que rebosa humanidad y ternura,
que nos ayuda a explorar un territorio minado por la
manipulación y por la injusticia y a construir la
resistencia necesaria para la defensa humana.
* José Merino del Río. Coordinador del Foro de
Acción Política "Otra Costa Rica es posible, otro mundo
es posible". Prólogo al libro del intelectual
germanolatino Franz Hinkelammert "Solidaridad o Suicidio
Colectivo", publicado por ediciones AMBIENTICO de la
Universidad Nacional de Costa Rica.
https://www.alainet.org/es/articulo/108130
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