La repudiada

02/11/2004
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La corrupción es uno de los grandes y graves problemas de nuestros tiempos. Se la encuentra en todas las esferas y a todos los niveles. Para donde dirijamos la mirada, el norte, el sur, el Estado, las transnacionales, el municipio, los institutos políticos, y ¡hasta en el ámbito burocrático de Naciones Unidas!, hay madrigueras de estos especímenes. Aunque parezca increíble, aparentes hombres probos han sucumbido ante las mieles del dinero fácil que lo compra casi todo, probablemente influenciados por el criterio de Oscar Wilde que aseguraba que podía resistirlo todo, menos la tentación. Entonces a nosotros, los simples mortales, no nos queda otro camino que pensar y discutir públicamente a qué se debe esa manifestación con peligro de generalizarse que expresa una faceta de la debilidad humana pero sobre todo, buscar las alternativas para combatirla y erradicarla. Los guatemaltecos estábamos avergonzados de tanto fraude, codicia, ambición y descomposición en el Estado. A lo largo de nuestra historia, los gobernantes y sus allegados y los políticos se han enriquecido y acumulado capital a costa del erario público que ha dado a luz a nuevos ricos y a una clase social que disfruta, junto al tradicional grupo dominante, a los otrora poderosos militares, los narcotraficantes y los mafiosos, de todos los privilegios y ventajas que ofrecen las fortunas amasadas ilegal e ilegítimamente. Pero resulta que tal fenómeno no se presenta sólo en el país de la eterna primavera, ni es exclusivo de la esfera pública, ni constituye patrimonio de políticos, militares, criminales y burócratas. Gobiernos, como el de Taiwán, están señalados de comprar conciencias, voluntades, posiciones y por supuesto, actitudes y votos, para lo cual no han escatimado esfuerzos, llámense éstos atractivos viajes al lejano Oriente, presentes, regalías, comisiones, donaciones o simplemente dádivas. Además de lo público, en la esfera privada apareció otro actor, las transnacionales, que ya habían debutado con escenas al interior de las empresas, en donde ejecutivos aprovecharon puestos y prestigio para cosechar "algo" en beneficio propio, pero las últimas revelaciones en Costa Rica muestran que tales empleados no son tan mezquinos como para querer beneficiarse ellos únicamente, comparten esa posibilidad con otros corruptos ávidos de riqueza o de fondos para sus instituciones, campañas e intenciones políticas. Los altos burócratas internacionales resultaron también involucrados en esta obra deleznable que deteriora no sólo la calidad de vida de las personas al arrebatarles fondos que pueden ser invertidos en servicios, sino que lesiona los ya deteriorados cánones de ética, moral y principios que están quedando como recuerdo de lejanas generaciones, cuyo orgullo principal, era el honor y la honestidad. Es difícil exigir credibilidad en los sistemas, en los funcionarios, en las instituciones y en los aparatos de cualquier tipo teniendo frente a nuestra vista a esta especie despreciable que lo único que le interesa es el beneficio propio. Lo grave del caso es que cada día surgen nuevos escándalos que abonan a que el fenómeno se vea como algo natural y por lo tanto, digno de imitarse, si lo han hecho figuras públicas de alta investidura, ¿porqué no la van a practicar los ciudadanos comunes y corrientes que consideran la corrupción como una de las pocas fuentes y posibilidades de alcanzar riqueza? Es por eso que tenemos ante sí la enorme tarea de reivindicar la deontología, que se apoya en el deber antes que en el derecho, la ética que debe aplicarse en la vida cotidiana y la moral como conjunto de normas autónomas e interiores que regulan la actuación del ser humano en relación al bien y al mal. Una de las formas de lograrlo es condenando y despreciando estos actos injustificables, rechazando los argumentos y las justificaciones que se ofrezcan como pretextos, denunciando y repudiando a quienes han caído en las tentaciones y sobre todo, exigiendo juicio y castigo a los culpables. Si no lo hacemos así, corremos el peligro de aceptarlo como el común modo de obrar de la colectividad. El reto es de los honrados. Los otros nunca lo aceptarán.
https://www.alainet.org/es/articulo/110827
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