La batalla de ideas en la construcción de alternativas
03/11/2003
- Opinión
Mi tema de esta noche es la batalla de ideas en la construcción de
alternativas. ¿Cómo podemos comprender este campo de batalla? Es
un terreno todavía dominado, obviamente, por las fuerzas que
representan lo que desde nuestra perspectiva llamamos una nueva
hegemonía mundial. Pues bien, para abordar la cuestión de
alternativas, es preciso primero contemplar los componentes de esta
nueva hegemonía. En nuestra visión esta representa algo nuevo. ¿En
qué consiste esta novedad? Si Marx tenía razón, diciendo que las
ideas dominantes en el mundo son siempre las ideas de las clases
dominantes, es muy claro que estas clases -en sí- no han cambiado
nada en los últimos cien años. Los dueños del mundo siguen siendo
los propietarios de los medios materiales de producción, a escala
nacional e internacional. Sin embargo, es igualmente claro que las
formas de su dominación ideológica, si han cambiado
significativamente. Quiero comenzar mi intervención con algunas
observaciones a propósito, tratando de focalizar más precisamente
los tiempos y los contornos de esta mutación.
Si miramos la situación mundial después de la derrota del fascismo
en 1945, con el inmediato comienzo de la Guerra Fría, dividiendo a
los antiguos aliados de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto
entre los dos bloques el Occidente liderado por los EE.UU. y el
Oriente liderado por la Unión Soviética este conflicto se
configuraba, objetivamente, como una lucha entre el capitalismo y
el comunismo, y fue proclamada como tal del lado oriental, es
decir por los soviéticos. En cuanto al sector occidental, lo
términos oficiales de la lucha eran completamente distintos. En
occidente, la Guerra Fría era presentada como una batalla entre la
democracia y el totalitarismo. Para describir al bloque
occidental, no se utilizaba el término de «capitalismo»,
considerado básicamente un término del enemigo, un arma contra el
sistema en vez de una descripción del mismo. Se hablaba de la
libre empresa y sobre todo del «Mundo Libre», no del «Mundo
Capitalista».
Ahora bien, en este sentido, el fin de la Guerra Fría produjo una
configuración ideológica enteramente nueva. Por primera vez en la
historia, el capitalismo comenzó a proclamarse como tal, con una
ideología que anunciaba la llegada de un punto final del desarrollo
social, con la construcción de un orden basado en mercados libres,
mas allá del cual no se pueden imaginar mejoras substanciales.
Francis Fukuyama dio la expresión teórica más amplia y ambiciosa de
esta visión del mundo en su libro «El Fin de la Historia». Pero en
otras expresiones más vagas y populares, también se difundió el
mismo mensaje: el capitalismo es el destino universal y permanente
de la humanidad. No hay nada fuera de este destino pleno. Aquí se
encuentra el núcleo del neo-liberalismo como doctrina económica,
todavía masivamente dominante a nivel de los gobiernos en todo el
mundo. Esta jactancia fanfarrona de un capitalismo desregulado,
como el mejor posible de todos los mundos, es una novedad del
sistema hegemónico actual. Ni siquiera en el siglo diecinueve, en
los tiempos victorianos, se proclamaba tan clamorosamente las
virtudes y necesidades del reino del capital. Las raíces de este
cambio histórico son claras: es un producto de la victoria cabal de
occidente en la Guerra Fría, no simplemente de la derrota sino mas
bien de la desaparición total de su adversario soviético, y de la
euforia consiguiente de las clases poseedoras, que ahora no
necesitaban mas eufemismos o circunlocuciones para disfrazar la
naturaleza de su dominio.
Pero si la contradicción principal del periodo de la Guerra Fría
había sido el conflicto entre capitalismo y comunismo, este había
estado siempre sobredeterminado por otra contradicción global: por
la lucha entre los movimientos de liberación nacional del Tercer
Mundo y las potencias coloniales e imperialistas del Primer Mundo.
A veces las dos luchas se fusionaron o entrecruzaron, como aquí en
Cuba, o en China y Vietnam.
El resultado de una larga historia de combates anti-imperialistas
fue la emergencia en todo el mundo de estados nacionales
formalmente emancipados de la subyugación colonial y dotados de
una independencia jurídica, gozando a a incluso de sede en las
Naciones Unidas. El principio de la soberanía nacional muchas
veces violado en la práctica por las grandes potencias, pero jamás
puesto en duda, esto es, siempre afirmado por el derecho
internacional e inscrito solemnemente en la Carta de las Naciones
Unidos - ha sido la gran conquista de esta ola de luchas en el
Tercer Mundo.
Pero en sus luchas contra el imperialismo, los movimientos de
liberación nacional se vieron beneficiados objetivamente por la
existencia y la fuerza del campo soviético. Digo objetivamente
porque no siempre -aunque lo haya hecho en muchos casos la Unión
Soviética ayudo, subjetivamente, a los movimientos en cuestión.
