El hogar de la gente común
19/09/2004
- Opinión
Según las tesis políticas aún hegemónicas, a los movimientos
sociales les está reservado el papel de auxiliares –"correas de
transmisión" en la gélida versión estalinista- respecto de los
partidos y los Estados, que son los verdaderos sujetos de los
cambios. En efecto, a los movimientos se les asigna el papel de
organizar a la población para movilizarse por sus demandas e
intereses inmediatos; pero los objetivos de largo plazo escapan
a sus posibilidades que, por el contrario, anidan de forma
natural en las estructuras especializadas de los partidos, los
únicos capaces, a su vez, de gestionar las complejas maquinarias
burocráticas estatales. Esta división del trabajo conlleva, de
forma natural, una jerarquización de funciones: quienes son
aptos para movilizar, no los son sin embargo para dirigir y
gestionar, tareas éstas situadas en el peldaño superior de la
escalera política. Cabe preguntarse si los cambios registrados
en las tres últimas décadas, a caballo de la mundialización y
del papel que desempeñan ahora quienes viven en "el sótano", no
deberían cuestionar de forma radical esta cultura política.
La vasta investigación coordinada por Giovanni Arrighi y Beverly
Silver, Caos y orden en el sistema-mundo moderno (Akal, 2001),
busca indagar los posibles derroteros que seguirá el mundo tras
la declinante hegemonía estadounidense y qué perspectivas se
abren en un período tan convulsionado como el actual. Para
encontrar pistas en la "niebla global", analizan las anteriores
transiciones de hegemonías en el capitalismo: de la holandesa a
la británica, en el siglo XVIII, y de ésta a la estadounidense,
entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Se trata de un
ambicioso, documentado y exhaustivo análisis que se detiene en
cuatro variables: el equilibro de poder entre Estados y si es
probable que surja un nuevo Estado hegemónico; el equilibro de
poder entre Estados y organizaciones empresariales y la pérdida
de poder de aquellos; el poder de los grupos subordinados y el
papel de los movimientos sociales antisistémicos; y el equilibro
entre las civilizaciones occidentales y no occidentales, y si
estamos llegando al final de cinco siglos de dominio occidental.
En cuanto al papel de los movimientos sociales, la conclusión a
que llegan es asombrosa: "Mientras que en las anteriores crisis
hegemónicas la intensificación de la rivalidad entre las grandes
potencias precedió y configuró de arriba abajo la
intensificación del conflicto social, en la crisis de la
hegemonía estadounidense esta última configuró enteramente
aquella" (p. 219). En cuanto al equilibro entre empresas y
Estados y la competencia interempresarial, señalan que la oleada
de militancia obrera de los sesenta precedió y configuró la
crisis del fordismo, a partir de la cual el capital tiene
enormes dificultades para mantener su dominación.
En consecuencia, estamos ante un radical viraje histórico. Por
primera vez en la historia del capitalismo, el movimiento social
–la gente común organizada y movilizada- es una variable de la
misma jerarquía, y con la misma capacidad para producir cambios
de larga duración, que los Estados y las empresas
multinacionales. En paralelo, esto significa que el mundo que
emerja de la actual decadencia del imperio estadounidense,
estará modelado en buena medida por la gente común en
movimiento. En suma, que los movimientos como variable autónoma
son capaces de promover la crisis del capitalismo y de
contribuir a configurar el mundo que surgirá de dicha crisis.
Lo anterior supone, en segundo lugar, que algunas antiguas
divisiones han dejado de ser operativas, si es que alguna vez lo
fueron: entre ellas, la clásica división entre lo político y lo
social como esferas separadas, y jerarquizadas a favor de la
primera. Ya no es posible seguir pensando que los movimientos
deben ser "completados" y dirigidos por una instancia exterior.
De la misma forma, el análisis precedente revela que el Estado
nacional dejó de ser el lugar desde el que procesar el cambio
social; si es que alguna vez lo fue.
Por último, aparece una cuestión ética. Como sostiene Fernand
Braudel, el capitalismo triunfó y se impuso a lo largo de cinco
siglos por una doble capacidad: de identificarse con el Estado,
de "ser Estado"; pero también de identificarse con un prototipo
de organización empresarial no territorial, lo que hoy conocemos
como las empresas transnacionales. Estados y empresas (los
espacios de los estratos superiores, "donde merodean los grandes
depredadores") son para Braudel "el hogar real del capitalismo".
Siguiendo ese razonamiento, ¿cuál sería "el hogar de los
políticos profesionales"? No hay que ser ningún adivino para
apuntar hacia los partidos, devenidos en escuelas de aprendizaje
para renovar los cuadros estatales. Desde otro lugar: ¿quiénes
habitan los movimientos sociales? Quien tenga un mínimo de
militancia social, coincidirá en que pueden considerarse como
"el hogar de la gente común". A cada uno corresponde, pues,
elegir el lugar-hogar desde el que prefiere actuar. En vista del
papel que están jugando los movimientos en la actual crisis
hegemónica, ya no es posible defender la opción estatista por
una supuesta eficacia a la hora de cambiar el mundo. En ese
sentido, hoy los movimientos sociales no tienen nada que
envidiarle a ninguno de los otros espacios. Aún así, no pocos
consideran una pérdida de tiempo el compartir la vida con "la
gente común".
https://www.alainet.org/es/articulo/110559
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