Crecimiento, comercio exterior y libre comercio
29/11/2004
- Opinión
Existe en nuestros días una fuerte corriente de pensamiento,
quizás hegemónica, que vincula íntimamente crecimiento,
comercio exterior y libre cambio. Sin embargo no hay ninguna
base histórica para realizar estas correlaciones. Ellas son
consecuencia de un razonamiento puramente abstracto que tiene
sus raíces en las teorías de Ricardo de principios del siglo
XVIII. De hecho, Ricardo demostró que sería ideal una
situación en la cual cada economía local o nacional se
especializase en aquello(s) producto(s) en los cuales
disponga de mayor ventaja comparativa, desde el punto de
vista de la productividad de los factores locales. Esta
teoría fue perfeccionada posteriormente por Ohlin que incluyó
entre los factores locales la relación ente capital y trabajo
expresa en las funciones de producción. Quedó más o menos
aceptado que los países que disponen de más mano de obra que
de capital tienen que especializarse en productos agrícolas y
materias primas, mientras que aquellos con más capital que
trabajo (como resultado del desarrollo tecnológico) deben
dedicarse a productos de mayor intensidad tecnológica. Esta
división del trabajo mundial era y es aún presentada como
extremamente favorable a todas las partes en interacción. Es
evidente que para estos razonamientos generales, el libre
comercio será el mundo ideal para el pleno desarrollo de
estas condiciones ideales de comercio mundial.
Sin embargo, ocurre que el mundo real es muy diferente a
estos razonamientos abstractos que ignoran los
acontecimientos y las relaciones claves de la economía
mundial. El mundo concreto no se parece a un modelo de
economías nacionales especializadas alcanzando un crecimiento
económico similar. Por el contrario, desde la expansión
económica europea a partir de los siglos XV y XVI se han
especializado las economías locales en función de la demanda
europea: metales preciosos, especies y productos tropicales,
agricultura tropical o semi-tropical y esclavos. Estas
economías exportadoras estuvieron en general en manos de
grandes propietarios europeos creados por las coronas
española y portuguesa a las cuales el Papa entregó todas las
tierras del mundo. Este comercio, que sirvió de fundamento a
la economía moderna, no ha sido nunca libre. Fue organizado
por los Estados nacientes en Europa, a través de compañías
monopolistas fundadas por sus protegidos.
Muchos creen que en el siglo XVIII y XIX, bajo la expansión
británica, principalmente, se creó un mercado libre en el
mundo. No podemos concordar con la idea de que un comercio
mundial realizado por empresas inglesas protegidas por la
marina británica pueda ser considerado libre. Estas eran
empresas monopolistas apoyadas por la Reina de Inglaterra
administrando bastos territorios del mundo. La mayor parte de
la población de la Tierra se encontraba subyugada a la
dominación directa o indirecta de Gran Bretaña y no gozaba de
ninguna libertad para realizar su comercio. No fue sin razón
que en las potencias emergentes como Estados Unidos,
Alemania, Francia o Japón adoptaron políticas
proteccionistas radicales.
El caso más impresionante de proteccionismo ha sido
exactamente el de Estados Unidos de Norteamérica. En este
país, los exportadores de algodón del sur se rebelaron contra
los aranceles impuestos por el norte para proteger sus
industrias nacionales. La rebeldía del sur fue derrumbada con
una guerra civil que dejó dos millones de muertos. Para ganar
la lucha contra el Sur el Norte no dudó en terminar con la
esclavitud para acabar definitivamente con la economía
esclavista exportadora y sus ejércitos de esclavos que se
desintegraban con el fin de la esclavitud. Al contrario de
lo que se cree comúnmente, Estados Unidos ha sido siempre un
país proteccionista y ha fundado su poder contemporáneo en la
imposición de los aranceles del norte sobre el sur por la
fuerza. ¿Qué sería de Estados Unidos si hubiera ganado la
guerra civil el sur librecambista, esclavista y políticamente
autoritario?
Podemos adivinarlo si lo comparamos con América Latina donde
se eliminaron todas las rebeliones de artesanos y
manufactureros y se impusieron la mantención de la
servidumbre y de la esclavitud junto a la especialización
exportadora basada en la doctrina del libre cambio. En esta
región ganó el sur librecambista, esclavista y políticamente
autoritario.
