La nueva economía de George W. Bush

21/07/2003
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Las crisis interconectadas de la globalización, el neoliberalismo, la legitimidad capitalista y la sobreproducción sitúan el contexto para entender las políticas económicas de la administración Bush, particularmente su empuje unilateral.(1) El proyecto corporativo globalista expresaba el interés común de las élites capitalistas globales por la expansión de la economía mundial, así como su dependencia mutua fundamental. No obstante, la globalización no ha eliminado la competencia entre élites nacionales. De hecho, en las élites dominantes de EE.UU. y Europa se encontraban facciones de carácter más nacionalista y también más atadas al Estado para su supervivencia y prosperidad, como es el caso del complejo militar-industrial de EE.UU. Efectivamente, desde los años 80 se ha librado una lucha aguda entre el sector más globalista de la élite dominante, que enfatizaba en el interés común de la clase capitalista global por una economía mundial en crecimiento y la facción más nacionalista y hegemonista que quería asegurar la supremacía de los intereses corporativos estadounidenses. Como Robert Brenner lo ha señalado, las políticas de Bill Clinton y de su Secretario del Tesoro Robert Rubin pusieron el énfasis primordial en la expansión de la economía mundial, como la base de la prosperidad de la clase capitalista global. Por ejemplo, a mediados de los años 90, impulsaron una política de dólar fuerte con miras a estimular la recuperación de las economías japonés y alemana, para que pudieran servir de mercados para los bienes y servicios estadounidenses. En cambio la anterior administración Reagan, más nacionalista, implementó una política de dólar más débil para recobrar la competitividad de la economía estadounidense a costa de las economías japonés y alemana. Con la administración de George W. Bush, se vuelve a la política económica del dólar débil, con la intención de reanimar la economía estadounidense a costa de las demás economías centrales y empujar, prioritariamente, los intereses de la élite corporativa estadounidense en lugar de aquellos de la clase capitalista global, en condiciones de un deterioro global. Conviene enfatizar en algunos aspectos de este enfoque: - La política económica de Bush desconfía de un proceso de globalización que no sea manejado por un Estado norteamericano dedicado a asegurar que el proceso no disperse el poder económico de EE.UU. Permitir que el mercado solo maneje la globalización podría conllevar a que corporaciones claves norteamericanas sean víctimas de la globalización, lo cual afectaría los intereses económicos de ese país. Así, a pesar de la retórica de libre mercado, existe un grupo que es muy proteccionista cuando se trata de comercio, inversión y el manejo de contratos gubernamentales. Parece que el lema de los bushistas es proteccionismo para EE.UU. y libre comercio para los demás. - El enfoque Bush incluye una fuerte dosis de escepticismo respecto al multilateralismo como forma de gobierno global de la economía, pues, si bien el multilateralismo puede promover los intereses de la clase capitalista global en general, podría, en muchas oportunidades, chocar con intereses particulares de empresas estadounidenses. La ambivalencia creciente del círculo de Bush hacia la Organización Mundial del Comercio ?OMC- tiene sus raíces en el hecho de que EE.UU. ha recibido allí numerosos fallos desfavorables, los cuales, a la vez que pueden hacer daño al capital estadounidense, sirven los intereses del capitalismo global en su conjunto. - Para el entorno de Bush, la expresión máxima del poder es el poder estratégico. El poder económico es un medio para conseguir el poder estratégico. Ello se relaciona con el hecho de que bajo Bush, la facción dominante de la élite en el poder es el establishment militar-industrial que ganó la guerra fría. El conflicto entre globalistas y unilateralistas o nacionalistas dentro de este eje se demuestra en la política hacia China. El enfoque globalista pone el énfasis en el relacionamiento con China, al percibir su importancia primordial como zona de inversión y mercado para el capital estadounidense. Los nacionalistas, en cambio, ven a China ante todo como enemigo estratégico, y prefieren contenerla antes que coadyuvar a su crecimiento. - Va sin decir que el paradigma Bush no tiene espacio para el manejo ambiental, siendo un problema que concierne a los demás y no a EE.UU. Incluso existe un fuerte lobby corporativo que cree que las preocupaciones ambientales, como la que concierne a los transgénicos, son una