Los beneficios globales de la igualdad
12/01/2004
- Opinión
Póngase el lector en el lugar de un pobre agricultor
africano que a duras penas consigue salir adelante con
una o dos hectáreas de tierra. Puede que usted nunca haya
oído hablar de la globalización, pero sin duda se ve
afectado por ella: vende algodón que algún trabajador de
la Isla de Mauricio convertirá en una camisa según el
diseño de un modista italiano, para que la acabe luciendo
un parisino acomodado. Está en mejor situación que su
abuelo, quien se dedicaba a la agricultura de
subsistencia. Pero es a su vez víctima de la
globalización y de un régimen económico mundial injusto
que se ha ido gestando a lo largo de los años,
volviéndose en ocasiones cada vez más injusto. El precio
del algodón que usted vende es tan bajo debido a que los
EEUU gastan hasta 4.000 millones de dólares al año en
subvencionar a sus 25.000 agricultores, animándolos a que
produzcan más y más algodón (los subsidios llegan a ser
superiores al valor de lo que producen); y cuanto más
producen, más baja el precio del algodón.
Así, a usted se le ocurre redondear sus ingresos
comprando una vaca para vender la leche. Pero la leche es
tan barata que no compensa: su leche fresca tiene que
competir con la leche en polvo de Estados Unidos y
Europa, naciones que pagan por sus vacas subvenciones de
2 dólares diarios, es decir, más de lo que ganan usted y
sus vecinos.
Usted se pregunta cómo sería su vida si lo trataran tan
bien como Europa trata a sus vacas....
Su hermana solía aportar a la familia unos ingresos
adicionales trabajando en una fábrica de la ciudad, pero
hace casi diez años el gobierno se vio obligado a retirar
sus moderados aranceles, y la fábrica cerró: algo llamado
"ronda Uruguay"dictaminó que son ilegales los aranceles y
subsidios que gravan los productos que compiten con otros
bienes producidos en Europa y EEUU.
Su sobrino sucumbió al SIDA, y usted es consciente de que
existen medicamentos que podrían curar esta enfermedad, y
de que su gobierno estaría incluso dispuesto a
suministrar esos medicamentos a un precio que usted
podría permitirse. Pero las empresas farmacéuticas de los
Estados Unidos dicen que usted debe pagar el precio
americano, que asciende a la increíble cifra de 10.000
dólares al año, lo cual equivale a la totalidad de sus
ingresos en los próximos 20 años. Usted, desde luego, no
entiende de economía moderna, pero no puede comprender
por qué esas pastillitas habrían de resultar tan caras,
sobre todo sabiendo que una empresa de Sudáfrica está
dispuesta a venderlas a un precio muy inferior. Y sin
embargo los americanos dicen que no, que hay una cosa
denominada derechos de propiedad intelectual que les
autoriza a impedir que otros fabricantes produzcan estos
medicamentos, aún a costa del derecho a la vida de su
sobrino. Usted comprende el deseo de estas empresas de
obtener beneficios, pero ¿acaso no hay límites?
Últimamente, los presidentes estadounidenses han viajado
a África con mayor frecuencia de lo que solía ser lo
habitual, y todos ellos dicen que se preocupan por el
continente y sus problemas. Pero usted no entiende por
qué le están haciendo la vida tan difícil a usted y a su
gente.
El agricultor africano probablemente no habrá estudiado
en la universidad, pero es posible que esté tan informado
sobre las reuniones que se están celebrando en Cancún
como el ciudadano medio de EEUU o Europa, ya que su vida
depende en mucha mayor medida del resultado de estas
negociaciones.
En noviembre de 2001, las naciones del mundo se reunieron
para iniciar en Doha una nueva ronda de negociaciones, y
con el fin de subrayar que el primer punto del orden del
día era rectificar los desequilibrios del pasado, la
llamaron "ronda de desarrollo".
En Cancún, los ministros de comercio valorarán los logros
alcanzados, y hay razones de peso para preocuparse. Todo
parece indicar que los países ricos, una vez más, harán
valer su fuerza económica para obtener lo que desean, a
costa de los pobres.
La última serie de negociaciones comerciales fue tan
desequilibrada que la región más pobre del mundo, el
África subsahariana, no sólo no participó en las
ganancias, sino que incluso salió perdiendo.
La estrategia que parecen estar siguiendo los EEUU y, en
menor medida, Europa, es la habitual: regateo duro,
posiciones extremas, concesiones de último momento,
presiones, amenazas tácitas de suspender la ayuda al
desarrollo y otras ventajas, y reuniones secretas entre
un reducido número de participantes, todo ello diseñado
para obtener concesiones por parte de los más débiles.