Sin embargo, aun cuando le faltara un apoyo material o directo por
parte la Unión Soviética, la simple existencia del campo comunista
impedía a Occidente, y sobre todo a los Estados Unidos, aplastar
con todos los medios a su disposición y sin temor de resistencias o
represalias, estas luchas. La correlación de fuerzas globales no
permitía, después de la Segunda Guerra Mundial, el tipo de
campañas de exterminio libremente practicados (por Francia en
Marruecos o Inglaterra en Iraq) después de la Primera Guerra
Mundial. Incluso los Estados Unidos siempre trataron de presentarse
ante los países del Tercer Mundo como un país anti-colonialista,
como el producto de la primera revolución anti-colonialista del
continente americano. La competencia diplomática y política entre
Occidente y Oriente en el Tercer Mundo favorecía a los movimientos
de liberación nacional.
Ahora, con la desaparición del campo comunista, las inhibiciones
tradicionales que condicionaban al Norte en sus relaciones con el
Sur, lógicamente se desvanecieron también. Este es el segundo gran
cambio de la última década. Su expresión en el campo de batalla de
las ideas ha sido un creciente asalto contra el principio de la
soberanía nacional. Aquí el momento decisivo ha sido la guerra de
los Balcanes en 1999. La agresión militar contra Yugoslavia
lanzada por la OTAN fue abiertamente justificada como una
superación histórica del fetiche de la soberanía nacional, en
nombre de valores más altos o sea, en nombre del valor de los
derechos humanos. Desde entonces, un ejercito de juristas,
filósofos, e ideólogos han construido una nueva doctrina de
humanismo militar , buscando demostrar que la soberanía nacional
es un anacronismo peligroso en esta época de globalización, y que
puede y debe pisotearse para universalizar los derechos humanos,
tal como estos son entendidos por los países mas avanzados y, por
supuesto, ilustrados. Desde el punto de vista del primer ministro
británico -el social-demócrata Blair- hasta el punto de vista de
filósofos liberales celebres como John Rawls, Jurgen Habermas y/o
Norberto Bobbio, se sostiene que existe una nueva ley de los
pueblos ese es el titulo exquisito del ultimo libro de Rawls que
esta siendo preconizada para legitimar e incentivar intervenciones
militares por parte de los pueblos democráticos otra expresión
esplendida de Rawls y con el fin de llevar la libertad a los
pueblos no-democraticos . Hoy, en Iraq, vemos el fruto de esta
«apoteosis» de los derechos humanos.
Así, se puede decir que en el campo de ideas, la nueva hegemonía
mundial esta basada en dos mutaciones fundamentales del discurso
dominante de la época de la Guerra Fría: primero, la promulgación
del capitalismo, declarado como tal, no simplemente como un sistema
socio-económico preferible al socialismo, sino como el único modo
de organizar la vida moderna concebible para la humanidad, para
siempre. Segundo, la anulación abierta de la soberanía nacional
como clave de las relaciones internacionales entre los estados, en
nombre de los derechos humanos. Podemos dar cuenta de una conexión
estructural entres estos dos cambios. Pues un reino ilimitado del
capital es decir de los mercados financieros contemporáneos -
presupone una cancelación de hecho de muchos de las prerrogativas
clásicas de un estado nacional que pierde su capacidad de
controlar la tasa de cambio, la tasa de interés, su política fiscal
y finalmente la estructura misma de su presupuesto nacional. En
este sentido, la anulación jurídica de la soberanía nacional -en
provecho del humanismo militar completa y formaliza un proceso de
erosión ya bastante avanzado.
Pero hay un tercer cambio, el más inesperado, que se delinea hoy en
día. Mientras el neo-liberalismo ofrece un marco socio-económico
universal, el humanismo militar propone un marco político
universal. Ahora bien, ¿son suficientes, estos dos
transformaciones ideológicas, para constituir una nueva hegemonía
mundial? No, porque una hegemonía exige algo mas, exige la
existencia de una potencia particular que organice y haga cumplir
las reglas generales del sistema. En una palabra, no hay hegemonía
internacional sin estado hegemónico. Esto ha sido uno de los
puntos fundamentales tanto de la teoría marxista de la hegemonía
forjada por Antonio Gramsci, como de las teorías anteriores del
Realpolitik alemán cuyo matiz político en cambio era conservador.
Una potencia hegemónica tiene que ser un estado particular -con una
serie de atributos que, por definición, no pueden ser compartidos
por otros estados, dado que son estas peculiaridades las que
precisamente lo hacen una super-potencia por encima de los otros
estados. Un estado particular capaz, pues, de desempeñar un papel
universal como garantía del «buen funcionamiento» del sistema.
Desde 1945 esta potencia ha sido los EE.UU. Pero con el colapso del
bloque soviético, el ámbito de su hegemonía se ha extendido
enormemente, volviéndose por primera vez verdaderamente global.
