TLC: la "otra" guerra de Washington
26/02/2004
- Opinión
Una apuesta peligrosa
En sus tiempos de campaña, el coronel Lucio Gutiérrez Borbúa
visualizó a la adhesión del Ecuador al ALCA como a una decisión
autodestructiva, un hara kiri.
Al tenor de la diplomacia cipaya, enfatizada después de la
sustitución de la canciller Nina Pacari por Patricio Zuquilanda –
nombrado por gestiones de la embajadora de USA en Quito, Kristie
Kenney-, y luego de una efímera afiliación al tercermundista G-21 de
Cancún, el régimen del Partido Sociedad Patriótica ha venido
exhibiendo un febril entusiasmo por el ALCA, al punto de convertir a
la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE. UU. –eslabón
del ALCA- en un "objetivo nacional", conforme el coronel-presidente
le reportara a George W. Bush en la Cumbre de Monterrey. Más
recientemente, voceros oficiales han venido promoviendo al TLC de
marras presentándolo como el "puente al Primer Mundo". Cosas oirás,
Sancho.
Del verbo a la acción, Gutiérrez ha venido obrando con fe de
carbonero. Se encuentra empeñado en cumplir a rajatabla con los
prerrequisitos para el tratado establecidos por Washington y
relacionados con que el Ecuador resuelva asuntos pendientes con
empresas estadounidenses (IVA petrolero, BellSouth, IBM, juicio de
los indígenas amazónicos a la Texaco) y radicalice la legislación
antilaboral, entre otros. Nominó como plenipotenciario a Mauricio
Yépez, un ex burócrata del FMI, a insinuación de la propia Kenney, y
mendigó fondos a la AID para el adiestramiento del elenco de
negociadores nativos. Amén de asumir de árbitro en las feroces
pugnas entre los potenciales beneficiarios locales del convenio.
¿Cómo explicar la nueva postura de Carondelet, decidida sin que
mediaran un mínimo proyecto nacional o una consulta plebiscitaria?
Además del alineamiento con la estrategia hemisférica de Bush Jr.,
la metamorfosis gutierrista se explica por dos causas endógenas. La
primera, la "cohabitación" –luego de la ruptura con la CONAIE-
Pachacutik- con la derecha más recalcitrante, liderada en Congreso
por el Partido Social Cristiano, exponente mayor de la retrasada
burguesía agromercantil, financiera y comisionista costeña de añeja
vocación por el "libre" cambio. La segunda tendría que ver de alguna
forma con el notorio –para no decir enciclopédico- desconocimiento
oficial de las implicaciones liquidacionistas que un TLC con la
potencia mundial representarían para el Estado-nación ecuatoriano.
Fundamentos del integracionismo estadounidense
Las actuales propuestas unionistas de EE. UU. se engranan con
concepciones y políticas de corte colonialista o neocolonialista
impulsadas por esa nación en distintos momentos de su historia, como
la doctrina Monroe ("América para los americanos"), sustento del
expansionismo territorial de Washington a lo largo del siglo XIX. O
la ideología del "espacio vital", un elaborado del
nacionalsocialismo alemán que fuera copiado al calco por el complejo
industrial-militar norteamericano como soporte del plan de la Gran
Área (Grand Area), plataforma para la intervención de USA en la II
Guerra Mundial, conforme lo prueban documentadamente Noam Chomsky y
Heinz Dieterich en su libro Los vencedores. Penosamente, la
diplomacia criolla parece no asociar al ALCA y los TLCs con la
Iniciativa para las Américas, programa catapultado por Bush padre
como uno de los corolarios de la post-Guerra Fría, y ni siquiera con
el "imperialismo de la seguridad" que vienen empujando a lo largo y
ancho del planeta los halcones republicanos después del 11-S.
