Utopía y atopía en la globalización

25/02/2004
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A propósito de los recientes discursos, críticas y elaboraciones teóricas con respecto a la globalización, se imponen varias cuestiones: ¿por qué el discurso de la globalización aparece y se consolida justamente después de la caída del socialismo? ¿Hay alguna relación causal entre esos dos fenómenos? ¿Por qué la globalización no se convirtió en un discurso hegemónico, digamos por ejemplo, en los 60's o en los 70's, es decir en plena expansión del capitalismo? ¿Qué estrategias se enmascaran detrás de la formulación de este discurso? ¿Es la globalización un discurso legitimador del capitalismo tardío o estamos más bien ante la emergencia de una nueva realidad histórico-social? En los últimos años ha habido una producción importante a propósito de la globalización. Inexistente hace poco, ahora está presente en el debate político, económico y social contemporáneo. Ahora bien, strictu sensu, el neologismo "globalización" nació recién en los años 90 del siglo pasado, y siempre vinculado a las prácticas de las Corporaciones Multinacionales. La continua expansión geográfica de éstas, y el hecho de que las decisiones que se tomaban a su interior involucraban a un número creciente de países, posicionaron la idea de una "global governance" para las Corporaciones Multinacionales. Pero su formulación teórica como parte de un discurso que rebasa el ámbito de las decisiones microeconómicas de estas corporaciones y que atañe a problemas de política, soberanía e ideología, es más bien reciente. El hecho de que el concepto de "global", de su neologismo, "globalización" y de su contraparte europea de "mundialización", se hayan posicionado con tanta fuerza como los ejes estratégicos a partir de los cuales se estructura todo un discurso que rebasa lo económico y que incluso tiene implicaciones políticas y jurídico- normativas, significa que se están suscitado profundas transformaciones en el debate teórico, político, económico y epistemológico, sobre el destino del capitalismo contemporáneo. En realidad, cuando se discute a propósito de la globalización se está discutiendo sobre el carácter, las posibilidades y la legitimidad histórica que tendría el capitalismo actual. Es todo el sistema el que está en juego en ese discurso. Así, el discurso de la globalización, tendría la pretensión de posicionar al capitalismo como un sistema universal, interconectado e interrelacionado por encima de cualquier consideración de tiempo, nación, etnia, o cultura. Algo que jamás ha sido logrado por el socialismo, ni tampoco por ninguna religión o credo, o ideología política alguna. El capitalismo de la globalización estaría, así, más allá del bien y del mal. Podemos cuestionar la forma de la globalización pero no sus contenidos fundamentales. Hacerlo sería ir en contra del sentido de la historia. Pero la noción de globalización ha tenido una trayectoria que da cuenta de los intereses en juego. En primer lugar, fue un concepto microeconómico que saltó al campo de las relaciones económicas internacionales de la mano de las multilaterales de crédito y las corporaciones transnacionales. Luego dio un salto cualitativo cuando se convierte en un concepto jurídico con el objetivo de acotar a la noción de soberanía de los Estados a favor de las corporaciones, esta vez, camuflado en las pretensiones de los tratados de libre comercio, libre mercado y acuerdos multilaterales de integración comercial. Ahora estamos asistiendo a un proceso más complejo y de pretensiones más vastas, puesto que la noción de globalización quiere asumirse como un concepto epistemológico que comprende a la historia y al capitalismo dentro de una misma dinámica de legitimación y justificación teórica. La globalización vendría, en este caso, a ser el complemento de aquello que Fukuyama, siguiendo a Kojeve y a Hegel, denominaba el "fin de la historia". El sistema liberal- democrático americano no solo sería la realización de todos los ideales de libertad humana, Hegel decía de la razón absoluta, y por tanto la realización final de la Historia, sino que, además, estaríamos en una fase en la que el capitalismo como sistema ha logrado tales niveles de interrelación e interdependencia que ahora sería imposible comprender cualquier diferencia humana fuera del contexto del capitalismo. Detrás de esta deriva interpretativa del discurso de la globalización