La inversión del oráculo

31/07/2002
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Los pueblos antiguos, entre ellos los hebreos, recibían del cielo la palabra sagrada, que les servía como norma y guía. Había pues una tal reverencia ante la palabra, que ella se convirtió en el otro nombre de Dios. En Jesús el Verbo se hizo carne (Juan 1). La palabra divina descendió a la tierra de los humanos, asumió nuestra condición, experimentó nuestras tentaciones y dolores. Pero era la palabra dada, de uno para muchos, enviada como el maná caído en el desierto para saciar el hambre del pueblo hebreo. La escuela todavía conserva la palabra como algo que antecede a nuestro entendimiento y nos inculca formación e información: la palabra de los libros, que leemos y entendemos con reverencia y respeto. Aunque discordemos de un autor, no solemos tirar sus libros por la ventana. Las bibliotecas son hoy como las antiguas catedrales, donde no hay muchos fieles sino turistas que contemplan los montones de libros como antes los peregrinos contemplaban imágenes y vitrales. Hoy, con el internet, se da una inversión. La palabra se vuelve de muchos para muchos. No cae del cielo, no viene a nuestro reino. Necesitamos buscarla. No surge de un emisor autorizado. Con entera libertad escogemos la palabra que nos interesa, que legitime nuestros patrones morales y nos sirva de argumento. Para los que tienen acceso a la red mundial es como entrar en un supermercado de informaciones: cada sitio es un estante, hay guías que ayudan a encontrar el producto que nos interesa, aunque estemos sujetos a la propaganda, pues los cultivadores de palabras disputan vorazmente nuestra atención. La palabra se volvió una mercancía. Se paga para saber. Y saber es poder. ¿Qué palabra buscar? Si no dispongo de ningún andamio moral, religioso, filosófico o ideológico, busco fragmentos de palabras. Al poco tiempo ellas pierden significado, pues no están encarnadas (en un guía, en un gurú, en un profesor, en una autoridad religiosa), no vienen revestidas de recompensas o castigos, no son más que representaciones gráficas o simbólicas, cual piedras amontonadas en un terreno ancho sin que nadie sepa que ellas son la estructura de una catedral. Se creó una ciencia para analizar esos mensajes destituidos de sacralidad: la angelética. Al contrario de los ángeles, portadores de palabras celestiales, la angelética trata de las palabras humanas, profanas, inventadas por el hombre para facilitar la relación entre los clientes de ese amplio mercado llamado aldea global. Se corre el peligro de que la democratización del lenguaje encubra la desigualdad social. Las personas pasan a ser virtualmente iguales en el acceso a la información, pero continúan siendo profundamente desiguales en el acceso a los medios de vida. Millones de gentes no disponen de nevera, cuánto menos de lo que se echa dentro. Pero casi todos tienen televisor, el último oráculo de fuera para dentro de nuestro espacio doméstico y personal. ¿Cuál es la ética de la información? ¿El chat es el adulterio virtual? Estamos más cerca de Hermes, mensajero que traduce e interpreta, que de Yavé. Se intenta crear un saber común, implicando todos los saberes no consumistas e incómodos al neoliberalismo. Ese saber común está centrado en el individualismo, en el consumismo, en el narcisismo; la vida como éxito y secuencia de placeres.
https://www.alainet.org/es/articulo/108152
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