Imagina que hay una guerra y no vamos nadie
22/07/2004
- Opinión
Fue hace más de diez años. Estampadas en una camisa. Me sentí
identificado. Era la época, donde los jóvenes españoles veíamos
acercarse el servicio militar obligatorio. "La mili". Estábamos
ya en la OTAN. Finiquitada la guerra fría. A las órdenes del amo
del mundo de turno. De algún psicópata, que se autoproclama Dios
en la tierra. Capaz de "democratizar" espacios y humanos. A
punta de fusil y bombas. Detrás, intereses para sus finanzas y
la de sus colegas de barbacoa. Ya lo vimos en Irak. Guerra por
petróleo. Soldados carne de cañón. Protagonistas principales.
Directores en bunkers, palacios presidenciales y despachos
corporativos.
No quise entrar en esta película. Aprender a matar y por lo
visto, a humillar, torturar y someter. Sin preguntar. Sin
derecho a cuestionarse nada. Sin sentimientos. Pura piedra. Solo
cumplir órdenes. Ser un peón, en el tablero del servicio de
inteligencia. Un soldadito de plomo, en la batalla de salón, del
general retirado, rechoncho y adinerado. Un número en las
estadísticas del ministerio de defensa. Una cruz en el
cementerio de mi pueblo. Medalla del congreso, disparos al aire,
llantos por televisión. Eso si, honores en todo lo alto.
Por principios, decidí declararme objetor de conciencia. Realicé
mi prestación social sustitutoria, por temor a la insumisión. A
la cárcel recetada por el gobierno socialista. Durante trece
meses, me obligaron a ser solidario. Con ancianos y niños.
Evidentemente, pringado como un soldado. Pero sin ser lo mismo,
estar con niños jugando, que disparando a una diana. Conversando
con viejecitas, que aprendiendo técnicas de combate.
Bueno, la cuestión es que compré la camisa, porque me gustó el
mensaje. Estaba a la altura de frases como "Si el trabajo fuera
bueno, los ricos se lo quedarían todo para ellos" o "Los
partidos políticos son los condones a la libertad". Juegos de
palabras irónicos, breves, pero con un fuerte contenido político
y contestatario. Nacidos en la calle. Plasmados en los muros.
Para que los lea el alcalde. Ya lo decían unos amigos: las
paredes hablan.
Después de permanecer durante varios años en mi subconsciente,
la frasecita volvió a tomar vigencia para mí. Por la decisión
del sargento Camilo Mejía Castillo. Enrolado en el ejército
norteamericano, pasó varios meses por el agitado territorio
iraquí. Después de un permiso, debió volver el 15 de octubre de
2003. Nunca lo hizo. Se declaró objetor de conciencia. "Yo no
puedo seguir participando porque va en contra de mis
principios", afirmó en su momento. El ejército lo clasificó como
"Ausente de Servicio". Lejos de borrarse del mapa como hicieron
otros, dio el salto a los medios de comunicación. Para contarnos
de buena mano, lo que por allí sucedía. Sin filtros. Sin pedir
permiso a Gustavo Cisneros o a Paul Bremer. Primero en la
clandestinidad. Luego con nombre y apellidos. Meses antes del
escándalo mundial de Abu Ghraib, Camilo ya había denunciado
torturas, por parte del ejército norteamericano. El mismo había
sido obligado a realizarlas. Bajo supervisión de tres agentes de
inteligencia.
En marzo de 2004, Camilo se entregó. En mayo fue juzgado por una
Corte Marcial, en la base militar de Fort Stewart (Georgia).
Primer soldado enjuiciado. Por no querer contribuir en la
devastación de Irak. El juez desestimó la comparecencia de
prestigiosos especialistas, que hubieran avalado la insumisión
de Camilo, en una guerra ilegal.
Fue condenado a un año de cárcel. Por negarse a participar. La
misma pena que Jeremy Sivits. Por prestarse a torturar. A posar
en fotografías. Junto a iraquíes desnudos. Apelotonados.
