Novedad religiosa

18/09/2002
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Para el cristianismo el ser humano no se salva solo, sino por la acción de la gracia de Dios. Para las tradiciones orientales cada uno es sujeto de la propia salvación o purificación, debiendo regresar a este mundo hasta que las sucesivas reencarnaciones le hagan alcanzar el estado de perfección espiritual. La modernidad introdujo la democracia en la vida social. La Iglesia mantuvo su estructura jerárquica, autocrática. Pero, desde el punto de vista del individuo, lo hizo centrarse en su propio ombligo. Introdujo la meritocracia en lugar de la redención obrada por Jesús. Valorizó penitencias, promesas e indulgencias, como si sólo el mal o el bien que cada uno practica decidiese su perdición o salvación. Paradójicamente, la modernidad cristiana acabó creando, en Occidente, el caldo de cultivo favorable a la expansión de las religiones orientales. Se da actualmente una búsqueda voraz de espiritualidad, pero sin la mediación de sacerdotes ni obispos, preceptos morales ni sacramentos. En la lucha por el mercado de la creencia, la Iglesia católica corre el peligro de ser arrastrada por la ola y adoptar el modelo subjetivista, en que el Credo es sustituido por la letra de una canción y la liturgia por movimientos aeróbicos. Todo se transforma en una gran efusión espiritual que emboba, alucina, nos desata del siquismo (de ahí el carácter terapéutico, las sanaciones) y trae alegría a las multitudes, sin que el Evangelio sea anunciado, reflexionado, profundizado, asumido y vivido como fermento en la masa. En este comienzo de siglo y de milenio muchos hacen con la religión lo que se hizo con la moda en la década pasada: una mezcla de creencias y ritos, como el cristiano que practica meditación transcendental y cree en la reencarnación.
https://www.alainet.org/es/articulo/108160
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