De las internas a octubre
11/07/2004
- Opinión
Los análisis de los resultados de las elecciones "internas" –
sería más preciso llamarlas "primarias"- del 27 de junio último,
incurren corrientemente en dos errores de enfoque que
distorsionan su real significado, eluden considerar algunos
aspectos clave, conducen a conclusiones equivocadas en cuanto se
proyectan indebidamente hacia las elecciones nacionales de
octubre y son –y serán- utilizados con fines políticos, estos sí
concebidos para intentar influir en tales resultados. No
extraña, entonces, que se insista en esa óptica, alentada de
forma no inocente por muchos medios de comunicación.
El primer error consiste en comparar los resultados de las
encuestas de intención de voto de los ciudadanos para las
elecciones nacionales con los que arrojan las elecciones
internas o primarias. En realidad, no tienen nada que ver.
Carece de sentido comparar éstos con aquéllos y en consecuencia
concluir que tal o cual partido "bajó" o "subió", como si las
elecciones internas tuvieran la condición de una nueva encuesta,
más amplia y más perfecta. En realidad, cualquier encuesta de
intención de voto bien concebida y realizada es mucho más
exacta. La técnica de las encuestas de opinión –que se funda en
criterios científicos y estadísticos largamente estudiados a lo
largo y ancho del mundo- se sustenta en la calidad de la
selección de la muestra mucho más que en la cantidad de
encuestados y allí reside su arte y el secreto de su valor. Las
elecciones internas ofrecen –desde este punto de vista- una
"cantidad" incomparable con la de cualquier encuesta de opinión
imaginable, pero una "calidad" pésima como elemento de muestreo
que las invalida como instrumento de evaluación o pronóstico.
El segundo error consiste en comparar, a partir de los
resultados de las internas, el desempeño de los partidos en
éstas, extrayendo conclusiones o aventurando vaticinios en
relación a las elecciones nacionales de octubre. Al hacerlo, se
dejan de lado algunos elementos esenciales que –racionalmente-
harían imposible la comparación. Constituye toda una curiosidad
el verificar que, sin embargo, algunos de tales elementos
esenciales son mencionados por los intérpretes, que, acto
seguido, parecen olvidarlos para ingresar en el territorio
resbaladizo de la comparación improcedente o imposible. Se
reconoce que existe una diferencia sustantiva entre una
instancia de comparecencia voluntaria y otra obligatoria, y del
mismo modo, se reconocen las diferencias de motivación
comprobables, al interior de cada una de las colectividades
políticas principales en función de la existencia o no de
competencia por la candidatura a la primera magistratura. Quedan
al margen otros datos cuya sola consideración bastaría para
demostrar de manera incontrastable la inviabilidad de la
comparación. De entre éstos, nos limitaremos a subrayar dos.
El primer elemento no considerado en estos análisis es que las
elecciones internas o primarias tienen un significado
absolutamente diferente para la izquierda, de una parte, y para
los partidos tradicionales de otra. En particular, se constata
la presencia de otra forma de competencia al interior de dichos
partidos, que no existe ni remotamente en el EPFA-NM: la que se
libra ferozmente entre los distintos aspirantes a candidatos, es
decir los caudillos, líderes y referentes de aquí y allá, de
cuya performance en esta instancia depende la reorganización de
las alianzas internas y la ubicación más o menos preferencial en
las listas u hojas de votación de la elección nacional. Las
elecciones de junio son la última –y la única- oportunidad para
estos personajes, para "marcar" votos, demostrar su peso,
justificar su capacidad para acarrear electores, evidenciar el
respaldo de que gozan entre los ciudadanos de las diferentes
localidades, departamentos o ámbitos territoriales a que se
circunscribe su influencia. Aquellos que obtienen resultados
insuficientes, simplemente "no saldrán en la foto" para las
elecciones de octubre. En otras palabras, los personajes en
cuestión "se juegan la vida" en las primarias, pues en ellas se
determina su posición dentro del partido. Esto los obliga a una
intensa movilización –más que notoria en el interior del país-,
a la utilización de todos o casi todos los recursos disponibles
–económicos y de infraestructura-, a un despliegue de
movilización máximo; responde a la lógica política de los
partidos tradicionales y constituye un efecto no calculado de la
reforma constitucional de 1996.
Las consecuencias directas de esta situación son determinantes.