Pero si el libre cambio no ha sido la fuente del crecimiento
de las grandes potencias capitalistas (excepto Inglaterra
que inició la revolución industrial y tuvo en el libre cambio
un instrumento para imponerse sobre el resto del mundo al que
sometía como colonias sin ningún derecho al libre comercio),
el comercio que se impone en el mundo a fines del siglo XIX y
comienzo del siglo XX no puede de ninguna manera ser
considerado un libre comercio. En realidad estábamos en un
mundo de grandes potencias imperialistas que dividía el
planeta entre sí, sin permitir a sus colonias ninguna
libertad de comercio. Al mismo tiempo sus empresas
monopolistas controlaban el comercio mundial en las zonas no
coloniales. Como sabemos fue la lucha de estas naciones por
el dominio del mundo que llevaron a dos guerras mundiales y a
la crisis de 1920, cuando la perspectiva librecambista y
liberal sufrió ataques definitivos que se impusieron
mundialmente después de la Segunda Guerra Mundial
El mundo contemporáneo de la post-guerra tampoco se
caracterizó por un libre comercio. Al contrario, no fue
posible crear una organización mundial del comercio como lo
proponía Keynes. Los dominadores del comercio mundial, los
norteamericanos que tenían después de la guerra cerca de 50%
del comercio mundial, han preferido crear el GATT, para
imponer muy raramente (con pleno acuerdo de las partes)
condiciones de rebaja de aranceles.
Se puede decir sin embargo que estas condiciones de libre
comercio están finalmente siendo creadas en nuestros días con
la puesta en marcha de la Organización Mundial del Comercio.
Los hechos indican que los que más exigen libre comercio en
esta organización son exactamente los países del Tercer
Mundo, únicos en adoptar amplias rebajas unilaterales de
aranceles, derrumbando el proteccionismo que habían
tardíamente impuesto a sus economías en los años de 1940 y
1950 para garantizar un primer "boom" industrial logrado
entre 1930 y 1950.
Sabemos hoy en día que más de 50% del comercio mundial se
realiza al interior de las firmas multinacionales que no son
de ninguna manera base para un libre comercio. Sabemos
también que se crearon impresionantes mecanismos de subsidio
estatal en todos los países desarrollados. Y si alguien tiene
alguna duda sobre esto vea cómo se recupera la economía
estadounidense a partir de los estratosféricos gastos
militares del gobierno Bush. Sin hablar en los subsidios al
sector agrícola de bajo poder de competitividad que
difícilmente serán rebajados sustancialmente en EE.UU.,
Europa o Japón.
Por este conjunto de razones no podemos ver como una
estrategia fundamental la propuesta mexicana de firmar
contratos de libre comercio con varios países del mundo. La
prueba de esto es que México no logra desarrollar su comercio
con el resto del mundo quedando limitado al comercio con
Estados Unidos. Y para que quede claro que esta situación no
es resultado del NAFTA está el hecho de que no se expandieron
significativamente las relaciones comerciales con Canadá,
también firmante del tratado.
No hay duda que una situación de libre comercio podría servir
positivamente a una economía que sepa aprovecharse del mismo
para aumentar su competitividad. Pero la clave del comercio
se encuentra en la productividad y no en la mayor o menor
libertad arancelaria. Véase el caso de China, que ha
expandido más que cualquier país su comercio en los últimos
20 años. Los chinos no han firmado tratados de libre comercio
ni se puede decir que tienen una estructura comercial
realmente "libre" en el sentido capitalista. China continúa
siendo un país bastante cerrado al comercio internacional.
Tanto es así que sigue siendo una compradora limitada. Su
éxito comercial se apoya en una moneda de valorización
relativamente baja; en una mano de obra barata y altamente
calificada educacional y culturalmente; en una legislación
especial de los distritos industriales, estos sí muy libres;
en los subsidios a los sectores de alta tecnología que
invierten en el país, buscando garantizar su transferencia
para dentro del mismo; en el control de los excedentes de
moneda firme generado por los superávits comerciales
gigantescos que produce con el resto del mundo, sobretodo
Estado Unidos.
