América: Es hora de poner fin a la violencia contra la mujer
25/11/2003
- Opinión
En este día podríamos celebrar los 10 años en que la II
Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos en Viena
declaró la violencia contra la mujer, como una violación
de los derechos humanos, o anticiparnos a la celebración
en el 2004 de los diez años de la adopción de la
Convención de Belem do Para -Convención Interamericana
para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra
la mujer- por la Asamblea General de la Organización de
Estados Americanos (OEA).
Sin embargo, en las Américas aún no estamos en
condiciones para celebrar la eliminación de la violencia
contra la mujer (VCM) por varias razones. Primero, aunque
el marco jurídico internacional y nacional de protección
se ha fortalecido, la impunidad impera para la gran
mayoría de las mujeres violentadas. La impunidad se debe
a que existen lagunas en la legislación relacionadas con
la violencia contra la mujer y existen graves
deficiencias en la implementación de las leyes debido a
la inexperiencia judicial, la falta de capacitación legal
y también la falta de voluntad política para enfrentar
este grave problema.
Segundo, no han cambiado sustancialmente los patrones
socio-culturales y las relaciones entre los géneros.
Mientras la discriminación basada en género, orientación
sexual, raza y estatus económico siga creando situaciones
de pobreza, exclusión social, económica y política y
vulnerabilidad para numerosos sectores en la región, será
muy difícil proteger los derechos de la mujer.
Y por último, existen situaciones específicas, como la
liberalización económica, países en conflicto armado o
posconflicto, la violencia en comunidades y la violencia
intrafamiliar, que exigen atención en la región por el
hecho de que tiene el potencial de generar cada día más
niñas y mujeres en el entorno social, político, laboral y
familiar que sufrirán el flagelo de la violencia.
La violencia contra la mujer no puede seguir siendo
ignorada o negada como "el problema de las mujeres". Su
solución, no puede continuar aplazándose como una
cuestión de segundo orden. Los Estados deben, en
cumplimiento con su deber de garantía, adoptar las
medidas concretas necesarias, no sólo legislativas, sino
de diagnóstico profundo del problema, de aplicación de
leyes internas y legislación internacional, en favor de
los derechos humanos de las mujeres.
VCM y el Estado
En tiempos de guerra y en tiempos de paz, la tolerancia
oficial y la legitimación social de la violencia contra
la mujer pone en jaque los avances alcanzados en el
derecho internacional de los derechos humanos, porque la
no actuación de los Estados con la debida diligencia para
prevenir, reprimir o erradicar los actos de violencia
contra la mujer validan en la vida cotidiana -en el
ámbito público, y en el ámbito privado- la violencia
masculina y la subordinación de lo femenino en detrimento
de derechos inalienables de las mujeres.
En Haití, una marcha organizada por organizaciones de
mujeres haitianas en marzo de 2003 en Puerto Príncipe
para celebrar el Día Internacional de la Mujer, fue
interrumpida a la fuerza por la policía. Participantes y
periodistas fueron amenazados y maltratados por contra-
manifestantes pro-gubernamentales en presencia de
funcionarios. Es irónico y triste que este ejemplo se
base en lo que debió de haber sido una celebración de los
derechos de la mujer.
Por otra parte, en Costa Rica la policía fue llamada por
una mujer reportando que su ex-novia estaba tirando
piedras por su ventana y amenazándola de muerte. Al
llegar y ver que la disputa era entre una pareja de
lesbianas, la policía no sólo rehusó a intervenir en el
caso, sino que se quedaron a observar desde su auto.
VCM y el conflicto armado y posconflicto
En situaciones de conflicto armado como Colombia, la
disputa de los actores armados han afectado especialmente
a las mujeres. Esperanza Amaris Miranda fue secuestrada
de su casa en la ciudad de Barrancabermeja por
paramilitares, respaldados por el ejército, el 16 de
octubre de 2003. Aunque intentó salvarla, los hombres
arrojaron a la hija a puntapiés. Minutos después, el
cuerpo de Esperanza fue abandonado en la calle asesinada
a balazos. Esperanza era miembro de la OFP-Organización
Femenina Popular, que ha luchado por los derechos de la
mujer por más de 30 años.
Además, la violación, la mutilación y el abuso de mujeres
y niñas han sido usados como armas de guerra para generar
miedo y silencio en el caso de Colombia. "Estar
recordando permanentemente lo que les pasó es una
estrategia para aterrorizar a las comunidades y a las
mujeres."2
En situaciones de posconflicto, como en Guatemala y Perú,
las Comisiones de la Verdad permitieron a las mujeres y
a la sociedad conocer las dimensiones de género, clase
social y discriminación dentro las atrocidades que
vivieron las mujeres durante los conflictos respectivos.
Sin embargo se ha visto que la impunidad y la injusticia
social que prevalecen son los saldos más evidentes de los
procesos de paz.