está en juego todo el debate y cuestionamiento a la modernidad y al capitalismo que se hizo desde el discurso de la diferencia y la alteridad. Para la globalización, el Otro simplemente no existe. La globalización encadena todos los fenómenos humanos dentro de una sola trama, de una sola dimensión, aquella del capital. De esta manera, el discurso de la globalización está entrando al terreno de la filosofía como una noción que crea un campo de sentidos sobre la realidad, la historia, el ser humano y sus posibilidades de transformación social. Ahora bien, para que exista una percepción de que los fenómenos no puramente económicos sino humanos, se interconectan e interrelacionan desde la perspectiva del discurso de la "globalización", ha sido necesario un proceso previo de "depuración" teórica del debate filosófico actual, que tiene que ver básicamente con la desaparición en este debate filosófico de la categoría de "totalidad", categoría que daba cuenta precisamente de aquellos fenómenos que ahora pretenden ser explicados desde estas nuevas variantes del discurso de la globalización; y se trata de una depuración ex professo porque esta categoría estuvo vinculada al corpus teórico del marxismo. Independientemente de las divergencias de interpretación, habría de recordar al efecto la caracterización que alguna vez hizo Georg Lúkács, con respecto al marxismo: "Lo que diferencia decisivamente al marxismo de la ciencia burguesa, escribió Lucaks, no es la tesis de un predominio de los motivos económicos en la explicación de la historia, sino el punto de vista de la totalidad" (Lukács, Georg: Historia y Conciencia de Clase, Vol. I). La denominada Escuela de Frankfurt, también criticaba al pensamiento burgués por haber fragmentado y diluido la totalidad como categoría de base para la comprensión del mundo. Y es que el marxismo siempre reclamó para sí la pretensión de una explicación dialéctica de los fenómenos situándolos en una matriz histórica general y en el que la noción de totalidad significa, al decir del filósofo marxista, Karel Kósik: "realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual puede ser comprendido racionalmente cualquier hecho". (Kósik, Karel: Dialéctica de lo concreto). Era el marxismo el que siempre reclamaba un análisis global e interdependiente del capitalismo. El que apelaba a la comprensión coherente y lógica de vastos procesos históricos, intercausales e interdependientes. Fue en el Manifiesto Comunista, escrito por Marx y Engels en 1848, en donde se escribió que el poder de la expansión del capitalismo es tal que: "mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países... En lugar del antiguo aislamiento ... de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles ..." Si esto no hace referencia a lo que ahora se denomina como "globalización", entonces ¿a qué fenómeno histórico hace referencia? Si la globalización se caracteriza por aquello que ya fue descrito por Marx y Engels hace más de ciento cincuenta años, entonces ¿qué de nuevo tienen los fenómenos que caracterizan a la actual globalización? El marxismo siempre inspiró un análisis en el que el mundo se explicaba en función de su interrelación causal y dialéctica. La noción de "globalización" no tiene nada que ver con la categoría de "totalidad", pero ambas se refieren justamente a la interconexión y relación causal de los fenómenos, sobre todo económicos. En la estructura del pensamiento marxista y posmarxista la categoría de totalidad reenviaba a la historia: los fenómenos se interrelacionan porque son productos de la historia humana, porque son parte de la acción de los hombres en el mundo, porque en última instancia son los hombres quienes hacen la historia, y porque la hacen pueden transformarla (Si las condiciones hacen al hombre, entonces éstas tienen que volverse humanas, escribía Marx en la Cuestión Judía). Es justamente esa acción histórica, vale decir, humana, la que les otorga coherencia y racionalidad. Comprender a los fenómenos fuera de la historia, fuera de la acción de los individuos, es fetichizar a ésta, es reificarla. Para el pensamiento marxista la reificación es una práctica inherente al pensamiento burgués porque éste siempre enmascara las relaciones de poder que nacen desde el capitalismo. Es por ello que en la noción de "globalización" encontramos frecuentemente esa reificación, esa creencia que la tecnología actual (internet, robótica, telemática, genética, biotecnologías, nanotecnologías, etc.), bien puede hacernos pensar que quizá vivamos en una sociedad diferente, ¿poscapitalista? Así, el discurso de la globalización en realidad reifica la historia del capitalismo contemporáneo apostando a la tecnología, algo que tampoco es nuevo y que también fue criticado en su época por Adorno, Horkheimer, y los filósofos de la Escuela de Frankfurt. Entonces, si las premisas fundamentales del discurso de la globalización no son novedosas, ¿a qué procesos hace referencia este discurso?, ¿en qué práctica histórica ubicarlo? En realidad, la globalización más que una nueva realidad humana-social, es una noción que ha ido evolucionando de acuerdo a las nuevas necesidades políticas que asume la acumulación del capital. De una deriva economicista e impregnada por esa percepción de las "decisiones globales" de las Corporaciones Multinacionales, ha ido evolucionando hacia una deriva política que afecta a las nociones de soberanía de los países, y ahora hacia el campo de la interpretación histórica. Es la transformación de un concepto que ahora pretende convertirse en clave hermenéutica para la historia. Esta evolución da cuenta del terreno ganado por la ideología del capital. No se trata tanto de derrotar al enemigo sino que éste termine hablando, pensando y actuando dentro de nuestra lógica, parece ser la estrategia del discurso de la globalización. A medida que ha ido evolucionando este discurso de la globalización, se han ido incorporando a su interior varios ejes conceptuales cuya pretensión es jurídica y normativa, y que en virtud de los acuerdos regionales de libre mercado, es vinculante, es decir, su fuerza legal estaría incluso por encima de las constituciones políticas de los países. La primera utopía del discurso de la globalización es la de lograr un status de soberanía política para las corporaciones multinacionales. Una segunda utopía es la de crear una amplia panoplia de conceptos, como aquellos de "competitividad", "global y local", "glocalización", "seguridad jurídica", "clusters de desarrollo", etc., que generan un campo nociones de sentido sobre la realidad del capitalismo y que van estructurando, consolidando, y conformando a la globalización como un verdadero discurso de poder. La utopía del poder de apoderarse del habla. De constituir una sola prosa, de controlar los sentidos de la semántica. Es por todo ello que discrepo profundamente con aquellas concepciones que le hacen el juego al discurso de poder y plantean que la globalización es irreversible y es casi un hecho natural. Porque la noción de "globalización" es, en realidad, parte de un discurso tramposo que abusa del lenguaje, que crea una gramática de poder, que utiliza las connotaciones que tiene el sustantivo "global" o "mundial", y con las percepciones que cada sociedad tiene de su entorno, para generar un campo de relaciones de fuerza y de confrontación en el cual no hay posibilidades para la comunicación, que no sea aquella que Habermas denominaba como estratégica, es decir aquella comunicación hecha para manipular a los demás. El capitalismo siempre ha sido global, como lo fue en su época el Imperio Romano (de ahí la noción del derecho romano: "urbi et orbi"). No se necesitaba descubrir la esfericidad del mundo para comprender que cada época histórica tiene su propia noción de circularidad y centralidad que abarca todo y que lo explicaba todo. Y es que la "globalización" como hecho radicalmente nuevo en la historia del capitalismo, en realidad no existe. Existe como discurso. Existe como estrategia de poder. Existe como discurso de poder. Existe como un hecho político que inaugura nuevas relaciones de poder en el capitalismo tardío. Existe como una historia de resistencia que sí es verdaderamente global. La globalización no es un fenómeno económico, es un fenómeno político. Al menos así lo entienden los movimientos de resistencia social y ciudadana que con sus movilizaciones, desde Seattle, hasta Porto Alegre y Mombay, han cuestionado la deriva autoritaria que asume la globalización del capital y han posicionado con fuerza la idea de un utopismo nuevo expresado en la frase: "Otro mundo es posible". El capitalismo del siglo XXI que ha descubierto internet es tan global como lo fue el capitalismo de fines del siglo XIX que descubría el telégrafo y el teléfono. No existen nuevas "tendencias globalizantes" porque desde su origen el capitalismo