conspiración europea para privarle a EE.UU. de su ventaja de alta tecnología en la competencia global. Entendiendo que éstas son las premisas para la acción, entonces tienen sentido los siguientes elementos destacados de la política económica estadounidense: - Lograr el control del petróleo de Medio Oriente. Si bien ello no da cuenta de todas las metas de la administración en la invasión a Irak, sin ninguna duda figura entre las prioritarias. Como la competencia con Europa está primando en la relación transatlántica, queda claro que ello apuntaba en parte a Europa. Pero a lo mejor la meta más estratégica era la de acaparar los recursos de la región, a fin de controlar el acceso a ellos por parte de China -país pobre en energía-, que es vista como el enemigo estratégico de EE.UU. - El proteccionismo agresivo en materia de comercio e inversión. EE.UU. ha adoptado medidas proteccionistas una tras otra. Una de las más descaradas, que suspendió los avances en las negociaciones de la OMC, porque implicó desconocer el acuerdo en la Declaración de Doha que defiende a los asuntos de salud pública por encima de los reclamos de propiedad intelectual, fue la de limitar las excepciones a los derechos de patentes a solo tres enfermedades, para complacer al poderoso lobby farmacéutico. Si bien está dispuesto a desbloquear las negociaciones en la OMC, Washington ha concentrado sus esfuerzos en la firma de acuerdos comerciales bilaterales o multilaterales como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), antes de que la Unión Europea logre acuerdos similares. De hecho el término "acuerdos de libre comercio" es un equívoco, puesto que en realidad son tratados de comercio preferencial. - Incorporar consideraciones estratégicas en los acuerdos comerciales. En un discurso reciente, el Representante de Comercio estadounidense, Robert Zoellick, dijo explícitamente que "los países que buscan tratados de libre comercio (TLC) con EE.UU., para ser elegibles deben pasar la inspección no solo de criterios de comercio y economía. Como mínimo, tales países deben cooperar con EE.UU. en su política exterior y metas de seguridad nacional, como parte de 13 criterios que guiarán la selección por EE.UU. de socios potenciales de los TLC". A Nueva Zelandia, cuyo gobierno es tal vez uno de los más adeptos a la doctrina del libre comercio, no se le ha ofrecido un TLC porque mantiene la política de prohibir la visita de navíos nucleares, medida que EE.UU. considera dirigida contra su país. - La manipulación del valor del dólar, para pasar la cuenta de la crisis económica a sus rivales entre las economías centrales, y así recobrar la competitividad de la economía estadounidense. Una gradual depreciación del dólar respecto al euro se podría interpretar como ajuste del mercado, pero la caída de 25% del valor sólo se puede considerar, cuanto menos, como una política de negligencia benigna. Si bien la administración Bush ha negado que se trate de una política para empobrecer al vecino, la prensa financiera de Estados Unidos lo ve por lo que es: un esfuerzo para hacer revivir la economía estadounidense a costa de la Unión Europea y demás economías centrales. - Una manipulación agresiva de las agencias multilaterales para promocionar los intereses del capital estadounidense. Si bien puede ser difícil lograrlo en la OMC, debido al peso de la Unión Europea, resulta más fácil en el Banco Mundial (BM) y en el Fondo Monetario Internacional (FMI), donde EE.UU. ha institucionalizado su preeminencia de manera más efectiva. Por ejemplo, a pesar de que contaba con el apoyo de muchos gobiernos europeos, el Tesoro de EE.UU. torpedeó la reciente propuesta formulada por la gerencia del FMI de crear un Mecanismo Soberano de Reestructuración de Deudas (SDRM), destinado a permitir a los países en desarrollo reestructurar sus deudas mientras cuenten con cierta protección contra sus acreedores. El Tesoro, para defender el interés de la banca norteamericana, opuso su veto a este mecanismo, ya de por sí bastante débil. - Finalmente, hacer que las otras economías centrales, como también los países en desarrollo, carguen con el peso del ajuste a la crisis ambiental. Si bien algunos de los que integran el grupo de Bush no creen que exista una crisis del medio ambiente, otros bien saben que la tasa actual de emisiones de gases invernaderos es insostenible. Sin embargo, quieren que los demás carguen con el costo del ajuste, puesto que ello no solo significará que se exima a la industria estadounidense ?que es ambientalmente ineficiente- de los costos del ajuste, sino al mismo tiempo se ate las manos a las demás economías, al imponerles