España, la política y el terror
22/03/2004
- Opinión
El terrorismo internacional, representado por Al Qaeda eligió esta
vez a España como objetivo de guerra. Mediante las horrorosas y
cobardes detonaciones que dejaron cientos de muertos y heridos, el
terrorismo islamista se propuso, el 11 de marzo de 2004, tres
objetivos precisos: 1) continuar la guerra a Occidente, comenzada en
los EE UU el 11 de septiembre del 2001. 2) "Castigar" a España por
haber apoyado a los EE UU en la guerra de Irak. 3) Comenzar a
influir, incluso a determinar, el curso de la política
internacional, e incluso nacional, de los países europeos y
occidentales.
Se trata en este caso de una abierta estrategia de chantaje
internacional que reza más o menos así: "Cualquiera nación que no
esté en desacuerdo con la política internacional de EE UU será
objeto de represalias de parte de los comandos terroristas". Así, ha
llegado a ocurrir que el legítimo triunfo del PSOE es agraviado ante
sectores de la opinión pública internacional al aparecer como un
resultado inducido por la acción terrorista. Muchos medios
periodísticos occidentales han caído incluso en el siniestro juego
del terrorismo al afirmar que en la votación realizada el domingo 15
de marzo, "el pueblo español habría castigado a Aznar y al PP por
haber colaborado con Bush durante y después de la guerra de Irak".
Pero con esas afirmaciones, en lugar de criticar, como se proponen,
al gobierno de Aznar, sólo logran enlodar el triunfo legítimo del
PSOE al hacer aparecer al futuro gobierno como un aliado táctico
objetivo del terrorismo islamista, o por lo menos, como un
"favorito" del terrorismo. Incluso el propósito de Rodríguez
Zapatero orientado a desvincular a España de la alianza
transatlántica en Irak, en lugar de aparecer como parte del programa
del futuro partido gobernante –y lo es– ha llegado a ser visto como
una capitulación frente al terrorismo internacional. Esa apariencia
ha sido incluso mal utilizada por algunos personeros del PP, al
afirmar que el triunfo electoral de Rodríguez Zapatero fue el
resultado directo de la acción terrorista, por lo que su
legitimación democrática estaría sino legalmente, por lo menos
éticamente cuestionada. En vista de tales afirmaciones, se hace
preciso dejar en claro algunos puntos.
En primer lugar debe ser dicho que la votación del domingo 15 de
marzo no "castigó" al gobierno de Aznar por haber hecho participar a
España en la guerra contra Irak. Ello queda muy claro si se
considera que hasta antes de los siniestros atentados, el buen
candidato del PP, Mariano Rajoy, contaba de acuerdo con todas las
encuestas con un amplio favoritismo de la población. Errada o no, la
decisión de haber participado tanto en la guerra como en la
ocupación de Irak, no era un factor decisivo en el curso de las
opiniones electorales pues tanto en España como en la mayoría de los
países del mundo las votaciones se ganan o se pierden de acuerdo a
temas de la política nacional y no de la internacional. Pudo quizás
haber ocurrido, que sectores muy minoritarios de la población
amedrentados frente a la magnitud del acto terrorista hubiesen
pensado que bajo un gobierno socialista el país quedaría
políticamente más guarecido frente a ataques terroristas; pero esta
es una simple suposición hipotética. El viraje de la opinión pública
hay que ponerlo más bien en la cuenta de la propia actitud nacional
del gobierno Aznar frente al ataque terrorista, y este es el segundo
punto que debe ser tomado en consideración.
Los sucesos del 11 de marzo del 2004 demostraron que la población
española ha alcanzado una madurez cívica superior incluso a la de
los sectores políticos que la gobiernan. Esa población sabía lo que
no sabía Aznar: que nadie, aunque sea una organización tan criminal
como ETA puede, en un Estado de derecho, ser acusado de un crimen,
sin haber pruebas (y no sólo indicios) que así lo demuestren. Sólo
en los Estados totalitarios se sindica como culpables de
determinados hechos a personas o a organizaciones sin contar con
pruebas que demuestren realmente esa culpabilidad. El gobierno de
Aznar demostró en cambio, su propósito abierto de extraer capital
político del atentado, movilizando contra ETA a sus partidarios,
repetimos, sin prueba alguna. Probablemente temía que el electorado
ligara el acto terrorista con la participación de España en la
guerra. Pero con eso sólo demostró que el apoyo prestado a los EE UU
durante la guerra de Irak fue realizado sin demasiado convencimiento
por el gobierno español pues, aquello por lo cual un gobierno se
hace responsable, no debe jamás ser ocultado como algo ilícito en un
período electoral. Y argumentos para haber apoyado a EE UU en la
guerra contra Irak hay –desde una perspectiva europea– más que
suficientes, tantos por lo menos como los que defienden una posición
neutral. Aquello que hay que criticar al gobierno de Aznar entonces
(y al de Berlusconi) no es tanto haber apoyado la guerra de USA en
Irak, sino haber eludido la confrontación política respecto al tema
de la guerra, lo que no hizo, por ejemplo, el gobierno de Blair en
Gran Bretaña. En ese sentido es posible afirmar sin equivocarse que
no fue la oposición socialista sino que el gobierno de Aznar quien
se enredó en, y, en cierto modo aceptó, la lógica del terrorismo
internacional.
Pero no sólo eludió el gobierno de Aznar la confrontación política
sobre el tema de la guerra, sino que además –y por esta razón sí fue
castigado por la población votante– manipuló la verdad sobre los
hechos que condujeron al atentado del 11 de marzo, reteniendo
informaciones que poseía acerca de la verdadera identidad de los
culpables, colaborando directamente a salvar, aunque fuera hasta el
día de las elecciones, la imagen de los verdaderos asesinos, que
son, internacionalmente visto, no sólo enemigos de España, sino que
sobre todo de los EE UU, país con el que el gobierno de Aznar
solidarizaba internacionalmente. Es decir, Aznar procedía
antipoliticamente por partida doble. En la arena nacional se
desolidarizaba de la realidad. En la internacional, de los propios
EEUU. En ese marco, el gobierno de Aznar procedió de un modo
abiertamente antipolítico, pues desfigurar la realidad, o impedir
que ésta aparezca como es, significa negar el sentido de cualquiera
acción política, tanto nacional como internacional. A los miles y
miles de manifestantes que protestaban contra ETA en las calles les
era negado por el propio gobierno el nombre de quienes eran, en esos
momentos, (en otros es efectivamente ETA) el enemigo verdadero de la
nación. Y sin enemigo verdadero, no hay política.
Tampoco es posible deslegitimar el triunfo electoral del PSOE
recurriéndose al malévolo argumento de que ese triunfo ocurrió como
consecuencia del acto terrorista. En ese sentido es necesario
recordar que cuando el 2002 fue reelegido el canciller Schroeder en
Alemania sus opositores adujeron que ello sucedió gracias a las
inundaciones que ocurrieron poco antes de las elecciones,
acontecimiento que permitió al canciller perfilar su proyección
popular (y populista). Ese, en verdad, no es argumento. Para
aceptarlo, habría que suponer que el estado normal de una nación en
épocas electorales deba ser aquel donde "no sucede nada", y cada
acontecimiento, entonces, deberá ser visto como una alteración de la
política. Todo lo contrario. La política vive de los
acontecimientos. Una política sin acontecimientos no es política. La
política se hace frente a cada acontecimiento, y los políticos son
elegidos, no porque sean bellos o feos, buenos o malos, sino que por
su capacidad de acción, la que se manifiesta cuando los
acontecimientos hacen acto de presencia. Podría haber ocurrido en
Alemania que Schroeder hubiera tenido una actitud pasiva frente a
las inundaciones, como la tuvo Aznar frente a las que ocurrieron en
su país el año 2003. Pero entonces no habría sido elegido. Podría
haber ocurrido también que Rodríguez Zapatero hubiese tenido una
actitud tan errada como la de Aznar frente a los actos terroristas.
Entonces tampoco habría sido elegido. Es que los políticos se
prueban en la acción y no en la vida contemplativa.
En cualquier caso, el futuro gobierno de Rodríguez Zapatero se verá
enfrentado a disyuntivas parecidas al de Aznar, y desde el gobierno,
las responsabilidades internacionales asumen un tenor distinto a
cuando se está en la cómoda oposición. En ese sentido, los atentados
del 11 de marzo demostraron que la existencia de una Europa "libre
de todo enemigo" es una absoluta quimera. No sólo los países que
apoyaron a EE UU en la guerra de Irak están amenazados por el
terrorismo islamista. Es cierto que por el momento el terrorismo
islamista pareciera actuar de modo selectivo. Pero eso no debe
llamar a engaño. Los enemigos del terrorismo islamista son la razón,
la modernidad, el pensamiento libre, la libertad sexual, y no por
último, la política. Y no sólo los EE UU son portadores de tales
atributos. Frente a esa amenaza global todo Occidente se encuentra
amenazado. Y no me refiero al Occidente geográfico, sino a aquel
espacio internacional compartido, al que también pertenecen sectores
islámicos, junto con miembros de otras religiones así como también
multitudes de no creyentes, empecinados todos en vivir este mundo,
guiados por derechos humanos universales y haciendo uso de la
práctica política, medio que inventamos, no para ser infalibles como
los dioses, pero sí para cometer errores y saber aprender de ellos,
como los humanos.
https://www.alainet.org/es/articulo/109632?language=es
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