Como vimos, por lo tanto, no hay una correlación necesaria
entre amplio comercio externo y libre comercio, ni una
relación entre ambos y el crecimiento económico. Al
contrario, excepto Inglaterra, por las razones ya señaladas,
las grandes potencias que emergieron a fines del siglo XIX
han adoptado el proteccionismo como política para asegurar
sus empresas emergentes contra, sobre todo, los ingleses.
Asimismo, en todos estos países el comercio exterior
representa una parte pequeña de sus economías. Estados Unidos
ha sido el caso típico de proteccionismo y de pequeña
participación del comercio exterior en su Producto Bruto
Interno. Solamente en los últimos 30 años esta nación
dominante ha reducido drásticamente sus exportaciones hacia
el resto del mundo y aumentado dramáticamente sus
importaciones. Actualmente se puede decir que el crecimiento
económico estadounidense está apoyado en gran parte en sus
apoyos externos. Su déficit comercial es gigantesco y la
deuda norteamericana ha alcanzado niveles incontrolables.
Asimismo, las inversiones internacionales se han convertido
en la única fuente de ahorro dentro de Estados Unidos que
vive hoy de la atracción de inversiones desde el resto del
mundo hacia su economía cada vez más inestable.
Todos sabemos que los enormes aparatos burocráticos son una
fuente de corrupción y de autoritarismo político. Las aduanas
han representado un poder muy significativo. Los poderes de
la inmigración también son impresionantes. Pero no debemos
dejar de acompañar con cuidado el poder creciente de los
aparatos financieros internacionales, particularmente el FMI
para los países en desarrollo. Esta entidad y varias otras
responsables por las políticas de inversión internacional se
han convertido en poderes burocráticos y tecnocráticos
colosales. La humanidad necesita desarrollar mecanismos para
permitir una evolución más favorable de las relaciones
internacionales que fortalezcan a los responsables directos
de la producción y la prestación de servicios. Para ello,
estas instituciones tienen que pasar también por una
evolución democrática. Es necesario que el público en general
pueda influenciar más claramente las políticas de estas
corporaciones, instituciones e aparatos burocráticos. Pero no
siempre se encuentra un ambiente favorable a estas demandas
de mayor libertad y democracia de las organizaciones básicas
de producción. Los empresarios, por ejemplo, no aceptan con
facilidad las exigencias de transparencia en la contabilidad
de las empresas y mecanismos más democráticos para la
representación de las minorías en los sistemas accionarios.
Muchos rechazan las doctrinas que insisten en el contenido
social de las empresas y en sus responsabilidades políticas
frente al conjunto de la población, sin hablar en el
contenido ético de sus propias actividades productivas o de
sus servicios.
Pero podemos afirmar que no habrá grandes avances
democráticos en el conjunto de la sociedad si no se asegura
la democracia en el centro mismo de la vida económica que son
las unidades económicas claves como las empresas anónimas,
cooperativas, empresas personales o familiares, economía
campesina, etc. La democracia no resulta de una ampliación de
las libertades públicas que son extremamente necesarias para
el desarrollo de las civilizaciones. La democracia se funda
en la ampliación de los poderes de los ciudadanos para
influir en las decisiones fundamentales de la nación. Entre
ellas se encuentra, en primer lugar, la orientación de las
inversiones y de las decisiones sobre nuevas inversiones y
sobre el uso de los bienes materiales y espirituales
acumulados por la humanidad en milenios de desarrollo de la
civilización. Los acuerdos de integración regional son el
mejor camino para desarrollar la cooperación entre economías
ni siempre simétricas. Pero no confundamos la integración
económica, social, cultural y política, como la que realiza
hoy día Europa, con los tratados de libre comercio
anárquicos e inestables como el que realiza el TLCAN o
pretende hacerlo el ALCA. Además, tales tratados están
marcados por concesiones unilaterales, faltando siempre las
facilidades de los dueños de los grandes mercados. Quedan
también fuera de estos acuerdos el libre movimiento de mano
de obra que podría disminuir ciertos nudos de graves
problemas sociales de los países en desarrollo.
* Theotonio Dos Santos. Profesor de la Universidad Federal
Fluminense. Presidente de la Cátedra y Red UNESCO y
Universidad de las Naciones Unidas sobre Economía Global y
Desarrollo Sostenible /www.reggen.org.br/.
https://www.alainet.org/es/articulo/110963
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