tiende a extenderse, a propagarse, a dominar, a imponerse. Existe un capitalismo que ahora puede posicionar con fuerza el discurso de la "globalización" porque ha desaparecido del horizonte de utopías de la sociedad el socialismo, de ahí que la emergencia de este discurso sea concomitante con la caída de los países socialistas. Pero el capitalismo del siglo XXI sigue entrampado en los mismos dilemas y en las mismas contradicciones que fueron ya descritas en el siglo XIX por David Ricardo, y por Marx. El problema radica en que el capitalismo del siglo XIX tenía también a su interior posiciones críticas y utópicas que posicionaban con fuerza contenidos emancipatorios y liberadores. El capitalismo del siglo XXI ha intentado anular esas posiciones críticas controlándolas, metabolizándolas. Es un sistema que pretende borrar, suprimir, destruir el horizonte de posibles a la praxis humana, y quizá sea por ello que ahora es más brutal, más despiadado, más insensible, más violento, más autoritario. Es desde la ruptura de este horizonte de utopías que nace y se inscribe con fuerza el discurso de la globalización. Su intención es la de encubrir los espacios de posibles utópicos y emancipatorios para la sociedad actual y clausurar la discusión sobre las perspectivas que tendría a futuro el capitalismo como sistema. Luego de la globalización, discutir la pertinencia histórica del capitalismo no solo que parece un ejercicio inútil sino intrascendente. Pero es eso justamente lo que hay que discutir y ahora con más urgencia que nunca, y es eso lo que la globalización pretende evitarlo. El discurso de la globalización recuerda mucho a aquel de Fukuyama, de clausura de la historia. La globalización también clausura la historia, y más grave que eso, anula la posibilidad de las utopías y los horizontes de la emancipación. Se convierte en el devenir- historia del capital. El consumidor como categoría ontológica, y el mercado como locus histórico. Habida cuenta de que la globalización permite y posibilita una mayor interdependencia de los fenómenos, y también de los procesos humanos sean estos productivos o culturales, acercando los tiempos y los espacios (¿no se habla ahora del "tiempo real"?), entonces, la globalización se inscribiría como el único horizonte en el que la humanidad deberá inscribir a futuro tanto sus utopías cuanto los contenidos de su liberación. Si esto es así, la historia se ha cerrado. La utopía ha dejado de existir. Según el discurso de la globalización, los seres humanos tenemos que rendirnos a la evidencia de que la globalización, como el destino, además de ser irreversible es también inevitable. La globalización es la parusía del capital. Es el destino final de los hados de la "mano invisible". Es la clausura de la utopía y la inauguración de la atopía. En el medioevo la razón teológica cerró todo espacio posible a las utopías. Éstas podían existir solamente a condición de confirmar el cielo y los dioses prometidos por el poder medieval. El único horizonte posible para las utopías era aquel de la salvación individual. La salvación por la purificación de la carne era la esperanza metafísica de redención histórica de la edad media. Refiriéndose a la edad media, Habermas, decía de manera muy poética que la modernidad había significado una "profanación de lo sagrado", y lo había hecho porque en la modernidad residía una promesa de emancipación que fue su fuerza vital, su savia, su élan más íntimo. Una promesa que parece cerrarse de manera definitiva con el discurso de la globalización. De la misma manera que en el medioevo europeo el discurso teológico del poder no admitía discusión posible, el actual discurso de la globalización, que tampoco admite discusión alguna, pretende convertirse en el argumento que clausura la utopía y que inaugura una nueva edad oscura. Ya Umberto Eco nos advertía de la deriva oscurantista que asumía el capitalismo de fines de siglo. Una sociedad sin utopías, sin posibilidades de emancipación, corre el riesgo de cerrarse, de clausurarse a sí misma, de caer nuevamente en una edad obscura, una nueva edad media con contenidos tecnotrónicos y en la cual la tautología de la globalización se presente como la realización de la atopía del capitalismo, es decir, la historia como no-lugar, como un presente inmóvil, como una sombra en el espejo.
https://www.alainet.org/es/articulo/109473?language=en
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