En Perú, la Comisión de la Verdad y Reconciliación en su
Informe publicado este año concluyó que "la violencia
sexual contra mujeres en el contexto de masacres,
ejecuciones arbitrarias (...) detenciones arbitrarias,
desaparición forzada de personas, fue una práctica
generalizada." Se hizo hincapié en el informe en que el
contexto de discriminación contra la mujer, unida a la
discriminación racial, fue la base de estas prácticas. La
Comisión ha hecho recomendaciones específicas sobre
discriminación de género para promover reformas en este
ámbito.
VCM y violencia intrafamiliar
La violencia intrafamiliar por su parte, está presente en
toda la región, causando graves daños. Por ejemplo en
Guatemala, la Red No Violencia contra las Mujeres informa
que nueve de cada diez mujeres son agredidas dentro del
hogar. Allí, el Procurador de Derechos Humanos registró
este año 19.863 denuncias. La Relatora especial de la ONU
sobre la Violencia contra la Mujer ha reportado que en
Estados Unidos, en 1999, 671,110 mujeres fueron víctimas
de violencia en una relación íntima.
En Nicaragua la violencia doméstica y sexual constituye
la más difundida violación. Recientes estadísticas
muestran que el 70% de mujeres han experimentado
violencia física en algún momento de sus vidas. En
noviembre de 2002, se informó que durante el año habían
ocurrido 45 mujeres y niñas asesinadas por maridos
violentos, novios celosos y violadores. La mayoría de los
casos se arreglan fuera del sistema judicial. Los casos
que llegan a los tribunales normalmente concluyen en un
fallo de no culpabilidad, debido a inexperiencia judicial
y falta de capacitación legal. Mientras que en Uruguay,
la Comisión de la Mujer Zona 9 indicó que en 2002 fueron
asesinadas 18 mujeres por violencia doméstica.
Desafortunadamente las cifras en otras partes de la
región presentan patrones similares de altos números de
mujeres maltratadas y/o asesinadas en circunstancias de
violencia intrafamiliar. En Paraguay una mujer es
asesinada cada 10 días y en Puerto Rico la Coordinadora
Paz para la Mujer informó que entre 1990 y 2002 el número
de casos de asesinato fue de 287.
Otro gran desafío que presenta la violencia intrafamiliar
son las lagunas en el sistema de justicia para sancionar
a los responsables y hacerlos rendir cuentas. En El
Salvador, Katia Miranda de 9 años de edad fue violada y
asesinada en 1999 en su casa familiar durante la noche,
mientras el padre, tío (miembros de servicios de
seguridad) y abuelo (abogado y principal sospechoso)
estaban durmiendo en el área. La escena del crimen fue
destruida. El proceso judicial estuvo plagado de errores
y atrasos y el resultado final fue que los acusados
(padre, abuelo y dos guardaespaldas) fueran absueltos.
Aunque la Procuraduría de Defensa de los Derechos Humanos
condenó enérgicamente el manejo del caso incluyendo el
más alto nivel, las ONGs todavía luchan para que los
crímenes sean plenamente investigados y castigados.
También nos enfrentamos con las excusas que dan los
autores de actos violentos dentro de las familias y que
son aceptadas por autoridades y la sociedad en general.
En Ciudad Juárez en México, según los informes, la
violencia en los hogares de Ciudad Juárez se incrementó
en el último año en un 17 por ciento. La Central de
Emergencias recibe un promedio de 100 llamadas a la
semana para atender estas situaciones. Los autores de
estos actos de violencia atribuyen su comportamiento
violento a la pobreza, el desempleo y problemas de
drogadicción y alcoholismo, sin embargo ninguna de estas
razones justifican el maltrato de mujeres y/o niñas
dentro del seno familiar. Una mujer agredida en Ciudad
Juárez dijo "No más me pega poquito, y eso cuando bebe".
Es importante romper estos esquemas de una vez por todas.
VCM y violencia en la comunidad
La violencia sexual de mujeres en la comunidad, unida a
homicidios con ensañamiento, perpetrada por agentes no
estatales constituye actualmente una práctica extendida
en varios países de la región. Por igual, los niveles de
impunidad y la ausencia de acceso a la justicia, para
las víctimas y sus parientes son alarmantes.
Organizaciones locales de mujeres denuncian que Guatemala
está viviendo una ola de Violencia contra la Mujer en la
comunidad nunca antes vista. En un año y medio, 271
mujeres han aparecido asesinadas. La mayoría sufrieron
ataques con arma de fuego y arma blanca. Un número
considerable sufrieron violación u otra violencia sexual,
antes de ser asesinadas por su agresor. En septiembre el
Procurador de Derechos Humanos reveló que los crímenes
fueron cometidos con "un mismo modus operandi" por
diversos autores entre pandillas juveniles conocidas como
maras y miembros del crimen organizado, grupos
clandestinos y del narcotráfico.
En Honduras, han sido reportadas ejecuciones
extrajudiciales de jóvenes de la calle, algunas eran
miembros de bandillas o "maras". Según las denuncias,
aunque la mayoría de las víctimas fueron hombres jóvenes,
el número de mujeres atacadas aumentó de 21 casos en 2000
a 70 en 2002. Según los informes estas jóvenes asesinadas
fueron a menudo "víctimas de violencia sexual y tortura",
antes de su muerte.