Europa, al menos, parecía comenzar con una apuesta fuerte
con la iniciativa Todo Salvo Armas que, de forma
unilateral, sin pedir a cambio concesiones políticas o
económicas, abría los mercados europeos a los países más
pobres del mundo. Los consumidores de la UE se
beneficiaban de ello, el coste para los productores
europeos suponía una cantidad insignificante, y era una
excelente demostración de buena voluntad. (Aunque es
cierto que Europa ha hecho muy poco por aquello que más
preocupa a los países en desarrollo, la agricultura, por
lo que algunos cínicos han bautizado la iniciativa como
Todo Salvo Granjas.) Los EEUU se comprometieron a hacer
algo similar, pero hasta la fecha no han presentado
ninguna oferta concreta.
La agricultura es crucial para los países en vías de
desarrollo, ya que la mayoría de las personas del tercer
mundo dependen de ella, y sin embargo, después de haber
estado discutiendo entre sí, Europa y los EEUU parecen
haber acordado limitar los avances a un mínimo.
Desde 1994, los EEUU han duplicado sus subsidios, en
lugar de suprimirlos progresivamente. La "concesión" que
tal vez acaben por hacer, más que en un resarcimiento por
los desequilibrios, consistirá simplemente en volver a
los niveles de hace una década. En lo que respecta a la
propiedad intelectual, los EEUU han sido el único país
que se resiste a permitirles a los países más pobres,
como Botswana, el acceso a los medicamentos que ellos
mismos no pueden producir por tratarse de países
demasiado pequeños. La gran "concesión", que ya está en
marcha, consistirá en aprobar aquello que ya ha aprobado
todo el mundo, pero no mover un dedo en lo referente a
los problemas más fundamentales, como la biopiratería,
mediante la cual las multinacionales patentan alimentos y
fármacos tradicionales, obligando a los países en vías de
desarrollo a pagar derechos de propiedad por lo que hasta
entonces pensaban que les pertenecía.
Mientras que se debería hacer algo en relación con los
problemas que ya existen, como la proliferación de las
barreras no arancelarias, los EEUU están también
planteando nuevas exigencias a los países en desarrollo:
a saber, que se abran a los nuevos flujos de capital
especulativos y desestabilizadores. Justo en el momento
en que el FMI ha reconocido que estos flujos no fomentan
el crecimiento, sino que, al contrario, aumentan la
inestabilidad, y consecuentemente han aflojado la presión
sobre los países en desarrollo para que liberalicen su
mercado de capitales, los EEUU están intentando impulsar
este tema en un nuevo foro, la OMC, algo que puede ser
conveniente para Wall Street, pero es malo para los
países pobres.
Poco a poco, los países en desarrollo están llegando a la
conclusión de que más vale no llegar a ningún acuerdo que
aceptar un mal acuerdo. Sí, es cierto que para gobernar
el comercio internacional se necesita una legislación
internacional; hasta cierto punto, el régimen actual
restringe el brutal ejercicio de poder económico que
llevan a cabo los más poderosos.
Nos encontramos con los comienzos de esta legislación
internacional, si bien de una legislación desequilibrada
e injusta para el mundo en desarrollo. El mundo
desarrollado hizo bien en comprometerse, en Doha, a
corregir estos desequilibrios. Pero desde la perspectiva
de hoy en día, cada vez queda más claro que Doha fue poco
más que un intento de hacer que los países en vías de
desarrollo se sentaran en la mesa de negociación. La
intención allí no fue la de rectificar los desequilibrios
sino más bien la de usar el poder económico para crear
otros nuevos.
Un fracaso en Cancún no sólo supondrá un retroceso para
aquellos que desean ver un régimen comercial mundial más
justo y menos excluyente, con beneficios al alcance de
los pobres del sur y no solamente de las multinacionales
del norte. Además, representará una manifestación más de
los fracasos de la democracia global, que tan evidentes
se han hecho este año: el sistema de toma de decisiones
global no refleja los intereses ni las preocupaciones de
la mayoría de la población mundial. No hay un voto por
persona, ni siquiera hay un voto por dólar. Pero también
pondrá de manifiesto, una vez más, el fracaso de la
democracia en el seno de nuestras sociedades.
La mayoría de los estadounidenses y europeos desean un
sistema económico mundial más equilibrado. Si se
sometiera a votación el tema del acceso a los fármacos
anti-SIDA que salvan vidas, una mayoría aplastante se
mostraría contraria a la postura de las empresas
farmacéuticas. Estas negociaciones comerciales
demuestran, ante todo, el poder que tienen los intereses
específicos, a menudo promovidos por contribuciones
hechas durante las campañas electorales, a la hora de
decidir los resultados políticos. El problema es que en
este caso son las personas más pobres del mundo, los
miles de millones que viven con menos de 2 dólares al
día, a quienes se les pide que paguen el precio.
* Joseph Stiglitz de la Universidad de Columbia de Nueva
York presidió el Consejo de Asesores Económicos del
Presidente Clinton, y de 1997 a 2000 fue vicepresidente y
economista jefe del Banco Mundial. Premio Nobel de
ciencias económicas en 2001. Traducido por Anahí Serí y
revisado por Carlos Carmona Znet en español, enero de
2004
https://www.alainet.org/es/articulo/109064