Carta a Jesús el día de Navidad
03/01/2005
- Opinión
Querido hermano Jesús: Te escribo con sencillez, y comienzo
llamándote "hermano". No eres un Dios lejano ni un ángel en las
nubes. Creciste, lloraste y reíste, y por eso eres cercano. Te
pareces a los que estamos en estas bancas en todo menos en una
cosa, que sí es nuestro gran problema: el egoísmo en contra de
los demás y la arrogancia sobre los demás.
Eres, pues, como nosotros, pero bien se nota de dónde venías.
De tu padre José aprendiste a ser trabajador y honrado, soñador
y amante de la justicia. De tu madre María aprendiste el
cuidado y la ternura, y a alegrarte en el Dios de los pobres.
De tu gran amigo Juan aprendiste austeridad y reciedumbre, y
también a ser profeta y decir las verdades que pocos quieren
decir.
Aprendiste a ser un hombre de tu pueblo, buen judío y religioso,
a leer la Escritura y a rezar. Daba gusto verte ante tu Dios.
Muchas veces en silencio, retirado. Otras veces con la gente.
"Llamemos a Dios "Padre", decías, "porque es bueno con los
pequeños", y por eso tú también sentiste predilección por los
pobres y débiles, por las mujeres y niños, por los pecadores
despreciados y por los extranjeros marginados. Así era Dios
para ti, no como el dios de los sacerdotes del templo que
exigían sacrificios, bueyes y ovejas, ni como los dioses de los
romanos, que daban miedo y asustaban con rayos y truenos -
dioses, por cierto, que siguen existiendo hoy, con armas y
ejércitos, opresión y represión. En ese Dios confiabas y en ese
Dios descansabas.
También impresionaba tu fidelidad cuando las cosas se ponían
difíciles, las persecuciones, el huerto, la cruz. A Dios le
dejabas ser Dios. Nunca lo manipulaste para tenerlo a tu favor.
Le fuiste fiel sin desviarte del camino, siempre servicial,
entregado a los débiles, a la causa de Dios, en un mundo que
persigue, difama y da muerte a los que se dedican a esa causa.
Al final, la cruz y la resurrección.
A nosotros nos anunciaste una buena noticia: que el reino se
acerca y que Dios ama y defiende, sobre todo a los pobres y
pequeños. Nos pediste que fuéramos como "niños", pero no
"infantiles". Nos pediste rezar y cantar, pero sobre todo hacer
la voluntad del Padre Celestial. Nos dijiste muchas palabras,
pero una fue realmente bienaventurada y exigente: "sígueme".
Los que te conocieron bien, para decir en una palabra quién
eres, dijeron que "pasaste haciendo el bien", que fuiste un
hombre cabal, misericordioso con los débiles, y comprensivo,
pues tú también pasaste por la debilidad. Y que "no te
avergüenzas de llamarnos hermanos".
* * *
Hermano Jesús, así fuiste, pero no sé si nos interesa que así
fueses. Antes sí. Así te predicaba Monseñor Romero entre
nosotros, y te hacía presente con su ejemplo y el de muchos
otros hombres y mujeres. Pero ahora no estoy tan seguro.
Algunos grupos y sectas -y lo difunden algunas emisoras de
radio y televisión- te presentan como milagrero y melifluo, de
muchas novenas y estampas, con mucho canto y poco compromiso, a
nuestra medida y a nuestro servicio. En definitiva, muy del
cielo, pero poco de la tierra. Hermano Jesús, tú que nos
conoces bien, ¿no es verdad que nos da un poco de miedo que te
acerques como realmente eres?
Y sin embargo eso es lo que celebramos esta nochebuena aquí en
la Iglesia, y creo que lo hacemos con bastante sinceridad,
aunque somos conscientes de nuestras limitaciones y pequeñez.
Celebramos que así eres y que así, y no de otra manera, te has
acercado a nosotros.
Aunque no sea lo más importante, notarás que hoy en la Iglesia
hay ambiente de celebración, más luz, más color y más música. Y
sobre todo más amor. Mucha gente ha trabajado estos días. Unos
en ensayar cantos, otros en poner el nacimiento y arreglar el
altar. Otros, mujeres sobre todo, sencillas y silenciosas, que
no buscan reconocimiento ni recompensa, en asear la Iglesia,
como lo hacen todos los lunes y sábados del año. Es su
particular liturgia, y pienso que es la que más te agrada.
Como siempre han puesto un nacimiento, que, por cierto, refleja
bien cómo fuiste de mayor. Y también refleja bien nuestro mundo.
Estás rodeado de pastores, gente pobre y sencilla, despreciados
y tenidos por gente de mal vivir. Y ya sabes que esos
"pastores" son hoy la mayoría de la humanidad. La pobreza -la
compañía de los pobres, no la de los bien trajeados- es lo que
te caracterizó, y es el menaje más claro de la cueva y el
pesebre. También están tres sabios, en camellos, gente que
busca la verdad y está dispuesta a caminar de lejos para
encontrarla. Son los que no se dejan engañar por este mundo,
que se dice democrático, pero que, con algunas cosas buenas,
sustancialmente es egoísta, elitista, insensible y prepotente.