¿Como se articula, entonces, esta nueva prepotencia norte-americana
con las innovaciones ideológicas del neo-liberalismo y del
humanismo militar? En la forma que hubiera sido impensable
solamente algunos anos atrás de una rehabilitación plena y cándida
del imperialismo, como un régimen político de alto valor,
modernizante y civilizador. Fue el consejero de Blair en materias
de seguridad nacional, Robert Cooper, una especie de mini-Kissinger
de Downing Street, que inicio esta transvaluación contemporánea
del imperialismo, dando como ejemplo conmovedor el asalto de la
OTAN contra Yugoslavia. Después el nieto de Lyndon Johnson, el
jurista constitucional y estratega nuclear Philip Bobbit
(coordinador de los servicios de espionaje en el Consejo Nacional
de Seguridad de Clinton) con su libro enorme El Escudo de Aquiles,
predijo la teorización más radical y ambiciosa de la nueva
hegemonía norteamericana. Hoy, artículos, ensayos y libros,
celebrando el Impero Americano típicamente embellecidos por largas
comparaciones con el Impero Romano y su papel civilizador caen en
cascadas de las imprentas en los EE.UU.
Se debe subrayar que esta euforia neo-imperialista no es un exceso
efímero de la derecha norte-americana; hay tanto demócratas como
republicanos en el rango de sus próceres. Para cada Robert Kagan o
Max Boot por un lado, hay un Philip Bobbitt o Michael Ignatieff por
el otro. Seria un error grave ilusionarse que es solamente con
Reagan o con los Bush que estas ideas han crecido; no, también
Carter y Clinton, con sus Zbigniew Brzezinskis y Samuel Bergers al
lado, han jugado un papel igualmente fundamental en su desarrollo.
Si dicho en paréntesis- tanto el neo-liberalismo como el neo-
imperialismo han sido políticamente bipartidarios en los EE.UU., y
también en su aliado mas estrecho el Reino Unido, no es que el
papel de la Centro-Derecha y de la Centro-Izquierda han sido
idénticos en su emergencia y consolidación. En ambos casos, hubo
una breve pero significativa iniciación del fenómeno por la
Centro-Izquierda, seguida por su ampliación dinámica bajo la
Centro-Derecha, y finalmente de su estabilización como sistema
normal por la Centro-Izquierda. Así, el monetarismo neo-liberal se
inicio en el Norte bajo os gobiernos de Carter y Callaghan en los
tardíos anos setenta; fue dinamizado y ampliado enormemente bajo
Reagan y Thatcher; y finalmente afianzado como rutina con Clinton y
Blair. De modo análogo, las primeras iniciativas audazmente neo-
imperiales fueron conformadas en Afghanistan por Brzezinski;
extendidas a Nicaragua, Grenada, Libia y otros sitios bajo Casey y
Weinberger; y fueron normalizadas como sistema, en el Medio Oriente
y en los Balcanes por Albright y Berger. Ahora, en un segundo
turno, hay una ampliación y radicalización -más allá de los mandos
de Clinton- bajo Bush. Podemos esperar, si fuese elegido un
Presidente demócrata en el ano próximo, que las nuevas fronteras de
las operaciones neo-imperialistas establecidas por Rumsfeld
serian consolidadas como los parámetros normales de la hegemonía
norteamericana en el futuro, aunque con un retórica más mansa y
llorosa que la republicana. Todo pasa como si cada vez que el
sistema «se atasca» con la Centro-Izquierda, acelera a toda
velocidad con la Centro-Derecha, y luego regresa a una velocidad
estable, de crucero, una vez más con el Centro-Izquierda.
Ahora, si tales son hoy en día los rasgos principales de la nueva
hegemonía mundial en el campo de batalla de las ideas, ¿dónde se
localizan los principales focos de resistencia a esta hegemonía, y
qué formas específicas toman? Si miramos al escenario político
global, podemos distinguir tres zonas geográficas distintas donde
aparecen reacciones adversas a la hegemonía norte-americana.
En los inicios de este ano, Europa ha visto las manifestaciones
callejeras más grandes de toda su historia en contra de la guerra
que se preparaba en el Medio Oriente. En España, Italia, Francia,
Alemania, Inglaterra, millones de personas han expresado su
oposición a la invasión de Iraq, como también muchos ciudadanos
norteamericanos mismos. Pero el centro de gravedad del movimiento
pacifista internacional ha sido innegablemente europeo. ¿Cuanta
esperanza se puede tener en esta importante reacción de la opinión
publica europea? No fue este un impulso inmediato o efímero, pues
la hostilidad continua a la política de la Casa Blanca sigue
apareciendo reflejada en todos los sondeos posteriores a la guerra,
como también en un torrente de artículos, manifiestos e
intervenciones en los medios masivos de comunicación de los
principales países del continente. Un tema concreto de esta ola
reciente de anti-americanismo es la afirmación de una identidad
histórica, propia de las sociedades europeas y absolutamente
distinta de la de los EE.UU. El filósofo Habermas y muchos otros
intelectuales y políticos europeos teorizan esta diferencia como un
contraste de valores Europa sigue siendo socialmente mas
responsable con su estado de bienestar, mas humana con su negativa
a sostener una legislación punitiva como la pena capital, mas
tolerante y menos religiosa en sus costumbres, mas pacifica en sus
relaciones exteriores, que América el Norte.
¿Como evaluar a estas pretensiones? Es claro que el modelo
capitalista europeo ha sido, desde la Segunda Guerra Mundial, mas
regulador e intervencionista que el norteamericano, y que ningún
estado europeo, y aun menos la Unión Europea, goza de un poder
militar lejanamente comparable con el que esta a disposición de
Washington.