Igual que en el pasado del continente, los planteos integracionistas
de la Casa Blanca –el panamericanismo-, lejos de inspirarse en
propósitos de fomento productivo y diseminación del progreso en los
países sureños, buscan, sobre todas las cosas, consolidar la
hegemonía de la potencia unipolar en las esferas productiva,
comercial, financiera, científica, tecnológica, ambiental,
ideológica, legal e institucional en los territorios que se
extienden entre Alaska y el Cabo de Hornos, en la perspectiva de
contrarrestar la creciente influencia en la región de la Unión
Europea y los gigantes asiáticos. Comportan esquemas para asegurar
la libertad de movimiento y las máximas ganancias para las
corporaciones estadounidenses, y, en contrapartida, para enajenar
aún más la soberanía de nuestras naciones, profundizar la
expoliación de su fuerza laboral y el saqueo de los recursos
naturales y ambientales, apropiarse de los conocimientos de las
comunidades autóctonas, eliminar a los competidores locales,
extender el antidesarrollo neoliberal, adoctrinar al subcontinente
en la religión del mercado, empobrecer y humillar a los
latinoamericanos…
Facetas del nuevo colonialismo
Específicamente, el ALCA y los TLCs pretenden la "legalización"
supranacional del completo modelo neoliberal-monetarista diseñado
por denominado Consenso de Washington, vademécum neoliberal –es
decir, pseudocientífico- del Gran Capital que ha hundido a América
Latina en una crisis más virulenta que la de los años 30.
"Legalización" y radicalización. El documento titulado "¿Cómo
afectará el ALCA a nuestros pueblos?", preparado por el Campamento
Internacional por la Justicia y la Dignidad de los Pueblos, ilustra
sobre algunos de las metas geopolíticas de esos instrumentos.
Veámoslas.
Seguridad social: "Las transnacionales desmantelarían completamente
los servicios públicos al someterlos a las reglas de la competencia
internacional y a las disciplinas de la OMC y el ALCA, abriendo de
esa manera el sector de la educación pública a la libre competencia
empresarial extranjera, destruyendo los hospitales públicos… Las
normas que rigen a los trabajadores de los sectores salud,
educación, seguridad y otros servicios se verán sujetas a las reglas
y criterios del ALCA 'a fin de que no constituyan obstáculos para el
comercio'... El ALCA pretende transformar (mucho más aún) estos
servicios en mercancías. Quien pueda pagar los tendrá…". (Cuadernos
de Economía, No. 21, Facultad de Economía de la PUCE, Quito, junio
del 2002)
Competencia: "Si entra en vigencia el ALCA, habrá más quiebras de
pequeñas y medianas empresas y desindustrialización de los países
de la región involucrados. Luego, los trabajadores quedarán sin
empleo y sin poder de adquisición de bienes y de servicios
básicos…". (Ibid.)
Medio ambiente: "Para cualquier modificación en las leyes
ambientales, o de salud, los países tendrán que consultar a las
entidades del ALCA para saber si esta ley no es perjudicial a los
intereses comerciales o de los inversionistas. Dada esta situación,
muchas empresas cuestionadas por su contaminación y riesgos en la
salud serían trasladadas a nuestros países, donde no hay legislación
que realmente sancione los abusos industriales. Y ya que las
empresas transnacionales, gracias a los derechos de inversionista-
Estado, no tienen obligaciones, los problemas ambientales relativos
al libre comercio hemisférico se dejarán a un lado. 'Podrían
condimentar la comida de los niños con plutonio o sulfato líquido;
si se lo prohíbe y la empresa es estadounidense, habrá que pagarle a
esta una indemnización'". (Ibid.)
Energía: "Para el sector de la energía, los negociadores ya han
determinado un 'acuerdo anticipado': crearon una política energética
continental liberalizada, antiambiental y anticonservación,
fundamentada en exportaciones generadoras de grandes ganancias y de
alto costo, controlada por las empresas de energía transnacionales,
con casi nada o nada de interés en el aumento de precios o en las
consecuencias ambientales. De ahí el hecho de la privatización de
las empresas eléctricas latinoamericanas. ¿A cuánto subirá nuestra
planilla de luz?". (Ibid.)
Agua: "El ALCA pretende establecer un mercado continental de agua.
Holanda ya tiene que comprar toda el agua de consumo humano a otros
países. Eso explica que servicios tales como el suministro de agua o
tratamiento de aguas residuales serán privatizadas o subcontratadas
a empresas transnacionales… Estas privatizaciones son promovidas en
gran medida, al igual que la 'contrarreforma educativa', por el
Banco Mundial…". (Ibid.)