En Chihuahua, México, Neyra Azucena Cervantes, estudiante
de 17 años desaparecida el 13 de mayo, fue identificada y
sepultada el 15 de noviembre 2003. Sus restos fueron
encontrados por un transeúnte el 15 de julio en las
afueras de la ciudad. Adicionalmente, siete días antes
fue identificada Diana Yasmín García Medrano, de 18 años,
también denunciada previamente como desaparecida en
Chihuahua el 27 de mayo de 2003 mientras se dirigía a
estudiar. Como ellas, decenas de jovencitas previamente
desaparecidas han aparecido asesinadas desde 1993, muchas
de ellas con huellas de violencia sexual, y ensañamiento
ignoradas por las autoridades. Como en su caso, muchas
investigaciones siguen plagadas de irregularidades, o
paralizadas. Ellas no tuvieron derecho a la vida, y
después de su muerte sus madres no han tenido el derecho
a la justicia.
VCM y la liberalización económica
Las mujeres, ya con una herencia histórica de
vulnerabilidad, en el próximo decenio se enfrentan al
impacto -posiblemente negativo- de las políticas y
acuerdos de libre comercio como el ALCA, que se prevé
será concluido por los gobiernos de la Región en 2005. La
preocupación por el vínculo entre los procesos de
liberalización de las economías y la violaciones a los
derechos de la mujer deben ser resaltados porque la
profundización de la violencia contra la mujer seguirá
siendo potencialmente uno de los impactos más graves, si
no se incorporan garantías de respeto a los derechos de
las mujeres, de no discriminación y una perspectiva de
género en las negociaciones. Los derechos de las mujeres,
como los de todos los seres humanos, son universales e
indivisibles, este deber de respeto incluye a las
políticas económicas que pueden afectar derechos
inalienables.
Logros y Oportunidades
En América la lucha de las mujeres ha sido un motor de
cambio insustituible. Las mujeres no son sólo víctimas,
son sobre todo hacedoras de cambio. En El Salvador las
organizaciones de mujeres, trabajan a diversos niveles,
promoviendo legislación y cambios en las leyes, en
educación, en campañas para mejorar las condiciones de
la mujer en diferentes áreas incluida la violencia contra
la mujer, proveyendo apoyo legal y emocional a víctimas
de violencia doméstica y violencia sexual, albergue,
difusión, y promoción de políticas a nivel local y
nacional. Ellas han tenido éxito levantando el perfil de
problema, educando a mujeres y aumentando así el nivel de
denuncias y conocimiento del problema.
También podemos apuntar al uso del sistema
interamericano, aplicando la Convención de Belém do Pará
como un logro. Durante el año 2001 la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos aplicó por primera vez
en un caso individual la Convención de Belem do Pará
(único tratado regional sobre violencia contra la mujer),
sobre un caso de violencia doméstica de Brasil. El caso
es de Maria da Penha quien desde 1983 sufrió violencia
física y sicológica por su marido, quien intentó
asesinarla en dos ocasiones dejándola paralítica a los 38
años.
Quince años después, la investigación judicial iniciada
por Maria da Penha no había concluído. El Centro por la
Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) y el Comité
de América Latina y el Caribe para la Defensa de los
Derechos de la Mujer (CLADEM) fueron los peticionarios.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos concluyó
la responsabilidad del Estado por no actuar con la debida
diligencia, y por "ineficacia, negligencia y omisión de
las autoridades y una demora injustificada en el
juzgamiento del acusado que ponen en riesgo la
posibilidad de penar al acusado por posible
prescripción". La Comisión concluye que no se ha violado
solamente la obligación de investigar, sino también la de
prevenir y afirma que la "falta de efectividad judicial
general y discriminatoria crea un ambiente propicio a la
violencia doméstica, no habiendo evidencia socialmente
percibida de la voluntad y efectividad del Estado como
representante de la sociedad para punir esos actos."
Conclusión
La violencia contra la mujer no puede seguir siendo un
tabú invisible para la sociedad y para los Estados. Debe
constituirse seriamente en un hecho vergonzoso
socialmente y reconocerse en su dimensión de violación de
derechos humanos, así como de violación al derecho
humanitario o de crimen de lesa humanidad en situaciones
de conflicto armado o de abusos generalizados y
sistemáticos.
En casi todos los países del continente americano, el
sistema de justicia penal ha fracasado y ha sido
insensible a las necesidades de las víctimas que no son
tratadas como sujetos de derechos inalienables. Esta
manifiesta injusticia debe ser erradicada respetando los
derechos de las víctimas a vivir una vida libre de
violencia y discriminación. Los Estados deben condenar la
violencia contra la mujer y no invocar la costumbre, la
tradición o las prácticas religiosas o culturales para
eludir su obligación de eliminar esa violencia.
El próximo decenio debe estar centrado en la "aplicación
efectiva" de estrategias para que la prohibición de la
violencia contra la mujer deje de ser letra muerta y se
convierta en una realidad tangible para las mujeres de la
región.
https://www.alainet.org/es/articulo/108893?language=en
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