Pero hoy en día el neo-liberalismo reina en todas las sociedades
europeas con los mismos lemas que en el resto del mundo en términos
de reducción de los gastos del estado, disminución de los
beneficios sociales, desregulación de los mercados, privatización
de las industrias y los servicios públicos.
En este sentido, las diferencias estructurales entre la Unión
Europea y los EE.UU son cada vez menores. Lo que aparece es una
vaga noción que da cuenta de la existencia de una distancia
cultural entre dichas unidades políticas, aunque obviamente, las
sociedades europeas se encuentran cada ano que pasa mas
subordinadas a los productos de Hollywood y de Sillicon Valley. Sin
embargo, esta distancia o reacción cultural a la que hacíamos
referencia anteriormente constituye una base muy débil en términos
de una resistencia política duradera frente a los EE.UU. Eso se ve
muy claramente en el hecho de que la mayoría abrumadora de los
manifestantes contra la guerra de Iraq han apoyado fervorosamente
la guerra contra Yugoslavia, cuya justificación y modus operandi
eran mas o menos idénticas la diferencia principal que se presenta
es que entonces el presidente era Clinton, un demócrata suntuoso y
efusivo con el que tantos europeos se identificaban, y no el
republicano Bush, que les parece un vaquero inaceptablemente hosco
y rustico. En otras palabras, no hay oposición de principio contra
el neo-imperialismo en estos medios europeos; solamente hay una
aversión «de etiqueta» contra su mandatario actual. Por ello, no
es casual que después de la conquista de Iraq, el movimiento
pacifista europeo se encuentre en una situación de reflujo,
aceptando el hecho consumado, y sin expresar algún tipo de
manifestación significativa de solidaridad con la resistencia
nacional a la ocupación. A esto se suma el hecho de que los
gobiernos europeos que se han opuesto inicialmente a la invasión de
Iraq (tal como Alemania, Francia y Bélgica) se han rápidamente
acomodado a la conquista, buscando reparar tímidamente sus
relaciones con Washington
Pasemos ahora al Medio Oriente mismo. Aquí, el escenario es
totalmente distinto, pues se combate armas en mano contra la nueva
hegemonía mundial. Tanto en Afghanistan como en Iraq, a la
conquista relampago norteamericana le siguió una resistencia
guerrillera tenaz en el espacio territorial, la cual sigue causando
dificultades serias para los EE.UU. Además, no hay la más mínima
duda del apoyo masivo de la opinión pública árabe de toda la región
respecto a estas luchas de liberación nacional contra los ocupantes
y sus títeres. Seria sorprendente si el mundo árabe no reaccionara
de tal modo frente a las agresiones norteamericanas, dado que estas
se desarrollan en una zona ex-colonial que experimenta cada día,
con la bendición de Washington, la expansión del colonialismo
israelí en los territorios palestinos. Este trasfondo histórico
separa desde el principio el modo en que se lleva a cabo la
oposición árabe y la oposición europea en relación a la nueva
hegemonía mundial, y para esto hay que tener en cuenta que diversas
potencias europeas fueron ellas mismas los colonizadores originales
de la región. Pero hay dos factores más que diferencian la
resistencia árabe de la europea. Aquí también entra en juego un
contraste cultural con la super-potencia, el cual es mucho mas
profundo porque se sostiene en una religión milenaria, el Islam.
El islamismo contemporáneo, con toda la variedad de sus matices, es
infinitamente mas impermeable a la penetración de la cultura e
ideología norteamericana que la vaga identidad bienestarista de la
que se jactan lo europeos. Como lo hemos visto repetidamente,
aquel es capaz de inspirar actos de contra-ataque de una ferocidad
sin par.
Además, esta antigua fe religiosa se conjuga con un sentimiento
absolutamente moderno de nacionalismo moderno, rebelándose contra
las miserias y humillaciones de una zona regida durante décadas por
regimenes feudales o títeres corruptos y brutales. La combinación
de lo cultural-religioso y de lo nacional hace de la resistencia
islamo-árabe contemporánea una fuerza que no se agotara fácilmente.
Pero al mismo tiempo, esta tiene sus límites. Le falta lo social es
decir una visión creíble de una sociedad moderna alternativa a lo
que busca imponer en el Medio Oriente la potencia hegemónica. La
Sharia no es un idea capaz de enfrentar los retos del neo-
liberalismo. Mientras tanto, siguen oprimiendo sus pueblos los
diversos regimenes tiránicos y atrasados de la región, todos sin
excepción alguna prontos a colaborar con los EE. UU como ha
demostrado ad libitum la Liga árabe, y la experiencia del la
primera guerra del Golfo.
El tercer foco de resistencia se halla aquí, en América Latina.
