Piratas en los mares del Sur
26/05/2004
- Opinión
En nada se parecen a sus antecesores atraídos por el oro y
la plata de los galeones que llevaban hacia Europa los
tesoros del Nuevo Mundo. En sus barcos no ondean las tan
temidas banderas con la calavera y los huesos, y ellos
mismos tampoco llevan un parche en el ojo, ni garfios, ni
patas de palo. Nobles propósitos científicos enmascaran su
afán de lucro, y sólo la vigilancia permanente de los
ecologistas -y de la sociedad civil cada vez más alerta
ante las tentativas de saqueo de los recursos genéticos de
las naciones pobres- permite desenmascararlos a tiempo.
Se llaman "biopiratas" y uno de sus representantes más
ilustres recorre en estos meses los mares del Sur
recolectando microorganismos con vistas a controvertidos
proyectos de creación de vida artificial en laboratorio y
otros objetivos.
Se trata de J. Craig Venter, ex director de la empresa
estadounidense Celera Genomics, y conocido desde el año
2000 como el descifrador del genoma humano, empeñado esta
vez en investigar -con el evidente objetivo de patentar
luego- la enorme biodiversidad de los océanos y, sobre
todo, sus elementos más desconocidos: los microorganismos
marinos, de los cuales sólo se conoce un 1% en la
actualidad, según se afirmó en el Foro Global de
Biotecnología, celebrado en 1999.
Como presidente del Instituto para las Energías Biológicas
Alternativas (IBEA) -un organismo no lucrativo, pero dotado
de una extraordinaria habilidad para obtener generosas
subvenciones de entidades como el Departamento de Energía-
Venter emprendió, desde agosto del 2003, un ambicioso
proyecto para conocer mejor los microbios exóticos,
considerados como la posible materia prima para la creación
de nuevas fuentes de energía y nuevas formas de vida.
A bordo de su barco, que lleva el sugestivo y bien merecido
nombre de "Sorcerer II" (El Hechicero), el científico
realiza actualmente la etapa sudamericana de su travesía
mundial, durante la cual tiene previsto tomar muestras a
cada 200 millas en las aguas cercanas a México, Panamá,
Ecuador y Chile antes de poner proa rumbo a la Polinesia
Francesa, y desplazarse luego a África y Australia. Antes
había recorrido, con idénticos objetivos, la costa Este de
los Estados Unidos, la de Canadá y el Mar de los Sargasos,
en las proximidades de las Bermudas.
Una ONG internacional con sede en Canadá, el grupo ETC,
dedicada a la promoción de la diversidad cultural y
biológica y la defensa de los derechos humanos, ha
denunciado recientemente que las investigaciones de Venter,
financiadas por la administración estadounidense, se
apropian así de los recursos genéticos de las naciones del
Sur, en violación de la Convención sobre Biodiversidad, que
el gobierno de Washington tuvo la precaución de no
suscribir en su momento.
La deliberada inclusión en el proyecto de territorios
especialmente protegidos, como las Islas Galápagos, con su
ecosistema único, que ha comenzado a provocar protestas por
parte de organizaciones ambientalistas, genera
preocupaciones aún mayores ante la escasa transparencia en
la actuación de las autoridades oficiales, al parecer poco
interesadas en proteger la riqueza ecológica nacional.
Las pesquisas de este biopirata, además, no sólo plantean
la escabrosa problemática de la soberanía nacional sobre
los recursos biológicos, sino obligan también a preguntarse
con qué objetivo se van a utilizar dichos recursos, una vez
que las muestras lleguen al laboratorios de IBEA en
Rockville (Maryland) y los científicos logren secuenciar la
ADN de los microbios.
Lo que hace aún más peligrosos estos planes, apunta ETC, es
que en ellos convergen dos grandes líneas de la revolución
científica, cuyo predominio conllevará -como lo muestra la
actual "fiebre de oro" para apropiarse de los recursos
biológicos ajenos- una nueva ola de saqueo de las riquezas
de numerosos países en vías de desarrollo, carentes de la
capacidad tecnológica y de los recursos financieros para
aprovecharlos en su propio beneficio.
Se trata de la biotecnología y la nanotecnologia: mientras
la primera lleva ya tres décadas dedicada a introducir
genes nuevos en organismos vivos, la segunda se empeña en
construir, "molécula a molécula" unas máquinas "híbridas"
que incorporen elementos vivos y materia inerte, y puedan
ser utilizados industrialmente.
La entidad presidida por Venter, IBEA, ya alcanzó éxitos
notables en este terreno. Según anunciara en noviembre de
2003 el propio Secretario de Energía de Estados Unidos,
Abraham Spencer, los científicos de Rockville ya habían
ensamblado "más de 5.000 bloques de ADN para crear un
diminuto virus artificial que infecta a las bacterias".
Con este antecedente, agregó el alto funcionario
gubernamental "en un futuro no muy distante... podríamos
fabricar seres microscópicos que coman dióxido de carbono,
otros que ayuden a que crezcan árboles en tierras
erosionadas y climas hostiles y crear hidrógeno para los
vehículos que mañana se moverán con combustible celular".
Las perspectivas, pues, son más que halagüeñas, pero los
países de origen de estos tesoros futuros, una vez más,
parecen condenados a quedar fuera del reparto de los
dividendos: cuando más, podrán ver sus recursos pirateados
hacia el Norte industrializado regresar, a precios
prohibitivos, hacia el Sur, convertidos en inventos
realmente útiles y beneficiosos para la humanidad.
Para que esto no ocurra, y para que las investigaciones
científicas sean encaminadas de acuerdo con criterios
éticos y ecológicos aceptables para todos, el grupo ETC
propone como primer paso una Convención Internacional para
la Evaluación de las Nuevas Tecnologías en el ámbito de la
ONU y una implicación más profunda de la sociedad civil en
el debate y la acción con respecto a la orientación de la
ciencia y al impacto de las nuevas tecnologías, antes de
que se les vayan de la mano a unos pocos... y todos
suframos las consecuencias.
* Edith Papp es periodista
Agencia de Información Solidaria
https://www.alainet.org/es/articulo/109981
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