Por qué son pobres las mujeres?
05/05/2004
- Opinión
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
emplea diferentes indicadores para calcular el nivel de
desarrollo humano de cada país. Pues bien, en todos
ellos, las mujeres se ven sistemáticamente
desfavorecidas; únicamente en términos de esperanza de
vida las mujeres superan a los hombres (en años vividos
que no necesariamente en mayor calidad de los mismos).
Por esta razón, las Naciones Unidas, a través de sus
informes anuales, denuncian que "ninguna sociedad trata a
sus mujeres tan bien como a sus hombres".
Desde la feminización de la pobreza a los estudios de
género
Gran parte de las investigaciones sobre los procesos de
empobrecimiento de las mujeres se han centrado en
averiguar si las mujeres son más pobres que los hombres
(es decir, el estudio de la pobreza de las mujeres o
empobrecimiento de la mujer) o si entre los pobres hay
más mujeres que hombres (estudio de la feminización de la
pobreza). Aún reconociendo la importancia de tales
investigaciones, cada vez es mayor el número de autores
que reivindican la necesidad de realizar estudios
explicativos adoptando para ello una perspectiva de
género. El objetivo, entonces, sería analizar los
efectos que las diferencias de género tienen sobre los
procesos de empobrecimiento. Dicho de otra forma, no se
trataría tanto de ver que las mujeres son pobres, sino
que la pobreza está condicionada por el género. De esta
forma, se concluye que los roles, identidades,
desigualdades y relaciones de género producen en la mujer
y en el hombre una experiencia de la pobreza
diferenciada.
La adopción de un enfoque de género para el estudio de la
pobreza supone una crítica clara a los estudios
tradicionales sobre la materia. La estrategia más
comúnmente seguida por éstos ha consistido en tomar como
unidad de análisis al grupo doméstico, sin considerar las
desigualdades existentes en su interior y suponiendo, por
tanto, que la distribución de la riqueza y de la pobreza
dentro del mismo es igualitaria.
En contra de esta tradición, desde los Estudios de Género
se entiende que es necesario entrar a analizar el
funcionamiento interno de la pobreza en la familia, lo
que permitiría sacar a la luz diferencias ya no sólo en
la proporción de mujeres y hombres afectados, sino en las
formas desiguales en que estos procesos les afectan.
Mujer, género y pobreza
En cualquier sociedad es posible observar una división de
roles y funciones entre hombres y mujeres. Tal división
no consiste únicamente en una mera diferenciación de
tareas, sino que implica una jerarquización de las
mismas. Esta jerarquización afecta, a las personas que
desempeñan las respectivas funciones. Así, las
actividades calificadas tradicionalmente como masculinas
cuentan con una valoración y calificación social superior
a las femeninas.
Pero además de los efectos ligados a la desvalorización
de las funciones femeninas y, con ello, de las propias
mujeres, esta división de funciones tiene diversas
consecuencias en términos de riesgos de empobrecimiento.
Así, por ejemplo, la adscripción predominante de las
mujeres al trabajo reproductivo supone que el acceso a
toda una serie de recursos se realiza, no de manera
directa, sino mediada, en el sentido de que a muchos de
tales recursos sólo se accede a través del mercado y la
persona que aporta los ingresos monetarios familiares
probablemente no sea la mujer.
Por otra parte, el proceso de incorporación de la mujer
al mercado de trabajo (en el que nunca han dejado de
estar presente), aún favoreciendo transformaciones
importantes en las relaciones de género, se viene
produciendo en condiciones claramente de desigualdad.
Así, muchas mujeres, al mismo tiempo que realizan un
trabajo remunerado, siguen siendo las principales
responsables del trabajo doméstico y del cuidado de los
hijos con lo que ello supone de sobrecarga de trabajo.
Igualmente, gran parte de las ocupaciones que realizan
las mujeres en el mercado de trabajo representan una
prolongación de las actividades que se realizan en la
esfera familiar, configurándose esferas laborales
ampliamente feminizadas e infravaloradas.
Por otro lado, las mujeres están viéndose especialmente
afectadas por los procesos de desregulación y
precarización que viene experimentando el mercado
laboral. Así, la tasa de desempleo es constantemente
superior para la mujer que para el hombre; las mujeres
son las protagonistas del trabajo a tiempo parcial; y
tienen una presencia desproporcionada en los trabajos
temporales e incluso en el sector informal de la
economía. Por éstas y otras razones, el salario medio de
las mujeres es marcadamente inferior al masculino.
Los rasgos peculiares que caracterizan la participación
de las mujeres en el mercado de trabajo tienen
importantes consecuencias con respecto al acceso a los
regímenes de seguridad social; ya que, como es bien
sabido, un trabajo y un empleo marginales generan
derechos marginales. Las desigualdades de género basadas
en la educación, en el acceso al mercado de trabajo, en
la obtención de créditos (para conseguir una vivienda por
ejemplo), así como las dificultades que soportan para
acceder a determinadas instituciones sociales y políticas
son algunas otras variables que, sumadas a las ya
expuestas, permiten explicar por qué son pobres las
mujeres.
Ahora bien, hablamos de mujeres pero sabemos que éstas no
constituyen un colectivo homogéneo. Existen grupos
claramente desfavorecidos o con mayores riesgos de verse
afectados por procesos de empobrecimiento.
Uno de estos grupos es el constituido por las mujeres
ancianas. En los últimos años se ha producido un
importante crecimiento de la población de más de setenta
años, formada en sus dos terceras partes por mujeres.
Esto explica, sólo en parte, el mayor riesgo de
empobrecimiento de las mujeres. En este sentido, más
significativas resultan las discriminaciones sociales y
económicas que sufren a lo largo de su vida laboral y que
se reflejan, directamente, en pensiones más exiguas.
Otro grupo especialmente afectado, y que está centrando
el interés de muchas investigadoras, es el de las mujeres
inmigrantes. Ellas protagonizan el cruce de diferentes
formas de discriminación por razones de género, clase y
etnia.
Vías para superar la desigualdad
Si el objetivo es superar la desigualdad de género no es
suficiente con la adopción de medidas positivas dirigidas
a las mujeres como las siempre citadas: promoción del
acceso a la educación, a la formación y al empleo; sino
que requiere adoptar medidas destinadas a adaptar la
organización de la sociedad hacia una distribución más
justa de roles, y a una revalorización de los hasta ahora
considerados femeninos. La puesta en práctica de estas
medidas no está exenta de dificultades y requiere la
movilización simultánea de instrumentos legales, pero
también recursos financieros y la dedicación de los
agentes e instituciones implicados.
* Eva Espinar y María José González Río Profesoras de
Sociología de la Universidad de Alicante Colaboradoras de
la Revista "El Sur" de la ONG Médicus Mundi Agencia de
Información Solidaria
https://www.alainet.org/es/articulo/109876
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