costos aún mayores que si EE.UU. participara en un proceso equitativo de ajuste, lo cual implica una fuerte ventaja para su economía ante la competencia global. La economía y política de la sobre exigencia Por el vínculo estrecho con los fines estratégicos, cualquier discusión de los resultados probables de las políticas económicas de la administración Bush debe tener en cuenta tanto el estado de la economía estadounidense y de la economía global, como el panorama estratégico más amplio. Una base clave para el manejo imperial exitoso son las economías nacionales y globales en expansión; lo cual queda descartado por el período extendido de deflación y estancamiento que se avecina, que será más susceptible de atizar las rivalidades inter-capitalistas. Es más, los recursos incluyen no solo los económicos y políticos, sino también los recursos políticos e ideológicos. Pues, sin legitimidad ?lo que Gramsci llamó "el consenso" de los dominados que un sistema de dominio sea justo- la administración imperial no puede ser estable. Enfrentado a un problema similar de asegurar la estabilidad de su dominio a largo plazo, los romanos antiguos encontraron la solución al crear lo que, hasta entonces, constituía el caso más extendido de lealtad colectiva de masas que se haya logrado, y prolongó el imperio durante 700 años. La solución romana no fue solamente, ni aun principalmente, de carácter militar. Los romanos se dieron cuenta que un componente importante del dominio imperial exitoso era el consenso entre los dominados sobre lo "correcto" del orden romano. Como anota el sociólogo Michael Mann en su clásico "Sources of Social Power", la "ventaja decisiva" no era tanto militar cuanto que política. "Los romanos -escribe- descubrieron poco a poco la invención de la ciudadanía territorial extendida". La extensión de la ciudadanía romana a grupos de poder y pueblos no esclavos en todo el imperio constituía el gran adelanto político que produjo lo que "era probablemente el compromiso colectivo más amplio que nunca había sido movilizado". La ciudadanía política se combinó con la visión del imperio proveedor de paz y prosperidad para todos, para crear ese elemento moral intangible pero esencial llamado legitimidad. Va sin decir que la extensión de la ciudadanía no tiene ningún lugar en el orden imperial estadounidense. Más aun, la ciudadanía norteamericana es celosamente reservada para una muy pequeña minoría de la población mundial, y la entrada a su territorio estrictamente controlada. Las poblaciones subordinadas no deben ser integradas sino contenidas, sea por la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza, o por un sistema de reglamentos e instituciones globales o regionales ?OMC, sistema de Bretton Woods, OTAN- que están manipuladas de manera crecientemente descarada para servir los intereses del centro imperial. Aunque la extensión de la ciudadanía universal nunca fue una herramienta en el arsenal imperial estadounidense, durante su lucha con el comunismo en el período post II Guerra Mundial, Washington sí encontró una fórmula para legitimar su alcance global. Los dos elementos de esta fórmula eran el multilateralismo, en tanto sistema de gobierno global, y la democracia liberal. Inmediatamente después de la Guerra Fría, existía una amplia expectativa de una versión moderna de la Pax Romana. Había esperanzas, en círculos liberales, de que EE.UU. utilizaría su estatus de superpotencia única para apuntalar un orden multilateral que institucionalizaría su hegemonía, a la vez que aseguraría globalmente una paz como en la época de Augusto. Era el camino de la globalización económica y el gobierno multilateral. Ese camino fue eliminado por el unilateralismo de George W. Bush. Como lo observó Frances Fitzgerald en Fire in the Lake la promesa de extender la democracia liberal constituía un ideal muy poderoso que acompañó a las armas norteamericanas durante la Guerra Fría. Hoy, sin embargo, la democracia liberal de tipo Washington o Westminster está en problemas en todo el mundo en desarrollo, donde se ha reducido a proporcionar una fachada al dominio oligárquico, como en las Filipinas, el Pakistán pre-Musharraf, y en toda América Latina. Incluso en EE.UU. la democracia liberal se ha vuelto menos democrática y menos liberal. Ciertamente, pocos en el mundo en desarrollo ven como modelo un sistema alimentado y corrompido por los dineros corporativos. La recuperación de la visión moral que se requiere para crear consenso para la hegemonía estadounidense será extremadamente difícil. Incluso, en Washington, últimamente, se piensa que el mecanismo más efectivo para construir consenso