La competencia entre los caudillos y referentes que se abren
paso a codazos en la interna de los partidos tradicionales para
ubicarse en posiciones privilegiadas con la vista puesta en el
horizonte de octubre, da lugar a una hiperactividad que luego no
se reproduce: buena parte de los recursos fueron "quemados" en
junio y no están disponibles por lo tanto para octubre; los
perdedores de junio, no se movilizan para octubre, no aportan el
entusiasmo, la dedicación y la actividad que desplegaron en
oportunidad de las internas. De este modo, los partidos
tradicionales pierden una parte de sus poleas de transmisión y
de sus redes de arrastre de votos, que no volverán a operar.
Este fenómeno ya pudo verificarse en 1999, no hay ninguna razón
para pensar que no se repetirá en 2004, marca una diferencia
sustantiva entre las internas y las nacionales que va mucho más
allá de la competencia por la candidatura presidencial, se
registra en ambas colectividades históricas y está ausente, como
decía, completamente, al interior del EPFA.
El otro hecho que ha pasado desapercibido es la ausencia de
Mariano Arana en la campaña de las internas, que se explica por
razones institucionales. Luego de Tabaré Vázquez, Arana es
probablemente el referente más importante y emblemático de la
izquierda, y esa condición no vale solamente para la capital
sino que alcanza a todo el país. No es necesario insistir en la
popularidad de Arana, en la valoración de su gestión, en la
simpatía de que goza entre la ciudadanía, más allá de banderas
partidarias. Esta figura fundamental no participó de la campaña
de las internas, porque lo impedía su condición de Intendente
Municipal de Montevideo en ejercicio de sus funciones, pero lo
hará en la de las nacionales. La irrupción de Arana en la
disputa electoral significará una contribución fortísima para la
acción de la izquierda que, simplemente, no ha operado hasta
ahora.
¿Cuál es entonces la perspectiva correcta para el examen de los
resultados del 27 de junio y su eventual proyección hacia
octubre? A nuestro juicio, esa perspectiva involucra una
comparación bien diferente a las que en general se vienen
realizando. El análisis debería centrarse en el cotejo de los
resultados obtenidos por cada partido en la elección interna
anterior (abril de 1999) con los alcanzados por el mismo partido
el 27 de junio último, contrastando de este modo la performance
de cada partido en dos elecciones relativamente similares, que
no son exactamente iguales pero en las que, al menos, están
presentes del mismo modo algunos de los factores fundamentales
que definen su naturaleza. Al comparar los resultados de las
internas de 1999 con las de 2004, únicos datos firmes e
indiscutibles de que disponemos, podemos verificar:
a) Un descenso impresionante del Partido Colorado que perdió en
2004 más de un 60.% de los votos obtenidos en 1999
b) Un incremento altamente significativo en la votación del
Partido Nacional, equivalente a un 14%
c) Un incremento también importante en la adhesión de la
ciudadanía al Encuentro Progresista Frente Amplio, que superó en
más de un 12,31% el registro electoral obtenido en abril de
1999.
En primera instancia, entonces, puede decirse que los resultados
del 27 de junio fueron muy buenos tanto para el P. Nacional
cuanto para el EPFA, pues ambos crecieron significativamente en
relación a la instancia similar inmediatamente anterior. Ahora
bien, como se ha insistido en calificar como malo, "preocupante"
o inferior a lo esperado el resultado obtenido por el EPFA, vale
la pena realizar un análisis desagregado de éste, que conducirá
a la conclusión exactamente opuesta.
Una primera mirada pone en claro que el EPFA obtuvo un progreso
más que señalado en el interior del país, mejorando notablemente
su desempeño en el ámbito socio-geográfico que tradicionalmente
ha sido su punto más débil. La izquierda creció sin excepciones
en todos los departamentos del interior de la República: más de
un 100% en cuatro departamentos, lo hizo entre un 75 y un 100%
en otros seis, entre un 50 y un 75% en seis más y menos de un
50% en los dos restantes. Esta conclusión es tan indiscutible
cuanto impactante. Habiendo descendido el número de votantes en
278.000, el EPFA aumentó su caudal electoral en 60.000 unidades.
Y también creció en Montevideo, a pesar de tratarse del
departamento en que se registró el menor índice de votación en
todo el país.
Si nos desviamos por un instante de la lógica de análisis que
proponemos, y caemos en la de comparar los resultados de los
diferentes partidos entre sí, verificaremos que el EPFA se
constituyó en la primera fuerza en todo el país (en abril de
1999 había sido la segunda), que en Montevideo alcanzó el 60% de
los sufragios, y que también ganó clara y rotundamente en
Canelones, un departamento clave en cualquier elección.
Todo lo cual, además, ocurrió en relación al único partido
político entre las grandes colectividades en el que no existía
ningún tipo de competencia que estimulara a los ciudadanos a
acudir a las urnas: la candidatura presidencial estaba fuera de
discusión, y no existía lucha interna para "marcar" votos que
pudiera arrojar consecuencias respecto de la comparecencia
sectorial en octubre.