Tres rasgos decisivos distinguen esta zona de las anteriores. En
primer lugar, en América Latina se encuentra una combinación de
factores mucho mas fuerte y prometedora que en Europa o en Medio
Oriente, pues aquí y solamente aquí, la resistencia al neo-
liberalismo y al neo-imperialismo conjuga no solamente lo cultural
sino lo social con lo nacional es decir, comporta una visión
emergente de otro tipo de organización de la sociedad, y otro
modelo de relaciones entre los estados. En segundo lugar, América
Latina y esto es un hecho que a menudo se olvida es la única área
del mundo con una historia continua de trastornos revolucionarios
y luchas políticas radicales desde un siglo. Ni en Asia, ni en
Afrecha, ni en Europa, encontramos equivalentes a la cadena de
revueltas y revoluciones que han marcado la especifica experiencia
latinoamericana, la cual, de aquí a un siglo atrás viene dando
cuenta de nuevas explosiones que se suceden a derrotas. El siglo XX
ha empezado con la revolución Mexicana que tuvo lugar antes de la
Primera Guerra Mundial. Se trata de una revolución victoriosa pero
que también fue esterilizada en lo que hace a muchas de sus
aspiraciones populares. Entre las dos guerras, hay una serie de
levantamientos heroicos y experimentos políticos derrotados: el
Sandinismo en Nicaragua, la revuelta aprista en Perú, la
insurrección en El Salvador, la revolución de 33 en Cuba, la
intentona en Brasil, la breve republica socialista y el frente
popular en Chile. Pero con la Segunda Guerra Mundial comienza un
nuevo ciclo, con el primer peronismo en su fase jacobino en
Argentina, el bogotazo en Colombia y la revolución Boliviana de
52. Al final de la década estalla la revolución cubana. Sigue una
ola de luchas guerrilleras a través del continente, y la elección
del gobierno de Allende en Chile.
Todas estas experiencias fueron aplastadas con el ciclo de
dictaduras militares que comenzaron en Brasil en el 64 y luego
allanaron el camino a Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina en los
anos setenta de plomo. A mediados de la década, la reacción parecía
victoriosa casi en toda parte. De nuevo, sin embargo, se encendió
el fuego de la resistencia con el triunfo de la revolución
sandinista, la lucha de los guerrilleros salvadoreños, y la campana
masiva para elecciones directas en Brasil. También esta ola de
insurgencia popular fue desmontada o destruida impiedosamente. A
mediados de los anos noventa, reinaba casi en todos los países
latino-americanas versiones criollas del neo-liberalismo norte-
americano, instalados o apoyados por Washington los regimenes de
Menem en Argentina, Fujimori en Perú, Cardoso en Brasil, Salinas en
México, Sánchez Losada en Bolivia, etcétera. Finalmente, con una
democracia estable restaurada, y políticas económicas excelentes,
creía el Departamento del Estado, América Latina se había
convertido en una retaguardia segura y tranquila del Impero
global. Hoy en día, el paisaje político se ha cambiado de nuevo
radicalmente. El ciclo popular mas reciente, que comenzó con la
revuelta zapatista en Chiapas, ya ha visto la llegada al poder de
Chávez en Venezuela, las victorias de Lula e Kirchner en Brasil y
Argentina, el derrumbe de Sánchez Losada en Bolivia, y los
estallidos sociales repetidos en Perú y Ecuador.
Tercer rasgo distintivo del escenario latinoamericano: aquí, y
solamente aquí, encontramos coaliciones de gobiernos y de
movimientos en una frente amplio de resistencia a la nueva
hegemonía mundial. En Europa, el movimiento pacifista y
alterglobalista ha sido mucho más extenso que la oposición
diplomática de algunos gobiernos a la guerra de Iraq. Esta
asimetría entre la calle y el palacio ha sido una de las
características mas significativas de la situación europea, donde
la mayoría de los gobiernos incluyendo no solamente Gran Bretaña,
sino España, Italia, Holanda, Portugal, Dinamarca y todos los
nuevos satélites de Washington en Europa del Este - no solamente
apoyaron la agresión contra Iraq, sino participan en la ocupación,
mientras que la mayoría de sus poblaciones se opusieron a la
Guerra. En Medio Oriente, esta asimetría entre la hostilidad casi
unánime de la calle a la conquista de Iraq y la complicidad casi
unánime de los regimenes con el agresor es aun mas dramática, o en
efecto, total. En América Latina, en contraste, se ve una serie
de gobiernos que en grados y campos - diversos tratan de resistir a
la voluntad de la potencia hegemónica, y un conjunto de movimientos
sociales típicamente mas radicales que luchan para un mundo
diferente, sin inhibiciones diplomáticas o ideológicas; allí se
encuentran desde los Zapatistas en México y los Sem Terra en
Brasil, a los cocaleros y mineros de Bolivia, los piqueteros de
Argentina, los huelguistas de Perú, el bloque indígena en Ecuador,
y tantos otros. Esta constelación dota el frente de resistencia de
una repertorio de tácticas y acciones, y de un potencial
estratégico, superior a cualquier otra parte del mundo. En Asia,
por ejemplo, pueden haber gobiernos mas firmes en su oposición a
los mandos económicos y ideológicos norteamericanos la Malasia de
Mahathir es un caso obvio pero faltan poderosos movimientos
sociales; y donde existen tales movimientos, los gobiernos
típicamente se muestran mas o menos serviles, como en Corea del
Sur, cuyo Presidente ahora promete tropas para ayudar a la
ocupación de Iraq.