Agricultura y seguridad alimentaria: "El sistema que existe en
Norteamérica, Europa, y que comenzará a predominar con el ALCA, es
la industria agrícola para la exportación llamado 'agroempresarial',
en el que entran las semillas híbridas, los agrotóxicos y las
grandes maquinarias. Este sistema no es otra cosa que la agricultura
de las transnacionales, que producen alimentos transgénicos sin que
importen las normas de salubridad, ni los derechos de las familias
agricultoras… Este sistema 'agroempresarial' reemplazará a la
cultura agrícola de nuestros pueblos, mediante el cual los
campesinos cultivan alimentos para el autoconsumo, y para alimentar
al país. Para completar el círculo… los precios nacionales estarían
bajo las órdenes de los precios internacionales". (Ibid.)
"Los pensamientos ruines solo en su ejecución se descubren del todo"
(Shakespeare). La experiencia de México en el TLCAN, ahora
importando maíz, fréjol, trigo, arroz, soya y algodón "made in USA"
ilustra sobre la ruina de la agricultura de autoabastecimiento.
Cierto que el país azteca vio aumentar en un 76% sus exportaciones
de fruta a EE. UU. en los primeros seis años de vigencia del TLCAN,
sin embargo, en ese mismo lapso, sus importaciones de frutas en
conserva se elevaron al 300%. México importa actualmente el 95% de
oleaginosas, el 40% de la carne, el 30% del maíz y el 50% del arroz…
mientras la pobreza se agudiza y millones de campesinos e indígenas
tienen que abandonar sus tierras ancestrales para migrar a los
"paraísos" norteños, aunque también a la poco promisoria
Centroamérica. Algo semejante ocurre con la famosa industria
maquiladora. A la luz de la experiencia mexicana, diversos
investigadores han visualizado en el ALCA y los TLCs la reedición de
un colonialismo aún más rampante que el que implantara en estas
tierras la Corona española en el siglo XVI.
TLCs: la guerra (comercial) de baja intensidad
Durante los años 80, EE. UU. impulsó en las naciones
centroamericanas la denominada Guerra de Baja Intensidad (GBI). En
su dimensión militar, la estrategia fue ejecutada en el Itsmo por
regímenes clientelares de Washington, contando con la asesoría del
Pentágono: un esquema igual al que se viene montando en los países
andinos bajo la denominación de Plan Colombia. La GBI en
Centroamérica se saldó –como se sabe- con cientos de miles de
víctimas causadas por la represión. Y con el bloqueo a ese pueblo
hermano a su derecho a la autodeterminación y a la construcción de
una democracia profunda.
La GBI de la "era" Reagan hacía parte de la doctrina de la Guerra
Total, formulada por el ultraconservador Grupo de Santa Fe.
Componente de esa doctrina constituye la guerra comercial,
debiéndose aclarar que en el argot diplomático estadounidense el
vocablo "comercio" tiene una connotación muy amplia y flexible, pues
llega a incorporar a sus significaciones incluso la actuación
"políticamente correcta" de los gobiernos.
Los TLCs en boga nacen de este orden de matrices conceptuales, lo
cual no es óbice para que se los publicite bajo los atemperados
adjetivos de "suaves" o "livianos".
El formato de los TLCs fue fijado en la Cumbre ministerial de
Miami, reunida en noviembre del 2003, cuando se acordó el ALCA
"light". En la Declaración final de ese encuentro se anota: "Las
negociaciones (de los TLCs) incluirán disposiciones en cada una de
las siguientes áreas: acceso a mercados, agricultura, servicios,
inversión, compras del sector público, propiedad intelectual,
política de competencia, subsidios, antidumping y solución de
controversias". (ALAI: Boletín Informativo de la Campaña Continental
contra el ALCA, 12 de diciembre del 2003). O sea, el mismo temario
con que Washington impuso el TLCAN a México y Canadá: la agenda para
el "salto a la yugular" que dijera un dirigente empresarial
colombiano.
