El señor Lee Kyung Hae
22/09/2003
- Opinión
Antes de partir rumbo a su cita con la muerte en Cancún, Lee Kyung Hae visitó la
tumba de su esposa y cortó el césped. El 9 de septiembre cargó, junto con sus
compañeros coreanos, el ataúd de la OMC por las calles de la ciudad del "nido de
las serpientes", mientras repartía su testamento político. Un día después, en
Chusok -fecha para celebrar a los difuntos-, trepó la valla que separaba a la
multitud de la reunión palaciega, arengó a los presentes y se clavó su pequeña
navaja suiza en el pecho. Portaba un letrero que decía: "La OMC mata campesinos".
El señor Lee escogió el momento de su muerte, de la misma manera que decidió su
misión en la vida. Según su hermana mayor, Lee Kyang, "lo más importante para él
eran los campesinos, sus padres y sus tres hijas". Su inmolación fue un acto
ejemplar, la representación dramática de cómo la OMC efectivamente mata
campesinos.
Aunque los suicidios entre los pequeños productores rurales del mundo son una
plaga, a muy pocos medios de comunicación parecen preocuparles. Más de mil
campesinos se mataron en India entre 1998 y 1999. Muchos lo hicieron bebiendo
insecticida. En Inglaterra y Canadá la tasa de suicidios entre agricultores es el
doble de la del resto de la población. En Gales se quita la vida un granjero cada
semana. En el medio oeste de Estados Unidos el suicidio es la quinta causa de
muerte entre los agricultores familiares. En China los campesinos son el grupo
social con mayor nivel de suicidios. En Australia el número de inmolaciones de
productores rurales es similar al de fallecimientos provocados por accidentes
laborales. Fue necesario que el señor Lee se quitara la vida para que este asunto
comenzara a ser tratado en la prensa comercial.
Pero su sacrificio ha sido juzgado con incomprensión y ligereza. El peso de la
tradición cristiana ha impedido ver su generosidad. Fue sólo después de ser de la
Revolución Francesa cuando el suicidio fue eliminado de la lista de crímenes y se
prohibió que el cadáver fuera arrastrado y enterrado sin ceremonia alguna. A
pesar de ello, el Código de Derecho Canónico de la Iglesia católica de 1917-
vigente hasta 1983- privó a los suicidas de sepultura eclesiástica y honras
fúnebres, pues, como afirma Tomás de Aquino en Summa: "El tránsito de esta vida a
otra más feliz no está sujeto al libre albedrío del hombre, sino a la potestad
divina, y por esta razón no es lícito al hombre darse muerte para pasar a otra
vida más dichosa".
El suicidio, en la lógica de la Iglesia católica, usurpa el derecho divino a la
vida y a la muerte. A partir del Concilio de Arbes, en el año 452, estableció que
se trataba de un verdadero crimen, y más tarde durante el Concilio de Praga, año
562, se dispuso que quien se quitara la vida no sería honrado con ninguna
conmemoración en la misa ni se entonarían salmos al momento de darle sepultura.
El Concilio Vaticano II estableció que "es infamante y deshonra a quien lo
comete".
De la misma manera en que los ritos son anteriores a nuestra existencia
individual y poseen vida propia, diferentes a las experiencias personales de
quienes los practican, así la inmolación del señor Lee es un acto que rebasa la
simple decisión individual. Lo que el dirigente campesino coreano hizo al
quitarse la vida fue poner por delante la lucha por la sobrevivencia de una
cultura amenazada por la liberalización comercial: la cultura del arroz.
Los coreanos son un pueblo hecho de arroz. El cereal es mucho más que una
mercancía: es una forma de vida ancestral. La palabra coreana bap sirve para
nombrar tanto al arroz cocido como a la comida. Cuando se pregunta a un niño
coreano qué ve en la Luna, responde que mira conejos triturando arroz en un
mortero. Su cultivo absorbe gran cantidad de mano de obra. Requiere que los
agricultores vivan en aldeas ubicadas en los campos de siembra, y representa 52
por ciento de la producción agrícola.
A finales de la década de los ochenta Corea comenzó a reducir los subsidios
agrícolas y abrir sus mercados a la importación de alimentos. Las reformas
agrícolas aprobadas con la ronda de Uruguay y profundizadas por la OMC pusieron
en peligro de muerte esa cultura milenaria. Si hace 12 años tenía una población
de 6.6 millones de campesinos, en la actualidad se ha reducido a 3.6 millones. El
cereal subsidiado producido en Estados Unidos cuesta cuatro veces menos que el
cosechado en Corea. Abrir su mercado a las exportaciones de Washington será la
ruina para los agricultores de ese país asiático.
La muerte del señor Lee es un intento por defender esa cultura. Una apuesta final
realizada después de caminar muchos otros caminos. En la década de los setenta
construyó una granja experimental modelo, de unas 20 hectáreas de extensión. Con
ella quiso demostrar cómo los campesinos podían sobrevivir, incrementar la
producción y competir, a pesar de la caída de los precios agrícolas. Sin embargo,
en 1999 perdió la propiedad en un juicio hipotecario. En 30 ocasiones realizó
huelgas de hambre, y otra vez intentó quitarse la vida como protesta contra la
ronda de Uruguay. En tres ocasiones fue miembro de la Asamblea Provincial.
Ninguna de estas iniciativas sirvió para defender suficientemente a los
campesinos de los embates del libre comercio.
Su inmolación es, además, una acción destinada a evitar sufrimiento a los suyos.
Dejó de testamento una nota escrita a mano en la que decía: "Vale más la pena que
una persona se sacrifique por diez hombres, que sacrificar diez personas por un
hombre".
El filósofo Carl Jaspers escribió que "el suicidio atestigua la elevada dignidad
del hombre y es un signo de su libertad". La muerte del señor Lee nos recuerda
que en tiempos de crisis la esperanza proviene de aquellos que, con su ejemplo de
dignidad y como parte de un movimiento, se vuelven figuras únicas.
La Jornada,
México D.F. Martes 23 de septiembre de 2003
http://www.jornada.unam.mx/2003/sep03/030923/019a1pol.php?origen=opinion.php&fly=
1
https://www.alainet.org/es/articulo/108435?language=en
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