El volcán latinoamericano
14/09/2010
- Opinión
La tónica conciliadora de la reunión del ALCA en Miami no
debe desalentar a quienes luchan por impedir la anexión
de América Latina a Estados Unidos mediante ese
instrumento. Pese al servilismo de tantos gobiernos hacia
Washington, éste se vio forzado a posponer parte de las
pretensiones coloniales que acaricia desde la Cumbre de
las Américas, celebrada también en esa ciudad en 1994.
Para una mejor evaluación de la reunión de Miami es
conveniente echar un sucinto vistazo a su contexto
histórico y político.
El proceso de las Cumbres de las Américas nació como
parte de un nuevo proyecto para reforzar la subordinación
de los Estados latinoamericanos al coloso del norte. De
allí la deliberada exclusión de Cuba. Pero ya desde antes
había iniciado un ciclo internacional de luchas sociales
que ha llevado al imperialismo estaduniense a perder en
la actualidad gran parte de la enorme ascendencia
política e ideológica que había ganado tras el derrumbe
soviético. En esa brega América Latina ha sido un
protagonista principal, acaso por ser la zona del mundo
donde las políticas neoliberales se han aplicado más
ortodoxamente. En 1989 estalló el caracazo, rebelión
antineoliberal reagrupada posteriormente en torno al
proyecto nacionalista de Hugo Chávez, que terminó
desalojando a los partidos políticos tradicionales y se
ha trasformado en uno de los movimientos populares más
vigorosos del continente. Luego siguió el rotundo ¡Ya
basta! zapatista de 1994, una de las chispas que detonó
el movimiento internacional contra la globalización
imperialista. Así se hizo sentir en las calles de
Seattle, donde rodó por tierra el mito de un pensamiento
y un modelo únicos e irreemplazables al fracasar la
llamada Ronda Clinton de la Organización Mundial de
Comercio. Esta no ha podido recuperarse del golpe sufrido
entonces, como se demostró en su reciente cita de Cancún.
A partir de Seattle el movimiento antiglobalización
creció, se extendió geográficamente, ganó en
organización y experiencia y -contra lo que algunos
vaticinaron- pudo recuperarse frente al clima liberticida
imperante tras los atentados terroristas del 11 de
septiembre. A ello han contribuido varios factores.
Entre ellos el alto costo social de las políticas
neoliberales -que ha provocado su repudio por los
sectores populares- y la gran corriente antibelicista
estimulada por la "guerra contra el terrorismo", patraña
con que la pandilla de enajenados encabezada por Bush
pretende encubrir sus sueños de dominar a la humanidad
por la fuerza. Todo ello ha acelerado el descrédito de
Estados Unidos y sus aliados ante la opinión pública.
Acentuado al trascender el uso maniático de la mentira
por Bush y sus falderos Blair y Aznar para justificar la
agresión contra Irak y ahondado en virtud de la creciente
resistencia patriótica contra la ocupación del país
árabe.
No existe hoy nación latinoamericana donde no se hayan
producido movimientos de masas contra las políticas de
liberalización económica decretadas desde Washington,
los cuales van en ascenso. Así, la reunión de Miami se
celebró bajo el sino de la extraordinaria sublevación
civil de los bolivianos contra estas políticas y la
defenestración de Sánchez de Losada, personaje
emblemático del neoliberalismo en la región. Los
movimientos de masas han hecho llegar al gobierno en unos
pocos países latinoamericanos a líderes que han
proclamado su intención de revertir o atenuar las
consecuencias del neoliberalismo. De estos gobiernos cabe
esperar ejecutorias dispares, que no siempre cumplan con
las expectativas populares o simplemente resulten un
fiasco, como ocurrió con Gutiérrez en Ecuador.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría antes que
surgiera este fenómeno, Estados Unidos no pudo imponer
omnímodamente su voluntad en Miami. Allí enfrentó la
resistencia de Brasil y Argentina y las duras objeciones
venezolanas. De suerte que debió conformarse con un ALCA
light y se vio forzado a desplazarse hacia la táctica de
acuerdos bilaterales o regionales con los Estados más
serviles. Esto le permite avanzar por otro camino en su
objetivo recolonizador, mientras -según sus cálculos-
neutraliza o derroca los gobiernos díscolos.
Lo que no está en los cálculos de Washington es la
potencialidad volcánica de la indignación y rebeldía
popular que se generaliza en América Latina. Muchos
caracazos se otean en el horizonte.
https://www.alainet.org/es/articulo/108883
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