¿Qué intereses del capital estadounidense oculta ese tecnocrático
formato? El punto se esclarece parcialmente en la carta que
dirigiera al Congreso de la Unión el zar yanqui del ALCA, Robert
Zoellick, informando del inicio de las conversaciones para la firma
de un TLC con los países andinos, suscriptores del Acuerdo de
Preferencias Andinas (ATPDA), instrumento que contempla
exoneraciones arancelarias de EE. UU. a la subregión en compensación
por su compulsiva participación en la fementida "guerra contra el
narcotráfico". En la misiva en referencia, Zoellick destaca: "El TLC
nos permitirá discutir sobre impedimentos para el comercio y las
inversiones en los países andinos, incluidos la inadecuada
protección de los derechos de propiedad intelectual, las altas
tarifas arancelarias en productos agrícolas, el uso injustificado de
medidas sanitarias y fitosanitarias, las prácticas de restricción de
licencias, el trato discriminatorio relacionado con inversiones y
las limitaciones para el acceso de proveedores de servicios". Más
adelante: "Contribuirá a los esfuerzos para fortalecer la democracia
y la ayuda para valores fundamentales en la región, entre las cuales
se cuentan el respeto por la ley, el desarrollo sostenible y la
transparencia en las instituciones de gobierno". (Ibid.).
Todo a cambio de (casi) nada
¿Qué significaría para EE. UU. la firma de un TLC con el Ecuador?
Contrariamente a la creencia oficial, para la potencia hegemónica el
país no tiene virtualmente ninguna significación comercial (al menos
en la vieja connotación del término "comercio"): el consumidor de
Nueva York o Miami perfectamente puede arreglárselas sin las rosas o
el banano ecuatorianos. Tampoco a las corporaciones norteamericanas
les inquieta demasiado dejar de vender "cuatro camiones" adicionales
a un minúsculo mercado.
Para Washington, la importancia del Ecuador se localiza en el
plano geopolítico; es decir, en la inclusión de nuestra frágil
nación en el "área americana", diseñada por los estrategas político-
militares estadounidenses y a cuyos grandes objetivos aludimos
someramente en un apartado anterior. Específicamente, el Ecuador le
interesa a EE. UU. como país-bisagra de la Iniciativa Regional
Andina (el Plan Colombia ampliado). Estos ámbitos geopolíticos, sin
embargo, tampoco comportan actualmente problema para el equipo de
Zoellick, ya que –conforme se ha hecho notar- nadie tiene que hacer
concesiones a un "vasallo por libre determinación".
Así las cosas, para EE. UU. las tratativas con Quito apuntan a
circunscribirse a mantener –o retirar- las exoneraciones
arancelarias ya contempladas en el ATPDA (de las cuales, por cierto,
el Ecuador poco ha podido beneficiarse debido a las restricciones
fitosanitarias y zoosanitarias), más algunas eventuales
exoneraciones "extras" que el negociador gringo pudiera considerar a
título de propina.
¿Qué implicaría para el Ecuador el TLC?
En la esfera estrictamente comercial, el país tendría que abrir
completamente su mercado a los bienes y servicios de la potencia.
A este respecto, un analista local hacía notar: "Para que el Ecuador
pueda vender al mercado de Estados Unidos unos pocos productos más,
aparte de los que ha exportado sin impuestos por varias décadas, se
verá obligado a aceptar cambios en sus cuerpos legales para: 1)
preferir a los productores americanos cuando el Estado haga sus
compras gubernamentales para proyectos de infraestructura económica
o social; 2) prorrogar las patentes de medicamentos que están en
vísperas de pasar a conocimiento universal y no poder hacer
genéricos; 3) dar trato nacional a las empresas multinacionales que
quieran venir a explotar el mercado de servicios financieros,
seguros, de provisión de servicios de agua potable, energía,
telecomunicaciones, servicios turísticos; 4) proteger las
inversiones y allanarse a ceder la jurisdicción legal en caso de
controversias a tribunales extranjeros; 5) obligarnos a exportar
solo los productos que contengan materia primas e insumos
americanos; y 6) aceptar en el mercado nacional a los productos
agrícolas que reciben subsidios en los países del norte".
(Washington Herrera, "Integración sin anestesia", El Comercio, 2 de
diciembre del 2003).