Esos "sabios" no abundan, pero siempre hay algunos.
En el centro del nacimiento está José, como uno de tantos
trabajadores a lo largo de la historia, y está María, la buena
vecina -y me alegra que sigue habiendo hasta el día de hoy
gente como ellos con esa dedicación a la vida. No son noticia,
no ganan óscares, no modelan ni meten goles, ni salen en la
televisión. Parafraseando a un famoso filósofo, son los
"guardianes de la vida". Mantienen al mundo en pie.
Y si se mira lejos, también se puede ver a Herodes, que sigue
matando niños sin piedad. UNICEF, la organización de Naciones
Unidas para la Niñez, acaba de decir que la mitad de los dos
mil millones de niños que hay en el mundo viven en pobreza y
miseria. Este año ya han muerto de hambre cinco millones de
niños. Herodes sigue suelto y muy activo en nuestro mundo. Y
para vergüenza de este mundo occidental, que se tiene por
demócrata y se diga o no cristiano, los costos de la gestación
y nacimiento de un bebé en Estados Unidos son 410 veces más que
los de un bebé en Etiopía.
* * *
Hermano Jesús. Estamos contentos esta noche, sí, pero no es
fácil. Sólo un ejemplo entre muchos, que me parece importante
recordarlo aquí en El Salvador para que no ignoremos a los que
hoy sufren más. La mayoría de ellos están en África, y eso es
lo que me dicen en una carta que llega de España: "No sé como
podrán celebrar navidad en el Congo. Es demasiado fuerte el
sufrimiento, los desplazados sin absolutamente nada en las
manos". Y cuántas historias semejantes en Irak, en Palestina,
aquí.
Pero algo hay en la esperanza que no muere. En el nacimiento
hay una estrella, no milagrosa, sino humana, que irradia luz a
todo aquel que quiera caminar en busca de la verdad, la
justicia, la paz. Es como la luz que irradió Monseñor Romero
sobre el caminar de nuestro pueblo. Y es la luz de la que
también se habla en la carta que he citado: "En el Congo dos
obispos, Mosengo y Sikuli, sostienen la esperanza de sus
pueblos". Y añade la gran paradoja: "aquí, en España, nuestra
esperanza tiene que sobrevivir en medio de este desierto de
consumismo". Pobre primer mundo, con mucho dinero y con poca
esperanza.
No es fácil, pero cantamos. Hoy nos encanta escuchar el canto
de los ángeles, mejor que el de santa Claus. San Lucas lo dijo
espléndidamente: "Gloria a Dios en las alturas. Y en la tierra
paz a los hombres y mujeres de buena voluntad". Con esa música
en el corazón saldremos de la Iglesia con más alegría para
celebrar una cena familiar, con más compromiso para trabajar
por un mundo con más justicia, con más paz y con más
fraternidad. Y con más esperanza.
* * *
Voy a terminar. Notarás que te he llamado "hermano", y algunos
quizás se extrañarán -o estarán un poco nerviosos- porque no he
hablado del "Niño Dios". Llamarte "hermano" quizás les suena a
poco. No haya pena. Jesús, eres nuestro hermano y eres Hijo muy
querido de Dios. Los primeros cristianos dijeron que contigo
"ha aparecido la benignidad de Dios". San Lucas nos dijo que
eres Hijo del Altísimo y san Mateo te llamó "Dios con nosotros".
Eres el gran regalo de Dios. No has nacido de voluntad de carne
ni de voluntad de sangre, sino que has nacido de Dios.
Cuánto discurrieron los cristianos de los cuatro primeros
siglos para dejar esto en claro: que tú estás en Dios y que
Dios está en ti, "que eres de la misma naturaleza que el Padre".
En palabras más sencillas y más bellas, que muchas veces he
citado, lo ha dicho Leonardo Boff. En un arrebato franciscano,
viéndote y contemplando tu vida, escribió: "Así de humano sólo
puede ser Dios".
"Niño Dios", "Dios con nosotros", "Hermano Jesús". Te decimos:
"ven, ven, no tardes". Te pedimos que este mundo no sea injusto,
insensible y cruel, sino como el reino de Dios que anunciaste
como la gran buena noticia. Y te pedimos que nos parezcamos a
ti para iniciarlo entre todas y todos.
* Jon Sobrino. Santa Tecla. El Salvador
https://www.alainet.org/es/articulo/111167
Del mismo autor
- As ''últimas'' homilias de Dom Romero 23/03/2014
- Sobre la beatificación de "San Romero de América" 23/06/2013
- Un empujón de humanización 25/10/2007
- Espiritualidad del antiimperialismo 17/06/2007
- Lettre du P. Jon Sobrino au Père général des jésuites 19/03/2007
- Carta de Jon Sobrino al P. Peter - Hans Kolvenbach 14/03/2007
- Carta a Monseñor Romero: “No se olviden que somos hombres” 29/03/2006
- Justicia, consolación y shalom 23/12/2005
- Lo mismo y los mismos: Las víctimas de octubre 09/10/2005
- Carta a Jesús el día de Navidad 03/01/2005