Entre el dolor y la esperanza

28/11/2003
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Conmueve el dolor de los padres a quienes secuestran un hijo, pero también conmueve el dolor de quienes no pueden alimentarlos y los ven morir de inanición. Ambos son los extremos de un arco que se tensa día a día y que en algún momento despedirá una flecha certera orientada a hacer saltar los cimientos de estos oscuros designios. La sensación de hallarnos instalados sobre un barril de pólvora se agiganta cotidianamente. ¿Adonde puede conducirnos una organización social fundada en la injusticia, la falta de solidaridad, el miedo? ¿Adonde la postergación de las más elementales consideraciones para con la vida? ¿Adonde la codicia de una fracción minúscula de la sociedad que se erige en dueña de vidas y haciendas, que rinde adoración al dios dinero y desprecia el sagrado valor de la existencia humana, de la naturaleza, de la convivencia, de las seculares leyes de la moral y de la ética? Estamos construyendo un futuro sin futuro, estamos disputando una carrera hacia la nada, hacia una destrucción segura e irreversible y entregando a las generaciones que nos sucedan los despojos de un mundo en el que la imprevisión, el egoísmo, la irracionalidad, la barbarie habrán aniquilado las últimas expresiones de la civilización y de la historia humanas. En Afganistán el fanatismo fundamentalista destruyó los resabios de antiguas culturas, en la Persia milenaria, el fundamentalismo petrolero, borró sin culpas, gran parte de sus riquezas arqueológicas, en Africa se azuzan las guerras tribales en beneficio de los vendedores de armas, en Latinoamérica se somete a los pueblos originarios para arrebatarles y mercantilizar la biodiversidad de sus tradicionales habitats condenándolos a la miseria y a la extinción. ¿Qué locura es esta que ha atrapado entre sus garras a la especie humana? Es ciertamente un monstruo de mil caras que será imposible vencer si no logramos ponernos de acuerdo y aceptar que debemos atacar el mal en sus raíces y no fragmentariamente frente a sus múltiples y perversas manifestaciones. Los padres y los familiares de los secuestrados claman por justicia, los desocupados por trabajo... ¿porqué no buscar el nexo entre reclamos tan genuinos?¿Porqué no encontrar el denominador común que los vincula? Deberíamos analizar profunda y no sectorialmente cual es el origen de una situación que aunque compleja y talvez por eso mismo, requiere un abordaje global. No resulta casual que día a día se deterioren las condiciones de vida de cada vez más amplios sectores de la población, que empeoren los niveles de salud, que la educación desmejore, que la pauperización se extienda, que se produzcan inundaciones y sequías que generan verdaderas catástrofes, que aumente el delito y se agraven sus características, que la corrupción se propague sin dejar un lugar en donde no se manifieste, que el ocultamiento y la mentira atraviesen tanto el mundo de la prensa como el de la propaganda mercantil, que se prometan mundos fabulosos edificados sobre el falaz engaño de la droga, del sexo, del alcohol. Son demasiadas manifestaciones negativas como para no imaginarlas coincidentes y orientadas hacia un mismo objetivo: la destrucción de un sistema social, que con sus indudables defectos, aspiraba a lograr un mayor bienestar para el conjunto de los seres humanos y no para unos pocos. Un bienestar que los avances tecnológicos alcanzados permitirían concretar pero que una obtusa ceguera se empeña en impedir y en desarticular. Somos víctimas de una feroz manipulación orquestada por reducidos sectores de poder que encuentran su inspiración en la codicia, la prepotencia, el mesianismo, la soberbia y que solo atienden a sus mezquinos intereses incapaces de reflexionar sobre las consecuencias a que pueden ellos mismos verse expuestos algún día cada vez menos lejano. Pero también existe el riesgo cierto y talvez más inquietante que sus conductas suicidas se propaguen al resto de la sociedad, como pareciera estar sucediendo, y en la que un individualismo estimulado dificulte los acuerdos y los consensos que le permitan ver con claridad cual es el verdadero enemigo. Un enemigo al que hay que enfrentar y derrotar si todavía creemos que nuestra humanidad tiene futuro. Sin embargo no es difícil advertir que la semilla de ese mezquino individualismo que nos han inyectado subyace y se