Dios es negro

21/11/2003
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Llevo a África en la sangre. El tronar de los tambores, la punta afilada de las lanzas, los trazos coloreados realzando la piel y en la boca el sabor atávico de los frutos del Jardín del Edén. En el alma las cicatrices abiertas de tatos azotes, el grito imperial de los cazadores de personas, los hijos apartados de sus padres y los maridos de sus mujeres, el balanceo agónico de la travesía del Atlántico y, en los poros, la muerte segando cuerpos engullidos por el mar y triturados por los dientes afilados por los peces. Soy hijo de Ogum y Oxala, devoto de Iemanjá, a quien elevo las ofrendas de todos los dolores y colores, lágrimas y sabores, el llanto inconsolable que sale de las chozas, la carne atada con cuerdas, las muñecas y los tobillos con hierros, la soledad de las razas, el vientre violentado y preñado por el ímpetu feroz de los señores de la Casa Grande. Me quedan, en la tinaja de madera, las sobras del cerdo descuartizado y, mientras la mesa colonial saborea el lomo, rasgo pieles y orejas, guiso en manteca la frijolada, corto en rebanadas las carnes, frío longanizas y torreznos, añado condimento y me harto. Recojo en el alambique la savia ardiente de la caña y me transporto a los ancestros, a las sabanas y selvas, al tiempo de la inmensurable libertad. En las noches de casa grande vacía y borrachos los capataces, adorno mi cuerpo con pinturas reflejado en el resplandor de la luna, adorno mis brazos y piernas, me cubro de collares y brazaletes, y al son embriagante del tan-tan, bailo, bailo, bailo, exorcizando tristezas, ahuyentando malos espíritus, imprimiendo al movimiento de todos mis miembros el impulso irrefrenable del vuelo del espíritu. Soy esclavo, pero también señor de mí mismo, pues no hay cerrojo que me tranque la conciencia, ni moralismo que me haga mirar el cuerpo con los ojos de la vergüenza. Hago fiesta del sexo, liturgia del cariño, bienestar del amor, multiplicando la raza con la esperanza de quien fertiliza semillas. Le doy al patrón nuevos brazos que un día habrán de derribarle de su trono. Comulgo con la exhuberancia de la naturaleza, las copas de los árboles son mis templos, hago las ofrendas de la fogata de leña, en mi ser se agitan ágiles, caballos salados, y sigo el mapa trazado por las caracolas, que me enseñan que no hay dolor que dure para siempre y que el verdadero amor perdura. Tan poblado está el cielo de mis creencias, que no rechazo si quiera la santería del clero; antes bien reverencio el caballo de san Jorge, transfiero a los altares la devoción a mis orixás, tiro al río la Virgen negra en la fe de que, entre tantas blancas traídas en andas por el señor de los esclavos, llegará el tiempo en que la mía será Aparecida y a sus pies también se habrán de doblar las rodillas de los blancos. Soy liberto y en lo profundo de los bosques recreo un espacio de libertad, defendiendo con espíritu guerrero mi reducto de paz. En la aldea, vuelto hacia África, rescato la fuerza mistérica de mi idioma, celebro fiestas y danzas congolesas, el canto libre que resuena en el coro de la pajarería, las aguas de la cascada limpiándome de todo temor, los árboles en centinela cubiertos de mil ojos vigilantes. Ciudadano brasileño, aún lucho por la liberación, empeñado en abolir prejuicios y discriminaciones, grilletes forjados en la inconsciencia e inconsistencia de quienes insisten en hacer de la diferencia divergencia e ignoran que Dios también es negro. * Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/es/articulo/108871
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS