Los Orcos en la batalla
10/05/2004
- Opinión
Este artículo fue escrito el 29 de febrero de 2004 y dedicado a la
memoria de quien fue asesinado en Venezuela ese día por denunciar
el asesinato de su hijo, Pedro Doria, padre de un médico y
dirigente socialista, organizador de los campesinos venezolanos
del Zulia en la zona del Perijá, fronteriza con Colombia. Hoy,
cuando se ha descubierto el plan para atacar Venezuela con
paramilitares colombianos y han sido detenidos 88 de esos
paramilitares, cobra vigencia la denuncia de la marcha de los
orcos
El resultado más palpable del paramilitarismo en Colombia es el
proceso de desarraigo de tres millones de campesinos desplazados
por la violencia y la subordinación a los grandes propietarios de
regiones. Pero también lo son el exterminio de la dirigencia
sindical más luchadora, liquidada en cuotas anuales de decenas y
el final escenario de desaparición de las conquistas laborales y
las empresas y entidades del Estado que los sindicatos defienden.
Es un proceso exitoso desde el punto de vista del poder económico.
Ahora, los resultados de la violencia ilegal son
institucionalizados mediante reformas constitucionales que
eliminan derechos fundamentales o las vías para defenderlos. A la
vez, el aparato paramilitar quiere ser legalizado mediante
acuerdos con el gobierno, cuyo efecto más real será ocultar a los
responsables intelectuales y a los beneficiarios económicos del
paramilitarismo.
Si se consolidara el proyecto de acuerdo Uribe-paramilitares, un
nuevo modelo resolvería los problemas generados por la impunidad
en el Cono Sur y por las leyes de olvido para las dictaduras
militares chilena y argentina y la dictadura civil uruguaya,
impunidad en crisis y cuestionada internacionalmente. El modelo
colombiano sí garantizaría, de ser apoyado internacionalmente, una
impunidad de los crímenes contra los movimientos sociales, bajo el
manto de un acuerdo con supuestos "rebeldes". La sola posibilidad
de que este acuerdo se concrete ha desatado una ola de acciones
paramilitares y sicariales en el continente.
El intento de asesinato del presidente de la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador Leonidas Iza, el 1 de
febrero, expresa los métodos e instrumentos que se quieren
enseñorear de América Latina para detener la lucha masiva contra
el neoliberalismo y los tratados de "libre comercio".
No ha sido un hecho aislado ni en Ecuador ni en el conjunto del
continente. En Ecuador siguió a los asesinatos del activista
campesino ecologista Angel Shingre y del investigador petrolero
Patricio Campana y estuvo precedido cinco años antes por el
asesinato, por los paramilitares colombianos, del dirigente
izquierdista Jaime Hurtado.
Mucho más grave es la situación de Venezuela, donde han sido
asesinados más de 80 líderes campesinos que luchaban por la
aplicación de la ley de reforma agraria, el médico socialista
Pedro Doria, asesor de los campesinos, y durante este año tres
sindicalistas y un cooperativista bolivariano. En junio de 2002 se
había anunciado la creación de las Autodefensas Unidas de
Venezuela AUV, apoyadas por las paramilitares Autodefensas Unidas
de Colombia AUC.
El 27 de febrero quedó claro que la oposición venezolana quiere
sustituir la pérdida de las masas con armas de fuego y fuego: un
pequeño grupo quemó una sede del partido MVR, otro atacó la
emisora alternativa Radio Perola. Varios opositores accionaron
pistolas y revólveres.
En Brasil, el estudio "Los crímenes del latifundio" documentó el
asesinato de 44 líderes de los trabajadores rurales sin tierra.
Las bandas armadas de los latifundistas se expresan ahora
virulentas contra la demarcación de tierras indígenas. Amenazas de
muerte han caído sobre el obispo Pedro Casaldáliga por apoyar a
los indios Xavante, cuyas tierras son apetecidas por los
plantadores de soya. En Roraima, los hacendados y empresarios del
arroz lograron apoyarse en una masa de colonos que el 6 de enero
no vacilaron en secuestrar y tomar como rehenes a tres sacerdotes
que apoyaban la titulación colectiva para los indígenas. Lo
ocurrido muestra que las bandas armadas de derecha además de
aumentar su actividad, cobran una creciente confianza.
Lo mismo se pudo apreciar el pasado diciembre en Mojos, Beni,
Bolivia: bandas armadas de los hacendados amenazaron de muerte a
indígenas y campesinos y a las monjas y organizaciones no
gubernamentales que defienden los derechos de las comunidades a la
tierra. Aprovechando el incidente aislado en el cual un empleado
furioso y actuando individualmente, mató a un alcalde porque no le
pagaba el sueldo, las bandas derechistas sembraron el terror en la
región y se posicionaron para impedir las reclamaciones de
tierras. Los campesinos cocaleros denuncian que en el Chapare se
entrenan grupos paramilitares para tratar de quebrar al movimiento
social.
El paramilitarismo golpea incesantemente en Honduras y renace en
Argentina con amenazas y asesinatos como el de Sandra Cabrera,
secretaria de la asociación de mujeres meretrices y la reaparición
de paramilitares atacando a los campesinos en Santiago del Estero.
Hasta los ton ton macoutes y el ejército caníbal son estrellas,
que de autores de crímenes atroces pasan a honorables rebeldes
triunfantes como parte de la "oposición democrática" haitiana.
Las bandas armadas de derecha toman un papel protagónico en
momentos en que es evidente que grandes masas latinoamericanas se
hacen sentir en las más diversas formas, con grandes
movilizaciones o en las elecciones. Las bandas derechistas no
pueden argüir el pretexto de que combaten la guerrilla, como en
Colombia o como en Guatemala de los 80 o Argentina de los 70. Sin
embargo, el objetivo de su acción es exactamente el mismo que el
obtenido en Colombia, donde muy lejos de destruir la guerrilla, sí
han hecho la sangrienta contribución decisiva para destruir las
conquistas legales de los movimientos sociales e imponer la
legislación que conviene a transnacionales y latifundistas y
claro, los tratados de libre comercio; y a garantizar que no se
culpe al Estado ni a los financiadores de la violencia.
La dificultades para el éxito de este modelo se manifestaron en el
fracaso del viaje del presidente Uribe a Europa; en las
acusaciones de la fiscalía italiana contra los paramilitares
colombianos por su ligazón con la mafia calabresa `Ndrangheta; en
las ordenes de extradición a Estados Unidos contra algunos jefes
de las AUC y en el escándalo ocasionado por los descubrimientos de
sus cargamentos de cocaína y el intento de encubrir los mismos por
autoridades colombianas. Pero desde el gobierno de Estados Unidos
no se cuestiona la impunidad para las masacres, el aniquilamiento
del liderazgo sindical y el despojo de tierras campesinas, sino
las actividades de narcotráfico, que surgen como la prueba reina
que permitirá deshacerse de estos orcos una vez cumplan su tarea.
Los orcos siempre han sido carne de cañón del verdadero poder.
https://www.alainet.org/es/articulo/109899
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