OMC y OIC: ¿Babel del libre comercio?
21/09/2003
- Opinión
Cuenta el capítulo 11 del libro del Génesis que antiguos grupos
humanos que hablaban el mismo idioma se asentaron en una región
entre el Tigris y el Éufrates y decidieron construir "una gran ciudad
y una gran torre que llegue a los cielos". El resto se sabe: Jehová
decidió, ante ese acto que creyó contrario a sus designios, eliminar
la lengua común, crear un caos tal que el nombre Babel viene del
vocablo balai que significa confusión.
La historia de estos babilonios sirve de símil para comprender la
esencia de lo sucedido la pasada semana en Cartagena (Colombia) en el
marco de la Conferencia Anual de la Organización Internacional del
Café (OIC) y en Cancún (México) en la Quinta Conferencia Ministerial
de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En esas dos
organizaciones, en la primera desde 1989 por la eliminación del Pacto
de Cuotas y en la segunda desde su creación en Marrakech en 1994, la
globalización, con el libre comercio y el libre flujo de capitales,
fue adoptada como lengua común a la que se atribuyeron efectos
redentores, como a la torre de la arcaica Babel, y se colocó como
camino universal para alcanzar paraísos. Así se difundió el
neoliberalismo.
Las tragedias de miles de millones de seres humanos en el lapso
transcurrido desde la instauración del nuevo idioma no se hicieron
esperar. La prometida prosperidad no llegó sino que se agravaron los
padecimientos que se pretendía curar. Los campesinos cafeteros
redujeron su participación en la renta del producto final, que ya era
de por sí muy precaria, a una tercera parte de la de hace una década,
a los productores africanos de algodón les pasó otro tanto y, en
general, el desequilibrio llegó a grados tan abismales como que el
ingreso promedio anual de un habitante de los países ricos, que
apenas son el 15% de la población total, es 58 veces el de uno de los
países de ingreso medio y bajo; 358 multimillonarios en conjunto
tienen ingresos anuales superiores a los de 2.600 millones de
personas; la participación en el comercio mundial de los 49 países
más pobres del mundo alcanza tan sólo al 0,5%; entre 1995 y 2001, los
Tesoros de los países deudores dedicaron a la amortización de la
deuda 258.000 millones de dólares más de lo que recibieron por
créditos.
En la aplicación a rajatabla de esa globalización neoliberal brotaron
en su esplendor los males estructurales del presente modo
capitalista: la sobreproducción de casi todas las mercancías llevó a
los competidores a una guerra económica de bajos precios, la baja en
la demanda debida a la pauperización de miles de millones de
personas recrudeció la competencia entre los oferentes por captar los
segmentos que aún conservan poder adquisitivo, y, como si eso fuera
poco, todos los mercados están sometidos a la especulación de los
capitales financieros, que exprimen de la producción y del trabajo
hasta la última gota de lucro posible para reproducirse en las
maniobras del agio organizado. A la larga, en un orden así no puede
surgir nada distinto a una Babel como las ocurridas en Cartagena y
en Cancún.
En la primera, mientras los productores reclamaban un precio mínimo
de transacción para asegurar sus ingresos, los dueños del negocio al
detal calificaron esa muy modesta aspiración como una quimera y,
según ciertas opiniones, hasta ilegal. Y, en la segunda, la
imposibilidad de cuajar un texto de común acuerdo al menos en uno de
los tópicos en discusión puso en evidencia la Babel contemporánea
que se refleja en las explicaciones de varios protagonistas. Por
ejemplo, el vocero del Grupo de los 22, compuesto básicamente por
exportadores agrícolas que "creen en el libre comercio sin
subsidios", el canciller brasilero, Celso Amorin, expresó "El
multilateralismo es indispensable. No vamos a abandonar la OMC. A
veces un retroceso es necesario para permitir avanzar en el futuro".
Pascal Lamy, de la Unión Europea, mientras calificaba al método de
decisión por consenso como "medieval", dijo con desazón: "Había dicho
que en Cancún debíamos completar la mitad del camino de la Ronda de
Doha y sólo anduvimos el 30%, saquen sus propias conclusiones".
Por su parte, Robert Zoellick, el zar gringo del comercio, acotó con
malestar: "había aquí países que decían 'podemos hacer' y países que
decían 'no queremos hacer' ". George Ogwen, delegado de Kenia, de los
países bautizados irónicamente Menos Adelantados, que se opusieron a
avanzar en temas como inversiones, servicios, compras del sector
público, facilitación de negocios y patentes, denunció: "los países
ricos insisten en imponer su agenda, pero desprecian las
reivindicaciones de los países pobres". Cheng Guoqiang, de China,
nación tenida como estrella del comercio, manifestó: "Ya hemos hecho
muchos acomodos y concesiones, así es que esperamos que en la nueva
ronda se tomen en consideración esos acomodos y esas concesiones". Y,
en contrario, se oyó la voz destemplada del ministro de Comercio
Exterior colombiano, Jorge Botero, con tono servil: "La
inflexibilidad de los países menos desarrollados fue la causa del
fracaso en la Cumbre Ministerial de la OMC".
En tanto se desenvuelve, la globalización actual muestra su
naturaleza de gran confrontación económica, librada por ahora a favor
de los poderosos contra los débiles, a quienes para vencer su
resistencia concertada, con seguridad, se les tratará de imponer
arbitrarios acuerdos como el ALCA o inicuos tratados bilaterales.
Pero vendrán peores capítulos, cuando la contradicción se libre
entre las propias potencias. "El gran desacuerdo" y "el incierto
futuro", como definió el resultado de Cancún para el Internacional
Herald Tribune el director de la OMC, Supachai Panitchpaki, serán
mayores; al "laissez faire" se le enfrentará el "laissez contraire",
como advirtió el periódico norteamericano Boston Globe. Es decir, la
torre de Babel, como la que fuera levantada otrora justo donde hoy
está IRAK, apenas emprende caída, el lenguaje común inicia su
embrollo y ya asoman toda suerte de dialectos.
https://www.alainet.org/es/articulo/108473
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