Amarrados. Mostrando la sonrisa más miserable y dantesca del
humano. Camilo y Jeremy. Jeremy y Camilo. Tanto monta, monta
tanto. Esa es la justicia de Tio Sam. La moral.
Han pasado ya varias semanas y Camilo cumple pena. Mientras, en
Irak sigue la farsa. Iyad Allawi, es el nuevo tamagochi.
Autonomía virtual. El imperio sigue con su retórica. Creíble
solo para mentes infantiles. Para el club de fans de Winnie
Pooh. La ONU apoya el estado de las cosas. Hurgando en la
indecencia. Como queriendo mal manosear, en un asunto, del cual
fue claramente excluida y vejada. Avalando una soberanía
apuntalada con tanques, armas, bombas y 135.000 soldados
norteamericanos. La resistencia se defiende heroicamente de la
invasión. Barcos de papel contra portaviones. Tirachinas contra
helicópteros "Apache". Hombres bomba contra bombas dirigidas por
láser. Todo igual.
Han pasado ya varias semanas y Camilo cumple pena, sin pena ni
gloria. Desconocido para muchos y muchas. Su humilde gesta,
corre el riesgo de traspapelarse. Olvidarse. Sin sentar
jurisprudencia moral.
¿Dónde están las ONG's ahora? ¿La sociedad civil? ¿Y la
izquierda que tanto se opuso a la guerra de Irak? Aparentemente,
Camilo no ha pasado el control de calidad solidario. No es
producto vendible para socios y militantes. Otras organizaciones
prefieren no salirse del redil. Por miedo a ser "incorrectas".
Perder el financiamiento. El status. A otras, realmente solo les
preocupa el salario que reciben. Presidentes, juntas directivas
y técnicos. Vivir bien. Fingir que hacen algo. Que luchan por
alguna causa. El papel, las fotografías e internet lo aguantan
todo. Qué bonito.
Los más escépticos se salen por la tangente. Sin analizar bien
el caso (pienso). Recurriendo al pasado revolucionario de su
padre. Carlos Mejía Godoy. Nicaragüense. Creador del himno de la
Unidad Sandinista. "Luchamos contra el yanqui, enemigo de la
humanidad", dice el himno. Por lo tanto, ¿Qué hacía el hijo de
Carlos en el ejército norteamericano? No les falta razón
(pienso). Pero lo importante aquí no es el pasado. Sino el
presente y el futuro. La insumisión de Camilo. Que no es lo
mismo que deserción. Válida pero diferente.
Camilo argumentó su decisión. Narró lo que vivió. Compareció
ante la prensa. En las puertas de una base militar. En el
mismísimo territorio norteamericano. Burlando la manipulación.
Ofreciendo otra versión. Sin condimentos. A la sociedad
estadounidense, principalmente. Para todos los públicos. En
vivo. Sin esconderse. También en las grandes corporaciones
mediáticas. Afrontando un juicio. La cárcel. Esposado como si
fuera un criminal. Como si fuera Jeremy. Mostrando otra vía de
resistencia. De oposición a la guerra. Reviviendo lo que otros
militares hicieron. En Vietnam. Porque tampoco estaban de
acuerdo.
Hastiados ante tanta injusticia y sangre, puede que otros
soldados, en Irak, de reojo observen lo que hizo Camilo. La
suerte que corrió. Para repetir sus pasos. Pero será difícil que
alguien le siga. Ante tanto valeverguismo. Pasotismo.
Indiferencia. Seguirá la sangre en Bagdad, Mosul y Kerbala.
Seguirán las manifestaciones en Madrid, México DF y Nueva York.
Seguirá el bla-bla-bla de los políticos que están a favor y en
contra. Seguirá el enriquecimiento de las corporaciones. El de
algunas ONG's también. Todo igual. Difícil imaginar, una guerra
a la que no vaya nadie.
https://www.alainet.org/es/articulo/110298
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