Eludiendo la mezcla de datos y evitando comparar lo
incomparable, la conclusión que queda en pie es bien clara: la
izquierda creció considerablemente, lo hizo de forma muy
importante en el interior del país, y se encamina a una victoria
más que probable en la primera vuelta de las elecciones
nacionales, el próximo 31 de octubre. En cualquier caso y fuera
de toda duda, sea a nivel de encuestas o de votos obtenidos en
las internas, es la primera fuerza política del Uruguay.
Ahora bien, ningún triunfo está asegurado, y la campaña será
decisiva para que la izquierda pueda consolidar el crecimiento
registrado y alcanzar la victoria en la primera vuelta. Las
diferencias en el posicionamiento y en las perspectivas de los
contendientes son, también en este caso, muy importantes y se
acumulan en general a favor del progreso electoral de la
izquierda. El Partido Colorado se desangra en batallas
domésticas y parece incapaz de sobrellevar a la vez la debilidad
de una fórmula presidencial poco atractiva, polémica en su
origen y en su conformación definitiva, y el desaliento
inevitable que es consecuencia de un desempeño que orilla el
desastre. El Partido Nacional, estimulado por una performance
excelente en las internas está en condiciones muy superiores
para la campaña de octubre. Es previsible que Luis Alberto
Lacalle despliegue su reconocida capacidad para buscar mejorar
su posición relativa al interior del partido y logre captar
votos de las alicaídas huestes coloradas. Pero esta perspectiva
conspira contra el posicionamiento general del partido en cuanto
no hará sino reforzar el perfil "continuista" que hiere
gravemente al candidato presidencial.
Es inocultable que todas las posibilidades reales de Jorge
Larrañaga en la disputa presidencial dependen inevitablemente de
la derecha y afectan el ropaje progresista de que se ha
investido, que explica su victoria en la interna blanca.
Larrañaga tendrá que pactar con Lacalle el programa único del
Partido Nacional y depende de todos y cada uno de sus votos para
cualquier aspiración que abrigue en relación a las elecciones de
octubre. A mayor abundamiento: si hay segunda vuelta, Larrañaga
tendrá que pactar nuevamente, ahora con Batlle y Sanguinetti.
Visto desde este ángulo, el programa real de Larrañaga no podrá
ser, en ninguna hipótesis, otra cosa que una sucesión de pactos
con el continuismo. Su credibilidad como candidato
"progresista", aparece lastimada desde el vamos. Este será un
elemento determinante para la campaña que se inicia.
Nuevamente dos proyectos de país se enfrentan. El proyecto
progresista parece contar con un respaldo abrumador, que excede
las dos terceras partes del electorado, al punto que el único
candidato que está en condiciones de correr la carrera
presidencial con alguna expectativa de disputar la victoria a la
izquierda, se vió obligado a elaborar un perfil "renovador" y
"progresista". Padece la inevitable hipoteca continuista y
creemos que no podrá superarla. Los datos de la realidad –sean
los porcentajes de las encuestas, los resultados de las
elecciones internas o los que provienen de la realidad política-
refuerzan el pronóstico de un triunfo del EPFA.
La izquierda no puede dormirse en los laureles. El triunfo se
construye, se consolida y se hace irreversible en la calle, en
la militancia, en el "mano a mano" y en el "puerta a puerta". Es
imprescindible revitalizar la mística militante y desplegarse
profundamente en todo el país. La presencia de las figuras
nacionales partidarias y sectoriales es muy importante, pero la
actividad de las compañeras y compañeros de base es, sin duda,
la que asegurará que la balanza se incline definitivamente en la
dirección correcta y, sobre todo, que permanezca allí. Sin
contar que, además, la tarea de base no termina el día de la
victoria electoral. Llevar adelante el programa significará
vencer innumerables resistencias, luchar contra enormes
restricciones y condicionalidades, afrontar con serenidad y
firmeza los actos de sabotaje, dar la lucha política e
ideológica a nivel parlamentario, pero sobre todo, en la calle.
Organización y movilización serán factores ineludibles y de su
eficacia dependerá la profundidad real en que sea, en última
instancia, ejecutado el programa. El gobierno de la izquierda
necesitará el respaldo de un pueblo movilizado y alerta. La
tarea de consolidar la victoria electoral que nos prometen las
encuestas, y la de hacer posible luego la aplicación efectiva
del programa dependen, en altísima medida, del mismo factor. Y
es un factor que está en nuestras manos potenciar en la máxima
medida posible.
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