Entonces, es lógico que si miramos a las dos iniciativas más
impresionantes de resistencia internacional a la nueva hegemonía
mundial, ambas se originaron aquí en América Latina. La primera,
por supuesto, ha sido la emergencia del Foro Social Mundial, con
sus raíz simbólica en Porto Alegre; y la segunda, la creación del
G-22, en Cancún. En ambos casos, lo notable es un verdadero frente
intercontinental de resistencia, que englobo de manera muy diversa
movimientos en un caso y gobiernos en el otro. Ahora bien, tanto el
Foro Social como el G-22 han concentrado sus esfuerzos de
resistencia en el sector neo-liberal del frente enemigo, es decir,
esencialmente en la agenda económica de la potencia hegemónica y
sus aliados en los países ricos. Aquí, correctamente, los blancos
centrales han sido el Fondo Monetario Internacional y la
Organización Mundial del Comercio. En esta batalla de ideas, la
noción de mercados libres es decir, sistemas de intercambio de las
mercancías, del trabajo, y del capital puros y autónomos, sin
interferencias políticas u otras ha sido cada mas claramente
expuesta con una mitificación. Todos los mercados, en todos los
tiempos, son construidos y regulados políticamente: la única
cuestión pertinente es que tipo de política los moldean y
determinan. El neo-liberalismo busca imponer su Gran
Transformación (para usar la formula acunada por Karl Polanyi) para
el advenimiento del liberalismo clásico del laissez-faire en la
época victoriana. Como su predecesor, este proyecto a escala
mundial comporta la imposición de reglas de comercio que favorecen
los intereses de los estados y corporaciones metropolitanos en
detrimento de los intereses de los países periféricos. El
proteccionismo, se vuelve un privilegio reservado al Norte,
mientras que en el Sur es visto como una infracción a las leyes
fundamentales de toda economía sana. Comparada con estas
hipocresías, la noción medieval de un precio justo podría parecer
un modelo de ilustración. El ataque que se llevo a cabo en Cancún
contra las arrogancias ideológicas y abusos prácticos de la
potencia hegemónica y sus aliados fue un acierto.
Sin embargo y aquí las discrepancias entre gobiernos y movimientos
se destacan resistir a las pretensiones hegemónicas en la área del
comercio, defender por ejemplo el MERCOSUR contra la ACLA no puede
conducir a resultados muy animadores, si al mismo tiempo se
obedece dócilmente al Fondo Monetario lnternacional y los mercados
financieros en materias tan cruciales como la tasas de interés, el
patrón fiscal, el sistema de pensiones, el así llamado superávit
primario, para no hablar de respuestas a la exigencia popular de
una redistribución igualitaria de tierras. Aquí el rol de los
movimientos sociales se vuelve decisivo. Solo su capacidad de
movilizar a las masas campesinos, obreros, informales, empleados y
combaten, si necesario sin treguas, gobiernos oscilantes u
oportunistas, puede asegurar políticas sociales mas igualitarias y
justas. La democracia de la que se jactaban los gobiernos neo-
liberales de la último década siempre ha sido un asunto restringido
y elitista, con baja participación electoral, y alta interferencia
del poder del dinero. La democracia de que necesita una
resistencia efectiva a la nueva hegemonía mundial es algo distinto:
requiere de un ejercicio del poder desde abajo, cuyas formas
embrionarias se van delineando en los presupuestos populares de
Porto Alegre, los comités de la insurgencia boliviana, la auto-
organización de los ranchitos venezolanos, las ocupaciones de los
Sem Terra.
Si bien es cierto que hay muchos brotes prometedores de resistencia
regional e internacional contra el neo-liberalismo, también cabe
preguntarse: ¿Cuál es la situación respecto al frente de combate
contra el neo-imperialismo? Aquí el escenario sigue siendo más
sombrío. Los primeros Foros Sociales han evitado cuidadosamente el
tópico aparentemente demasiado candente - del nuevo belicismo
norte-americano. En Europa, hubo no poca gente que engullendo la
idea de un humanismo militar en defensa de los derechos humanos
apoyaron el bombardeo de Belgrado. Entre los gobiernos,
naturalmente, se ve aun menos apetito para enfrentar la potencia
hegemónica en su terreno más fuerte, el campo militar. La reacción
de los varios gobiernos latino-americanos a la invasión de Iraq se
podría resumir en el repudio inmediato del cual fue objeto el
desgraciado embajador chileno en las Naciones Unidas por parte del
Presidente social-demócrata Lagos, cuando en un momento distraído
de una charla informal condeno la agresión anglo-americana, y por
ello recibió una telegrama furioso por parte de la Moneda en donde
se le ordenaba rectificar su lapsus. Chile no condeno la agresión,
la lamento . Los otros gobiernos latinoamericanos no han
demostrado mayor coraje: las únicas dos excepciones fueron Cuba y
Venezuela.