Y esto no es todo. En la carta al Congreso de la Unión, Zoellick
describe 39 objetivos específicos a lograr en la negociación global
o bilateral con los andinos (Venezuela excluida). Algunos de tales
puntos son: "Mantener un tiempo el cobro de aranceles cuando los
productos andinos amenacen la industria de EE. UU…; seguir aplicando
mecanismos de retaliación; que los andinos protejan las patentes
como lo hacen las leyes estadounidenses; eliminar las barreras
sanitarias y fitosanitarias (de los andinos); eliminar las prácticas
gubernamentales que perjudiquen las exportaciones de perecederos de
EE. UU.; desmontar las barreras administrativas y aduaneras; el
acceso total a textiles y ropa de EE. UU.; comprometerse a apoyar la
campaña de EE. UU. en la OMC contra los subsidios agrícolas y a
mantener los programas estadounidenses de crédito a sus
exportaciones…" (Cit. en: "El TLC bilateral Ecuador-EE. UU. oculta
demasiado", ALAI, 16 de febrero del 2004)
¿Réquiem por el Ecuador?
El Ecuador viene negociando el TLC con EE. UU. en las condiciones
más difíciles que se pueda imaginar: inexistencia de un proyecto
nacional; agudización crónica de los obstáculos estructurales que
tipifican nuestro "subdesarrollo"; fracaso de la estrategia
desarrollista-intervencionista cepalina; agotamiento del modelo
liberal esquizofrénico (Estado máximo para los ricos, Estado mínimo
para los pobres); estrangulamiento de la "economía real" debido a la
acumulación parasitaria, el peso de la colosal deuda externa-interna
y el inmenso subsidio a la guerra que libra el eje Washington-Bogotá
desde estas latitudes; vaciamiento productivo agudizado por la
dolarización; impericia de los negociadores nativos, y un largo
etcétera. Para no referirnos a los efectos desmoralizantes de la
desinstitucionalización de la República, reflejada en las tres
funciones del Estado, aupada por el autismo, la medianía y el
envilecimiento de su "clase política" (salvo las excepciones de
rigor).
Dadas estas condiciones exentas de retórica, ¿qué impactos se puede
vislumbrar de la firma del TLC? El efecto más general sería la
extrapolación de las tendencias de largo plazo en las cuales se
encuentra inscrita la socioeconomía ecuatoriana. Es decir, la
regresión productiva, la exclusión social y la desnacionalización.
Con un correlato fenoménico del siguiente orden: una mayor
financierización, identificable con la subordinación del capital
productivo al capital financiero; la extranjerización extrema de la
propiedad y de la administración de los recursos naturales,
energéticos y de la biodiversidad; la ruina de aproximadamente dos
millones de campesinos e indígenas, especialmente del agro serrano;
la devastación de las empresas manufactureras, especialmente las
medianas y pequeñas, a consecuencia de sus bajísimos índices de
productividad y competitividad en la escala del capitalismo mundial;
la hipertrofia de los servicios, especialmente de los de tipo
lumpen… En suma, la conversión del Ecuador en un gueto
socioeconómico.
La expectativa de Gutiérrez, Febres Cordero, Abdalá, Baki, Ginatta,
Yépez et al respecto a que el TLC propiciaría un caudaloso flujo de
inversiones para convertir al país -especialmente a enclaves de la
Costa- en un emporio de la industria maquiladora, una suerte de Hong
Kong o Singapur sudamericano, no pasa de ser un sueño de verano, si
se mira la realidad bajo el prisma de las tendencias
prevalecientes en el movimiento internacional de capitales
productivos.
Si un cuarto de siglo de fundamentalismo liberal ha extendido la
pobreza a 4/5 de la población ecuatoriana, el TLC en referencia –
culminación del liberalismo de una sola vía impuesto por la Casa
Blanca y Wall Street- amenaza con despojar al país de amplios
segmentos de su base productiva, perpetuar la dolarización con su
correlato en la eliminación de la política monetaria y reducir
virtualmente a cero el margen de las decisiones económicas de los
gobiernos. En suma, la mutación del Ecuador en un Estado fallido,
en una nación fantasmagórica.
Intuyendo semejante destino, las movilizaciones y protestas de las
organizaciones sociales, sindicales y estudiantiles de la Sierra
centro-norte, cumplidas a mediados de febrero bajo la coordinación
de la CONAIE y el Frente Popular, denunciaron al TLC y al Plan
Colombia como proyectos de muerte del Imperio. Sucesos similares se
multiplican a lo largo de las patrias liberadas por Simón Bolívar.
¿Quién dijo que la historia ha terminado?
* René Báez es Profesor de la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador
-Especial para la Agencia Latinoamericana de Información-
https://www.alainet.org/es/articulo/109486?language=es
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