La trampa de los servicios ambientales
30/09/2003
- Opinión
La "venta de servicios ambientales" se ha convertido en el nuevo
paraguas conceptual para justificar la mercantilización y
privatización de servicios y recursos básicos, socavando valores
culturales y éticos, principalmente entre las comunidades indígenas y
campesinas. Dentro de este concepto se engloban, entre otros, la venta del
uso de los bosques como "sumideros de carbono", el uso de las cuencas
hídricas, la venta de servicios de la biodiversidad, incluyendo la
biopiratería y el ecoturismo.
El concepto "servicios ambientales" se basa, deformándolo, en el
reconocimiento que propone la economía ecológica de los
desequilibrios que ha creado la sociedad capitalista por la
destrucción ambiental y el abuso de los recursos naturales con la
consiguiente erosión cultural. Este origen ha llevado a muchas
organizaciones y comunidades a caer en esta nueva trampa de mercado. Otras
lo han visto como fuente de recursos. Estas últimas, muchas veces
asociadas con las trasnacionales más contaminantes, como las petroleras y
las de automóviles, que desde los inicios de esta nueva modalidad de
comercializar la biodiversidad vislumbraron la oportunidad de justificar
la contaminación haciendo al mismo tiempo un jugoso negocio. Esta visión
transforma los bosques, las cabezas de cuencas, los cauces de los ríos,
los mantos freáticos, los recursos genéticos y los conocimientos indígenas
y la belleza de un paisaje en "capital" y mercancías redituables que
pueden ser comerciadas por quien se atribuya su propiedad y tenga dinero
para comprarlas.
Por ejemplo, en el caso del uso de bosques como "sumideros de
carbono" se han promovido -en general con subsidios públicos- las
plantaciones de especies de rápido crecimiento como eucaliptos y
pinos, que tienen alto grado de impacto ambiental negativo, no pueden ser
consideradas "bosques" y ni siquiera cumplen con su papel de "sumideros"
luego del periodo de crecimiento inicial. Pero aun con el uso de otras
especies o de bosques existentes se establece una relación mercantil que
en lugar de resolver las causas de la contaminación -por ejemplo las
emisiones excesivas de dióxido de carbono del hemisferio norte, que
provocan el calentamiento global- ofrecen a los contaminadores la opción
de pagar para continuar contaminando. Les sale barato y no faltan quienes,
como Mitsubishi, han visto en este "mercado de carbono" una oportunidad de
especulación: compran estos "derechos de emisión" a bajo precio en el sur
para luego revenderlos a precios mayores en el norte.
También las empresas biotecnológicas y farmacéuticas están felices de que
con algún mínimo pago sus actividades de biopiratería y privatización de
recursos colectivos no sólo queden justificadas, sino que haya
organizaciones no gubernamentales y gobiernos que les hagan el trabajo
sucio de promover el uso de patentes sobre seres vivos y conocimientos
indígenas porque así se pueden contabilizar y "repartir los beneficios" de
la venta de la biodiversidad.
Siendo este esquema de pago de servicios ambientales un mercado
potencial importante, fue financiado tempranamente por instituciones como
el Banco Mundial para promover su uso, pero ahora ha sido incorporado a
las negociaciones de los tratados de libre comercio, desde la OMC hasta el
ALCA y el TLC EU-Centroamérica, donde se propone facilitar y eliminar los
impedimentos para que el comercio de servicios ambientales pueda florecer
sin trabas.
Uno de los aspectos más perversos de este nuevo mercado es que en
lugar de reconocer los derechos colectivos integrales culturales,
económicos, sociales y políticos de los actores de la biodiversidad
-pueblos indígenas, campesinos, comunidades pesqueras y otras que por
milenios han conservado y aumentado la biodiversidad-, los transforman en
mercaderes de los recursos y conocimientos, con el agregado de que en un
mercado competitivo no todos podrán participar. Se crean así nuevas
fuentes de conflictos dentro y entre las comunidades, para ver quiénes
llegarán primero a vender a su nombre los recursos colectivos. Al comienzo
los pagos por servicios ambientales son a menudo otorgados como
"subsidios" para un supuesto esquema de "manejo sustentable". Cuando estos
subsidios se terminan y las comunidades no pueden seguir con determinadas
actividades planteadas, de pronto se transforman en depredadores y alguna
empresa "tiene" que hacerse cargo de sus recursos en nombre de la
"sustentabilidad".
Esta lógica se describe bien en el Informe sobre pago por servicios
ambientales en México, coordinado por John Burnstein (enero 2002),
donde se aclara que "el Pago por Servicios Ambientales (PSA) describe la
estrategia de una clase emergente de proyectos de desarrollo sustentable
que encuentran su sentido en la valoración económica de los recursos
naturales y la biodiversidad. El PSA representa una síntesis del
ambientalismo con el liberalismo (y su empoderamiento de mecanismos del
mercado)." Abunda: "trabajar con pequeños productores probablemente
implique costos de transacción más altos que, por ejemplo, el mismo
servicio ambiental ofrecido por un gran terrateniente".
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.
https://www.alainet.org/es/articulo/108479
Del mismo autor
- Guerra y alimentos 29/03/2022
- La disputa sobre quién nos alimenta 16/02/2022
- Científicos llaman a parar la geoingeniería solar 31/01/2022
- Vacunas transgénicas: experimento masivo 28/09/2021
- Cumbre de los dueños de la alimentación 07/07/2021
- Datos biométricos y capitalismo de vigilancia 14/05/2021
- COVAX: la trampa 29/04/2021
- Maíz, transgénicos y transnacionales 29/04/2021
- Prohibir cubrebocas con nanomateriales 12/04/2021
- El legado de la pandemia 16/02/2021