es el uso de la fuerza. Es más, a pesar de su discurso a favor de imponer la democracia en el mundo árabe, la meta central de influyentes escritores neoconservadores, como Robert Kagan y Charles Krauthammer, es transparente: la manipulación de mecanismos liberales y democráticos para crear una competencia pluralista que destruiría la unidad árabe. Llevar la democracia a los árabes no es tanto una ocurrencia tardía, cuanto que un eslogan pronunciado medio en broma. El entorno de Bush no está interesado en crear una nueva Pax Romana. Lo que quiere es una Pax Americana donde la mayoría de las poblaciones subordinadas, como los árabes, estén contenidas por un respeto prudente al poderío letal estadounidense, mientras que la lealtad de otros sectores, como el gobierno filipino, se compra con la promesa de dinero al contado. Sin ninguna visión moral para ligar la mayoría global al centro imperial, este modo de manejo imperial sólo puede inspirar una cosa: la resistencia. El gran problema del unilateralismo es sobre exigirse, cuando hay un desequilibrio entre las metas de EE.UU. y los recursos requeridos para cumplir estas metas. La sobre exigencia es relativa. Eso es, en alto grado se produce en función de la resistencia. Una potencia sobre exigida puede empeorar su condición, incluso cuando incrementa significativamente su poder militar, si la resistencia a ese poder se incrementa en un grado aún mayor. Entre los indicadores claves de la sobre exigencia estadounidense constan: - La incapacidad continua de Washington de crear un nuevo orden político en Irak que pudiera servir como base segura del dominio colonial - su fracaso en consolidar un régimen pro-EE.UU. en Afganistán fuera de Kabul - la incapacidad de un aliado clave, Israel, de sofocar, aun con el apoyo irrestricto de Washington, el levantamiento del pueblo palestino - el encendimiento del sentimiento árabe y musulmán en Medio Oriente y Asia del Sur y del Sudeste, que para los fundamentalistas islámicos redunda en ganancias ideológicas masivas; justamente a lo que apuntaba Osama bin Laden - el colapso de la Alianza Atlántica de la Guerra Fría y la emergencia de una nueva alianza de contrapeso, con Alemania y Francia a su centro - la emergencia de un poderoso movimiento de la sociedad civil global contra el unilateralismo, militarismo y hegemonía económica estadounidenses, cuya expresión significativa más reciente fue el movimiento global contra la guerra - el ascenso al poder de movimientos antineoliberales, antiestadounidenses en el propio patio trasero de EE.UU. -Brasil, Venezuela y Ecuador- mientras que la administración Bush está preocupada con Medio Oriente - un impacto cada vez más negativo del militarismo en la economía estadounidense, a medida que los gastos militares dependen crecientemente de los déficit, y los gastos deficitarios dependen cada vez más del financiamiento de fuentes exteriores, creando más tensiones y presiones en una economía ya sumida en el estancamiento. En conclusión, el proyecto globalista está en crisis. Que pueda volver a la escena mediante una presidencia Demócrata o Liberal Republicana, no se puede excluir, especialmente considerando la presencia de influyentes voces globalistas en la comunidad empresarial estadounidense, -entre ellos George Soros- que expresan su oposición al empuje unilateralista de la administración Bush. En nuestra opinión, sin embargo, es improbable; más bien el unilateralismo reinará durante un buen tiempo. En suma, hemos entrado en una vorágine histórica marcada por una crisis económica prolongada, la extensión de la resistencia global, la reaparición del balance de poder entre los Estados centrales y la reemergencia de agudas contradicciones inter-imperialistas. Si bien debemos mantener un respeto prudente por el poder estadounidense, tampoco lo debemos sobreestimar. Existen signos de que EE.UU. se ha sobre exigido seriamente, y lo que aparecen como señales de fuerza podrían, en los hechos, señalar una debilidad estratégica. * Walden Bello es profesor de sociología y administración pública en la Universidad de Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South, con sede en Bangkok. El presente artículo es un extracto del artículo "The Crisis of the Globalist Project and the New Economics of George W. Bush", publicado en Focus on Trade, No. 89, julio 2003. El documento completo en inglés está disponible en: http:// alainet.org/active/show_text.php3?key=4045 Traducción al español: ALAI. (1) NDT: La primera parte de este artículo analiza estas crisis.
https://www.alainet.org/es/articulo/109222
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