Ahora bien, este frente de resistencia a la nueva hegemonía mundial
exige una crítica consistente de sus conceptos-claves. Aquí la
batalla de ideas para la construcción de una alternativa tiene que
concentrar sus miras en dos puntos decisivos: los derechos humanos
y las Naciones Unidas, que se han vuelto hoy en día instrumentos
de las estrategia global de la potencia hegemónica. Tomemos primero
los derechos humanos. Históricamente, la declaración que la
introdujo al mundo, de 1789, ha sido uno de las grandes proezas
políticas de la revolución francesa. Pero, como era de esperar, a
esta noción fruto de la ideología de una gran revolución burguesa
le faltaba una base filosófica que la sostenga. El derecho no es un
fenómeno antropológico: es un concepto jurídico, que no tiene
significado fuera de un marco legal que instituye tal o cual
derecho en un código de leyes. No puede haber derechos humanos en
abstracto es decir, trascendente respecto a cualquier estado
concreto, sin la existencia de un código de leyes. Hablar de
derechos humanos como si estos pudiesen pre-existir mas allá de las
leyes que les darían vida como es común es una mitificación. Fue
por eso que el pensador utilitarista clásico, Jeremy Bentham, las
denomino tonterias en zancos y Marx, cuya opinión de Bentham no era
muy alta, en este punto le dio toda la razón, sin dudar en citarlo
a tal propósito.
El hecho obvio es que no puede haber derechos humanos como si
fuesen dados de una antropología universal, no solamente por que
su idea es un fenómeno relativamente reciente, sino también por
que no hay ningún consenso universal en la lista de tales derechos.
De acuerdo con la ideología dominante, la propiedad privada
inclusive, naturalmente la que concierne los medios de producción
es considerada un derecho humano fundamental proclamado como tal,
por ejemplo, en la guerra contra Yugoslavia, cuando el ultimátum
norte-americano a Rambouillet que deflagro el ataque del OTAN
exigió no solamente libertad y seguridad para la población de
Kosovo, el libre movimiento de las tropas de la OTAN a través del
territorio yugoslavo, sino también tranquilamente estipulo - cito
que Kosovo tiene que ser una economía del mercado . Incluso,
dentro de los parámetros de la ideología dominante en los EE.UU,
se contrapone diariamente el derecho a decidir con el derecho a
vivir respecto al tema del aborto. No hay ningún criterio racional
para discriminar entre tales construcciones, pues los derechos son
constitutivamente maleables y arbitrarios como toda noción
política: cualquiera puede inventar uno a su propio antojo. Lo que
normalmente representan son intereses, y es el poder relativo de
estos intereses lo que determina cual de las diversas
construcciones rivales predomina. El derecho al empleo, por
ejemplo, no tiene ningún estatuto en las doctrinas constitucionales
de los países del Norte; el derecho a la herencia, si. Entender
esto no implica ninguna postura nihilista. Si bien los derechos
humanos (pero no los derechos legales) son una confusión
filosófica, existen necesidades humanas que en efecto prescinden de
cualquier marco jurídico, y corresponden en parte a fenómenos
antropológicos universales - tales como la necesidad de
alimentación, de abrigo, de protección contra la tortura o el
maltrato - y en parte corresponden a exigencias que son,
hegelianamente, productos del desarrollo histórico tales como las
libertades de expresión, diversión, organización, y otras. En este
sentido, en vez de derechos, es siempre preferible hablar de
necesidades: una noción mas materialista, y menos equivoca.
Pasemos ahora a nuestro humanismo militar, escudo ilustrado de los
derechos humanos en la nueva hegemonía mundial. He observado que
el Foro Social y más generalmente los movimientos alterglobalistas
han prestado poca atención al neo-imperialismo, prefiriendo
concentrar su fuego en el neo-liberalismo. Sin embargo, hay un lema
internacional movilizador muy sencillo que podrían adoptar. Este
consiste en exigir el cierre de todas repito todas las bases
militares extranjeras en todo el mundo. Actualmente, los EE.UU
mantienen tales bases en más de cien - repito: cien países a
través del planeta. Debemos exigir que cada una de estas bases sea
cerrada y evacuada, desde la más antigua e infame de todas, aquí en
Guantánamo, hasta las más nuevas, en Kabul, Bishkek y Baghdad.
Lo mismo para las bases británicas, franceses, rusas y otras. ¿Qué
justificación tiene estos tumores innumerables en el flanco de la
soberanía nacional, si no es simplemente la raison d etre del
Impero y sus aliados?