manifiesta demasiado peligrosamente en nuestro accionar cotidiano. Un desmedido y desintegrador afán de protagonismo ronda en muchas de las organizaciones con que la sociedad civil pretende aunar esfuerzos y generar alternativas capaces de producir los necesarios y perentorios cambios que la gravedad de las circunstancias exige. El peligro de la atomización constituye un serio problema y aunque en muchas ocasiones nos sentimos amalgamados por inapelables consignas como el NO A LA GUERRA, NO AL ALCA, OTRO MUNDO ES POSIBLE, existen escasos signos, todavía, de una decidida puesta en común de nuestros principales objetivos. Asociaciones, partidos políticos, colectivos de envergadura diversa y en muchos casos centrados en enfoques parciales, distan todavía bastante de presentar un frente homogéneo, sólido, irreductible. Sabemos demasiado bien lo que no queremos pero nos quedan importantes pasos para dar. Arriar nuestras banderas individuales es uno de ellos, especialmente las de ciertos partidos políticos que parecen esmerarse más en afirmar su propia presencia enarbolando la mayor cantidad de banderas y de banderolas posible que en buscar la afirmación de sus principios sobre la base de la coexistencia y del renunciamiento a ciertos sectarismos que contradicen y desvirtuan el verdadero objetivo de la movilización social. Creo que allí reside fundamentalmente nuestra debilidad y nuestra dificultad por ampliar cada vez más la participación irrestricta de todos los sectores sociales. La historia reciente nos demuestra que seguimos divididos por nuestros intereses individuales y sectoriales: los piqueteros reaccionan con genuina preocupación por la falta de sustento y de trabajo, los sectores medios cuando ven afectados sus ahorros y los sectores medios y altos cuando los secuestros se convierten en el riesgo más temido. Pero no existe en conjunto verdadera conciencia de que todos esos males y muchos otros derivan de un único y básico problema, un problema global, ciertamente político pero que excede las banderías tradicionales que por otra parte han demostrado su escasa o nula capacidad de aportar respuestas, de proponer soluciones viables y de concitar el apoyo masivo de quienes, aún así, se sienten intérpretes excluyentes. Algo similar sucede en los llamados niveles intelectuales. No existen vasos comunicantes entre quienes se reúnen para elaborar, por ejemplo, el Plan Fénix, o quienes se nuclean en el Encuentro del Pensamiento Nacional, o en el Movimiento Argentina Resiste, o en la misma Pastoral Social del Episcopado, por citar solo unos pocos. Parece urgente establecer un marco de referencia común, que en cierto modo existe y surge evidente de la lectura de los informes y conclusiones elaboradas por las diferentes agrupaciones, pero que no ha sido hasta ahora ni discutido, ni menos aún consensuado en un contexto más amplio, más abarcativo.. Un marco que precise con claridad el objetivo común, que defina prioridades y en el que todos puedan comprometer su accionar a partir de pautas que, soslayando o minimizando las diferencias y afirmando, al mismo tiempo, las coincidencias, fortalezcan y profundicen la cohesión del movimiento social. Existen muchas nuevas construcciones pero falta un plan orgánico que las incluya y les otorgue la fuerza necesaria. Mientras nuestras organizaciones se mantengan como compartimientos estancos, será mucho el tiempo hasta que nuestras luchas logren dar sus frutos. La reciente estructuración de la Autoconvocatoria NO AL ALCA es un buen ejemplo, necesario pero no suficiente. Es preciso perseverar en ese camino apenas iniciado. Todo lo que nos divida, nos disocie o nos mantenga aislados será campo propicio para que siga prosperando el poder de quienes avasallan los derechos de una sociedad cuyo más alto ideal es vivir en paz, con justicia y equidad en un planeta cuya existencia no se halle como ahora seriamente amenazada. Solo así será posible, talvez no desterrar, pero si reducir los horrores del hambre, de las guerras, de los secuestros y de tantas otras calamidades que nos azotan y que con valor y generosidad e impulsando las profundas transformaciones sociales que exige nuestro tiempo, deberíamos ser capaces de impedir. Todavía nos queda la esperanza. * Susana Merino es integrante de ATTAC-Argentina
https://www.alainet.org/es/articulo/108892?language=es
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