Las bases militares norteamericanas constituyen la infraestructura
estratégica fundamental de la potencia hegemónica. Las Naciones
Unidas, ellas, proveen una superestructura imprescindible de sus
nuevas formas de dominación. Desde la primera Guerra del Golfo en
adelante, la ONU ha funcionado como un instrumento dócil de sus
sucesivas agresiones, manteniendo durante una década el bloqueo
criminal de Iraq, que ha causado entre 300 y 500 mil muertos, la
mayoría niños, consagrando el ataque de la OTAN contra Yugoslavia,
donde propicio y sigue propiciando servicios pos-ventas a los
agresores en Kosovo, y ahora colaborando con los ocupantes de Iraq
para edificar un gobierno de marionetas norte-americanas en
Bagdad, y coleccionando fondos de otros países para financiar los
costos de la conquista del país. Desde el desaparición de la Unión
Soviética, el mando de Washington sobre la ONU se volvió casi
ilimitado. La Casa Blanca escogió directamente, sin ningún pudor,
el actual Secretario-General como su mayordomo administrativo en
Manhattan, descartando su predecesor como insuficientemente servil
a los Estados Unidos. El FBI abiertamente escucha a escondidas a
todas las delegaciones extranjeras en la Asamblea General. La CIA
penetro sin siquiera desmentir sus actividades - de conocimiento
publico el cuerpo de los así llamados inspectores en Iraq, de pie
a cabeza. No hay medida de soborno o chantaje que no utilice
diariamente el Departamento de Estado para doblegar a los
representantes de las naciones a su voluntad. Hay ocasiones,
aunque cada vez mas raras, cuando la ONU no aprueba explícitamente
los proyectos y decisiones de los EE.UU en los que Washington toma
la iniciativa unilateralmente, y entonces la ONU lo autoriza post-
facto, como un hecho consumado. Lo que jamás acontece ahora es que
la ONU rechaza o condena una acción estadounidense.
La raíz de esta situación es muy simple. La ONU fue construida en
los tiempos de Roosevelt y Truman como una maquina de dominación
de las grandes potencias sobre los demás países del mundo, con una
fachada de igualdad y democracia en la Asamblea General, y una
concentración férrea del poder en manos de los cinco miembros
permanentes del Consejo de Seguridad, arbitrariamente escogido
entre los vítores de una Guerra que no tiene ninguna relevancia
hoy. Esta estructura profundamente oligárquica se presta a
cualquier tipo de mando y manipulación diplomáticos. Es esto lo que
ha conducido a la organización -que en principio debería ser un
baluarte de la soberanía nacional de los países pobres del mundo- a
su prostitución actual, convertida en una mera mascara para la
demolición de esta soberanía en nombre de los derechos humanos,
transformados a su vez naturalmente- en el derecho de la potencia
hegemónica de bloquear, bombardear, invadir y ocupar países
menores, según le venga en gana.
¿Que remedio es concebible a esta situación? Todos lo proyectos de
reforma de Consejo de Seguridad se han hundido a partir del rechazo
de los monopolistas del veto a renunciar a sus privilegios, que
ellos tienen además el poder de proteger. Todos los reclamos de la
Asamblea General para una democratización de la organización han
sido, y serán, en vano. La única solución plausible a este impasse
parecería ser el retiro de la organización de uno o varios países
grandes del Tercer Mundo, que podrían deslegitimarla hasta que el
Consejo de Seguridad sea forzado a aceptar su ampliación y una
redistribución de poderes reales dentro de la Asamblea General. De
la misma manera, además, la única esperanza de desarme nuclear
serio es el retiro de uno o varios países del Tercer Mundo del
infame Tratado de No-Proliferación Nuclear -que debiera ser llamado
el Tratado para la preservación del oligopolio nuclear para forzar
a los verdaderos detectores arrogantes de los armamentos de
destrucción masiva a renunciar a sus privilegios. Samir Amin ha
hablado aquí de necesidad de restaurar cualquier resistencia seria
a la nueva hegemonía mundial. Estoy de acuerdo. Añadiré que los
principios de tal igualdad tienen que ser no solamente económicos y
sociales dentro las naciones, sino también políticos y militares
entre las naciones.
Estamos lejos de esto hoy. Tan lejos como puede verse en la última
resolución del Consejo de Seguridad, votada en este mismo mes de
octubre. En esta, el órgano supremo de las Naciones Unidas ha
solemnemente dado su bienvenida al consejo títere de las fuerzas de
ocupación de Iraq designándolo como la encarnación de la soberanía
iraquí, condenado los actos de resistencia a la ocupación, llamado
a todos los países a ayudar en la reconstrucción de Iraq bajo los
designios de esas mismas fuerzas títeres, y nombrado a los Estados
Unidos como el mandatario reconocido de una fuerza multinacional de
ocupación del país. Esta resolución, que no es otra cosa que el
acto de bendición de la ONU a la conquista de Iraq, fue aprobada
unánimemente. La firmaron: Francia, Rusia, China, Alemania,
España, Bulgaria, México, Chile, Guinea, Camerún, Angola, Siria,
Pakistán, Reino Unido y Estados Unidos. La Francia supuestamente
gaullista, la China supuestamente popular, Alemania y Chile
supuestamente social-demócratas, Siria supuestamente baasista,
Angola rescatada una vez por Cuba de su propia invasión, para no
hablar de los demás clientes mas familiares de los EE.UU todos
cómplices de la recolonización de Iraq. Esta es la nueva hegemonía
mundial. Combatámosla.
* Ponencia de Perry Anderson, Editor de la revista New Left Review,
en la XXI Conferencia General del Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales- CLACSO- La Habana, Cuba, 30 de agosto de 2003.
https://www.alainet.org/es/articulo/108728
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